Discrepantes e insumisas
los jabalíes de oro se están comiendo a yvonne1


Marcelo Percia

1. No tenía veinte años cuando la hermana de un amigo me regaló una copia del poema Necesidades de Gelman. En ese momento dudaba si estudiar Psicología. Ella había agregado con su letra esta leyenda: “Para que no te mueras”. Ese fue el primer golpe: el anuncio de un límite apenas suspendido por la poesía. El otro tuvo la forma de una inquietud: en esos días escuché hablar de una apasionada aventura que el marxismo había vivido con el psicoanálisis. Un encuentro que prometía cambiar la órbita de la tierra.

        Mucho después participo de un movimiento que vuelve a cuestionar las respuestas establecidas para pensar la locura. Las tramas urdidas para ordenar sus voces, inmovilizar sus intensidades, helar la fiebre de sus cuerpos. Imaginamos la instalación de moradas clínicas en casas compartidas por pequeños grupos de pacientes externadas de un hospital psiquiátrico.

        ¿Casas de convivencia que sean moradas clínicas? No se trata de sugerir que para el Estado sería más económico contar con residencias o viviendas subsidiadas. Tampoco se quiere insistir con casas de medio camino, viviendas de pre-alta, hogares de transición. No se pretende suavizar el encierro con techos tutelados o departamentos protegidos. ¿Cómo evitar que las casitas sean un premio para pacientes mejoradas, o la asignación de un lugar discapacitado, o una escuela para aprender a estar en sociedad? La respuesta es otra pregunta: ¿Es posible pasar de una solución asistencialista, a la invención de espacios de acogida para estados de conflictividad? Los dolores de este trabajo me trajeron a la memoria “Necesidades”.2


2. Presento el poema de Juan Gelman.
el individuo que difiere de sus pares
que perturba o escandaliza a su familia o sociedad
suele ser calificado de insano acusado de enfermedad mental y
perseguido como enfermo
este acto de psiquiatría llena necesidades importantes

el individuo que ve piernas azules de mujer volar
arbolitos cantar el mundo heder
es encerrado golpeado con electricidad insulina médicos
este acto de psiquiatría llena necesidades importantes

¿necesidades del volar o cantar?
¿necesidades del individuo que difiere de sus pares
que perturba o escandaliza a su familia o sociedad y es
calificado de insano acusado de enfermedad mental y perseguido como
enfermo?

¿otras necesidades?
¿necesidades del individuo que no difiere de sus pares
que no perturba o escandaliza a su familia o sociedad
que no es calificado de insano acusado de enfermedad mental ni
perseguido como enfermo?

¿piernas azules de mujer volar no?
¿ni arbolitos cantar ni mundo heder?
este acto de psiquiatría llena necesidades importantes
los jabalíes de oro están comiendo a yvonne


3. Necesidades me recuerda que entonces pensaba las cosas así: En este mundo la diferencia es un delito, los enfermos mentales son sobrevivientes de un horror, la locura impugna las costras que cubren la vida, la locura es una palabra muda en el paisaje desolado de una ausencia que sufre. Algunos rebeldes, que todavía no se volvieron locos, se juntan, se oponen a la injusticia, se rehusan a desaparecer, quieren reponer en la conciencia civilizada el dolor de las voces que desvarían. Locura y rebeldía son modos de una denuncia que imagina distintas posibilidades de lucha, la locura suelta palabras casi secas de un sujeto desaparecido, la rebeldía quiere inventar un sujeto para esas palabras no escuchadas.
       Todavía me llega la entonación de Gelman, sus preguntas, sus ironías, sus afirmaciones: “el individuo que difiere de su pares” vive condenado por el disparate de su disparidad; “perturba o escandaliza a su familia o sociedad”, incomoda por las cosas que ve, por las cosas que dice, por las cosas que muestra; “suele ser calificado de insano acusado de enfermedad mental y perseguido como enfermo”, un tejido sutil en el que el diagnóstico parece acusación y la atención un castigo: “es encerrado golpeado con electricidad insulina médicos”. Gelman razona que esa terapéutica responde a las necesidades de los que no difieren, de los que marchan en paridad.
       Pero ¿cuáles son esas necesidades importantes? ¿Qué fatalidad, qué destino, qué fuerza mayor, qué obligación, se quiere imponer, conservar, sancionar? Gelman alcanza a decir qué cosas esas necesidades no son ¿piernas azules de mujer volar no? / ¿ni arbolitos cantar ni mundo heder? Quizá se quiere fingir que la civilización huele bien. O conservar significados que se creen esenciales. La ilusión de que, si seguimos el camino trazado, nuestras vidas obtendrán el reconocimiento que persiguen o el sosiego que se les niega.

4. Es posible que en el recuerdo de Necesidades insista una percepción romántica de la locura. Quiero decir algo sobre el romanticismo clínico.
        En algunas voces sólo parece expresión de un sentimiento. El grito de una sensibilidad herida. Un rechazo visceral frente a la falta de humanidad o ante el espectáculo uniforme de una subjetividad administrada. Una protesta seducida por la creencia de que en la locura viven las potencias reprimidas de la creatividad. Una impugnación que piensa a las locas y a los locos como artistas y rebeldes amordazados. O incluso un esteticismo que encuentra belleza en cada desvarío.
        Admito mi gusto por esta fórmula que propone Novalis: “Tratar de ver en lo ordinario, lo extraordinario; en lo conocido, lo desconocido; en lo finito, lo infinito”. O por esta cita de Foucault: “El orden de los Estados no tolera ya el desorden de los corazones”.
        Pero, también, pienso romanticismo clínico como crítica de posturas organicistas alucinadas por el progreso. Como desafío contra un ideal de ciencia que no admite sostenerse en lo que no sabe. Como impugnación de lógicas comunitarias basadas en la exclusión ya no de personas sino de estados de conflictividad. Romanticismo clínico que, a la armonía que el fármaco promete o a la escolarización que la ideología de la rehabilitación ofrece, opone las tormentas del hablar, las tribulaciones del deseo insumiso, las discrepancias no articuladas en uno mismo, el terremoto que significa estar entre semejantes, la posibilidad de participar en el asunto del poder.3

5. No se trata, ahora, de reivindicar a los que difieren, a los desterrados de sus familias, a los refugiados en instituciones totales. Tampoco de reiterar el derecho a la discrepancia. El valor de los que disienten, de los que emiten sonidos extraños, de los que hacen oír las crepitaciones de sus almas.4
       Discrepar es aquí dar testimonio de un desacuerdo en uno mismo. Hacer lugar a una alteración desprendida de la convención. Recordemos las conmociones que vivimos cada vez que nos miramos en un espejo. La repentina visión de ese extraño que somos. De pronto, una expresión en la cara, una arruga debajo de los ojos, una leve inclinación de la boca, un gesto que desconocemos. Un desacuerdo entre lo que vemos y lo que esperamos reconocer. Nuestras identidades se sienten, por un momento, trastornadas. La idea de discrepancia recuerda esa zona en la que cada uno no coincide con la representación que tiene de sí mismo.

6. ¿Qué significa hospedarse en la propia conflictividad? ¿Es posible convivir con los jabalíes de oro sin que se coman a yvonne?
Massimo Cacciari puntualiza que en sus comienzos el término hospes designa a quien recibe al extranjero, y que hostis, en su primera acepción, no tiene el sentido de alguien con quien mantengo una relación de enemistad. Al contrario, inicialmente el término latino hostis y el griego xénos indican amistad. Con el tiempo, van a servir para nombrar a personas que nos desafían, nos amenazan, nos ponen en peligro. Extranjeros en quienes no confiamos. Extraños de los que hay que cuidarse.
        Cacciari advierte que “nuestra lengua ya no es capaz de captar el significado original que tenían antes estas palabras, es decir, ese indicar una relación esencial en virtud de la cual ‘hostis’ era un término que se encontraba en el ámbito de la hospitalidad y la acogida”.
        Muchos tratamientos de las psicosis podrían pensarse como oportunidad del semejante. Como posibilidad de una relación con otro lastimado por la incertidumbre, la indecisión, el miedo, el deseo. En ocasiones, el otro no es otro imprevisible en su misterio, sino el complemento de todo lo que me falta, el enemigo que me daña, la criatura del poder; o si no, una sombra sin rostro, sin nombre, sin historia A veces las relaciones que establecemos con los otros son una dramatización de las relaciones que sostenemos con nosotros mismos.
        Algo de eso se lee en Cacciari cuando escribe: “La hospitalidad no se puede representar simplemente a través de una relación entre dos; tanto el ‘hospes’ como su ‘hostis’ son dobles en sí mismos, porque el ‘hospes’ es precisamente quien en cada momento se reconoce en parte extranjero, a saber, ‘hostis’. Nosotros mismos, cuando somos huéspedes, en el sentido de los que dan hospitalidad, si lo somos es porque nos reconocemos siempre como ‘hostis’, o sea, también, como extranjeros. Precisamente por ello, es decir, porque siempre nos reconocemos a nosotros mismos también en esa condición, es por lo que podemos ser hospedadores y reconocer al huésped, el ‘hostis’”.
        ¿Qué significa ser hospitalario con uno mismo? ¿Atenerse como extraño? ¿Como adversario interior? ¿Como visitante que habla otra lengua? ¿Como otro que no es Amo? ¿Alojarme en lo que no me reconozco? ¿Escuchar en las voces que me hablan, criaturas de una experiencia desarticulada que buscan hospedaje en mis pensamientos?
        El individuo que difiere en sí mismo, que se hospeda en su propia perturbación, que se acoge en su escándalo, que se piensa como jabalíes de oro, como yvonne, como estar comiéndose; ese individuo diviso (piernas azules volar, arbolitos cantar, mundo heder), a veces puede vivir su conflictividad, habitar su mundo en llamas. Y cuando no, marcha hacia el exilio.

7. Lacan (1998) sugiere que enfermo es quien “se pone en posición de tomar en serio su discurso interior”. ¿Qué significa tomar en serio su discurso interior? ¿Hacerle caso al otro que nos conduce? ¿Atender fantasías que no podemos disfrazar? ¿Alojar ocurrencias que gritan sus órdenes? ¿Escuchar en uno mismo palabras que parecen hablar por su cuenta? Sucede que no se puede tomar en serio el discurso interior y seguir como si no pasara nada. Después de escuchar en uno las voces que se presentan como extrañas, la conciencia se queda girando como una muñeca desorbitada. El cuerpo de yvonne triturado en las bocas amarillas de los jabalíes. Discrepar es tomar en serio el discurso interior.
        No conviene confundir la idea de discrepancia con desacuerdos, rebeldías, negativismos, manejos para conseguir atención (aunque estas cosas se mezclan). Discrepar es desafinar en uno mismo. Escuchar los crujidos de lo diverso. Entonces, discrepar es temblar como una muñeca pasada de cuerda. Los jabalíes de oro no son adornos en la celda de yvonne. Esos cerdos salvajes comen sin límites.
        La idea de discrepancia se corresponde con la atención que el psicoanálisis presta a la alteridad en uno. Me levanté, puse las llaves en un cajón. No lo recuerdo. Me veo impedido de salir. Es como si un jabalí se las hubiera comido (sin que yo pueda enterarse).

8. La salida del encierro manicomial puede ser entrada en un tembladeral. En pacientes internadas por años ¿quedan restos discrepantes no apagados por la coacción? ¿Capacidad de recepción para los estremecimientos de soledad, los parpadeos insomnes, las agitaciones de terror? ¿Posibilidad de acogerse en la incertidumbre? ¿Soportes para tratar la muerte presente en cada fragmento perdido?
        Recuerdo una referencia de Gregorio Kaminsky que dice : “...la falta no es vaciedad o ausencia, sino sustracción de potencia, de fuerza”. Idea que leo así: eso que los discursos médico-psicológicos dicen que falta en los locos (cordura, razón, autonomía, iniciativa, cuidado del cuerpo, conexión con los otros) no son ausencias que hay que llenar con aprendizajes, entrenamientos, adiestramientos; sino robos. Secuestros de potencia. No se trata de rehabilitar, resocializar, reeducar; sino de imaginar espacios para la restitución de potencias sustraídas. ¿De qué modo los saberes disciplinarios succionan (con sus teorías, diagnósticos, explicaciones, terapéuticas reformadoras) las fuerzas de los que están locos? Esas potencias habitan, quizás, en las producciones que durante años de internación se trata de suprimir: en los delirios, en las alucinaciones, en las pesadillas.
        Entonces, ¿cómo hospedar las expresiones desordenantes de esas potencias cuando retornan de sus largos encierros? Escribe Kaminsky: “En el acto delirante hay una fuerza que no por ser incomprensible deja de echar mano de su potencia de ser; palabras sin representación que se enhebran en el cuerpo...”.
        La locura es el dolor de una imperfección. Una potencia retenida aunque no totalmente, una desaparición no definitiva, una existencia administrada, una forma de casi inexistir.
        Pienso discrepancia como obstinación que alberga. Como insistencia que no muere. Como posibilidad de asilar lo otro en uno mismo. Un resto discrepante se pone en acto cada vez que una paciente prueba habitar sus recuerdos. O contar desaferrada del terror cosas que le pasan. O visitarse en acontecimientos que hablan en ella misma sin ningún relato.

9. Algunas pacientes están tomadas por una historia, por una idea, por una fuerza, por una voz que les ordena que se maten, que se defiendan, que no coman, que se escapen. Estar tomada quiere decir estar en manos de otro. Poseída por una voluntad ajena, víctima de un poder mayor, objeto de una furia extraña. Tomada como tenida fuera de mí. Tal vez (re)tenida, (con)tenida, (man)tenida, (sos)tenida.5
        ¿Se podría dibujar un pasaje desde el estar tomada al tomar? Tomar una actitud, tomar una decisión, tomar el toro por las astas, tomar la delantera, tomar partido, tomar la palabra (conquistar una posición, ocupar un lugar, asumir un riesgo, pronunciarme ante una situación), tomarme la libertad (reconocerme con derecho a decir o pensar alguna cosa), tomar consciencia (situarme en mi propia mirada, colocarme como observadora o testigo de algo), tomar en consideración, tomar en cuenta, tomar un consejo (entrever diferentes posibilidades, analizar conveniencias o perjuicios, juzgar), tomar impulso, valor, vuelo, aire, carrera (apropiarme de mis fuerzas, de mis posibilidades, del mundo disponible), tomar un baño, un tren, un colectivo, un camino (ponerme en movimiento, preguntarme qué quiero o dónde ir), tomar revancha, represalia, venganza, recaudos, medidas (calcular reacciones, medir respuestas, entrar en un juego de reciprocidades), tomar a mal tu comentario, una cosa para el lado de los tomates, a risa algo, a pecho o en serio lo que me dijiste, tomar a bien tu palabra (admitir que lo que pasa entre nosotros me afecta, que tiene importancia, que hace a mi vida, a la confianza, a mi malestar), tomarte cariño, rabia, idea (aceptar que tu presencia no me es indiferente), tomarte el pelo (provocarte, jugar, burlarte), toma y daca (participar de intercambios, favores, servicios, arreglos), tomarme de tu brazo, tomar tu cuerpo (involucrarme con tu deseo), tomarte como madre, como padre, como hermano, como hija, como amiga, como enemiga (tejer con vos una proximidad que tiene semejanza con otra relación), tomarle el gusto a algo (conocer el placer que una cosa me causa), tomarme tiempo (instituirme como sujeto: que piensa, que habla, que vive).

10. La vida en las instituciones intenta prescribir una intensidad. Creo que se confunde intensidad con magnitud. La intensidad no puede dosificarse porque es en sí misma una plenitud. Una euforia de los sentidos. Una abundancia sin medida. La mirada de control piensa la intensidad como desorden, como desequilibrio, como descompensación, como desenfreno. La piensa como incoherencia, como desacorde, como falta de adhesión con la unidad, como desprendimiento del sentido común.6
        La intensidad hace proximidad con la angustia. Eso que irrumpe sin enlace, sin articulación, sin historia. Cuando Lacan se pregunta ¿qué es la angustia? Responde que se trata de una especie de emoción, un afecto que no está reprimido. Un afecto que anda a la deriva. Un afecto que se encuentra desplazado, loco, invertido, metabolizado, pero no reprimido. Dice que a lo sumo están reprimidos los significantes que lo amarran. La angustia no puede ser comunicada. Un escozor insondable, un tormento que no tiene expresión, algo que cuanto más intento decir más se me escapa. Una intensidad sin traducción. Quizá el error es creer que hay algo que traducir. La angustia es una afección que no contiene nada. No significa nada. No tiene interior, ni fondo, ni secretos, ni historia. No parte de una situación inicial, no se resuelve, no tiene desenlace. Una afección que nos hace existir. Tejer lazos, ilusionar complicidades, imaginar una comunidad, establecer leyes, inventar instituciones, relatar historias.
        Entonces, ¿discrepancia e insumisión como acogida de una intensidad que no desaparece? En este texto discrepantes e insumisas quiere decir habitantes de la conflictividad. Una conflictividad no continente, ni toda abarcable por el lenguaje. Mientras que locura administrada es la expresión de otra perspectiva que anuncia como logro terminar con los dolores de la cohabitación (con lo otro) en uno mismo.

11. ¿Qué significa decir que se trata de pacientes institucionalizadas? No me refiero sólo al hecho de que están o estuvieron recluidas en un hospital psiquiátrico. Institucionalizadas significa cautivas en una relación. Confinadas a un modo de ser. Atajadas en su interioridad inabarcable. Acaparadas por una mirada irrefutable. Embargadas en sus deseos. Interceptadas por un poder incuestionado. Retenidas en manos de un otro mayúsculo. Interrumpidas en su fluir. Influidas por un orden mayor. Convencionadas a rutinas impuestas. Compelidas a responder a una expectativa que se les impone como condición única. A disposición de una voluntad inapelable. Designadas con un destino. Signadas por una dirección. Asignadas a ciertos atributos que las representan. Recaídas fuera del tiempo social. Entreveradas con la idea de una autoridad superior que las protege y las somete a la vez. Arbitradas, decididas, dictadas, por una voz absoluta. Limitadas por un poder ilimitado. Abandonadas en una voluntad ajena. Institucionalizadas quiere decir entregadas a la falsa seguridad que ofrece pertenecer a un gigante.7

12. ¿Administrar existencias o reponer el problema del existir? ¿El existir es la inquietud que la experiencia social quiere suprimir? ¿Cancelar las tormentas del existir a través de una existencia medicada, sería una de las últimas barbaries de la civilización? Vivir en estado de problematicidad significa albergarse en la vacilación y en la indecisión. La vacilación es condición del existir. La existencia es la cosa decidida.
        Quizá existir sea hacer una experiencia de insumisión. Resistirse a la identidad apaciguada que ofrece la institucionalización. A la condena de una vida dirigida por otros. O una existencia absorbida o sumergida en la indiferencia. Insumisas no sumidas ni consumidas. Insumisión como acogida de una intensidad. Insumisión como no acatamiento, como soporte para voces que las ocupan. Insumisión ante eso que se (les) impone. Insumisión como límite. Como frontera de deseo. Como intento de hablar y no sólo recibir lo que en ellas (les) habla.8
        Bajo el título “la locura como destino personal”, Maud Mannoni (1976) recuerda que cada uno hace intimidad con su enfermedad. Escribe: “La etiqueta de ‘loco’ con la que el niño psicótico se sabe disfrazado, le roba su identidad y le otorga cierto tipo de irresponsabilidad a su gesto y a su palabra. Como ‘loco’ se sabe perdonado, pero también excluido y remitido a la más total de la soledades. La respuesta psicótica la ha elaborado con otro; después encontrará en el ambiente una especie de aprobación en cuanto a la gravedad de su ‘estado’, más tarde ‘se ajustará’ al personaje en el que ha elegido alienarse”. Una máscara de piedra. Un personaje a través del que intenta desaparecer.

13. Al pensar la enfermedad como situación que dice una relación con otros, Pichon Rivière advierte que algunas personas se aquerencian con un lugar. Se enamoran de una posición. Se encariñan con una fijeza. Abusan de una defensa. Vuelven al sitio en el que han sido puestas (una paciente interrogada sobre con quiénes le gustaría vivir, responde: “Yo... voy a dónde me pongan”) como si el lugar asignado por los otros fuera un territorio del que preferirían no migrar.
        Pichon piensa que viven aferradas a un estereotipo, a la solidez de ser consideradas enfermas, a la coraza de ese rol, a la dureza de ese nombre. Agarradas de algo, antes que expuestas a la fragilidad del existir, de los excesos o escasez del amor. El estereotipo deja al corazón a reparo del dolor, pero también al margen de los hormigueos de la pasión.
        Sugiere que un estereotipo es una callosidad del alma. Una insensibilidad tan inconveniente como necesaria. Una resistencia tan protectora como desolada. Una trinchera y una cárcel. Un torrente quieto. Una eternidad inmóvil. La ilusión de perdurar como existencia vaciada. Como si la locura fuera un tatuaje. Una mujer de pocas palabras, internada en una sala de crónicas, se hizo imprimir esta frase en la piel: “Por siempre, aquí”.
       Las estereotipias no son perfectas. Son casi un fuera de la vida. Anulada la inquietud de la experiencia se tiene la sensación de alcanzar la perfección. Muchas personas viven casi cementadas en un lugar, casi congeladas en una posición, casi fundidas en el escenario del hospital. Pero casi es el adverbio de la conflictividad, de lo que nunca se completa, de lo que no se termina, de lo que no se define, de lo que todavía no muere.
        Pichon observa que muchos pacientes son dados de alta cuando comen bien, duermen toda la noche, se higienizan todos los días, se visten con corrección, toman sus remedios, son buenos con los demás, hacen cosas con las manos. Se celebra un estereotipo de relación que funciona como automatismo cotidiano. Una impostura de la que participan médicos, psicólogos, enfermeros, familiares, allegados.
       Menciona, también, que en los psiquiátricos algunos trabajadores adquieren parecidos con los pacientes. Se mimetizan con los cuerpos que caminan por los parques. Hay profesionales que se plantifican. Cumplen con su empleo sin hacer nada o hacen psiquiatría por delegación. Andan separados de los demás, aparte del resto, sueltos de todo. La paradoja insular de la desaparición. Invisibles, en una rutina alterada cada diciembre por la visita de un laboratorio que trae de regalo una agenda para el próximo año.
        Me cuentan esta pesadilla: “Llego al hospital como todos lo días. Durante la mañana cambia mi aspecto. De pronto, me encuentro vestida como una enferma. Tengo el pelo sucio, enredado, descolorido. Siento un gusto amargo en la boca, el cuerpo rígido, los pensamientos lentificados. Voy hacia la puerta de salida con la sensación de que olvido algo. Busco papeles en mi cartera. Los que encuentro están viejos, ajados, distingo unos caracteres que pertenecen a un idioma que no conozco. Los de vigilancia me dicen que no tengo permiso de salida”.

14. Se puede pensar la estereotipia como impostura concertada. Como una inexistencia requerida. Como espacio, región o soporte de una vida sin incertidumbres. La estereotipia como mueca de intensidad. ¿La estereotipia como simulación? ¿Como máscara de locura? ¿Como disfraz de existencia? ¿Como angustia helada?
        Me gustaría sugerir, también, la estereotipia como travestismo existencial. Como asunción de una fijeza para liberarse (como sea) de las agitaciones del existir. La estereotipia no sólo como defensa sino como ejercicio de desaparición.
        A propósito de la simulación Sarduy piensa que el travesti no imita ni copia a la mujer. Dice que sabe que ella misma es una apariencia, un modelo, un ideal, una figura simulada. La fuerza de un fetiche.9
        Escribe Sarduy “La erección cosmética del travesti, la agresión esplendente de sus párpados temblorosos y metalizados como alas de insectos voraces, su voz desplazada, como si perteneciera a otro personaje, siempre en off, la boca dibujada sobre la boca, su propio sexo más presente cuanto más castrado, sólo sirven a la reproducción obstinada de ese icono, aunque falaz omnipresente: la madre que la tiene parada y que el travesti dobla, aunque sólo sea para simbolizar que la erección es una apariencia”.10
        Sarduy supone que el travesti conoce los secretos del mimetismo que describe Roger Caillois para algunos animales: travestismo, camuflaje, intimidación. El travestismo como deseo de metamorfosis. Impulso de transformación que no se satisface con la imitación del modelo terminado, sino que persigue una inexistencia o una existencia que es irreal, infinita, inalcanzable, huidiza. Simulación de una mujer que es más mujer que la mujer. Encarnación de un exceso que pasa el límite del parecido o transgrede la idea de identidad. Una conversión cosmética o quirúrgica rebasante. Un suplemento femenino opulento que va más allá de los contornos establecidos para la femineidad. Una exageración que, a su vez, los señala. Un agrandamiento que pone a la vista su falsificación no disimulada. El camuflaje como especie de la desaparición. Como vocación por la invisibilidad. Como tachadura del macho. Anulación de su diferencia, deficiencia o sobrante. Fascinación por la inmovilidad. La fijeza que confunde a la mirada. La intimidación como un efecto de un desajuste. Afeites desmesurados, artificios visibles, máscaras abigarradas que paralizan.
        Sarduy dice que el travesti, como una crisálida, inventa colores o recrea formas sobre su piel. Realiza una autoplástica. Se pinta a sí mismo. Hace de su cuerpo el soporte de su obra. A veces, el travesti, igual que la acción repetida de una mariposa, no puede evitar una fría e inmutable perfección. Escribe que el travesti “no busca una apariencia amable para atraer (ni una apariencia desagradable para disuadir), sino una incorporación de la fijeza para desaparecer”.
        Una existencia solucionada (la disolución del existir) supone inmovilidad e inercia. El vaciamiento como atributo letal. La fijeza como vaciado de conflictividad. Una existencia administrada como efecto de subjetividad llena. Subjetividad vaciada del vacío en el que germina el existir. La mariposa convertida en hoja, un hombre que se inventa como la mujer, una mujer que se diluye en el estereotipo de la locura; criaturas que prueban desaparecer.11

15. ¿Por qué algunas pacientes que comienzan a sentirse mal quieren volver al hospital? Creo que piensan la internación como amparo. Como retiro para protegerse del derrumbe. Las personas no se internan sólo en un establecimiento, sino, también, en un símbolo, en un fantasma, en una historia.
       Una mujer del psiquiátrico no quiere salir. Desde que está encerrada aprendió a ver el futuro. En su visión, falta poco para que la muerte arrase la ciudad. Entonces, sólo habrá refugio dentro de estos muros. Dice que es mejor quedarse, después será tarde para volver o ya no habrá lugar.
       ¿Prefieren la arbitrariedad del manicomio, antes que las garras de la angustia? ¿La certidumbre del encierro, antes que la incertidumbre social? ¿Ser una interna, antes que ser nadie? Una mujer dice: Me quiero internar. La sala es mi familia. Me esperan, me atienden, saben lo que necesito. En la sala la reciben, le dan un lugar claro, previsible. No es lo mismo que me den un lugar que tener que hacerme un lugar. Hacerme un lugar supone participar de zonas indefinidas, borrosas, equívocas, indisciplinadas. Cierto. Pero para hacerme un lugar es necesario la existencia de lugares por disputar.12
       Ser una interna es tener un lugar irrefutable. Internada significa sin exposición, a salvo de contingencias. La internación representa una solución, a su vez, bestial.
        Tal vez debamos hablar de las psicosis hospitalarias13 como secuestros y restituciones de identidad. Como sujeciones a un nombre. Como caída en una interioridad cierta. Una mismidad controlada. Una conciencia que se pone en manos de una promesa institucional: el gobierno de los días, de las noches interminables. La conjuración del pasado y del futuro en un presente sin memoria ni proyecto. Vidas administradas, existencias sin temporalidad.14
        Quizá el hospital sea una impostura identitaria que funciona. Una fachada reconocible. Una prótesis de dominio. El aplazamiento de nombres golpeados por recuerdos, historias, voces. El hospital como reducción de una vida a un conjunto de problemas. El hospital como congelamiento del existir, como existencia sin sobresaltos. El hospital como desconexión: de sus familias, de sus amigos, de sus vecinos, de sí mismos.
        Algunas mujeres viven pegadas a algo que pudo ser, que no fue, que se terminó. Guardan imágenes intactas del pasado. Conservan un mundo perdido. Viven ilusionadas en recuperar algo que, quizá, nunca ocurrió. Alguien habla todavía de su marido para referirse a un hombre que hace años está con otra mujer. Otra paciente sueña todos los días con su padre muerto hace treinta años.
        ¿Qué se intenta suspender con una internación? Las sensibilidades, las palabras evocantes, los arrebatos de deseo, los estallidos de furia. El vivir arrojados en el equívoco social que supone hablar. Un receso que separa o desvía la inquietud del amor (me querés, no me querés, me valorás, me despreciás, me necesitás, te soy una carga, me extrañás, no me querés ver más). La internación suspende el revoltijo viviente de preguntas infinitas. Una mujer dice: En el hospital tengo cama, comida, drogas; me cuidan; me llaman con otro nombre, pero me reconocen.
       Hacer un lazo social es habitar un temblor. El otro se hace presente como turbulencia, como suavidad, como crueldad. Los otros son hilos tejidos por el amor, amarras a un muelle para nuestras naves, telas que cazan víctimas, sogas al cuello de inocentes y culpables, cáñamos que nos sostienen, ataduras de pies y manos, cuerdas que nos sacan del pantano. Cada lazo es un nudo en el dedo, una cinta de identificación en la solapa, una marca de duelo en el brazo. El otro es un estremecimiento que se quiere tener, evitar, controlar, cuidar, negar, desterrar. A veces rige en su lugar la esclerosis de un Amo.

16. ¿Una idea ayuda a pensar? A veces el concepto es un apoyo que se entiende con la levedad. Una base que se desliza sobre la superficie de palabras conocidas. Pero, cada vez que una idea se instala, el pensamiento trabaja para despedirse de ese concepto cristalizado.
        Si este escrito fuera sobre un amor (y en cierto sentido lo es) se podría decir que el abismo que separa a los amantes está atemperado por el trazo de un puente. Un puente que se agarra de ausencias. Es hermoso sentir que se puede llegar hasta el cuerpo de alguien querido. La posesión es un momento. Su permanencia es posible con ayuda de juramentos, reglas, instituciones. Pero el abismo no cesa. Muchas intenciones caen en ese agujero, silencio, espejo vacío. Sin embargo, a veces, el amor se las arregla para no enloquecer. Para no caer desquiciado de vértigo en esa estancia sin duración.
        Me gustaría decir esto mismo para pensar la discrepancia y la insumisión. Un abismo en la mismidad. Esa construcción hecha de abrazos, palabras, memoria, muerte. Una identidad de fantasía. Un cuerpo sostenido de cuerdas que se agarran del aire. El aire tiene la consistencia de muchas miradas. Una materialidad que vive en fuga. Discrepar es sabernos sostenidos en nada. Discrepar es temblar, en la voz, en los recuerdos, en el cuerpo. El mismo temblor del amor y del dolor, de la felicidad y del desastre.



1Este texto tiene proximidad con un proyecto de externación asistida en el Hospital Esteves. Un psiquiátrico de la Provincia de Buenos Aires en el que viven internadas cientos de mujeres.
2 Castel (1980) advierte, en los años sesenta, la propagación del mito de la desinstitucionalización. Las prácticas psiquiátricas centradas en el hospital se desplazan en Estados Unidos a la comunidad, en Francia al sector, en Italia al territorio. Adviene una racionalidad que propone integrar a los desviados. Insertarlos en medios custodiados por la ciencia. Intervenciones duras son remplazadas por actitudes flexibles. Internados gigantes por encierros pequeños. Emergen otros técnicos del alma y nuevos medios de control químico. Castel se plantea este interrogante: ¿Estamos frente a una alternativa a la psiquiatría o ante la psiquiatrización de las alternativas?
3 Deleuze (1995) describe el pasaje de sociedades disciplinarias (Foucault) a sociedades de control (Burroughs). Piensa que las instituciones de encierro (cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia) se están agotando. Razona que la crisis del hospital como espacio de reclusión posibilitó la psiquiatría del sector, la proyección de centros de día, programas de asistencia comunitaria, atención en domicilios. Advierte que esas libertades participan de nuevos mecanismos de control que nada tienen que envidiar a los terribles encierros.
4 En los años sesenta sociólogos americanos atendieron el problema de los desviados. Erving Goffman (1970) propuso el término divergentes. Los extraños de la ciudad disciplinada (locos, drogadictos, homosexuales, criminales, vagabundos). Hombres raros, mujeres violentas, personas con conductas que no encajan en la norma. Extranjeros en el propio país. Criaturas estigmatizadas. Envases identificados con un rótulo.
5 La idea de locura como posesión circula en la Atenas del siglo V. Entre los griegos un daño es algo que nos viene desde afuera. Recuerda Ruth Padel (1997): “Las emociones no pertenecen a los individuos: son fuerzas errantes, autónomas, demoníacas, exteriores”. Son como un aire o líquido que se nos mete en el cuerpo, que invade nuestras entrañas, que nos hace hervir la sangre, que nos calienta la cabeza, que nos quema. Los griegos experimentan los sentimientos como si formaran parte de una naturaleza exterior. No existe la idea de interioridad. Escribe Padel: “En el yo, los sentimientos son un otro”. Homero piensa al espíritu como dominio exterior que nos ordena actuar. Hasta los órganos accionan por su cuenta (“El corazón patea su cuerpo en señal de protesta”). Este animismo sin fronteras (interior-exterior) inventa una conciencia perpleja.
6 Dos comentarios sobre la química de un mundo feliz. Castel (1980) menciona una campaña publicitaria de una empresa medicinal en 1970 acerca de niños hiperactivos (chicos con mucha energía, inquietos, agresivos). El mensaje era “si su niño le cansa, visite a su médico y compre las píldoras de la tranquilidad”. Los laboratorios pasaban películas para padres y maestros. Antes del tratamiento mostraban un monstruo ingobernable; después, un angelito. Mario Pujó (2001) relata que hace unos años encontró en nuestro país una publicidad gráfica de un conocido neuroléptico. En el folleto, se veían reproducciones de pinturas. La leyenda decía “Si Van Gogh hubiera conocido esta medicación, no habría pintado estos cuadros”. La lógica del control sintomático desprecia la conflictividad. Persigue la solución, la fórmula de la armonía. Aunque el resultado sea un chico quieto, una tela blanca, una superficie homogénea.
Eduardo Menéndez, a principios de los 80, en un estudio sobre el modelo médico, advierte el paulatino reemplazo de la actitud clínica por una actitud farmacológica.
7 Escribe Deleuze (1976) que la sumisión no sólo se explica como consecuencia de la coerción de un poder exterior. Nos sometemos, también, para conjurar una vivencia de descomposición. Nos aferramos a jerarquías, reglamentos, burocracias, con la ilusión de asegurar nuestros lugares. Escudados en un fantasma cerramos los ojos, tapamos los oídos, anestesiamos nuestra piel. Nos abrazamos a estereotipos. Nos instalamos en una costumbre.
8 La insumisión es un proyecto trágico. El espacio de un combate desigual. Entre los griegos, los dioses manipulan a los humanos como si fueran marionetas. Algunos héroes se rehusan a ese destino. Antígona, insumisa, desafía fuerzas superiores. En la tragedia se desata la potencia de quienes resisten, enfrentan al poder, intentan una fuga. En el uso cotidiano de la palabra se omite el vigoroso sentido de esa lucha indecidida. Por el contrario, se dice ocurrió una tragedia, para indicar un hecho concluido.
9 José Ingenieros publica en 1903 La simulación en la lucha por la vida y Simulación de la locura. Piensa en la simulación como una forma de lucha individual y colectiva. Horacio González entiende que esta idea, insinuada por Darwin, adquiere en Ingenieros el valor de una teoría de la cultura. González recuerda que Ingenieros estudia la simulación “como forma específica de un fraude realizado para lograr mayores posibilidades existenciales en un medio competitivo”. Enseguida veremos cómo aquí no se acentúa tanto la idea de engaño como la de desaparición.
10 En los escritos psicoanalíticos, a partir de estudios sobre la histeria, se encuentran referencias sobre la cuestión del disfraz femenino. Justamente La femineidad como disfraz es el título de un artículo publicado alrededor de 1930 en Inglaterra por Joan Rivière. Se lee en ese texto: “El lector puede preguntarse de qué modo distingo entre la femineidad verdadera y el disfraz. En realidad, yo no sostengo que esa diferencia exista”. Para Rivière los estereotipos femeninos suelen servir de defensa. Un maquillaje que disimula la aspiración de dominio y evita la posible venganza o reacción de los hombres. Una pantalla, también, para atenuar la angustia. Otros autores no ponen el acento tanto en el disfraz como defensa, sino en la máscara como búsqueda de reconocimiento.
11 Pienso en otras figuras de la desaparición: los centros de detención del terror de Estado y los campos de concentración nazi. Giorgio Agamben (2000) piensa en Auschwitz no sólo como campo de exterminio sino como experiencia todavía impensada de humanidad desaparecida.
12 Los horrores del encierro conviven, en nuestro país, con el desencanto. Un Estado que controla a la vez que ignora, que vigila a la vez que abandona, que reprime a la vez que desprotege.
13 Se necesita un nombre para las patologías manicomiales. La hospitalización como existencia sintomatizada. Escribe Maud Mannoni (1976): “El medio cerrado del hospital psiquiátrico crea, es cosa sabida, una enfermedad ‘institucional’ que se agrega a la enfermedad inicial deformándola o fijándola de un modo anormal. El medio hospitalario se asemeja a las estructuras de una vida familiar coercitiva y favorece el desarrollo de una nueva enfermedad, específica de la institución misma.”. Es difícil, también, precisar cuántas personas padecen psicosis o cuántas desafiliación. Los efectos de la institucionalización desdibujan diferencias.
14 Recuerdo una distinción entre tiempo y temporalidad. El tiempo es susceptible de dominios, mientras la temporalidad es entrada en un juego ingobernable de necesidades y contingencias. La temporalidad, quizá, nos hace humanos. Pasajeros de circunstancias que no alcanzamos a entender. Temporalidad que pregunta por qué ocurrió lo que pasó o qué pasará con lo que aún no ocurrió.


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Pensamiento de los confines, n. 11, Septiembre de 2002  / Págs. 99-108.