Soberbia*
Horacio Verbitsky

Los ingresos extraordinarios por el aumento del precio internacional de la soja, el precio de los alimentos y los sectores de la sociedad que tendrán acceso a ellos, el perfil productivo de la Argentina, la distribución del ingreso y la confrontación política entre el gobierno y la oposición son apenas manifestaciones aparentes del conflicto. Los verdaderos problemas son la soberbia presidencial y el doble comando. No se pueden modificar porque derivan de la personalidad de CFK y de su relación con Néstor Kirchner. En consecuencia, sólo queda enfrentar una “sucesión conflictiva”, como sostuvo Abel Parentini Posse.
       El intelectual duhaldista (si se permite el oxímoron) se presentó en las elecciones de 2007 como candidato a senador por la Ciudad Autónoma en las listas de Roberto Lavagna y ocupó el séptimo lugar, con el 3,7 por ciento de los votos. Con esa robusta plataforma y desde un bastión de la República como el diario La Nación, Parentini Posse explica que sólo podría evitarse una “salida anormal, traumática”, si CFK se desembarazara de Kirchner. La coincidencia de todas las fuerzas sanas de la democracia se acerca al punto de unanimidad: un planteo semejante formuló desde el bisemanario Perfil el columnista Alfredo Leuco. Con una prosa que hubiera deleitado a Adolfo Bioy Casares dirigió una carta abierta al “presidente de facto” para “exigirle y rogarle al mismo tiempo que se retire inmediatamente del lugar en el que se encaramó aprovechando una relación conyugal que no tiene nada que ver con la Constitución Nacional”. Martín Caparrós es aun más exigente: en nombre de la Memoria que alguien le encargó custodiar le pide no sólo a Kirchner sino también a la presidente que se callen la boca.

El mal gusto
El martes 17, la jefa de Estado tuvo el mal gusto de conmemorar el aniversario del bombardeo de 1955 sobre la Plaza de Mayo. Usó ese episodio fundante de la institucionalidad argentina moderna para anunciar por cadena nacional que enviaría al Congreso las retenciones móviles a la soja, los reintegros por tamaño de la explotación y distancia de los puertos, y la aplicación a un programa de redistribución social de los mayores ingresos obtenidos. Con un típico giro populista dijo que no procuraba cerrar las cuentas fiscales sino la cuenta social, mediante la construcción de hospitales y viviendas. Ni siquiera vaciló en cotejar su rigidez con ese modelo de flexibilidad dialoguista que mostró Raúl Alfonsín al impulsar la ley de obediencia debida en la Semana Santa de 1987, ante el reclamo de otra mesa de enlace. Esta señora no parece haber entendido las llanas palabras del humilde líder agrario Alfredo De Angeli, quien anunció que “vamos por todo”, ni la profunda reflexión política del vicepresidente segundo de Confederaciones Rurales, Ricardo Buryaile, quien dijo que si el Congreso ratificaba las retenciones debería ser disuelto. Con la paciencia pedagógica que le falta al gobierno, el terrateniente formoseño precisó su pensamiento, que en forma maliciosa había sido sacado de contexto. “Quise decir que si el Congreso actúa como una escribanía del gobierno, lo mejor sería cerrarlo”, aclaró. Hoy como hace medio siglo, la democracia sigue siendo el gobierno de los democráticos. Con un temple admirable que, como explicó Eduardo Buzzi, se debe a sus convicciones religiosas, enfrentan sin amilanarse por elecciones ni debates legislativos la anomalía argentina de que los democráticos nunca sean los ganadores en las elecciones. De Angeli agregó que estaban dispuestos a impartir clases de educación democrática a los diputados para que supieran cómo votar. Hasta están dispuestos a darlas a domicilio.

La provocación
El doble comando mostró su rostro más abusivo el mismo martes 17, cuando Kirchner no sólo desoyó la serena intimación de Leuco, sino que además ofreció una conferencia de prensa. A su ya conocido repertorio agregó la insólita provocación de contestar las preguntas que le formularon los periodistas de los medios más críticos del gobierno nacional. Hasta se permitió bromear sobre su confusión cuando conoció a los mellizos Alfredo y Atilio De Angeli. “Uno me criticaba y otro me abrazaba. No entendía nada, yo pensaba que era el mismo”, dijo. Con poca voluntad de cooperar con los hombres de prensa se negó a hacer la exégesis del pensamiento de Luis D’Elía, disimuló con frases cordiales su fastidio con Eduardo Duhalde, Julio Cobos y Mario Das Neves e introdujo en forma subrepticia temas sobre los que nadie le había preguntado, como la “logística” que sectores vinculados con la represión le darían a piquetes y cacerolazos porque “no perdonan que hayamos tenido una política de derechos humanos” y cuánto costarían el pan y la carne sin las retenciones. El ex presidente pretendió negar la represión desatada en Gualeguaychú el sábado 14 y volvió a atacar a la prensa, al señalar que le pedían que actuara como Rodríguez Zapatero en España. Es cierto que allí intervinieron 25.000 efectivos de las fuerzas de seguridad equipados con armas de fuego y lanzagases, que dejaron dos muertos y decenas de camiones incendiados. Pero es absurdo comparar situaciones nacionales tan distintas, entre una nación del primer mundo que acaba de aprobar una severa ley contra la inmigración de africanos y sudacas, y un país subdesarrollado como la Argentina, que ha regularizado la situación migratoria de un millón de latinoamericanos a los que el gobierno ha tenido el desatino de reconocer derechos. En España, donde gobierna el Partido Socialista, cuya versión local está aliada con la opositora Coalición Cívica Libertadora, las fuerzas del orden restablecieron la normalidad perturbada por quienes protestaban por el alto precio de los combustibles. Aquí ese combustible es subsidiado y cuesta un tercio que en Uruguay y la mitad que en Brasil, Chile y Paraguay. La Gendarmería aplicó una intolerable violencia sobre pacíficos agricultores que sólo impedían sentados en el pavimento la circulación en la ruta del Mercosur y que fueron levantados a pulso de allí y empujados con los escudos de plástico de las tropas de asalto del régimen. Esto provocó un indignado caceroleo y estridentes bocinazos de vehículos en distintos puntos del país. Esta manifestación espontánea fue respondida en forma brutal por el ex presidente, que se hizo presente en la Plaza de Mayo después de las diez de la noche y la recorrió como un deportista en vuelta olímpica. El director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, que acaba de publicar un trabajo teórico sobre Perón, no tuvo más remedio que hacer los prácticos al caerse a la fuente empujado por los vándalos que llevaban a Kirchner en andas, reviviendo así la persecución de la que fue víctima su antecesor en el cargo, Jorge Luis Borges, coautor con el seudónimo H.Bustos Domecq del cuento “La fiesta del monstruo”, que tan bien refleja la actual situación del país. Si Kirchner hizo ese sábado una tosca exhibición de peronismo explícito, su esposa dijo el martes en el Salón Blanco que debido a la lucha de las Madres y de las Abuelas la Plaza de Mayo, la plaza había dejado de ser sólo de los peronistas y pertenecía a todos los argentinos, concepto que repitió al día siguiente desde el palco, ante una multitud con una fuerte composición de independientes. De este modo el doble comando siembra la confusión porque no es posible saber a quién pertenece en realidad la plaza. Con el personalismo que tanta irritación provoca en las personas elegantes de las clases medias, la presidente comenzó el discurso hablando de sí misma y de las posiciones que sostuvo durante su paso por el Congreso. Su gobierno atravesó cien días de bloqueo y desabastecimiento sin disparar una bala de plomo o de goma ni una granada de gas. Sólo atinó a disputar con sus antagonistas con medios políticos, no como su antecesor Fernando De la Rúa, quien acudió al arsenal clásico de los hombres de orden, dictó el estado de sitio y ordenó disolver toda manifestación, lo que causó 31 muertes en diciembre de 2001. Esta indiferencia subversiva por las tradiciones nacionales, protagonizada nada menos que por una mujer, hija de una hincha peronista de Gimnasia y Esgrima de La Plata y un colectivero radical, es imperdonable. Esto no es lo que quiere la gente decente.

Dividir al país
Como bien señaló Joaquín Morales Solá luego del acto de la Plaza de Mayo, “nadie hizo tanto por dividir el país”. Tributaristas y juristas sostienen que las cargas al comercio exterior nunca pasaron por un debate legislativo, salvo el de la Convención Constituyente de 1853 sobre los derechos de la Aduana. El envío del proyecto al Congreso no contribuirá a la imprescindible unidad nacional. Según los especialistas Jorge Gaggero y Federico Grasso las retenciones estuvieron vigentes en los períodos 186-288; 1890-1905; 1918-23; durante la denominada Revolución Libertadora de 1955; a partir de marzo de 1967 con el gobierno del general Onganía y su ministro Adalbert Krieger Vasena; desde el desembarco en las Malvinas y hasta la asunción de Domingo Cavallo, y desde principios de 2002. También las establecieron los presidentes radicales electos Arturo Frondizi y Arturo Illia, ambos por decreto, aunque funcionaba el Congreso. CFK invitó a quienes crean que pueden gobernar mejor a constituirse como partido político y en las próximas elecciones reclamar el voto del pueblo para ejecutar sus políticas y su modelo. De este modo tan poco mesurado colocó el debate en un contexto político y en una perspectiva histórica, que le dan sentido y densidad. Recién en 1916, con el voto secreto y obligatorio de todos los ciudadanos la república oligárquica cedió lugar al nacimiento de la república democrática. Pero las clases que en las últimas décadas del siglo XIX habían organizado la Nación e insertado su economía en el mundo como proveedor de materias primas agropecuarias e importador de bienes manufacturados no fueron capaces de organizar un partido político que representara sus intereses dentro de la competencia democrática.

Un siglo a la deriva
Esta es la clave de la inestabilidad política que atravesó el siglo XX argentino. Con ayuda de la Iglesia Católica, cuyo rechazo a la democracia provenía de su creencia en una forma superior de legitimidad, de origen divino, convirtieron a las Fuerzas Armadas en Partido Militar, que a partir de 1930 interrumpió no menos de una vez por década el proceso político. La barbarie desatada en 1976 hizo inadmisible el recurso a la fuerza armada a partir de 1983. Desde entonces esos intereses económicos y sociales colonizaron a los partidos de origen popular, como el radicalismo y el justicialismo. Esta incongruencia entre las tradiciones partidarias y las políticas aplicadas desde el gobierno produjeron la deslegitimación del sistema político y el estallido de diciembre de 2001. ¿Qué sentido tenía votar, si una vez electos los líderes de los partidos populares aplicaban políticas que empobrecían a la población? La tozudez provinciana de CFK en no apartarse de lo propuesto durante la campaña electoral replantea en términos parecidos a los de hace un siglo esa representación institucional vacante. Sigue siendo una cuestión abierta si ese vacío será ocupado por una nueva configuración de líneas internas peronistas de la región pampeana (Duhalde, Reutemann, De la Sota, Busti), tal vez en combinación con la derecha macrista porteña; por un realineamiento del antiperonismo de la ilustración radical en torno de la Coalición Cívica Libertadora o por una nueva expresión política nucleada a partir de la Mesa de Enlace y de su emergente más ambicioso, el ex comunista santafesino Eduardo Buzzi.

*Publicado el 22 de junio de 2008 en Página/12