Entre la ruina y la espera: viaje al mundo de las almas
Ricardo Forster

1. Como un espantapájaros al que le seguimos teniendo miedo, los habitantes de esta época hipertecnologizada nos horrorizamos ante la posibilidad de morirnos. Mientras los avances espectaculares de la ciencia médica y la ingeniería genética prometen un futuro de inmortalidad, los que aún habitamos en este tiempo de espera hacia el supuesto triunfo definitivo contra la parca y su guadaña no hacemos otra cosa que resistirnos a lo único que todavía es confiable: la llegada inexorable de la muerte. Son pocos, todavía, los que están dispuestos a cruzar la frontera hacia el más allá en nombre de sus convicciones políticas o religiosas; la inmensa mayoría de los seres humanos, sean creyentes fervorosos o ateos consecuentes, seguirá aferrándose con uñas y dientes a la continuidad de la vida aunque se encuentre postrada o atravesando una enfermedad terminal. Ni siquiera aquellos que están convencidos de una vida después de la muerte y que creen en el Paraíso están dispuestos a abandonar las miserias de la existencia terrenal. Son harto elocuentes las imágenes de Juan Pablo II, arrasado físicamente, imposibilitado de hablar, su rostro demudado y expresando un extremo sufrimiento que, sin embargo, y siendo alguien que debería tener garantizada la entrada al valle de las almas resurrectas, no está dispuesto, por ningún motivo, a renunciar a su investidura y a correrse de su lugar. Algo en su rostro y en sus gestos desesperados nos devuelve la imagen del miedo atávico que le tenemos, desde los tiempos más remotos, a esa señora de oscuras vestimentas que maneja el reloj de nuestros días en la tierra.
    Mientras observábamos los esfuerzos de los medios de comunicación por mostrarnos la entereza espiritual de Juan Pablo II, que se resistía denodadamente a hacer mutis por el foro, lo que se percibe es el horror que produce la cercanía de la muerte, sus garras afiladas y heladas que son resistidas hasta por quien habla en nombre de una creencia en la vida transmundana.


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(Artículo completo en Pensamiento de los confines, Nº 16, junio de 2005)