Subjetividades en pena, cuerpos con historias
Nicolás Casullo

1. Preguntarse por el estado de las cosas, pero básicamente por el momento de esa imaginaria subjetividad pensante entre las cosas, carece de respuesta. Es la demanda por una narración imposible, y por eso tal vez merezca intentarse este incumplimiento de un relato a encarar. Finalmente el interrogante no por desmedido y en desuso deja de crecer al viento en infinidad de conversaciones que buscan traspasar un límite, cualquiera sea éste, sobre la condición de la historia. ¿Qué es este sujeto, en una actualidad que ya no le encuentra significado a la propia pregunta? En el tiempo de lo fragmentario, acotado, ilusorio, especializado, virtual, producido, los matices de una subjetividad de época flotan por encima de guerras, pestes, festivales intelectuales, irrepresentatividades políticas, urbes atemorizadas, partidos de fútbol a toda hora, silenciosos juegos financieros que atraviesan los meridianos, pantallas encendidas, datos increíbles de China, hallazgos biogenéticos, y ella misma, en su figura incontrastable como subjetividad, resuena como un contrasignificado. Sería lo único que no es, ni ya podría ser.
      Una pregunta por lo tanto improcedente, más cercana a la estrechez de un mundo medieval fronterizado por ajustadas certezas y obediencias al plan de dios, que a la incontable carga mundana de acontecimientos y testigos que balcanizan y diseminan nuestras jornadas “globalizadas”. En todo caso sin embargo el enigma que encierra la pregunta es el mismo de aquel entonces, cuando se planteaban las vicisitudes del alma inmersa en la maravilla de la creación celestial y sus prodigiosos detalles, o en el infeliz valle de lágrimas como contraluz redentor. Esto es, ¿qué es hoy de las almas?
     Simbólica de una subjetividad-mundo no plausible realmente de armar: como si los datos ordenados de una investigación o las encuestas de un trabajo de campo que pretendiesen desembocar en tal modelo buscado, objeto construido, revelasen más bien que esa cuestión está ya definitivamente denegada por la propia tarea intelectual. Y que la vida –en definitiva su inmemorial sentido– es la forclusión que establece esa misma faena intelectual sobre ella y sobre sí misma. La pregunta entonces es, su propia esperanza agotada.


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(Artículo completo en Pensamiento de los confines, Nº 16, junio de 2005)