La Revolución Cubana en los discursos de Fidel Castro:
construcción de un mito político

Silvia E. Giraudo

“Sombra es el hombre, y su palabra como espuma, y la idea la única realidad.”
José Martí.

Los mitos y las figuras arquetípicas son algunas de las formas o estructuras –narrativas o descriptivas– que el ser humano utiliza para expresar y explicar su percepción de la realidad y mediante las cuales le asigna un significado a los hechos del pasado, actúa sobre el presente y proyecta el futuro. 
En este ensayo, nos proponemos analizar los modos en que Fidel Castro elabora discursivamente uno de los mitos políticos más controvertidos de la historiografía actual, el de la revolución (1). Basta una lectura superficial de los textos del Comandante para advertir que en ellos el concepto está reificado y adquiere entidad propia: la revolución cubana hace, pide, educa, protege, ordena. Intentaremos, pues, inferir las causas y las consecuencias de esta simbolización, que marca, desde hace más de cincuenta años, la vida política de Cuba.

Algunos conceptos claves 
Entendemos por mito una narración de hechos sucedidos en un tiempo y un espacio sagrados o sacralizados, ontológicamente diferentes del tiempo y el espacio profanos –éstos últimos, lineales, cuantificables y no reiterables–; protagonizados por dioses o héroes, referidos habitualmente a situaciones límite; en este sentido, los mitos nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia cotidiana. Cumplen una función, a la vez, cosmogónica y pedagógica: al tiempo que ordenan el caos y fundan un cosmos, un modo de ser-en-el-mundo, nos enseñan cómo se debe ser y hacer, colocándonos en la postura espiritual o psicológica correcta para la acción apropiada. De esta manera, el mito ayuda a las personas a hacer frente a los conflictos y a encontrar su verdadera orientación.
         En el lenguaje corriente, suele asociarse a la noción de mito la de ficción o fábula. Sin embargo, a pesar de que ya en la filosofía griega clásica encontramos la distinción entre mythos, como pensamiento prelógico –y, en consecuencia, de menor envergadura–, y logos, o lo que nosotros llamaríamos hoy pensamiento pragmático, racional o científico, no es ése el significado más profundo del término ni, ciertamente, el que le asignamos en este estudio. Tal como lo señala Mircea Eliade, el pensamiento mítico es consustancial al ser humano y “revela ciertos aspectos de la realidad –los más profundos– que se niegan a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser” (1974: 12). Más allá de su ropaje significante, un mito es cierto porque es eficaz; no porque proporcione una información objetiva, sino porque permite comprender mejor el significado de la vida. “Si funciona”, dice Karen Armstrong, “es decir, si nos hace cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita a vivir de una forma más plena, el mito es válido” (2005: 19).
        Fuera del marco histórico que lo contiene, el mito carece de sentido: su funcionalidad y su actualización dependen de aquél. Al mismo tiempo, un hecho histórico no puede convertirse en fuente de inspiración a menos que se lo transforme en un mito. Un suceso necesita ser “liberado” de las circunstancias históricas específicas, pues de lo contrario seguiría siendo un episodio puntual e irrepetible. Consecuentemente, el mito se revive y se reactualiza en el rito, el espacio por excelencia para la transmisión del conocimiento sagrado que contiene el mito. El rito implica asimismo la ruptura del tiempo profano, lineal, para adentrarse en la realidad última, que no puede ser interpretada sino a través de los mitos y de los símbolos.
        Hijos, al fin, del positivismo occidental decimonónico, así como equivocadamente asociamos, por lo general, el mito a la invención o a la mentira, también solemos relegarlo al mundo de las sociedades arcaicas o etnográficas. Sin embargo, las sociedades contemporáneas y sus actores sociales siguen creando mitos, puesto que éstos constituyen una de las matrices más fecundas del pensamiento humano. Naturalmente, los mitos modernos plantean algunas diferencias: despojados de elementos sobrenaturales o divinos, ya no son protagonizados por seres ultraterrenales, sino por héroes de carne y hueso, y adquieren ribetes de racionalidad que enmascaran, con frecuencia, su verdadera naturaleza.

Hechas estas consideraciones generales, precisemos aún más los conceptos que estamos analizando, puesto que en este ensayo nos referimos a un tipo particular de mito, el mito político. El adjetivo alude al papel que el ser humano desempeña en tanto ciudadano, y a sus relaciones con sus pares y con el  Estado. Éstas –como todas las relaciones humanas, por otra parte– están marcadas por el poder, físico o simbólico, ejercido jerárquicamente por una de las partes sobre la otra y entendido como la capacidad de tomar decisiones que obliguen a otros. En el caso de las naciones occidentales contemporáneas, el Estado designa la forma institucionalizada del poder, ejercida en el seno de una sociedad; cohesiona al grupo, establece condiciones de supervivencia y asegura derechos y garantías.
        Los mitos políticos, por consiguiente, son aquellas construcciones discursivas aceptadas socialmente y destinadas a explicar y planificar la naturaleza de las relaciones de los hombres dentro de la polis y con la autoridad legítimamente constituida. Dice Baczko: “Los mitos políticos encierran y transmiten representaciones simbólicas del Poder, legitiman relaciones de fuerza existentes o postuladas en el campo político, (son) mitos cuya base está conformada por la representación de la autonomía de lo social y de lo político” (2005: 103).
        El segundo eje isotópico de este análisis es el de revolución,  concepto que suele utilizarse habitualmente en los discursos historiográfico, político, sociológico, etcétera, sin que haya terminado nunca de definírselo claramente y con una gran diversidad de significados, incluso contradictorios, aunque, en general, se lo considere suficientemente inteligible (2).
        Finley propone una solución amplia: “El historiador tiene libertad para definir el término ‘revolución’ como lo desee (dentro de unos límites). La cuestión es si la definición que ha elegido nos ayuda a comprender el tema  que está analizando” (Finley, M.I.: La revolución en la antigüedad. En Porter y Teich 1990:71). La opción de Finley nos parece cómoda pero insuficiente, puesto que, como él mismo señala, el espectro de significados posibles va desde sinónimo de “cambio” hasta la definición de raigambre marxista, según la cual el término ha de limitarse a aquellos momentos en la historia de la lucha de clases durante los cuales se produce un cambio radical y violento en la clase fundamental de la estructura política.
        Eric Hobsbawm, por su parte, describe a  las revoluciones como “puntos de ruptura” en sistemas sometidos a una tensión creciente, incluyendo en ellas las consecuencias de tales rupturas. Es decir, se trata de “incidentes en el cambio macrohistórico” (La revolución. En Porter y Teich 1990: 19). Ahora bien, las tensiones internas a largo plazo dentro de un sistema  ofrecen posibilidades de estallido revolucionario, pero no lo aseguran: las “situaciones revolucionarias”, dice el mismo autor, se mueven en el ámbito de las posibilidades y su análisis no resulta profético.
        Hobsbawm destaca asimismo la descripción que hace Vladimir I. Lenin de los rasgos característicos de dichas situaciones: en primer lugar, la crisis en la política de las clases dirigentes, que produce fisuras a través de las cuales aparece el descontento y la indignación de las clases oprimidas; en segundo lugar, la agudización del descontento de las clases inferiores y, en tercer lugar, un incremento considerable de la actividad de las masas (op.cit., 36). A ellos añade Hobsbawm “las circunstancias internacionales e históricas del mundo”, que “constituyen un componente esencial de la situación, con frecuencia el más decisivo (…) aunque la omnipresencia de una situación internacional no ha de llevarnos a concluir que siempre es decisiva, incluso en las grandes revoluciones”.
        Si aplicamos esta definición al caso de la revolución cubana, puede decirse que el cambio macrohistórico al que se refiere este historiador está constituido por el proceso latinoamericano de descolonización e independencia, que viene prolongándose desde hace casi doscientos años. Basta recordar que la conquista y colonización ibéricas fueron seguidas, tras las guerras de independencia que tuvieron lugar en el siglo XIX, por el sometimiento político y, sobre todo, económico de las naciones del continente a Estados Unidos. En ese marco, la revolución encabezada por Fidel Castro en la isla caribeña constituye un punto de ruptura sobresaliente.
        Hobsbawm  considera, además, que las definiciones más útiles son las descriptivas o sintéticas, por lo cual toma la de Griewank, quien destaca respecto de toda revolución: primero, que se trata de un proceso violento que implica una ruptura o derrocamiento, especialmente en lo que concierne a las instituciones estatales y jurídicas; segundo, que es un movimiento masivo; tercero, que tiene objetivos ideológicos que apuntan a un mayor desarrollo del grupo social (op.cit., 22). Con respecto a la segunda de estas características, Hobsbawm le da a Lenin la razón en cuanto éste sostenía que uno de los rasgos de las situaciones revolucionarias es la intensa participación de las masas en la vida pública. En consecuencia, el cambio social que una revolución propone nunca es unidireccional, puesto que una transformación auténtica no puede imponerse simplemente desde arriba, ni producirse sólo desde abajo. Luego, al ponerse en marcha fuerzas de sentidos opuestos, rara vez es posible, como señala el mismo Lenin, predecir el curso de los acontecimientos: el logro de un régimen revolucionario consiste en aprovechar en beneficio propio una situación cambiante.
        Por otra parte, nuestro objeto de estudio nos plantea un aspecto problemático adicional: la revolución de la que Fidel Castro habla ya dura más de cincuenta años. Entre 1953, en que se produce el primer estallido revolucionario con el asalto al Moncada, hasta 1959, cuando la entrada triunfal de los combatientes al mando de Fidel Castro en La Habana marca oficialmente el triunfo de la que hoy conocemos como “revolución cubana”, es posible distinguir con claridad los rasgos que antes señalábamos como pertinentes a cualquier contexto prerrevolucionario: la corrupción y la sumisión al gobierno de Estados Unidos de la clase política, personificada por el dictador Fulgencio Batista y sus seguidores; el descontento de las clases media y baja cubanas, oprimidas por el hambre, la desocupación y la falta de oportunidades; la movilización de las masas, parte de las cuales se van sumando progresivamente a los guerrilleros de la Sierra Maestra, o los apoyan directa o indirectamente; para culminar con el derrocamiento del gobierno ilegítimo de Batista y la toma del poder por parte del Movimiento 26 de Julio, cuyos objetivos, ya señalados en La Historia me absolverá (3), pueden sintetizarse claramente en un cambio radical de las condiciones políticas, económicas y sociales de la vida cubana.
        
Los objetivos y logros alcanzados por la revolución no son de ninguna manera nuevos: tal como ya lo hiciera en La Historia me absolverá, Fidel Castro traza una línea de continuidad entre las guerras de la Independencia y la revolución cubana, la que triunfó en 1959 y la que sigue produciéndose hoy. Los revolucionarios del Movimiento 26 de julio y el pueblo cubano todo no son sino continuadores de la obra de Maceo, Céspedes, Martí:

 “Los que reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868 precisamente cuando se cumplían cien años del nacimiento de Martí, de él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución”  (XL)

Cuando Ignacio Ramonet le preguntó si “se puede decir que aquel 26 de julio de 1953 empezaba la revolución cubana”, la respuesta del Comandante fue contundente: “No sería absolutamente justo, porque la revolución cubana comenzó con la primera guerra de Independencia en 1868” (Ramonet 2006: 23). Por lo tanto, podría entenderse que, a su criterio, se trata de una y misma revolución, iniciada a fines del siglo XIX y aún no finalizada. Si bien es claro que los tiempos históricos no son comparables a los tiempos mensurables en la duración de una vida humana, ¿es posible en este caso hablar de un suceso acaecido en un “momento”?
         Creemos que una respuesta adecuada para este interrogante es la de Eric Hobsbawm:

 “No se puede afirmar que las revoluciones `hayan concluido` hasta que el régimen revolucionario ha sido derrocado o ha superado por completo el peligro de serlo. En ocasiones, es difícil saber cuándo ha llegado ese momento. Podemos afirmar casi con total certeza que la revolución cubana de 1959 se vio a salvo de peligros internos desde el comienzo, pero aunque la Bahía de los Cochinos (4) -1961- lo confirmó, difícilmente nos hubiera permitido suponer que los Estados Unidos no realizarían intentos serios de derrotarla por la fuerza durante el siguiente cuarto de siglo”.

(Op.cit.: 43)

Veremos más adelante, además, que en el discurso de Castro la revolución es un proceso de cambio social profundo que está en marcha y que no concluirá hasta que el país no sólo haya superado los peligros externos, sino que haya alcanzado un ejercicio de su soberanía, un equilibrio político y económico  y una justicia social plenos; desde la perspectiva marxista, hasta que la sociedad cubana haya llegado al comunismo.
        En tanto “punto de ruptura”, una revolución implica un retorno al caos para fundar un mundo distinto, esto es, para recrear el cosmos: la vida recomienza sobre nuevos principios. Es allí donde aquélla adquiere matices míticos: en el centro del imaginario revolucionario “está instalada la representación de la ruptura del tiempo, de su corte entre tiempo antiguo y tiempo nuevo” (5) (Baczko 2005: 96). Una revolución implica una profunda conmoción de las estructuras políticas y sociales de un país, como así también de los sistemas de valores y creencias, que deben ser modificados o sustituidos por otros. Estos cambios, por otra parte, necesitan ser legitimados, con lo cual deben generarse nuevas significaciones a los acontecimientos que se aceleran, produciéndose así un nuevo imaginario social revolucionario. El mundo que se inicia con promesas de libertad y de felicidad, especialmente para los más desposeídos, aparece como una enorme obra en construcción donde tienen al fin lugar los mejores sueños colectivos.

        Todo lo antedicho abre el camino a la producción de nuevos símbolos, emblemas y ritos revolucionarios, signos que cristalizan y traducen sueños y esperanzas compartidos y sustentan la identidad social recientemente creada, cuya alteridad reside en sus principios fundadores. De esta manera, la revolución se expresa tanto en una praxis como en un conjunto de signos: Desde el punto de vista de la imagen física, Castro acostumbra a hablar en plazas públicas: la más frecuente, la Plaza de la Revolución de La Habana, al pie del monumento a José Martí: éste pareciera operar como una suerte de sombra protectora sobre el líder.
        Por lo general, viste el uniforme militar de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias: simbólicamente, Castro representa en su ropa una revolución que está en marcha y que demanda permanentemente una actitud dispuesta y combativa. Sólo en muy pocas ocasiones, y esto si se encuentra en el extranjero participando de alguna actividad oficial o en Cuba, en alguna oportunidad especial, viste un traje civil.  Por su parte, le atribuye sencillamente a la comodidad y a la costumbre el uso del uniforme:

“Bueno, es, ante todo, por una cuestión práctica, porque con el uniforme no necesito ponerme una corbata todos los días… (…) Pero este uniforme que tuve siempre, desde la Sierra, es mi ropa habitual, me he acostumbrado a él y me siento perfectamente cómodo en él.”

(Ramonet 2006: 521)

Su clásica barba cumple una función identificatoria similar, que él mismo se ha encargado de explicitar:

“La historia de la barba es muy sencilla: eso surgió de las condiciones difíciles que vivíamos en la guerrilla. No teníamos cuchillas de afeitar, ni navajas. Cuando nos vimos en el corazón del monte, a todo el mundo le creció la barba y la melena,  y al final  eso se transformó en una especie de identificación. (…) Así la barba servía como elemento de identificación y de protección, hasta que terminó transformándose en un símbolo de los guerrilleros. Después, con la victoria de la Revolución, conservamos la barba para preservar el símbolo.”

(Ramonet 2006: 179)

Lo más corriente es que tenga ante sí un atril, ubicado sobre una tarima o escenario cuya función no es poner distancia con su público, sino permitir que sea visto por la mayoría de la inmensa cantidad de personas que acuden a estos actos. Sobre ese atril, algunos papeles en los que están consignados algunos datos y fechas referentes al tema que lo ocupa en el momento; por lo demás, el Comandante no lee sus discursos, sino que los estructura y pronuncia verbalmente en el mismo momento.
         Añadimos a estas figuras icónicas también la fórmula con la que el Comandante acostumbra a terminar sus discursos: “Patria o muerte. ¡Venceremos!”(6).

        Otra imagen central, en este universo de representaciones que es el imaginario revolucionario cubano, es el Pueblo, figura que funda soberanamente la nueva legitimidad, como máxima referencia del modelo socialista. “Pueblo”, dice Baczko, “un concepto descriptivo que se refiere a las realidades empíricas, diversas y en movimiento, pero también un potente símbolo unificador de todos los valores en los que se reconoce la Revolución” (2005:44).  Fernández Retamar, por su parte, sintetiza estos valores en el carácter martiano, popular y socialista de la revolución cubana: “La revolución de Martí, la revolución del 26 de julio, la revolución de los “pobres de la tierra”, era ya la revolución socialista que no podía dejar de ser” (2006: 65).
        Naturalmente, el mito revolucionario no funciona, en ningún caso, aisladamente, sino que debe encuadrarse en estructuras más amplias, como una ideología y un proyecto político: la revolución cubana no puede ser comprendida si la desprendemos de la doctrina marxista-leninista y del proyecto de construcción del socialismo.  

La revolución cubana en los discursos de Castro:
A  riesgo de habernos extendido  demasiado en lo que podríamos llamar el marco teórico de este trabajo, nos pareció sin  embargo conveniente puntualizar con alguna precisión los conceptos que sustentan el análisis de la construcción discursiva que Fidel Castro hace de la revolución cubana, a la que él mismo define como basada en “concepciones marxistas-leninistas” (X) (7).
        Dijimos al comenzar que, en los discursos del Comandante (como en el imaginario social cubano en general), la revolución se reifica y adquiere entidad propia: “…hoy nuestra Revolución conoce mucho más acerca de los problemas humanos y cómo contribuir a aliviarlos o a resolverlos” (37).
        En algunos textos, Castro usa el término como un sinónimo del Estado (cubano), como si uno fuera interpretante del otro: “El Estado y la Revolución (8) deben ocuparse de cada una de las 48.000 (personas con algún grado de invalidez o incapacidad que habitan en La Habana)” (VIII). En otros, Cuba es la revolución y ésta es Cuba: “Yo no entiendo qué quiso decir él (9) con eso, como si la República de Cuba pudiera separarse o apartarse de la Revolución. No hay separación posible (…)” (IX).
        De las palabras de Castro se infiere que Cuba llegó a ser, en el sentido más pleno del verbo, por y gracias a la revolución; sin ella, no sería Cuba, esto es, un país libre y soberano, sino que continuaría siendo un satélite de Estados Unidos. Es, pues, la revolución la que le dio al país entidad e identidad. En otro discurso, en el que, una vez más, vuelve a responder a propósito del entredicho con el gobierno mexicano (10) y particularmente a ciertas manifestaciones públicas del canciller Castañeda, Castro alude a “la extraña frase del Canciller que desde ese momento las relaciones con la Revolución Cubana se habían roto y que en lo adelante habría relaciones con la República de Cuba”. Y destaca categóricamente:

“Yo hice alguna reflexión. Cómo pudieran separarse, porque existe república verdadera aquí desde que existe Revolución. Aquella caricatura de república, cómo se podía llamar república. La república en Cuba es inseparable de nuestras luchas y de las luchas de nuestros mambises durante tanto tiempo en el siglo pasado y las proezas de nuestro pueblo durante más de cuarenta años, que no tienen paralelo en la historia, por su capacidad de resistir y de hacer cosas que nos han situado ya por encima de cualquier otro país del mundo y disponer hoy de las condiciones para hacer lo que con más fuerza, más intensidad y más convicción que nunca estamos haciendo ahora. ¿Cómo se puede separar eso de la Revolución?” (XI).

La revolución es la marca identitaria del país, la que ha configurado a Cuba tal como es hoy y la que, sumándose a las virtudes históricas del pueblo cubano, le ha aportado los valores que hoy lo distinguen de los demás:

“Las gloriosas tradiciones de rebeldía y lucha patriótica de nuestro pueblo, a las que se unen hoy un cabal y profundo concepto de la libertad, la igualdad y la dignidad del ser humano, los sentimientos de solidaridad, espíritu internacionalista, confianza en sí mismo, conducta heroica, 43 años de lucha tenaz e infatigable contra el poderoso imperio, amplia y sólida cultura política y extraordinario humanismo –obra de la Revolución en su conjunto-, han hecho de Cuba un país diferente” (XVII).  

La Revolución, la República, Cuba, la lucha histórica, el pueblo: juntos, forman un todo indisoluble, una cadena de semiosis ilimitada donde cada término, para definirse y justificarse,  remite al otro siempre y necesariamente. Sobre todo, porque el factor que los nuclea es el consenso popular: de los discursos de Castro se infiere que la Revolución no fue un proceso impuesto por un grupo de visionarios ni, mucho menos, por agentes externos, sino la consecuencia lógica de la voluntad mayoritaria de un pueblo convencido:

“El proceso revolucionario se basa en la más estrecha unidad y cooperación de todo el pueblo, un consenso sin precedente en ningún otro lugar, imposible de concebirse y ni siquiera imaginarse en una sociedad de explotadores y explotados. Un pueblo culto, rebelde, de valientes y héroes, como el pueblo cubano, no podría ser gobernado por la fuerza ni habría fuerza con que gobernarlo, porque él es la fuerza. Jamás se sublevaría contra sí mismo, porque él es la revolución, él es el gobierno, él es el poder” (XVII).

El Comandante insistirá en este punto más de una vez, reafirmando siempre que la vigencia y los logros de la revolución son méritos pura y exclusivamente del pueblo cubano: “El pueblo ha apoyado en masa siempre las actividades de la Revolución” (XLVIIII). Ésa es la razón, además, por la cual la revolución cubana ha podido resistir los bloqueos, amenazas y agresiones de la potencia del Norte a lo largo de casi cincuenta años: “¿Por qué resistimos? Porque la Revolución contó siempre, cuenta y contará cada vez más con el apoyo del pueblo” (XLVIIII). Y, como ya lo había afirmado en La Historia me absolverá, “ningún arma, ninguna fuerza es capaz de vencer a un pueblo que se decide a luchar por sus derechos” (Castro 1995: 51). Por ello, “destruir esta Revolución defendida por este pueblo es un imposible” (XIV).

        La revolución fue posible y sobrevive, según Castro, gracias a un pueblo excepcional, pero éste, a su vez, ha sido creado por ella. En el acto de inauguración de las obras del nuevo programa de salud puesto en marcha, en abril de 2003, destaca que éste “es posible  únicamente por el enorme capital humano creado por la Revolución cubana a lo largo de más de cuatro décadas” (XLVI). Y en otro momento: “¡Viva la Revolución socialista de Cuba! Porque sin ella no seríamos hoy lo que somos” (XIV).
         Así, pues, una y otro se nutren y se sostienen mutuamente. Allí radica la fuerza misma de la Revolución: en que todos sus esfuerzos están centrados en el ser humano:

“No se progresa sólo produciendo automóviles, se progresa desarrollando inteligencias, impartiendo conocimientos, creando cultura, atendiendo a los seres humanos como deben ser atendidos, que es el secreto de la enorme fuerza de nuestra Revolución” (I).

Al describir el concepto de “mito” que estamos utilizando, dijimos que las sociedades contemporáneas también han creado los propios, con algunas diferencias en relación a los mitos arcaicos o tradicionales. Una de ellas es el carácter de sus protagonistas: ya no se trata de dioses o semidioses, sino de personas corrientes, devenidas héroes.
        En el caso del mito revolucionario cubano, tal como lo construye Fidel Castro en sus discursos, el héroe es el pueblo: él es quien ha hecho el viaje mitológico prescrito, que Joseph Campbell sintetiza en la fórmula separación-iniciación-retorno (1992:35): como Ulises, el héroe deja su casa, su mundo, su vida personal, para emprender un largo viaje lleno de peligros y amenazas. Si triunfa, regresará a su hogar con el premio o el tesoro deseado, que compartirá con los suyos.  Así, el pueblo cubano se apartó –y, en cierta medida, continúa haciéndolo– de su vida cotidiana, de la comodidad y la seguridad de una existencia vivida sin más objetivos que los individuales, para enfrentar, cincuenta años atrás, la tiranía de Batista; hoy, las amenazas del capitalismo y del imperio estadounidense. El premio a obtener es la libertad, la dignidad y la justicia para todos los ciudadanos de ese país. El sacrificio es enorme, por eso “heroico” es uno de los calificativos que Castro aplica con más frecuencia a su pueblo.

Los objetivos de la revolución cubana, según los discursos del jefe de gobierno,  son de carácter profundamente humanista: “El cese de la explotación de los seres humanos y la lucha por la verdadera igualdad y justicia, es y será el objetivo de una revolución que no dejará de serlo nunca” (XXI) Apuntan, por eso mismo y sobre todo, a una educación y una salud integrales. Es en estas áreas donde Castro propone la mayor revolución.
        Con respecto a la primera,  tiene siempre presente la vieja consigna martiana (que ya había subrayado en La Historia me absolverá): “Sin cultura no hay libertad posible” (XXIV).  Más todavía, revolución equivale a educación:

Constituye un hecho verdaderamente simbólico y prácticamente una definición de lo que es una revolución, que aquí, de donde salieron golpes de Estado, y de donde salieron tantas fuerzas que tanto oprimieron a todo el país, haya hoy un complejo con 18 centros docentes y un total de 14.030 estudiantes”  (VIII).  

Por eso insiste una y otra vez es redoblar los esfuerzos para revolucionar la educación y la cultura: “…un pueblo que está revolucionándose en todos los campos y especialmente en el campo del conocimiento y de la cultura” (XIV). En uno de los países con mayor tasa de alfabetización y menor índice de deserción escolar, no sólo de América Latina, sino del mundo, su jefe de Estado manifiesta, como si la tarea apenas hubiera comenzado:

”Concientes de la inmensa obra que nos espera en todo el país para alcanzar un salto de calidad en nuestros servicios educacionales y una verdadera revolución en ese campo con un mínimo de gastos y apelando fundamentalmente a nuestro capital humano, nuestra confianza y seguridad se fortalecen”  (XXVIII).

Eventualmente, sus palabras con respecto a este tema se vuelven incluso apremiantes:

 “…se proclama con fuerza la necesidad de llevar adelante hasta sus últimas consecuencias la revolución educacional profunda y sin precedentes en que estamos envueltos. Más allá de un elemental deber de humanidad y justicia social, es también para nuestro pueblo un imperativo de nuestra época y nuestro futuro” (XXXIII).

Como es natural, los beneficios de esa revolución en la educación deben extenderse a todos:

 “Mientras en el mundo se escuchan los tambores de guerra o se dilapidan recursos para fabricar armas cada vez más sofisticadas y destructivas, en Cuba revolucionamos la educación para multiplicar los conocimientos de las nuevas generaciones, universalizamos el acceso a los centros superiores de enseñanza, llevamos las escuelas de arte a todo el país y proyectamos crear las condiciones para que el disfrute y el placer de sus maravillosas creaciones alcance a todos” (XXXIV).

De manera similar, la revolución debe producirse en el área de la salud. Cuando, en abril de 2003, inaugura obras del nuevo programa de salud que incluyen, entre otras cosas, 31 servicios de ultrasonidos en policlínicos de La Habana, 26 en los de otras provincias y cursos de perfeccionamiento médico que permitirán a los graduados alcanzar títulos como el de máster o doctor en Ciencias, Castro señala: “Ésta será la base fundamental de la revolución que nos proponemos en el campo de la salud” (XLVI). Es decir que, en un país que ha obtenido logros en esta área, de vital importancia para cualquier sociedad, que la inmensa mayoría de los países de la región aún ven como inalcanzables, el jefe de Estado pone la revolución en el futuro. Lo más llamativo es que los objetivos se apartan de la atención primaria y la medicina curativa, que es hoy casi lo máximo a lo que pueden aspirar las naciones en vías de desarrollo, para apuntar a la medicina preventiva y el mejoramiento de la calidad de vida: “Elevar la calidad de vida de las personas de todas las edades constituye un objetivo fundamental de nuestro programa de salud” (XLVI).

        Castro ha declarado repetidas veces que, ideológicamente, él es antes que nada martiano; luego, marxista-leninista. Recordemos que ya en La Historia me absolverá le había adjudicado al héroe de la Independencia la autoría intelectual del asalto al Moncada. En consecuencia, la estructura de pensamiento que vertebró el Moncada y vertebra hoy la revolución y la política cubanas son, pues, de cuño martiano:

“El Escambray, Girón, la Crisis de Octubre (…), las decenas de miles de médicos, de maestros y de otros profesionales que durante cuarenta años prestaron sus servicios a pueblos hermanos pobres, los miles que aún en período especial lo continúan haciendo, son victorias inspiradas en la misma filosofía que nos guió aquel 2 de diciembre, hace 45 años (11)” (VII).

        Ya Martí había señalado la necesidad de trascender las fronteras nacionales para poner la mirada y los esfuerzos en “nuestra América”. Si bien este concepto subyace en los discursos de Castro, resulta posible advertir también la influencia leninista en su insistencia en la necesidad de internacionalizar la revolución:

“Envidiamos a cada uno de ustedes la lucha que tienen por delante hoy con objetivos mucho más trascendentes: defender y desarrollar lo que hemos alcanzado y hacer por la humanidad, en la medida de nuestras fuerzas, lo que nosotros creemos haber hecho por la patria” (VII).

La finalidad de esta tarea es tanto humanitaria como política; o, tal vez debería decirse, es política porque es humanitaria:

“Decenas de miles de médicos cubanos han prestado servicios internacionalistas en los lugares más apartados e inhóspitos. Un día dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo; pero que, en cambio, nuestro país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más oscuros rincones del mundo (12)” (XLIX)

Coherente con el carácter marxista-leninista de su pensamiento, Castro está convencido de que, más temprano que tarde, todos los pueblos deberán alcanzar la liberación y la justicia social. Sin embargo, al mismo tiempo considera también que cada uno debe hallar su propio camino, en tanto las condiciones objetivas y subjetivas que posibilitan una revolución son distintas en cada caso. Por ello, en la entrevista que le hiciera Ignacio Ramonet señaló: “Yo sostengo, además, que la Revolución no puede ser exportada, porque nadie puede exportar las condiciones que hacen posible una revolución” (Ramonet 2006: 261).

“Una revolución basada en ideas”:
Habitualmente, al concepto de “revolución” se asocia la idea de violencia, particularmente el de violencia física: no es de ninguna manera motivo de extrañeza el que una revolución vaya acompañada de derramamiento de sangre.

En el caso de la revolución cubana, de hecho fue así, no sólo en el asalto a los cuarteles militares de Santiago de Cuba y Bayamo, en 1953, sino también en los años de lucha en la Sierra Maestra, hasta el triunfo oficial de la revolución, en enero de 1959. Los combatientes  del Movimiento 26 de Julio que acompañaban a Fidel Castro enfrentaron repetidas veces al ejército de Batista y si bien, según las palabras de su líder, evitaron en lo posible que los soldados del régimen sufrieran daños personales, fue inevitable que hubiera muertos y heridos de ambos bandos.

        Pero la revolución más importante, a juicio del Comandante, y aquélla por la que viene bregando desde hace ya muchos años, es la revolución o, para utilizar la misma frase de José Martí, de quien toma el concepto, la “batalla de ideas”. Y él mismo explica la expresión: “Batalla de ideas no significa sólo principios, teoría, conocimientos, cultura, argumentos, réplica y contrarréplica, destruir mentiras y sembrar verdades; significa hechos y realizaciones concretas” (XV). Así, por ejemplo, señala Castro: “Quiso el azar que en estos días se convirtiesen en realidad, simultáneamente, cuatro importantes programas (13) de la Revolución, fruto de la gran batalla de ideas que estamos librando” (XIV).
        
También fue fruto de la batalla de ideas la victoria del gobierno cubano en el conocido caso del niño Elián González: (14) “Fueron grandes esfuerzos que se hicieron en este período de la batalla de ideas, en este período de lucha iniciado hace más de 21 meses con el secuestro del niño Elián González” (I)  

Ya desde La Historia me absolverá, y a lo largo de todos sus discursos, Castro insistirá una y otra vez en que una revolución no se hace por los fusiles, sino cuando ello es inevitable: las verdaderas armas son las ideas, los argumentos, las discusiones; en última instancia, la razón. Una revolución –dirá este discípulo dilecto de Martí– no debe apelar al uso de la fuerza sino cuando todo otro camino ha sido agotado y, sobre todo, debe estar fundada en sólidos principios éticos, sin los cuales pierde toda razón de ser: “…de él (Martí) habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera  concebirse una revolución” (XLI).
        En consecuencia, define a la revolución cubana como “una Revolución que se basa en ideas, en la persuasión y no en la fuerza” (I), porque “el pensamiento y la conciencia pueden más que el terror y la muerte” (V).
        Eventualmente, si la vida y la libertad de una nación está en juego, y se han usado ya infructuosamente todas las vías diplomáticas, es posible que la apelación a la violencia, sobre todo en ejercicio de un derecho a la legítima defensa, sea la única opción a seguir; sin embargo, reiterará que su elección debe resultar claramente inevitable. Frente a las permanentes amenazas y agresiones del gobierno de los Estados Unidos, manifiesta con toda claridad:

“No deseamos que la sangre de cubanos y norteamericanos sea derramada en una guerra; no deseamos que un incalculable número de vidas de personas que pueden ser amistosas se pierdan en una contienda. Pero jamás un pueblo tuvo cosas tan sagradas que defender, ni convicciones tan profundas por las cuales luchar, de tal modo que prefiere desaparecer de la faz de la tierra antes que renunciar a la obra noble y generosa por la cual muchas generaciones de cubanos han pagado el elevado costo de muchas vidas de sus mejores hijos. Nos acompaña la convicción más profunda de que las ideas pueden más que las armas por sofisticadas y poderosas que éstas sean” (XLVIIII).  

Por ello es que Fidel Castro se ha convertido, en los últimos años, en uno de los mayores detractores de la política exterior estadounidense, cuyo uso y abuso del poderío económico y militar para someter a aquellos países que no responden de inmediato a los intereses del imperio ha denunciado en reiteradas oportunidades.  Cuba pareciera ser uno de los pocos países en el mundo que se atreve a no bajar los ojos ante el gigante. Una isla pequeña, de apenas once millones de habitantes y parte integrante del grupo de países eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo”,  resiste y enfrenta al que muchos historiadores y analistas políticos consideran el imperio más fuerte de la historia. Según las palabras de su Presidente, no tiene Cuba armas nucleares, químicas o bacteriológicas, “porque de la fuerza que dan las ideas, que da la verdad y que da una causa justa es que los pueblos se vuelven invencibles” (XLIX). Es ésa y no otra la razón por la cual Cuba ha podido resistir a cuarenta años de embargo económico, atentados y amenazas: “Nuestro país se mantiene sobre la base de ideas, de lo contrario, no habríamos podido luchar contra ese monstruo”  (L).

Su confianza en el poder de las ideas es una de las razones de su optimismo, a pesar de que los enfrentamientos se multiplican en el mundo y la hegemonía estadounidense no conoce límites:

“Son las ideas, son las ideas las que iluminan al mundo, son las ideas, y cuando hablo de ideas sólo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que pueden poner solución a los graves peligros de la guerra, o las que pueden poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la batalla de ideas” (XLIX).  

Cuba es la revolución, la revolución es Cuba:
El imaginario social de cada pueblo o nación construye su propia identidad, a partir de una estructura ideológica, de una cosmovisión compartida. Mucho le aportan la historia vivida o, debiéramos decir mejor, la percepción que el colectivo ha elaborado de esa historia, así como las expectativas puestas en lo porvenir.

En el caso de la Cuba contemporánea, tal como se infiere de los discursos de su jefe de Estado, su identidad está vertebrada por el mito revolucionario: Cuba es la Revolución. El mito explica  sus orígenes, sus luchas, sus sufrimientos; ordena y da sentido a sus vivencias; marca las pautas para el futuro. Cuba no sólo le debe a la revolución su libertad y su dignidad, sino su existencia misma como nación soberana. Ella es, para el pueblo cubano, el espacio vital donde respira, se mueve y crece.  

1-El corpus analizado está integrado por 53 discursos, pronunciados por el Comandante Fidel Castro entre el 11 de septiembre de 2001 y el 26 de julio de 2003. A fin de simplificar el sistema de referencias, los mismos están citados  de acuerdo a  la numeración indicada al final de este trabajo.
2-“Revolución deriva de volvere, dar la vuelta, más re-, un prefijo que combina los significados de atrás y otra vez. Difiere de volver o retroceder al expresar la idea de que el movimiento hacia delante continúa al dar la vuelta, de aquí que dar vuelta como un círculo es revolverse. Ya en 1600 se usó para significar el derrocamiento completo de un gobierno establecido” (Parker, William: Las revoluciones agraria e industrial. En Porter y Teich 1990: 220).
3-El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes rebeldes encabezados por un abogado de sólo 26 años, Fidel Castro, intentó tomar los cuarteles militares Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo. El golpe fracasó; muchos de los combatientes fueron asesinados allí mismo o en los días que siguieron; algunos fueron apresados y llevados a juicio, entre ellos, el propio Fidel Castro, quien solicitó ejercer su propia defensa. El 16 de septiembre de ese mismo año, en la penúltima sesión del juicio, pronunció su alegato final, que pasaría a la historia de los discursos políticos contemporáneos con un nombre tomado de su última frase: “Condenadme, no importa…La Historia me absolverá”.
4-Hobsbawm alude al desembarco de fuerzas estadounidenses en Playa Girón (Bahía de los Cochinos) el 17 de abril de 1961, realizado con el propósito de derrocar el régimen cubano, y que fue rápidamente rechazado.
5-El subrayado es del autor citado.
6-El 5 de marzo  de 1960, Fidel Castro afirmó que no existía otra alternativa que la de Patria o Muerte, advertencia surgida ante la tumba de los obreros y soldados muertos en día anterior, víctimas del sabotaje estadounidense al vapor La Coubre. Meses después, el 8 de junio, en la clausura del Primer Congreso Revolucionario de Barberías y Peluquerías,  el Comandante pronunció un discurso que concluyó diciendo: “Para cada uno de nosotros la consigna es individualmente Patria o Muerte, pero para el pueblo, que a la larga saldrá victorioso, la consigna es Venceremos”. Desde entonces, la fórmula completa, “Patria o Muerte. ¡Venceremos!”, constituye una suerte de juramento ritual para los cubanos, expresión de lucha y de victoria.
7-La Constitución Nacional de Cuba incluye el carácter irrevocablemente socialista de la Revolución.
8-En las páginas y documentos oficiales de Cuba,  la palabra revolución aparece siempre escrita con mayúscula
9- Se refiere a Jorge Castañeda, Ministro de Relaciones Exteriores de México en la fecha del discurso citado.
10-A principios de 2002, tuvo lugar en la ciudad de Monterrey la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, convocada por las Naciones Unidas. Unos días antes, el Presidente de México telefoneó a Castro para pedirle que no se quedara en México después de haber pronunciado su conferencia, a fin de no encontrarse con el Presidente Bush, a lo cual Castro accedió cortésmente. Posteriormente, el gobierno mexicano negó que hubiera existido la conversación telefónica, lo que provocó una situación de tensión entre ambos gobiernos.
11-Fecha del desembarco de los expedicionarios del Granma.
12-Castro alude aquí a expresiones vertidas por el Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, sobre que su país estaba dispuesto a realizar “ataques preventivos y sorpresivos” en “cualquier oscuro rincón del mundo”, a fin de combatir el terrorismo.
13-La puesta en marcha de la Escuela de Artes Plásticas de Manzanillo; el programa de formación integral de jóvenes; el programa de instalación de salas de video  a base de energía solar, en poblados rurales carentes de electricidad; el programa de la instalación de laboratorios y máquinas de computación para la enseñanza de la computación en el nivel medio superior, en las secundarias básicas y en todas las primarias.
14-En noviembre de 1999, el niño Elián González fue sacado ilegalmente de Cuba en una balsa por su madre, que murió ahogada en la travesía hacia Florida. Rescatado por unos pescadores, el niño permaneció en los Estados Unidos, mientras su padre reclamaba que le fuera devuelto. Eso dio lugar a una crisis diplomática entre los gobiernos de ambos países, que terminó cuando, en junio de 2002, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos decidió que el niño debía regresar a su país de origen.

BIBLIOGRAFIA
ALCANTARA SAEZ, Manuel (1990): Sistemas políticos de América Latina Vol. II. Madrid. Tecnos. ALCÁZAR, Joan de et al. (2003): Historia contemporánea de América. Publicacions de la Universitat d´Alacant. Alicante. Sant Vicent del Raspeig.
ARFUCH, Leonor (comp) (2005): Identidades, sujetos, subjetividades. Buenos Aires. Prometeo.
ARMSTRONG, Karen (2005): Breve historia del mito. Salamandra. Barcelona.
BACZKO, Bronislaw (2005): Los imaginarios sociales. Nueva Visión. Buenos Aires.
CAMPBELL, Joseph (1992): El héroe de las mil caras. México. Fondo de Cultura Económica.
CASTRO RUZ, Fidel (1993): La historia me absolverá. Edición y notas de Pedro Álvarez Tabío y Guillermo Alonso Fiel. La Habana. Oficina de publicaciones del Consejo de Estado.
DE SIGNIS 2 (2002): La comunicación política. Transformaciones del espacio público.
Barcelona. Abril.
ELIADE, Mircea (1974): Imágenes y símbolos. Madrid. Taurus.
FOUCAULT, Michel (1995): Microfísica del poder. Madrid. La Piqueta.
–––(2002): La arqueología del saber. Buenos Aires. Siglo XXI.
–––(2002): El orden del discurso. Madrid. Tusquets.
FURIATI, Claudia (2003): Fidel Castro: La historia me absolverá. Barcelona. Plaza y Janés.
GREIMAS, A.J. (1987): La semántica estructural. Barcelona. Paidós.
GUMPERZ, John (1988): Discourse strategies. Nueva York. Cambridge University Press.
PORTER, Roy y TEICH, Mikulas (eds.) (1990): La revolución en la historia. Crítica. Barcelona.
RAMONET, Ignacio (2006): Fidel Castro. Biografía a dos voces. Buenos Aires. Debate.

Discursos del Presidente Fidel Castro analizados en este trabajo:

I.Discurso pronunciado con motivo del atentado contra las Torres Gemelas. 11 de septiembre de 2001.
II.Tribuna Abierta de la Revolución en San Antonio de los Baños, La Habana. 22 de septiembre de 2001.
III.Tribuna Abierta de la Revolución en Ciego de Avila. 29 de setiembre de 2001.
IV.Tribuna Abierta de la Revolución, en conmemoración del aniversario 25 del crimen de Barbados. 6 de octubre de 2001.
V.Comparecencia del Presidente Castro en la televisión cubana, sobre la actual situación internacional, la crisis económica y mundial y la forma en que puede afectar a Cuba. 2 de noviembre de 2001.
VI.Tribuna Antiimperialista “José Martí”. 27 de noviembre de 2001.
VII.Acto para conmemorar el aniversario 45 del desembarco de los expedicionarios del Granma y el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la plaza “Antonio Maceo” de Santiago de Cuba. 2 de diciembre de 2001.
VIII.Inauguración de la escuela especial para niños autistas “Dora Alonso” en Ciudad Escolar Libertad. 4 de enero de 2002.
IX.Entrevista concedida a la prensa nacional y extranjera en la inauguración de la XI Feria Internacional del Libro de La Habana. 7 de febrero de 2002.
X.Clausura del IV Encuentro Internacional de Economistas, Palacio de las Convenciones, La Habana. 15 de febrero de 2002.
XI.Mesa redonda informativa sobre los sucesos en la Embajada de México en los estudios de la Televisión Cubana. 5 de marzo de 2002.
XII.Acto solemne de condecoración a las madres y esposas de los cinco héroes de la República de Cuba prisioneros del Imperio, Teatro “Karl Marx”. 8 de marzo de 2002.
XIII.Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, ciudad de Monterrey, México. 21 de marzo de 2002.
XIV. Tribuna Abierta de la Revolución, Buey Arriba, provincia Granma. 30 de marzo de 2002
XV.Acto central por el aniversario 40 de la Unión de Jóvenes Comunistas, Teatro ”Karl Marx”. 4 de abril de 2002.
XVI.Declaración política del Presidente Castro en referencia a lo ocurrido en la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo. 22 de abril de 2002.
XVII.Conmemoración por el Día Internacional de los Trabajadores, Plaza de la Revolución, La Habana. 1 de mayo de 2002.
XVIII.Recibimiento al ex presidente norteamericano James Carter en el aeropuerto internacional “José Martí”. 12 de mayo de 2002.
XIX.Visita del ex presidente James Carter a la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, La Habana. 13 de Mayo de 2002.
XX.Tribuna Abierta de la Revolución, “Plaza Los Olivos”, Sancti Spiritus. 25 de mayo de 2002.
XXI.Tribuna Abierta de la Revolución, Plaza Mayor “General Calixto García”, Holguín. 1 de junio de 2002.
XXII.Tribuna Abierta en la Plaza de la Revolución “Antonio Maceo”, Santiago de Cuba. 8 de junio de 2002.
XXIII.Comparecencia televisiva y radial. 13 de junio de 2002.
XXIV.Acto solemne en homenaje a los natalicios de Antonio Maceo y Ernesto Che Guevara, en el Cacahual, La Habana. 15 de junio de 2002.
XXV.Sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Palacio de las Convenciones, La Habana. 26 de junio de 2002.
XXVI.Acto de inauguración de las 402 escuelas reparadas en La Habana. 29 de junio de 2002.
XXVII.Aniversario 49 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Tribuna Abierta en la Plaza de la Revolución “Abel Santamaría Cuadrado”, Ciego de Avila. 26 de julio de 2002.
XXVIII.Acto de entrega de 254 escuelas de La Habana reconstruidas o construidas, Teatro Astral. 13 de agosto de 2002.
XXIX.Acto inaugural de todo el programa de reparación, ampliación y construcción de las 779 escuelas primarias y secundarias de La Habana, Guanabo, Habana del Este. 30 de agosto de 2002.
XXX.Acto de graduación de las Escuelas Emergentes de Maestros de la Enseñanza Primaria, Teatro “Karl Marx”, La Habana. 2 de septiembre de 2002.
XXXI.Acto de inauguración de la escuela experimental “José Martí”, La Habana Vieja. 6 de septiembre de 2002.
XXXII.Acto de inauguración del Curso de Formación Emergente de Profesores Integrales de Secundaria Básica, Teatro “Karl Marx”. 9 de septiembre de 2002.
XXXIII.Acto de inauguración oficial del curso escolar 2002-2003, Plaza de la Revolución, La Habana. 16 de septiembre de 2002.
XXXIV.Inauguración del XVIII Festival Internacional de Ballet de La Habana. 19 de octubre de 2002.
XXXV.Acto inaugural de la Primera Olimpíada Nacional del Deporte Cubano, Plaza de la Revolución, La Habana. 26 de noviembre de 2002.
XXXVI:Ceremonia de inauguración de la Capilla del Hombre, Quito, República del Ecuador. 29 de noviembre de 2002.
XXXVII.Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, La Habana. 3 de diciembre de 2002.
XVIII.Clausura de la Primera Olimpíada Nacional del Deporte Cubano, Ciudad Deportiva. 8 de diciembre de 2002.
XXXIX.Inauguración del hotel 5 estrellas “Playa Pesquero” y del polo turístico de Holguín. 21 de enero de 2003.
XL.Clausura de la Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo. 29 de enero de 2003.
XLI.Clausura del V Encuentro sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, Palacio de las Convenciones, La Habana. 14 de febrero de 2003.
XLII.Clausura de la XIII Conferencia de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, Kuala Lumpur, Malasia. 25 de febrero de 2003.
XLIII. XIII Conferencia de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, Kuala Lumpur, Malasia. 25 de febrero de 2003.
XLIV.Toma de posesión de su cargo, La Habana. 6 de marzo de 2003.
XLV.Inauguración del Convento de la Orden del Santísimo Salvador, de Santa Brígida, La Habana. 8 de marzo de 2003.
XLVI.Acto de inauguración del programa de salud, Teatro Astral, La Habana. 7 de abril de 2003.
XLVII.Comparecencia en Mesa Redonda televisiva. 25 de abril de 2003.
XLVIIII.Acto por el Día Internacional de los Trabajadores, Plaza de la Revolución, La Habana. 1 de mayo de 2003.
XLIX.Facultad de derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina. 26 de mayo de 2003.
L.Entrevista concedida al Diario Clarín, Buenos Aires. 26 de mayo de 2003.
LI.Mensaje al Presidente de la República bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. 20 de junio de 2003.
LII.Mensaje a los Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Comunidad del Caribe. 2 de julio de 2003.
LIII.50 Aniversario del Moncada. 26 de julio de 2003.