Con los ojos bien abiertos
Celina Van Dembroucke

UNO. Si pensamos en la palabra “despertar” notaremos que, en general, la primera acepción que nos vendrá a la mente será la de “levantarse”, la de “dejar de dormir”. Es, justamente, cuando como primera reacción abrimos los ojos y vivimos la siempre nueva sensación de presencia difusa en la frontera entre la vigilia y la cotidianeidad. Pensaremos seguramente en ese tránsito paulatino desde el sueño a la realidad. Sin embargo, esta palabra esconde un revés semántico –y decimos que lo esconde porque quizás su uso cotidiano casi se remite a esta primera acepción- que la complejiza. En efecto, si hacemos un simple rastreo de su significado, la Real Academia Española dirá que despertar es “hacer que alguien vuelva sobre sí o recapacite” (1). Asimismo, el diccionario María Moliner no sólo define al despertar como la interrupción del sueño, sino que habla de “hacer que alguien se percate de la realidad en cierta cosa sobre la que está engañado.” (2) Es decir que, ese “abrir los ojos” no sólo es la acción de cada amanecer, sino también una metáfora contra el engaño, es salir de él (del sueño, del engaño) para poder ver con la claridad de la aurora. Así, si “la metáfora es entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otra”(3), podemos decir que entendemos y experimentamos a la verdad como un despertar.
        Curiosamente, esta relación semántica y metafórica entre despertar y verdad, no sólo se da en el castellano, sino que aparece incluso de manera más evidente en otros idiomas. Por ejemplo, en portugués “me despierto” se dice “eu acordo”, al tiempo que “recordar o acordarse de algo” se traduce como “lembrar o despertar”. También en alemán el verbo “wachrufen” se usa para evocar recuerdos (Erinnungen) cuando el sufijo “wach” significa “despierto”. En inglés, el verbo “to wake up” se usa tanto para despertarse o despertar a alguien como para solicitar que se preste atención a lo que alguien está diciendo. Incluso, en inglés norteamericano una expresión de la oralidad utiliza la escena del desayuno para incitar a que alguien se dé cuenta de la verdad o de algo que está sucediendo: “wake up and smell the coffee!” (literalmente: “despiértate y huele el café”). En francés, también existe una evidente cercanía sonora y semántica entre rêve (sueño), réveiller (despertar) y révelation (revelación). Asimismo, un proverbio “il ne faut pas réveiller le chat qui dort” (no hay que despertar al gato que duerme”) se usa para expresar algo así como “no hay que darle ocasión al enemigo para que reaccione; es decir, nuevamente “despertarse” aquí funciona como sinónimo de “reaccionar”.
        Queda claro entonces que en el uso del lenguaje asociamos el despertar con una vuelta a la conciencia, relacionando, quizás la vivencia del sueño y su traducción equívoca al lenguaje con el contraste de la claridad de lo que “nos sucede” en la vida diaria: el sueño en analogía con el engaño o al menos con la ficción y el despertar como la vuelta a la realidad misma. Ese uso de la palabra despertar ligada a la verdad se extiende a un nuevo y paradójico género de prensa en la Argentina: los recordatorios de los desaparecidos que se publican todos los días en el diario Página/12 también llevan ese lazo en la etimología de la palabra que los nombra.
        Veamos: “recordatorio” deriva del latín RECORDARI, verbo del que también procede “acordar”, es decir, “tener memoria de algo”. Ambas tienen como origen el término COR (corazón) y, en su acepción, aluden a un “despertar”, a “volver en sí” o “caer en la cuenta” (4). El recordatorio parece conjugar ambos orígenes en su acepción, y en su función social. Por un lado, la memoria; por el otro, el despertar.  Se trata, sin dudas, de cómo un medio gráfico retoma “los datos de un mundo común, que articula lo privado y lo público”(5) y de cómo el lector recupera ese género y lo hace suyo, lo hace carne en su propia cotidianeidad.


DOS. La recuperación de la cotidianeidad ligada a los medios de comunicación tiene distintas características que se relacionan con el modo en que cada medio hace conexión con la realidad. Existen dispositivos como el diario, que suponen un contacto solitario en el que predomina la visión y el tacto (hablamos del diario impreso)(6). Al igual que el libro, el periódico es un objeto que se manipula de manera individual, característica que no sólo fue afianzándose con el tiempo sino que lo hace singular respecto de los medios que han prosperado en el siglo XX. En efecto, tanto la radio como la televisión que apuntan, mayormente, a abarcar un número variable de personas, están pensados para ser consumidos y recibidos por grupos. Quizás por ello, más allá de que efectivamente sean consumidos de manera individual, sus programas suelen ser objeto de comentario. En ese sentido, pareciera ser frecuente que cuando alguien socializa algún consumo televisivo, por ejemplo, suele dar por sentado que eso que vio fue “objetivamente visto por todos” (7).
        Con el diario, en cambio, ocurre algo singular: es como si  planteara un juego más abierto a la interpretación de cada quien, empezando por la selección que debe hacer el lector antes de leer una nota. Desde este punto de vista opera, en la TV, esa “ficción necesaria” de la que habla Verón al referirse al “gran público” televisivo, que no existe como tal, sino que se aplica a modo de definición de las políticas audiovisuales. Pero lo cierto es que, esa categoría que no define un “target” televisivo, existe “por intermedio de la socialidad familiar” (8). Por el contrario, aunque uno pueda estar acompañado y comentar las noticias, la lectura es, en general, una actividad solitaria.

“Quien recorre los diarios cada mañana, lo hace
para el diálogo casual de esa tarde o para el olvido”
Jorge Luis Borges en “El encuentro”

        El lector transita las páginas del periódico y, en ese trayecto, organiza lo que lee con la mirada: sostiene con vigor la hoja tamaño sábana y se encuentra –o busca– un rostro que lo mira. Le sucede todos los días y le sucedió por primera vez, un día de invierno hace más de quince años. Recorre el titular “Alfonsín y Angeloz a solas preocupados por la economía”, lee el copete acerca del almuerzo en Olivos. Avanza por las dos primeras columnas de la nota y lo ve: un recuadro de dos por nueve centímetros y,  en  su interior, el retrato de  una joven. Siente que lo mira y esa mirada cala hondo en esa mañana del 25 de agosto del 88. “LAURA ESTELA CARLOTTO. A diez años de su asesinato por la dictadura militar”, reza el título del recuadro. Más abajo, unas líneas en cursiva que no dejará de leer dicen:

        “Diez años es demasiado tiempo para no verte. Diez años es demasiado tiempo para que no vivas, amando y sufriendo entre nosotros, envejeciendo como es la ley de Dios.
        Diez años de búsqueda de tu justicia (con memoria para la historia) es demasiado tiempo para no haberla obtenido. Diez años buscando el hijito que te robaron es demasiado tiempo para que aún no nos acompañe el clamor general en la demanda.
        Diez años no son demasiados para seguir tu ejemplo” (9)

        Es el primer recordatorio publicado por los familiares de los desaparecidos en la última dictadura militar. De allí en más, cada mañana, el lector se encontrará, en la parte inferior de las páginas, no uno sino cuatro o más recordatorios por día. Desviar la vista al ángulo inferior izquierdo o derecho de la página se convierte en una cita inevitable. La  lectura de los recordatorios será ineludible y, en tanto se trata de una recuperación genérica, se convertirá en un “modo de organizar el mundo de la cotidianeidad” (10). Desde ese día, los lectores de Página vuelven a su rutina con la presencia de una ausencia generacional. Como si, en la calle, mientras caminan, se cruzaran con gente que hoy no está, como si entraran a un bar o a una clase y percibieran que en la silla vacía podría estar sentada un joven con el rostro que miró esta mañana.
        La participación de estos textos de prensa  significará algo, en el día a día, para algunas familias: será tema de conversación en el almuerzo de los domingos para algunas, o figurarán una reunión para escribirlos, para decidir qué decirle al familiar desaparecido por un lado, pero también a la sociedad por otro.
        Virginia Giannoni, una diseñadora gráfica que, en su muestra Poesía diaria. Porque el silencio es mortal, expone una selección de más de 450 recordatorios de Página/12 (11), cuenta que “como en mi familia se compra Página, todos los sábados y domingos nos juntábamos para mirar los recordatorios y decir “che mirá” y empezábamos a reconocer los apellidos de los que estaban” (12). En esta oportunidad, los recordatorios cumplen la misma función de las necrológicas: recorrer las caras y los nombres para ver si los reconocemos. Carlos González, apoderado de Página/12 y que, por tanto, lee los recordatorios todos los días, contaba que esa rutina hacía que “los agarrara casi como un trámite administrativo. Y de pronto, empezás a mirar la foto... y hay algunos que pueden arruinarte el día” (13). Enriqueta Maroni, integrante de Madres de Plaza de Mayo–Línea Fundadora, relata que para escribir los recordatorios de Página/12 “nos hemos reunido en familia (...) y eso para mí es muy importante: no el hecho de hacerlo personalmente, sino hacerlo en conjunto, con mis otras dos hijas también. El recordatorio es el poner en público el horror que nos ha pasado. Es algo terrible, que todos los días vas a recordar (..) Entonces para mí, el recordatorio tiene un significado muy importante. Es el hecho de poder charlar la familia con el hijo, el hermano, el sobrino, para mi nieta con su papá. Y así lo hemos hecho en los diferentes momentos en que los hemos publicado en Página/12” (14)
        Es justamente esa dualidad, esa mezcla de público-privado lo que hace que los recordatorios de Página/12 cuenten una historia personal pero también hablen de una pérdida colectiva.  Una pérdida que está allí, presente en lo que sucede todos los días, como testigos omniscientes de las noticias del diario: como una línea de fuga de la diagramación de la actualidad.


TRES. Estos textos de prensa condensan una doble cualidad: lo público y lo privado parecen fundirse en un sólo recuadro. De hecho, los recordatorios hablan de una historia personal, de un nombre, de un rostro, de una persona que, con su historia, no está más. Pero por el otro, ese rostro, representa una pérdida colectiva. Esa cara que veo en el margen de la hoja, ese rostro que es distinto todos los días es, también, un sólo rostro.   

“Un mero personaje de palabras y papel tiene ahora los rostros de mujeres y de hombres bruscamente disueltos en la nada como una nube en el aire; tiene cada vez más nombres, aunque aquí, como en aquél cuento, yo hablé solamente de uno de ellos; pero esa sola persona es legión, y es por ella y de ella que habla.”

Julio Cortázar en “Respuesta a una carta” (15)

        La individualidad con la que se lee el diario, hace que uno se encuentre también tête á tête con una historia individual. Cada quien se encuentra solo frente a la fotografía de esa persona. Es decir, se encuentra frente a frente con un desaparecido. Sucede, en efecto, algo similar a lo que Oscar Traversa describe como fenómeno cuando alguien mira la foto de un amigo en otro lugar del mundo: “lo que privilegio no es el carácter indicial (...) sino por el contrario, la cualidad icónica, que es él y no otro” (16). En efecto, el desaparecido tenía su familia, sus gustos, su personalidad y su historia, aristas que por individuales no borran su dimensión social sino que, por el contrario, la impregnan de la densidad del dolor.
        Asimismo, pareciera que el recordatorio condensa en sí un carácter paradójico: en él parecen encontrarse dos géneros que, al menos en lo que se refiere a la especificidad discursiva que ambos delinean, son antagónicos. El obituario y la búsqueda de paradero se unen en un sólo texto y, si el primero saluda o recuerda la muerte de un ser querido, el segundo intenta rastrearlo para dar con él en vida. Esta relación de contraposición –de la que resulta un género híbrido y paradójico como el recordatorio– se repite en otra instancia tanto del obituario como de la búsqueda de paradero. En efecto, el obituario se celebra como un acto privado que se hace público pero que, aún así, se lee como un reconocimiento entre familiares o conocidos. Incluso, es sabido que muchas personas mayores los leen habitualmente para ver si reconocen algún nombre. En cambio, la búsqueda de paradero es un acto netamente público, es decir, que apela a la publicidad no dirigiéndose a un círculo específico de la sociedad, sino a toda ella en su conjunto: decide comunicar una ausencia con el afán de resolverla, con la esperanza de que “alguien” haya visto a la persona que se busca y a la solicitada y pueda, a partir de entonces, proveer mayores datos para el éxito de la pesquisa.


CUATRO. Desde un tiempo a esta parte, algunos artistas plásticos dedicados a la memoria discuten si los recordatorios son o no una obra de arte conceptual. En principio, pensarlos como tales fue sugerido por la revista de artes plásticas Ramona (17)que puso en jaque aquella idea clásica de que el arte sólo aparece en los museos y es obra de personas que deliberadamente se proponen la creación artística. De hecho, aquí sucede algo similar a lo que señala Gombrich respecto a los prejuicios del establishment artístico con la naturaleza muerta: suplantando en una frase de este autor las palabras “naturaleza muerta” por las de “recordatorios de Página/12”, podemos afirmar que “No hay duda de que incluso un inexperto que nunca hubiera visto [un recordatorio de Página/12] podría ser llevado a una respuesta emotiva”. (18)
        En ese sentido, Gustavo Bruzzone, editor de la mencionada revista, apuntaba que “(e)n el mapa del arte y muy especialmente en el territorio del arte conceptual, las cosas muchas veces no se presentan explícitamente y son más aquellas en donde un sólo un tiempo después se advierte, o se considera, como ‘arte’ algo que alguien hizo sin saber que estaba haciendo arte.” (19)  En el caso de los recordatorios, sucedió que cuando un artista plástico argentino, Marcelo Brodsky, acudió en Francia a Christian Bolstansky (20) para proponerle la realización de una obra en el Parque de la Memoria, éste rechazó la propuesta y sugirió que se realizara algo más dinámico como la publicación de avisos con los nombres de las víctimas de la dictadura en un diario. Lo que él no sabía, y esto fue lo que le respondió Brodsky, es que en la Argentina hacía más de quince años que se publicaban esas solicitadas en las páginas de un periódico. Esta simple anécdota ilustra cómo un acontecimiento suele ser considerado artístico en la medida en que su surgimiento esté ligado a la figura de un “autor” y cómo una obra de arte –desde lo conceptual– puede aparecer sin que nadie la haya pensado como tal.
        En este mismo campo, los recordatorios participan del debate de los modos de representación del pasado que cuestiona el concepto de “monumento” como su máxima expresión. A partir de entonces, se han buscado diferentes propuestas que, más que una función conmemorativa o tranquilizadora, intentan recrear la sensación de vacío cotidiano que en la Argentina se plantea a partir de la desaparición de una generación. La cotidianeidad es, entonces, un problema y un objetivo para quienes trabajan y piensan en la memoria.
        El monumento tiene una relación de naturalización y pasa inadvertido porque no sólo plantea una tensión desde su construcción histórica sino que también lo hace desde su representación estética. De hecho, su cometido, el de recordar, se ha relacionado con un material no menos controvertido: el mármol. Pétrea superficie que evoca al arte funerario, el mármol pareciera conjurar una gran tumba para una generación insepulta. La petrificación de aquello que busca renovarse, la memoria en tanto acción cotidiana, se discute cuando la inmovilización, lo estático, parecen predominar la escena.
        Desde este punto de vista podemos aportar algo para el debate: el material con el que se hacen los recordatorios es el papel, más concretamente, es papel prensa. Y es aquí donde la “estaticidad” no cobra sentido ¿qué menos estático que un diario, que se publica todos los días –y se tira con la misma frecuencia? ¿Qué material se opone más al mármol que el papel? ¿Qué interpelación puede ser más directa que la de un rostro que te despierta cada mañana?


CINCO (ÚLTIMO). La memoria pensada no como un elemento más del paisaje que llega para quedarse sino como una práctica misma. Práctica que se construye como una acción concreta y cotidiana que reactiva el dolor de las víctimas y, por legado, también nuestro propio dolor. En un monumento, triunfo y genocidio se encuentran casi en una paradoja porque su justificación está fuertemente enlazada a lo estático. Pero ¿son los recordatorios de Página/12 un monumento? Si la apropiación singular-diaria de la práctica mnémica implica su ordenamiento y una contrapropuesta estética que la renueva, aquél lugar vacío que dejaron quienes ya no están cobra visibilidad cuando se nombra su ausencia. Lo estático desaparece de la escena pero resta, si se quiere, el carácter de documental que encierra “monumento”.
        Despertar-verdad-recordatorios se han encadenado. Han mostrado que, inconscientemente o no, en el uso del idioma los relacionamos con insistencia, con insistencia que se repite en el cuerpo de texto de los recordatorios mismos. “La memoria despierta para herir/ a los pueblos dormidos que no la dejan vivir” (21), “Arderá la memoria,/ hasta que todo sea como lo soñamos” (22).
        En este recorrido son dos los planos que confluyen: por un lado, hablamos de la recuperación de la cotidianeidad en términos individuales, pero también de una recuperación del lenguaje en clave social; señalamos la influencia de los medios de comunicación en esa intimidad individual e inefable de la mañana y también su participación como elemento fundamental en la construcción de la memoria en una sociedad; finalmente, de dos modos de pensar el arte, uno ligado al autor, otro ligado a la espontaneidad de lo que emerge en lo cotidiano.  Convergen, entonces, dos despertares: el que precede y se reitera al comienzo de la jornada y aquél socialmente compartido, ligado a la verdad, que se recrea en el horizonte cercano y distante de la utopía.
        Cada mañana, quienes lean Página/12 buscarán y serán encontrados por estos rostros de nuestra historia. Será despertar de nuevo y allí estarán, ocupando las páginas del diario, junto con las otras noticias. Están, en efecto, en el devenir de cada día, de cada día que, a pesar, del ocaso también amanece.

Notas
(1) Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Edición en cd-rom. Vigésima segunda edición. Madrid, 2003.
(2) Moliner, María. Diccionario del uso del español. Gredos. Madrid, 1994.
(3) Lakoff, John y Johnson, Mark. Metáforas de la vida cotidiana. Cátedra. Madrid, 1995. Página 41.
(4)Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Gredos. Madrid, 1997
(5)Steimberg, Oscar. Programa del seminario “Análisis de los lenguajes”. Maestría en Comunicación y Cultura. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. Buenos Aires, 2005.
(6) Oscar Traversa habla de que ciertas especies discursivas privilegian uno u otro sentido. Por ejemplo, en el caso del arte, el oído, el olfato y el gusto no han sido tenidos en cuenta. Traversa, Oscar. Aproximaciones a la noción de dispositivo. Signo e Seña Número 12. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, abril de 2001.
(7)Esta sensación es desmentida por Eliseo Verón quien, trabajando para el Ministerio de Cultura de Francia, realiza una investigación de productos definidos para el “gran público” y constata “no menos de cinco modalidades diferentes de interpretación de las mismas emisiones, modalidades asociadas por un lado a la idea del yo  de cada individuo (en relación con la percepción de su propio capital cultural), y por otro lado y sobre todo, asociadas al vínculo imaginario que los telespectadores mantienen con el universo de la ciencia.” Verón, Eliseo. El cuerpo de las imágenes. Norma. Buenos Aires, 2001.
(8)Verón, Eliseo. Ibidem.
(9)Recordatorio de Carlotto, Laura. Página12. Buenos Aires, 25 de agosto de 1988. Página 8.
(10)Steimberg, Oscar. Seminario “Análisis de los lenguajes”. Clase del 5 de mayo. Maestría en Comunicación y Cultura. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. Buenos Aires, 2005.
(11)En Buenos Aires, la muestra tuvo lugar en el Centro Cultural San Martín, del 5 al 26 de septiembre de 2003. También fue llevada a la ciudad de Paraná, en diciembre de ese mismo año.
(12)Giannoni, Virginia en entrevista con Van Dembroucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
(13)González, Carlos en entrevista con Van Dembroucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
(14)Maroni, Enriqueta en entrevista con Van Dembroucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
(15)Página/12. Buenos Aires, domingo 22 de febrero de 2004. Página 13.
(16)Traversa, Oscar. Op cit nº 6. Página 239.
(17)Bruzzone, Gustavo “La obra de Boltanski ya realizada por Página/12” en Ramona nº 19-20. Buenos Aires, diciembre de 2001. Página 81.
(18)Gombrich, E. H. “Meditaciones sobre un caballo de juguete”. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1968. Página 129.
(19)Ib. Idem.
(20)Autor de renombre internacional por sus trabajos y obras ligadas a la memoria de los crímenes contra la humanidad cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Es importante señalar que una de las propuestas más novedosas y controversiales de este artista fue la lectura de manera incesante de los nombres de cada una de las víctimas de la Segunda Guerra y del genocidio allí cometido.
(21)Canción de Gieco, León. Citada en el recordatorio de Dyszel, Marcelo y Schwalb, Mirta Nélida. Página/12. Buenos Aires, martes 18 de mayo de 2004.  
(22)Urondo, Francisco. Frase citada en el recordatorio de Gallicchio, Stella Maris y Vicario, Juan Carlos. Página/12. Jueves 5 de febrero de 2004. Página 4.

Bibliografía:

      Brodsky, Marcelo. Ramona. Nº 19-20. Buenos Aires, diciembre de 2001. Páginas 79-80.
      Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Gredos. Madrid, 1997
      Giannoni, Virginia en entrevista con Van Demboucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
      Gombrich, E. H. “Meditaciones sobre un caballo de juguete”. Editorial Seix Barral. Barcelona, 1968.
      González, Carlos en entrevista con Van Dembroucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
      Lakoff, John y Johnson, Mark.  Metáforas de la vida cotidiana. Cátedra. Madrid, 1995.
      Malosetti Costa, Laura en entrevista con Hoheisel, Horst. “Los monumentos, una forma de olvido”. Revista de Cultura Ñ nº 43. Página 13.
      Maroni, Enriqueta en entrevista con Van Dembroucke, Celina. Buenos Aires, jueves 18 de septiembre de 2003.
      Moliner, María. Diccionario del uso del español. Gredos. Madrid, 1994.
      Página/12. Buenos Aires, domingo 22 de febrero de 2004. Página 13
      Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Edición en cd-rom. Vigésima segunda edición. Madrid, 2003.
      Recordatorio de Dyszel, Marcelo y Schwalb, Mirta Nélida. Página/12. Buenos Aires, martes 18 de mayo de 2004.  
      Recordatorio de Gallicchio, Stella Maris y Vicario, Juan Carlos. Página/12. Jueves 5 de febrero de 2004. Página 4.
      Recordatorio de Carlotto, Laura. Página12. Buenos Aires, 25 de agosto de 1988. Página 8
      Steimberg, Oscar. Programa del seminario “Análisis de los lenguajes”. Maestría en Comunicación y Cultura. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. Buenos Aires, 2005.
      Steimberg, Oscar. Seminario “Análisis de los lenguajes”. Clase del 5 de mayo. Maestría en Comunicación y Cultura. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. Buenos Aires, 2005.
      Traversa, Oscar. Aproximaciones a la noción de dispositivo. Signo e Seña Número 12. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, abril de 2001
      Verón, Eliseo. El cuerpo de las imágenes. Norma. Buenos Aires, 2001.