Alimento del cuerpo, ayuno del alma
Matías Bruera

(Caníbal) En 2001 un ex militar alemán confesó haber matado y comido a un coterráneo, técnico en informática y empleado de Siemens, con su consentimiento. Internet había oficiado de maître desencarnado y la voluntad de ser devorado por parte de la víctima quedó demostrada en el juicio, pues antes de prestarse como manjar en el banquete y compartir sus genitales que no pudieron terminar de comerse por la dureza de la carne –la velada quedó registrada en video–, había vendido sus bienes y borrado todo el disco duro de su ordenador. Este ágape posee todos los ingredientes –sexuales, rituales e incomprensibles– para formar parte del menú más rutilante de las páginas policiales de estos tiempos. Más aún, cuando los vecinos del caníbal se refieren a él como una persona normal y amigable, susceptible de compartir un ameno diálogo o una cerveza, presto de las más fraternas costumbres y correctas formas. El verbo virtual se hizo carne, el idealismo ritual, materia.
     Ante el hecho consumado, el victimario sólo lamentó no haber podido conocer y dialogar más con su víctima, que se empeñó en ser devorado sin dilaciones y cuya presunta voluntad lo distingue de cualquier acontecimiento similar anterior. La sentencia fue benévola por tratarse de un homicidio a petición y la revisión de este caso por parte del Tribunal Supremo es constante pues funda jurisprudencia –auténtica instancia creadora de derechos monopolizada por los jueces– debido a que en el código penal alemán el canibalismo no está tipificado como delito.
     Los antropólogos, a grandes rasgos, distinguen entre la tradición del canibalismo amerindio y el europeo: mientras en el primero importa la carne poseedora de alma, se establecen estrechos lazos con el que será deglutido, para los segundos el consumo del otro sólo es posible a condición de que se lo despoje de toda subjetividad.


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(Artículo completo en Pensamiento de los confines, Nº 16, junio de 2005)