Umberto Eco: de la apertura a la sobreinterpretación
Fabián Beltramino

Introducción
Este trabajo surge como resultado de un recorrido de lectura a través de la obra de Umberto Eco. El eje de dicho recorrido es la noción de interpretación. Mi intención es dar cuenta del pasaje que se produce desde una noción de interpretación total y absolutamente abierta a otra mucho más restringida, en la que la libertad del intérprete o lector se ve progresivamente acotada a partir de la consideración de los límites que imponen las marcas que tienen que ver tanto con la intención del autor como con la de la obra misma.
        
La hipótesis de lectura consiste en que Eco va “cerrando” su noción de interpretación inicialmente abierta a partir del reconocimiento de dos “intencionalidades enunciativas” correlativas a la libertad interpretativa del lector: en primer lugar la de aquella instancia denominada “Autor Modelo” y, fundamentalmente, la de la obra, a partir del reconocimiento y la valoración de la materialidad sígnica que implica tanto unas instrucciones de lectura como una carga de sentido histórico imposibles de ignorar.
         Como afirma Hugo Mancuso, “la visión del primer Eco… es una visión positiva, optimista: la obra es abierta, tiene muchas cosas para decirnos, según los lectores y la situación de lectura”(1) Este optimismo inicial, sin embargo, se ve contrastado con los límites que progresivamente Eco va estableciendo con respecto a la apertura total, hasta llegar a la noción de “sobreinterpretación”, que implica un cierre pragmático respecto de la totalidad de las lecturas posibles. En términos del mismo Mancuso, “uno puede leer todo lo que quiera con un límite… no se puede decir que un texto dice lo que explícitamente dice que no dice”(2). Por otro lado, este sentido negativo o pesimista permite reintroducir la noción comunicativa de ruido o interferencia, estrechamente unida a la consideración de la competencia de los lectores empíricos concretos involucrados en el proceso. Así, la multiplicidad de interpretaciones puede estar determinada, sencillamente, por competencias lectoras diferentes(3). A través del recorrido propuesto se verá cómo de un planteo inicialmente estático de la relación entre texto y competencia lectora Eco pasa a un modelo mucho más dinámico en el que reconoce que el texto contribuye a producir la competencia que necesita para lograr la interpretación más adecuada en función de sus propias intenciones.
         Eco efectúa lo que podría denominarse un “giro textual”, pasando de enfocar la multiplicidad de interpretaciones posibles a dar cuenta de los límites que el propio texto impone a la interpretación, sobre todo desde su “literalidad” en tanto “restricción preliminar” que permite distinguir si no interpretaciones más aceptables que otras sí aquellas que resultan “inaceptables” o “aberrantes”.


Obra abierta
En este texto de comienzos de los años 60 Eco se dedica, por un lado, a tratar de definir qué cosa es una obra de arte o, mejor, qué es lo que hace que un determinado objeto sea considerado de tal índole. En cuanto a este tópico, aparecen ya los conceptos definitorios que serán más adelante desarrollados en el Tratado de Semiótica General: las nociones de “ambigüedad” y “autorreflexividad”. Afirma Eco ya en Obra abierta que “la obra de arte es un mensaje fundamentalmente ambiguo, una pluralidad de significados que conviven en un solo significante”(4) Esta ambigüedad, en tanto cualidad percibida por el receptor, hace que inmediatamente el objeto concentre la atención sobre sí mismo y se interrumpa cualquier vínculo de referencialidad directa y “natural” con el mundo. Dicha cualidad estructural, además, es la que permite, en primera instancia, la postulación de un número casi infinito de interpretaciones alternativas. Así, la obra, en tanto “forma”, es “el punto de partida de un consumo que… vuelve siempre a dar vida a la forma inicial desde diferentes perspectivas”(5). Es notable, sin embargo, que Eco otorgue a la obra en tanto forma la cualidad de consistir en una “irreproductible singularidad” que no se ve alterada por las múltiples interpretaciones posibles. En el recorrido que intento se verá cómo el péndulo conceptual va a desplazarse desde el reconocimiento de una cuasi-plena libertad de la instancia de interpretación hacia el reconocimiento de las determinaciones inexorables que la historicidad de las interpretaciones impone tanto a la obra misma como a cada nuevo lector.
        
De cualquier modo, en este momento de su obra Eco todavía cree en la posibilidad de una actitud plenamente “libre e inventiva” por parte del intérprete, a quien otorga incluso la potestad de ser quien, en el acto de lectura, “reinventa [la obra] en un acto de congenialidad con el autor mismo”(6), lo que conlleva la posibilidad de dar lugar a una serie de lecturas posibles virtualmente infinita.
         Esta caracterización del acto de lectura e interpretación es, en principio, indiferente al hecho de que la obra sea “cerrada” o “abierta”, según la disquisición fundamental que recorre todo el texto. En función de la modalidad de interpretación descrita, la “apertura interpretativa” funciona para cualquier clase de obra ya que “ninguna obra de arte es de hecho ‘cerrada’, sino que encierra, en su definición exterior, una infinidad de ‘lecturas’ posibles”(7) Así, es posible afirmar que Eco pasa de tratar de definir cuándo una obra es cerrada y cuándo no a caracterizar la apertura inherente a toda obra (cerrada o abierta) a partir de la instancia de interpretación. Incluso las nociones de placer y de  goce estético pasan a estar atadas a esta apertura receptiva radical.


Lector in fabula
Más de una década después del planteo optimista antes descrito, Eco empieza a poner en cuestión la legitimidad de la totalidad de aquellas interpretaciones en principio posibles dando lugar, en su reflexión, a figuras y roles de importancia igual o mayor a la del lector: al autor del texto y a las marcas que de su intencionalidad el texto acarrea.
        
La lectura pasa, entonces, de ser concebida como un acto que si bien parte del texto se dispara hacia territorios y conexiones insospechadas, a ser pensada como una actividad que no puede dejar de realizarse “con” el texto. Así, la lectura se homologa en gran medida a la conversación, al diálogo conversacional, y no es casual que, entonces, Eco aluda al concepto de “cooperación”, remitiendo implícitamente a la teoría de Paul Grice, en la que el “Principio Cooperativo” constituye la base de la relación comunicativa que se establece entre cualquier par de interlocutores(8). Y lo hace, concretamente, afirmando que la cooperación textual implica la “actualización… de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente”(9)
         Por otro lado, el texto mismo, que en Obra abierta era concebido como invariable más allá de las lecturas o interpretaciones que sobre él se hicieran, pasa a ser conceptualizado como fundamentalmente incompleto, “plagado de elementos ‘no dichos’… no manifiesto[s] en la superficie, en el plano de la expresión”(10), lo cual obliga al lector, en la instancia de la lectura, a no salir disparado en cualquier dirección sino, por lo menos en una primera instancia, a cooperar activa y conscientemente en la actividad del llenado de esos “espacios en blanco” que el texto le propone. Como se ve, lo que podría denominarse, en este caso, libertad o iniciativa interpretativa no consiste en un movimiento que va del texto hacia el infinito sino en un retornar, en un volverse hacia el texto, hacia sus intersticios, en pos del descubrimiento de sus enunciados implícitos.
         Es en este punto en el que Eco postula por primera vez la existencia de interpretaciones “aberrantes”, vinculadas sobre todo con el desencuentro que puede producirse entre las intenciones y las competencias del emisor –presentes en la forma textual misma a través de las marcas que configuran aquella imagen denominada Autor Modelo– y la competencia y “voluntad de cooperación” del destinatario, quien puede acercarse o alejarse de aquella imagen de Lector Modelo correlativa a la mencionada –que también surge de marcas y huellas materialmente identificables en el enunciado–. Es el propio texto, entonces, el que define “el universo de sus interpretaciones, si no ‘legítimas’, legitimables”(11), a partir de las “instrucciones de lectura” que contiene, universo cuya amplitud depende del tipo textual en el que se encuadre.
         Los tipos textuales básicos definidos por Eco son el kit, cuyo modelo es el rompecabezas, que “hace trabajar al usuario sólo para producir un único tipo de producto final”, y el mecano, cuyo modelo es la caja de lápices, el cual “permite construir a voluntad una multiplicidad de formas”(12).
         Cabe señalar que lo dicho con relación a la atención hacia la demanda que el texto efectúa al lector es válido siempre y cuando la lectura tenga la intención de efectuar una “interpretación” del texto. Eco reconoce, sin problema, la existencia de todo un universo otro respecto del de la interpretación: el universo de los “usos” posibles de un texto que escapan, por definición, a cualquier propuesta de sistematización y a cualquier intención o instrucción que pueda aparecérsele al lector desde el propio texto. El ámbito de la interpretación es aquel en el cual se produciría la confluencia de una doble intencionalidad: la del texto, de ser interpretado en determinados sentidos y no en otros, y la del lector, en tanto quien pretende llegar a la mejor de las interpretaciones posibles.
         Podría establecerse aquí un paralelo entre esta distinción uso/interpretación y aquella que la pragmática del lenguaje surgida de la filosofía de John Austin(13) efectúa entre lo ilocucionario y lo perlocucionario. El terreno de la interpretación se asemejaría al ámbito de lo “ilocucionario”, en el que las intenciones surgen de evidencias concretas rastreables tanto a partir de datos del enunciado como de la situación de enunciación igualmente concretos. El uso, en cambio, se asemejaría a lo “perlocucionario”, al más allá de la situación de enunciación, al terreno de los efectos puramente pragmáticos que en el receptor puede tener una locución que conlleva una determinada intención.


Los límites de la interpretación
Ya hacia fines de la década del 80, Eco refuerza todavía más la idea de que el texto mismo es insoslayable a la hora de la interpretación, de la lectura que es, al fin y al cabo, la lectura de un texto que no es un mero objeto sino algo que tiene sus propios derechos y presenta una serie de exigencias. Ahonda, así, en la índole de las restricciones que el texto impone a la instancia receptora. Y lo hace, en primer lugar, recuperando y defendiendo una noción bastante problemática a la luz de los estudios surgidos a partir de la filosofía postestructuralista y deconstruccionista: la noción de “sentido literal”. Eco re-legitima el sentido que, en el contexto de una lengua que no comienza de cero en cada momento sino que carga con su propia historia, que es, a su vez, la historia del grupo, de la comunidad y de la cultura a la que pertenece, re-legitima, reitero, ese sentido “que es el que encabeza los diccionarios o el que todo hombre de la calle definiría en primer lugar cuando se le preguntara por el significado de una palabra determinada”(14). La libertad interpretativa aparece, en este caso, como una interpretación de segundo nivel, como un acto que acontece a posteriori y que carga con las implicancias de la lectura del sentido literal. Por otro lado, en esta instancia Eco vuelve sobre la importancia de la estructura del texto para el desarrollo de una mayor o menor libertad interpretativa. Si en Obra abierta había reconocido, en gran medida, que la índole abierta o cerrada de la obra resultaba indiferente al momento del desarrollo de una actividad interpretativa que podía, en ambos casos, extenderse hasta el infinito, a esta altura de su reflexión pasa a sostener que “la invitación a la libertad interpretativa [depende] de la estructura formal de la obra”(15) Así, entonces, son los textos los que construyen el universo de sus interpretaciones, definiendo los límites entre la ortodoxia y la heterodoxia, entre aquellas lecturas que pueden aceptarse hasta un límite crítico y aquellas otras que deben rechazarse por aberrantes.
        
En esta instancia Eco reconoce, además, dos tipos de interpretación, dos modalidades básicas de cooperación del lector para con el texto: una interpretación a la que denomina “semántica o semiósica”, del tipo de la que venía describiendo, la cual es “resultado del proceso por el cual el destinatario, ante la manifestación lineal del texto, la llena de significado”, y otra a la que denomina “crítica o semiótica”, que intenta, además, “explicar por qué razones estructurales el texto puede producir esas (u otras, alternativas) interpretaciones semánticas”(16) la cual consistiría en una especie de interpretación “meta”, de segundo nivel.
         A esta altura del recorrido es claro que el proceso de lectura e interpretación de un texto consiste en un trabajo de proposición y contraste de hipótesis por parte del lector, trabajo a lo largo del cual el texto funciona alternativamente como punto de partida, objetivo e instrumento de validación. La operatoria consiste, concretamente, en la formulación, por parte del lector, de “conjeturas interpretativas” que “deberán ser probadas sobre la coherencia del texto”(17). La lectura y la interpretación se asemejan, así, a la actividad científica dentro de un marco epistemológico hipotético-deductivista. Toda interpretación es hipotética, conjetural, y se basa en una evidencia textual que es siempre parcial, provisoria, cuya legitimidad persiste mientras no aparezca una nueva lectura que, a partir de nuevas evidencias también textuales aunque no contempladas anteriormente, la refute. Dentro de este marco, y en sintonía con la postura de Eco, puede decirse que es mucho más factible demostrar la falsedad y la incorrección de una determinada hipótesis o conjetura que postular una lectura o interpretación absolutamente verdadera y acertada.
         Ahora bien, es importante señalar que en el proceso interpretativo el texto no aparece como un objeto acabado y terminado, invariable. El texto es un “objeto que la interpretación construye”(18) en su intención de convalidar no sólo las conjeturas que efectúa con respecto a él sino también con respecto a las intenciones del Autor Modelo. Así, el lector re-construye el texto y re-formula la imagen del Autor Modelo a cada instante re-construyéndose a su vez en tanto lector empírico que busca sintonizar en el mayor de los grados con la imagen de Lector Modelo prevista y demandada por cada una de las otras dos instancias. Este proceso consiste, para Eco, en un “círculo hermenéutico”(19), el cual está basado, como puede observarse, en una radicalización de la “cooperación” más arriba descrita, cooperación que, a esta altura, está explícitamente prevista para ambos polos de la relación de interlocución.
         El mejor lector es, para Eco, aquel capaz de entregarse al acto interpretativo en plenitud, hasta el punto de adquirir la forma que tanto el texto como el autor implícito en él le demandan. La intención del lector consistiría, dicho de otro modo, en responder de la mejor manera a las intenciones del texto y del autor que, sin embargo, de modo aparentemente paradójico, no son estáticas e invariables sino dinámicas, que a su vez se adaptan y se dejan hacer, que “juegan a favor” de la llegada a buen término de la voluntad lectora.


Interpretación y sobreinterpretación
Este texto, de comienzos de la década del noventa, constituye el punto de llegada de los recorridos reflexivos –el de este trabajo y el de Eco mismo–, basados en el concepto eje de “interpretación”.
        
Aparece aquí una reafirmación de la relación circular que se da entre texto e interpretación, relación de determinación mutua, en el que el texto es ese “objeto que la interpretación construye en el curso del esfuerzo circular de validarse a sí misma sobre la base de lo que construye como resultado”(20) Este “círculo hermenéutico” ya descrito conceptualiza la interpretación en términos de “estrategia”, de operación si se quiere “formadora” en el polo de la recepción. Así, el lector empírico realmente entregado a la tarea interpretativa no haría otra cosa que ir configurando, reconfigurándose, a ese lector modelo propuesto y requerido por el texto.
         En cuanto al otro concepto central en este texto, al punto efectivo de llegada tanto de la reflexión sobre la interpretación como de la interpretación misma, el concepto de “sobreinterpretación”, Eco lo reafirma en el sentido de que si bien un texto “puede tener varios sentidos” no puede tener “todos los sentidos”(21), ya que “hay al menos un caso en que es posible decir que determinada interpretación es mala”(22) Ese límite, vinculado sobre todo con los enunciados negativos, implica la noción de “respeto”. Hay un límite que la interpretación no puede cruzar y ese límite es el “no” del texto. En tal sentido, afirma Eco que “si no hay reglas que permitan averiguar qué interpretaciones son las ‘mejores’, existe al menos una regla para averiguar cuáles son las ‘malas’”(23), con lo cual reafirma la posibilidad de la existencia de “interpretaciones aberrantes”.
         La cuestión del respeto, por otro lado, se vincula con la postulación de la existencia de una especie de “núcleo duro” del texto, de un “algo” a interpretar de manera más o menos adecuada, lo cual impide –por definición–, la postulación de cualquier “deriva” interpretativa libre e indeterminada.


Seis paseos por los bosques narrativos
En este texto, trascripción corregida de una serie de conferencias dictadas por Eco en Estados Unidos, no hay avances respecto de la última versión de su teoría de la interpretación. Se trata de una especie de reformulación coloquial de los conceptos fundamentales en el estado tal cual se encontraban en el último de los estadios descritos.
        
En lo que hace a la distinción entre interpretación y uso, Eco reafirma la posibilidad de las múltiples lecturas siempre y cuando dicha actividad sea considerada dentro del segundo de los terrenos. Afirma Eco que “el lector empírico puede leer de muchas maneras, y no existe ninguna ley que le imponga cómo leer, porque… usa el texto como recipiente para sus propias pasiones”(24).
         Por otro lado, retomando el concepto de cooperación como clave de la actividad interpretativa, Eco reconoce que a través de dicha actividad los lectores “pueden inferir de los textos lo que los textos no dicen explícitamente…pero no pueden hacer que los textos digan lo contrario de lo que han dicho”(25), reafirmando así el límite pragmático ya establecido a partir del concepto de “sobreinterpretación”, basado en la imposibilidad de postular que el texto afirma lo que explícitamente niega.
         Quizás el punto más interesante de este texto sea el modo en que retoma la cuestión de la competencia necesaria para la interpretación adecuada, competencia que el texto mismo debe ser capaz de generar. Eco extiende, en este abordaje, la competencia referida a las cosas del mundo “real” –vinculada con el contexto concreto al que tanto el texto como su lector pertenecen–, al mundo “ficcional”, respecto del cual el autor induce al lector modelo “a creer que debería hacer como si conociera cosas que, en cambio, en el mundo real no existen”, acercándose así a las poéticas y filosofías “discursivas” más radicales, basadas en la no-diferenciación absoluta entre los mundos real y ficcional en tanto objetos de referencia, y centradas sobre todo en los efectos pragmáticos que cualquier tipo de relato –referido a cualquiera de ambos mundos– produzca en los lectores. La literatura se asemejaría, desde este punto de vista, a lo que Juan José Saer define como el arte de “almacenar recuerdos falsos para memorias verdaderas”(26).
         Otro de los puntos teóricos que este texto de Eco retoma es la cuestión planteada ya en Obra abierta y en el Tratado de semiótica general: la definición de obra de arte. En este caso, a los conceptos ya aludidos de “ambigüedad” y “autorreflexividad”, Eco incorpora el de “estrategia formadora” en tanto indicador. Así, la obra de arte existe en tanto tal si el lector, además de concentrarse en un objeto a partir de su ambigüedad y del llamado de atención que efectúa sobre sí mismo, puede  “imaginar detrás de esa forma casual la estrategia formadora de un autor”(27). Si bien la presuposición de esta estrategia es casi un implícito en el caso de la obra literaria, esta cualidad indicativa, junto con las otras dos, resulta sumamente útil para el abordaje de objetos mucho más ambiguos que en el presente –y ya desde el ready made de Duchamp y los 4’33’’ de John Cage– se producen en los campos de la plástica y de la música, por mencionar sólo dos terrenos artísticos a modo de ejemplo.


Conclusión
El recorrido efectuado permite obtener una serie de conclusiones que, en principio, complejizan la imagen ofrecida inicialmente, esto es, la idea de que lo que se produce en la obra de Eco consiste, apenas, en un estrechamiento de los límites del territorio de interpretaciones posibles de un texto.
        
Es así, pero es más que eso. Junto a ese estrechamiento ocurren otros tantos movimientos conceptuales. Movimientos en el sentido literal del término. Lo que Eco efectúa es, sobre todo, una progresiva dinamización de las instancias intervinientes en el proceso de lectura. Las polaridades autor-lector dejan de ser lugares para convertirse en imágenes cambiantes que se ajustan y desajustan en un permanente juego de expectativas que el lector va tejiendo en torno a un núcleo si bien dinámico al mismo tiempo duro: el texto mismo.
         Si Eco limita el campo interpretativo no es tanto en función de las limitaciones de la actividad de interpretación sino sobre todo en función de los límites que el texto proyecta sobre ella. Las propias imágenes virtuales a través de las cuales representa los roles de la relación comunicativa (Autor y Lector Modelos) surgen, dependen y varían en función del texto: de los matices y de los perfiles que va habilitando al lector empírico, cuya complejidad y profundidad dependen, al mismo tiempo, de las competencias y de la enciclopedia que sea capaz de activar en él.
         Con respecto a los márgenes concretos del campo de lectura, es posible afirmar que Eco establece dos límites. Uno bien concreto, el límite pragmático que implica la noción de “sobreinterpretación”, que permite establecer con claridad cuándo una lectura “viola” o va más allá de los sentidos que el texto habilita. El otro límite, más discreto y discutible, tiene que ver con la defensa del “sentido literal” como lectura básica e insoslayable según el estado de la lengua y de la cultura en la que el texto funciona como objeto en un momento histórico determinado. En términos peirceanos, el sentido literal funcionaría como “interpretante inmediato”, en tanto abstracción o posibilidad fundada “en el hecho de que cada Signo debe tener su interpretabilidad peculiar antes de obtener un Intérprete”(28). Las interpretaciones subsiguientes serían un “interpretante dinámico”, en tanto evento singular y concreto “que es experimentado en cada acto de interpretación, y en cada uno de éstos es diferente de cualquier otro”(29) pero que, sin embargo, no puede soslayar la instancia primera. Respecto de la instancia tercera, que Peirce denomina Interpretante Final, en tanto “el único resultado interpretativo al que cada Intérprete está destinado a llegar si el signo es suficientemente considerado”(30), no habría, desde el modelo propuesto por Eco, posibilidad de establecerlo más que en su negatividad, a través de la contundencia con la que pueden rechazarse las interpretaciones aberrantes.
         Puede afirmarse, para terminar, que lo que en la obra de Eco se produce es un cambio en la caracterización de la actitud del lector: si en los sesenta era concebido como alguien que en el ejercicio de su libertad podía llegar a territorios insospechados a través de la lectura, en los noventa esa libertad queda reservada a los usos meramente pragmáticos, mientras que la verdadera vocación interpretativa prevé una actitud de entrega y dedicación, un gesto casi religioso de devoción por la exégesis de ese sentido que, si bien no yace en él como cristalización inmóvil, se conforma y se reforma siempre en el ámbito del texto.

Marzo de 2006


Notas
1) Mancuso, Hugo: La palabra viva. Teoría verbal y discursiva de Michail Bachtin, Buenos Aires: Paidós, 2005, p.49
(2) Op.cit., p.168 n.23
(3) Op.cit. p.166 n.19
(4) Eco, Umberto: [1962] Obra abierta, Barcelona: Planeta-Agostini, 1992, p.34
(5) Op.cit. p.40
(6) Op.cit. p.75
(7) Op.cit. p.105
(8) Grice, Paul: “Logic and conversation”, en P.Cole & J.Morgan (eds.), Speech Acts (Syntax and Semantics), Vol.3, New York : Academic Press, 1975, pp.41-58
(9) Eco, Umberto: [1979] Lector in fabula, Barcelona: Lumen, 1999, p.90
(10) Op.cit. p.74
(11) Op.cit. p.86
(12) Op.cit. p.81
(13) Austin, J
ohn L.: Palabras y acciones, Buenos Aires: Paidós, 1971
(14) Eco, Umberto: [1990] Los límites de la interpretación, op.cit., p.14
(15) Op.cit. p.26
(16) Op.cit. p.36
(17) Op.cit. p.41
(18) Ibíd.
(19) Ibíd.
(20) Eco, Humberto: [1992] Interpretación y sobreinterpretación, Cambridge: University Press, 1995, p.69
(21) Op.cit. p.153
(22) Op.cit. p.27
(23) Op.cit. p.55
(24) Eco, Umberto: [1994] Seis paseos por los bosques narrativos, Barcelona: Lumen, 1996, p.16
(25) Op.cit. p.101
(26) Saer, Juan José: El arte de narrar, Buenos Aires: Seix Barral, 2000, p.83
(27) Eco, Umberto: [1994] Seis paseos por los bosques narrativos, Op.cit. p.126

(28) Peirce, Ch. S.: Obra lógico-semiótica, Madrid: Taurus, 1987, p.146
(29)Ibíd.
(30)Ibíd.