Espacio y cine: una política del lugar
(Apuntes de una lectura)
Ana
Amado
El cine, que por su cualidad
icónica nació con la idea de representar
al mundo “tal cual es”, debió aprender cómo inventarlo, cómo reconstruirlo
fielmente en sus coordenadas y dimensiones en una pantalla plana y sin exhibir
las reglas de su armado. El trayecto más difícil en la adquisición de un
lenguaje narrativo fílmico fue, precisamente, la conquista del espacio: aliar
el movimiento a las nociones heredadas de lo pictórico –cuadro, fondo, perspectiva, profundidad–,
implicaba crear un lugar para lo narrado, y a la vez, interesar al espectador en el juego de un proceso narrativo cuya dirección debía ser clara,
nítida y sobre todo orientada en su trayecto.
Desde
la fijeza de los planos de los primeros films, donde las acciones y evoluciones de los
personajes en el marco estricto del
encuadre servían de precaria guía para la comprensión de las acciones y su
ubicación espacial, el ideal a alcanzar fue en realidad el modelo narrativo de la novela, con su unidad de acción y
de lugar, conducidos por el punto de vista de un
sujeto (narrador o personaje). Recrear el mundo a través de las imágenes en movimiento, sin embargo, implicaba avanzar un poco más allá de
la superficie de las cosas como hace el discurso de la novela, aislando
detalles, acercando objetos o gente, con un sentido de la orientación idóneo para un espectador ilusionado,
dispuesto a interactuar con ese mundo en movimiento desde su memoria, su percepción y básicamente, desde
su mirada. Cuando la noción de visión se desplaza de la narración literaria a
la fílmica, pierde su condición de metáfora para volverse literal: el rol del
personaje-mirada será por lo tanto determinante para asegurar el progreso narrativo
dentro de una unidad espacial –a través del movimiento, de la dimensión de los
planos, del montaje–, unidad concebida por las convenciones del cine clásico
como un espectáculo centrado para el ojo de un espectador inmóvil.
Este
conjunto de nociones, ligadas a una reflexión sobre las formas de articulación del espacio en la
economía narrativa del cine clásico y el valor de las rupturas y
contradicciones de la especialidad fílmica en el cine moderno, son desarrolladas
por el crítico inglés Stephen Heath en el influyente ensayo “Espacio y narración”(1). Este escrito condensa las preocupaciones de la teoría y la crítica
cinematográfica de los 70s -nutrida alternativamente con los aportes de
la semiótica, el estructuralismo, el psicoanálisis lacaniano,
el feminismo y el marximo althuseriano-,
para develar la cadena ideológica
tendida entre el ojo del “sujeto espectador” y el dispositivo del film clásico.
Uno de los temas centrales del período será, precisamente, la relación entre el
significado de la forma fílmica y la forma de recepción de una película. El ensayo de Heath abunda en la explicación, común a esa línea teórica, sobre el funcionamiento y
las operaciones discursivas del film, basadas en la articulación espacial del
punto de vista, articulación destinada, como se dijo antes, a marcar las
posiciones de dirección y el lugar del espectador. En este sentido, despliega
un arsenal de argumentos que subrayan el valor que adquiere la mirada de los
personajes como operador central para la construcción de una unidad espacial
sin fisuras y de una dirección narrativa clara y sin contradicciones,
dirigidas a un “sujeto espectador”,
fatalmente capturado (fascinado) por ese dispositivo.
Heath introduce sus reflexiones con un recorrido histórico por la tradición visual representativa que parte del perspectivismo del Quatrocento,
junto a la concepción del mundo del ideal renacentista que le estaba
ligada. Subraya sobre todo la matriz
ideológica de esta herencia que el cine clásico entronizó como su forma
narrativa básica para destacar la trascendencia estética del cine moderno y
experimental (“de vanguardia”,dice, una designación que tenía alcances netos en los
años 60 y 70), cuando rompe con esa organicidad sin brecha ni contradicciones
de la tradición fílmica, y desafía con sus obras aquella ideología centrada en
la visión como verdad.
“En muchos sentidos, cada
film es un verdadero drama de visión y este drama retorna en los films temática y
sintomáticamente desde el comienzo” dice Heath, que
en el análisis de una secuencia de Sospecha (Hitchcock, 1941)
rescata la cualidad subversiva de la “mirada que tira a los márgenes”, una mirada descentrada que introduce una
perturbación en el despliegue narrativo (uno de los puntos sobresalientes de la
maestría de Hitchcock radica, precisamente, en su
capacidad de interrumpir la homogeneidad narrativa característica del canon clásico dentro del cual realizaba sus
películas, perturbando la ley del ojo, la ley del punto de vista), mientras el resto del film “permanece en su
lugar”.
La noción de espacialidad que pone en juego Heath en su ensayo es construida en defensa de las obras
más experimentales, guiadas por una política de representación que invierte sistemáticamente, o simplemente ignora
los códigos espaciales que están en la base de todo trayecto narrativo
convencional. Marguerite Duras, Straub/Huillet, Michael Snow, Godard y Yasujiro Ozu, cineastas que aliaban en su obra tanto la teoría como
la práctica de una disyunción sistemática, son citados en su lista de
contraventores ideales, junto a otros cineastas menos radicales pero
significativos por las contradicciones que incorporan a su apuesta estética. A
partir del análisis de films como Penthesilea, Reina de las Amazonas (1974), de los ingleses Peter Wollen y Laura Mulvey y de
una secuencia de Death by hanging (1972)del japonés Nagisha Oshima, Heath subraya el
valor simbólico –también ideológico en sus
efectos– del descen--tramiento
visual y narrativo que exhiben estos realizadores en sus obras.
Los postulados maximalistas del
modernismo crítico de los 70s, con sus excesos forma-listas y reclamos políticos
que hoy parecen extravagantes o son mencionados como reliquias, fueron
reemplazados por una variedad de aproximaciones promovidas por los “estudios culturales”.
La centralidad del film como objeto de estudio se borronea, igual que la noción de “sujeto”, que hoy debe desenredarse
de una madeja amplia de diferencias, definidas desde complejas aproximaciones
al género, a lo post colonial, a las identidades raciales, étnicas, sexuales,
etc. (2) Los trabajos teóricos de aquella década sobre la textualidad fílmica reciben sin embargo el reconocimiento innegable de haber definido un profundo corte en las humanidades al abrir
un campo de estudios con un reconocimiento académico que no dejó de crecer y
legitimarse hasta la fecha. Por su parte, la frecuencia con que las
afirmaciones y definiciones del ensayo de Heath que
comentamos son actualmente recogidas y
polemizadas en trabajos tanto del campo del cine, como del arte, la literatura
y la sociología de la cultura en general, ratifican la vigencia de su
aporte.
Desde la década pasada una parte
esencial de las películas despliega, en lo formal o lo temático, la cuestión
del espacio y su inevitable correlato temporal. Es un tópico recurrente en lo
argumental (desplazamientos, nomadismos, traslados, inestabilidad de las relaciones y de la sobrevivencia en
las ciudades, entre los asuntos más reiterados y ligados al presente cultural
posmoderno) o, en los autores más notables, enfatizado como síntoma, en films que muestran
en su mismo funcionamiento narrativo las cláusulas que debilitan o ponen en
cuestión las certezas con las que un observador/espectador debiera interpretar
al mundo por vía de las imágenes filmadas. Casi toda la filmografía de Abbas Kiarostami, por ejemplo,
puede ser incluida en esos términos.
También la de Wong Kar-Wai, la de Tsai Ming-Liang (para mencionar sólo
los herederos más renombrados de Ozu, Bresson y Antonioni en el cine
oriental y asiático), algunos títulos de Gus Van Sant, de Lars Von Trier o de Lucrecia Martel.
Lo que cabe
en una esquina.
La lista de autores puede ser más extensa. Quizás nadie
pueda agregar con alguna seguridad el nombre de Wayne Wang en ella. Pero su película Cigarros (Smoke,
1996) con guión de Paul Auster,
incluye un pasaje que en varios aspectos conecta con las cuestiones
desarrolladas por Heath. A poco de comenzar, Auggie (Harvey Keitel) muestra a su amigo escritor Paul (William Hurt) un álbum de las fotografías que
registró, a la misma hora de cada día de los últimos años, de la esquina de su
tabaquería en el centro de Brooklyn. Al plano de
ambos mirando las imágenes del álbum y dando vueltas sus páginas, le sigue un
primer plano en el que las fotografías ocupan todo el encuadre de la pantalla. Puede apreciarse entonces que en
todas se reitera el mismo espacio, pero ese paisaje invariable que muestran,
mirado con atención, “dándose un tiempo”
como recomienda Auggie (un tiempo del cual el film se
hace cargo, con una mayor duración de los planos de cada página), ofrece matices: por la luz que cambia según el clima,
o por la presencia –fugaz, azarosa– de
transeúntes que pasaron por el lugar en el instante de cada registro. Cuando una de esas figuras anónimas
es identificada (Paul reconoce entre ellas a su esposa muerta
por la bala perdida de un asalto al banco del vecindario), ingresa
repentinamente la emoción, reforzada en
el film a través de un plano cercano de la imagen de la muchacha que permite al
espectador compartir la mirada y la tristeza consecuente del personaje. Una
“movilidad” de la visión, de las sensaciones de la que necesariamentte carecen las imágenes fotográficas que resultan del experimento de Auggie, aún cuando
estén colocadas en sucesión para
enfatizar su cualidad narrativa virtual.
Su encuadre espacial único, casi inalterado y desde su exclusivo punto de
vista, (de una fijeza repetitiva que Paul confiesa no
entender y ante la que en principio se declara “abrumado”) precisa ser recorrido
con la mirada para dar información: un espacio que tiende simplemente al
cuadro, a semejanza del cine de los
primeros tiempos que hilvanaba una
historia con una serie de escenas tomadas con una cámara fija y frontal.
El dispositivo fílmico irrumpe entonces
como quien precisa asegurar –o restaurar– una mayor funcionalidad del espacio
en su emplazamiento narrativo.
La
cita de esta secuencia de Cigarros sugiere en principio varios términos de
comparación entre el valor del espacio fotográfico y el fílmico, tema que
también es mencionado por Heath en su ensayo cuando
señala el elemento básico común entre cine y fotografía: la cámara, como medio
de crear perspectiva y también el marco, el encuadre, como límite de la
experiencia visual. O la cuestión del encaje o yuxtaposición de fotos en un
plano fílmico, oposición que desencadena , entre
otras, consecuencias inevitablemente temporales.
Pero además, el segmento
encuentra su lógica dentro de la particular indeterminación narrativa que
encuentran en esta película los lugares y los acontecimientos. La ficción se
hilvana con los relatos que los respectivos personajes narran sobre sí mismos o
sobre los demás y estas historias –pequeñas narraciones verbales, de matriz más bien literaria– plagadas de sensaciones y acciones, sólo encuentran una movilidad verbal sin
que las imágenes actualicen
–espacialicen– lo
narrado. Incluido el cuento final de Auggie, cuyas
alternativas incluyen a una ciega que
no puede devolverle al narrador la mirada tan abarcadora sobre la escena
descripta. Sistema de coherencias,
dentro de un film que gira manifiestamente alrededor de un espacio físico sustraído (“encuadrado”)
del anonimato espacial urbano, la cigarrería enclavada en un vecindario, suerte
de escala intermedia entre el adentro y el afuera en la vida de esos
personajes, lugar semi público y semi privado, punto de convergencia (existencial, narrativa) y a la vez de pasaje
para la serie de vecinos involucrados en esa historia. Un planteo oblicuamente político como plantea Heath, con sus preguntas sobre los significados,
sobre las imágenes, con sus ficciones en busca de un lugar y las sugerencias
sobre las “relaciones y transformaciones entre individuos”.
Notas
(1) “Narrative Space”, en Stephen Heath, Questions of cinema, Indiana University Press,
Bloomington
:1981. Publicado previamente en Screen Vol. 17 Nº 3, Otoño de 1976.
(2) La influencia y los límites de la
teoría y la crítica “modernista” de los 70s es revisada exhaustivamente por D.N.Rodowick , en The Crisis of Political Modenism . Criticism and Ideology in
Contemporary Film Theory,
University
of
California
Press,
Berkeley
:
1994
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