Sexualidad y fantasía
Hernán Sassi
Lulúpe María T
de Tatiana Goransky
Editorial Simurg, 2005
161 págs.
Lulúpe María T fue violada el mismo
día de su cumpleaños de quince por un par de adolescentes compañeros de colegio
presurosos por perder la virginidad y por desvirgar a quien los desveló con sus
encantos durante meses. Desde ese momento todo cambió en su vida. De ahí en más
la acompañarán profundos dolores menstruales y, como precaución, siempre irá
armada. Luego de sortear otra violación asesinando al policía que la socorrió en
la primera violencia a la que fue sometida, cambia su independencia, su
libertad por algunos favores sexuales para lograr su más preciado anhelo: la
creación de guías de viajero individuales que responderían a los deseos
particulares de sus poseedores, y en el camino, descubre una ciudad enterrada
(imaginaria, pero –y más que nada en esta novela- no por ello menos real)
transformándose en una celebridad mundial.
Tatiana Goransky, en ésta, su primera novela, aborda dicha historia con
un candor que lejos está de la lascivia que se le suele adjudicar a todo
creador versado en el retrato literario de la sexualidad (ella es una escritora
experta en narrativa erótica, publica desde hace años en Flatus vocis.com y
elinterpretador.net “Séxodo”, una columna sobre sexualidad y erotismo). El
singular cruce de esta novela de cuerpos y fluidos con pequeñas utopías
personales y aventuras mundanas, lejos de explotar una veta libidinosa se
conjuga en el marco de una narración que no apuesta tanto a una “poética corporal”
–como llama O. Paz al erotismo- o a la narración de una vida disipada, como a
la inverosimilitud y al artificio (con nombres descabellados o inusuales,
empezando por el de la protagonista), con sucesos inesperados en fechas
importantes de la vida de Lulúpe (su primera menstruación, la violación y el
regalo que le cambiará la vida, todos acontecidos en días de su cumpleaños) y
situaciones fantásticas y/o delirantes como la paloma-vidente del colegio,
Carrie, que la señala como perteneciente a una extraña elite, las vacas que dan
leche a la hora del desayuno en baldes de porcelana blancos, un feto con forma
de figura trapezoidal con un grupo de genitales extra y la existencia de
parajes con árboles de basto cuyas copas siempre están llenas de piña colada. A
propósito, la autora no transita por el ingenioso –y filosófico según G.
Deleuze- nonsense de L. Carroll. Tampoco el de los delirios aireanos, de
A. Laiseca, W. Cucurto o incluso de A. López. Mundo infantil, mundo de gigantes
y gnomos, de descubrimientos de quiméricas ciudades, de pájaros parlantes, de
sexualidad y perversión, de anhelo del amor primero, Lulúpe María T es
una rareza en la nueva narrativa argentina digna de destacar.
En esta novela de reciente publicación
(con una singular e irreprochable edición de Simurg), Tatiana Goransky,
centrándose en una protagonista muy especial, una mujer que desgarra literal y
metafóricamente el corazón de los hombres, con una madre (llamada María) que
muere “a baño María”, un erotismo diseminado en buches de leche, chauchas y
huevos; mujeres pelirrojas, ciudades míticas y portentos varios, dispone una
escritura en varios planos: el literal, el metafórico, el alegórico. Con una
prosa precisa e irónica que –vaya a saber por qué- por momentos se vuelve
españolísima (con leísmos, con términos como “bragas” o “sencillo”,
refiriéndose a un tema musical) y que conjuga eufemismos varios con la más
límpida literalidad (sin caer en lo chabacano cuando describe episodios
sexuales, más bien multiplicando los sentidos) en el relato de esta vida
afectada por dislates encantadores y fuertes sucesos, esta joven narradora crea
una tensión que crece página a página pero que zozobra con algunos pasajes
realmente prescindibles –error imperdonable luego de atrapar al lector con gran
destreza-, para finalmente resurgir en el clímax, la segunda violación,
encuentro que el lector espera como si fuera el de una pareja de amantes.
Con algo de bruja y hasta de duende, a su
manera, con algo de ángel de la guarda y de lolita (la protagonista supo ser
una nínfula fatal y Lalalala Lola, uno de los personajes que se convertirá en
su rival, a una afiebrada memoria lectora bien puede remitirla el deslumbrante
comienzo de aquella obra maravillosa de Nabocov), Lulúpe María T, una tierna
pelirroja que se apena por los hijos de Santa Claus, se fascina con las
ardillitas londinenses y ayuda a amantes contrariados, tiene toda la ingenuidad
de aquella mujer que aún no sospecha los temblores y hasta cataclismos que
suscita. Dicha ingenuidad, que como vimos la hará vivir algunos sobresaltos,
resguardándola de la cruda realidad la abriga en un mundo de ensueño que nos
recuerda a una película inolvidable.
Por esas raras y fecundas afinidades que suelen cruzar cine y
literatura, Lulúpe María T, sin una sola referencia explícita, comparte
un innegable aire de familia con Amélie, la película de Jean Pierre
Jeunet de 1999. Las dos protagonistas femeninas, serviciales almas solitarias,
soñadoras pertinaces que creen en milagros cotidianos, tienen un insondable
mundo interior lleno de inventiva, amor y ternura, y gracias a él, descubren
entrañables historias en cada vecino. En las dos obras se caracteriza a los
personajes reparando en detalles extravagantes de gran comicidad. En ambas,
llenas de humor negro, lo morboso se esconde tras situaciones inverosímiles y
humorísticas (la madre de Amélie muere “aplastada” por una mujer suicida
que se lanza desde la cima de una iglesia, la madre de Lulúpe, como
dijimos, muere “a baño María”, y allí también un abuelo pierde a su hija
jugando al póquer). Por otra parte, Amélie, con ese manierismo tan
propio que se ha transformado en el sello de su director, y Lulúpe, con
ese subrayado en lo artificial (en los nombres de los personajes, en lo
inverosímil de ciertas descripciones y situaciones), ambas rehuyen del relato
realista-naturalista, como así también en una como en otra reina un mundo de
fantasía en el que todo es posible (en Amélie las fotos hablan, los
enanos de jardín viajan por el mundo y envían postales, los veladores conversan
con personajes de obras pictóricas, “las alcachofas tienen corazón” y hasta
“hay días de color naranja”, como en Lulúpe María T hay “gente
con sus movimientos de colores”). Y por último, un detalle que es nimio pero
que se descubre adamantino en un rosario de rimas sugestivamente productivas:
en ambas las nubes dibujan figuras para el solaz de los personajes y también el
nuestro, en Amélie con forma de conejo, en Lulúpe –como es de
esperar- con forma de mujer.
Tanto Amélie como Lulúpe María T trabajan sobre un cliché,
dan una imagen de la mujer estereotipada: la de la ingenua, romántica y
soñadora. Pero frente a ese imaginario común hay algo determinante que las
separa y que representa un punto nodal y a su vez uno de los mayores desafíos
de la novela de Tatiana Goronski. Ante una Amélie asexuada, aquí el
retrato de la sexualidad y sus contratiempos es uno de los motores del relato.
Lulúpe profundiza en tópicos referentes al “corazón femenino”, como dice la
narradora. A la niña-mujer soñadora se suman los rituales, leyendas y tabúes
correspondientes a la menstruación, la pérdida de la virginidad y los fantasmas
de la violación tanto como la perpetua incomodidad de ser siempre un objeto de
deseo, de padecer a perpetuidad los efectos del propio cuerpo cuando desde la
pubertad se convierte en una máquina erótica fuente de vergonzantes apremios
sexuales por parte de la parcialidad masculina.
Pero más que esto, en Lulúpe hay un hecho puntual que parte
aguas. Aquí la violación es un hito fundante de una pasión que, como en el
visceral mundo de Almodóvar –y salvando las abismales distancias–, constituye
el ápice de una extraña historia de amor. Sí. Lulúpe es una historia de
amor con una violación como rito iniciático. A qué negarlo, Benito e Ignacio
recordaron en cuerpo y alma las palabras de Platón en El banquete y en
el Fedro: “el amor nace de la vista de un cuerpo hermoso”. Desde aquel
regalo fatal (un corpiño, presente de su padre), ante el deslumbramiento, ante
aquella epifanía, ambos quedaron perdidamente enamorados de la protagonista,
quien con su irresistible encanto los “obligó” a armar un minucioso plan para
poseerla. Al hacerlo, Ignacio morirá literalmente a manos de un policía, luego
de, por mucho tiempo, “morir” figuradamente por poseerla. Benito, quien desde
la niñez la venera en no menor medida, luego de aquella violación, sin prisa y
con pausa la buscará como a una piedra filosofal, y junto a Lalalala Lola y
Lulúpe compondrán un triángulo amoroso pasional, como todos los triángulos
amorosos.
Y en esto hay algo que puede resultar
sorprendente, más bien perturbador para más de uno que pensará que ciertos
temas sólo deben abordárselos con gravedad: un amor abierto por una violación
en un marco naif con situaciones fantásticas y esotéricas, sin escabrosas
perversiones, culpas ni réprobos, sin venganzas ni heridas irredimibles, desde
una mirada romántica y por sobre todas las cosas infantil y sin la tragedia,
sin el infierno en el que haría centro una mirada realista. Esta es la apuesta:
cierta provocación en sordina. Como ejemplo vale recordar la ingenuidad e
inocencia de la protagonista (ciertas o fingidas), que luego de la primera
violación llevan a Lulúpe a pensar con alegría en ese momento como propicio
para deshacerse de su propia virginidad.
Primera obra de esta prometedora escritora novel, esta excelente fábula
sin moraleja sobre los deseos –en tanto sexuales y como anhelos-, con ese mundo
de insondable fantasía, como el de Amélie, entre otras tantas cosas, no
hace más que demostrarnos la pobreza de nuestros mundos interiores y de
nuestras lúgubres comarcas.
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