Inactualidad,
fin de fiesta (*)
Nicolás
Casullo
–¿Cuál
es el significado de la revista Pensamiento de los Confines que dirige, en relación a la función que le asigna
a la crítica dentro del debate de ideas?
–Pensamiento
de los confines nació como revista en 1995 bajo la cifra de una crítica radical a situar ríspidamente en
el mundo de la crítica cultural de avanzada, académica,
política, filosófica, teórica, artística.
Tres años más tarde, en mi libro Modernidad y
cultura Critica también invierto los términos,
planteándome en discusión con la “naturaleza” de
la crítica cultural en boga –una suerte de albañilería
de objetos, equivalencias y dispositivos– para contraponer una
cultura crítica que se abriese no a una nueva regulación
de cuestiones escondidas supuestamente en una maleta excluyentemente
académica, sino a la crítica como constituible-inconstituible,
situada sobre un fondo de silencio que no la absuelva ni optimice
intelectualmente la cultura. Un pensar crítico hacia un
horizonte extinguido de entrada en términos de apetencias
pedagógicas, esto es, de objetivo inalcanzable, que no
mocione temáticas ni métodos de investigación
superadores, apropiados, aportadores. Por lo tanto, un sitio de
reingreso de lo reflexivo en su vacilación desnuda, en
el desierto de la historia, hacia otra politicidad inevitable
de las palabras. Entre una izquierda petrificada en sus argumentos
culturales, una ex izquierda que descubría la panacea de
la moderación, el consenso y el individualismo neoliberal
de mercado, un campo estético incapaz de pensarse a fondo
en sus postcondiciones, y un academicismo inocuo y rancio, la
intención de la revista en la Argentina fue romper con
esos textos en uso. Romper con el éxito de las neorracionalidades,
las recetas, la simplificación periodística del
cientificismo social, las autoayudas teóricas y la gastronomía
de los estudios culturales: todos ellos espacios reconocidos de
crítica que edifican barracas de discípulos disciplinados.
Mis
ensayos hace diez años en los dos números iniciales
de la revista, el primero sobre otra crítica a encontrar,
y el segundo sobre las herencias “de izquierda” y también
de “derecha” para una crítica a la crítica, buscaron
recobrar sin nostalgia una genealogía del pensar antiutópico,
que sentíamos había muerto entre las manos indefectiblemente.
Una invención reflexiva de los rastros de ese pensar, huellas
barridas por la propia intensidad fabril de la modernidad/posmodernidad.
Digo invención, en tanto pretendíamos reunir siempre,
en cada cuestión, por primera vez indicios de un tiempo
postrevolucionario, sin caer en los infinitos olvidos y miserias
que el mercado intelectual ofertaba para esta novísima
edad intelectual. La cuestión era colocarse en un lugar
no demandado, no solicitado, inaudible muchas veces dentro de
las revistas culturales, desfasado de una escritura paternalista
y prolija que todo lo explica y lo transforma en fácil,
en rasurado, en material escolar para el usuario del consumo cultural,
y un viejo recinto de anquilosamiento de la izquierda cultural,
marxista o nacional, que en sus edades postreras decidió
hace tiempo no pensar más y barnizar todo con sus viejos
íconos.
Un
relato entonces compaginador de un pro-venir, rayando en
los confines: la revista misma. Imaginar el linde, no de
un campo cultural sino de un filosofar ensayístico a extramuro
de las ideologías de lo multidisciplinario. Una señal
casi siempre ausente en nuestros universos intelectuales, que
se sustentase en poéticas circunstanciales y en conjeturas
que en estas dimensiones adquiere una crítica descentrando
la propia existencia crítica más relevante y respetada.
Desde el legado de Rousseau sobre el indefectible fracaso ilustrado,
la filosofía de la sospecha emblematizada por la herencia
nietzscheana, la crítica a la metafísica de Heiddeger,
la teoría crítica de Frankfurt y el mirar teológico
político a contrapelo benjaminiano, la Viena fin de siglo
como termómetro poético, ensayístico y novelístico
de lo apocalíptico y la nihilización celebratoria,
Bataille, Blanchot y, Lacan, Cacciari, Levinas, Nancy, Agamben
como un dispar desemboque donde lo moderno aparece/desaparece/aparece,
como su cancelación, despedida, interrogante. Como el fin
y reingreso del preguntar el sentido del sentido o la pospolítica
de los conceptos, o los nuevos funerales de la estética,
o el rastreo profundo y sostenido de la actual cultura global
massmediática: el hacerse polvo de una biografía
de representaciones magnas eternamente legitimadoras de prácticas
dadas. Un “programa” nunca escrito por así decir, de los
que hacen la revista, que desde la memoria del exterminio y el
terror nacional procuró embestir contra las derechas culturales
del fin de la historia y del fin de las ideologías en el
capitalismo, como contra el progresismo intelectual que socialdemocratizó
sus preguntas al argumentar tan servilmente con respecto a la
época como antes lo hizo desde los manuales de esquemas
marxistas. Por lo tanto, crítica y discusión crítica
en el contexto de una escena: la dura nihilización de la
historia.
Tal
genealogía “bibliográfica” no pretendió por
supuesto asentar una originalidad, porque de distintas maneras
nos situamos, desde ella, en el reino canónico del pensar
intenso y deconstructor moderno. Se trató en cambio de
discutir qué itinerario se compone con tales voces de una
herencia pensante, lejanas o recientes. Se trató del cariz
del entramado a tejer por Confines: de la manera de anudar
y trazar estas genealogías de comprensión para pensar
las cosas, o mejor dicho para despensarlas, para destituirlas,
para despenarlas de verdades, snobismos, modas, retóricas
y terminologías al uso, a partir de una lectura del presente
filosófico, estético, político, teológico
que permanentemente inaugura la desesperanza de dicho pensar,
lo descubre, lo destroza y lo vuelve a interpretar en sus fragmentos
y despojos. Se trata, en relación a la crítica,
de su inevitable forzamiento y des-armado hasta superar su propio
sueño ilustrado, su propio mito. Su propia capacidad de
barbarie o idiotismo. El mercado cultural demanda a la crítica
como ecuación que en realidad oculta su verdadera índole
de su mercancía: o es festejante de sus correctos hallazgos
o es lo previsible solicitado por la propia producción
cultural. En una cultura moderna que nació descubriendo
que la critica oxigena y lleva a la libertad histórica
- hoy la de los bombardeos de máxima altura en Irak imponiendo
la libertad y la democracia - y que a la vez expone la impotencia
de todo historial del pensar en la ciénaga del cinismo
civilizatorio, lo primero que la crítica debe asumir como
delictivo es su rozagante condición partera, la supuesta
natividad de algo que nos apartaría de la catástrofe
en su nombre. No hay crítica de nada, desde una crítica
del pensar solo hay crítica insobornable a la crítica,
como momento fetiche superlativo de una civilización que
hace las veces de esquina iluminada. Eso es todo. Martirización
mundana hoy, eco lejano del deslumbramiento trágico que
vaya a saber por qué, fue una vez y solo una vez.
Porque
uno puede recorrer la cadena intensa de un pensar critico moderno
excepcional, y sin embargo desembarcar en infinitas positividades,
en distracciones, o en la absoluta no advertencia de la ausencia
del pensar. Recitar autores, legados, rupturas, vanguardias, cortes,
pero quedar simplemente erudizado por lo mítico de tantas
autorías, por la historia de las ideas, en definitiva por
un engranaje que seduce en este caso por ser mundo crítico
a “la intemperie”, por las èpicas lastimaduras en su piel.
Eso vivimos hoy en la disciplina filosófica muerta. La
crítica en todo caso significa para Confines una
intencionalidad desinstitucionalizante de ella misma, que nadie
solicita ni a nada sirve, que carece de discipulado y de academia,
y que pensada desde su desconciliadora penuria no es bien recibida
por el mundo intelectual, universitario, cultural, especializado,
progresista o de derecha, por el mundo aplicado: ese que alcanza
su maxima caracterización cuando Benjamín dice en
1940 no perdonarle, frente al triunfo del nazismo, “haber creído
que”.
–¿Frente
a la banalización del mercado cultural y la domesticación
de la crítica académica, hay espacio todavía
para la crítica intelectual, la crítica de oposición,
y a través de qué lenguajes debería hoy ejercerse
esta crítica?
–Podría argumentarse que la cultura se banalizó
al dejar atrás la liturgia de los conventos de la alta
montaña allá por el 1250, donde solo era cuestión
de rezar 18 horas por día, comer ascéticamente y
dormir alerta a las imágenes. Lo que nos expone la actualidad
es la imposibilidad de fugar de la banalización porque
todo acontecer cultural respondería a un casillero
calculado por el mercado para nuestra satisfacción, desde
un seminario sobre Jacob Böhme esponsoreado por la alcaldía
de la Nueva Berlín, hasta una nueva técnica de los
meseros para tratarnos en los restaurantes. Que en algunos casos
veamos trivialidad y en otro hallazgo intelectual, no rompe con
el esquema que nada deja de sernos ofertado porque, poco o mucha,
hay demanda de consumo, no reposición de sentido.
Habría
en todo caso, desde una tarea que indudablemente pertenece al
campo intelectual, que pensar la crítica desde la propia
penuria del lenguaje, desde su permanente fracaso de “una respuesta
adecuada a las circunstancias que se están viviendo”, y
que nos reabre permanentemente la relación lenguaje –mundo
como el gran quid de lo que no se habla cuando hablamos, sobre
todo cuando hablamos precisamente de lenguaje y mundo. Pienso
en una prosa que aparece en fuga y distanciamiento de todo el
pensar de una época, de sus cuerpos de significados más
venerados, que nos exige dificultad, complejidad, inactualidad,
fin de fiesta, en el olfatear las barbaries disciplinarias y productivas.
Que nos aproxime no la posibilidad de una respuesta sino la experiencia
de pensar si efectivamente el lenguaje está siempre a nuestra
disposición como una práctica pagada a libro leído.
Que nos plantee qué significa la catástrofe en la
historia y cuándo deja de pasar. La crítica, desde
esta perspectiva, es siempre una propuesta amenazada, entre lo
decible e indecible. Entre la dominancia de una racionalidad que
no puede ser negada en ningún acontecer del mundo humano
porque es precisamente el histórico estado de cosas bajo
dominio racional el que se denuncia y se pretende representar,
y a la vez el peligro de estar consumando esa misma racionalidad,
esa sustracción del sentido con la propia representación
de la crítica.
Creo
que es un tiempo de quebrar críticamente, de manera rotunda,
toda pareja conocimiento y sentido. Desde la comprensión
clara de lo que queda cancelado con eso. Tal sería la tarea
de la crítica como parte de una posmodernidad antiasesina
que permita descubrir los vaciamientos en lo lleno, la muerte
del sentido en los significados, la profunda neblina de lo neto,
en definitiva los cursos inevitables del mundo, sabiendo que en
último término la lógica que quedó,
el sistema, también puede hacer de toda crítica
el último moño del producto. Y sin embargo, estamos
en esa destinación hasta en una simple charla entre amigos.
En la academia se aglomera lo más entregado, satisfecho
y consumador, y a la vez lo refractario, a este estado de cosas
del mercado banalizador, de la mercancía producida. Es
el sitio de las máscaras más promiscuas y burocráticas,
y a la vez el lugar donde una ruptura del pensar se hace más
plausible, esperable, aunque muy difícil.
(*)
Entrevista realizada a Nicolás Casullo por la Revista
de Crítica Cultural, dirigida por Nelly Richard, Santiago
de Chile, n.º 31, julio de 2005.
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