El oído como adorno
Matías Bruera
¿Qué ha usurpado la audición a su propia esencia, sobre todo en lo tocante a la música? ¿Cómo podemos pensar de nuevo lo auditivo –no “saber”, sino pensar lo auditivo– más allá de una tradición que ha comportado esta usurpación? Massimo Cacciari conversando con Luigi Nono. En torno a Prometeo.
La música tiene algo de insular, estéril, ni objetiva ni subjetivamente conduce un camino desde ella hacia el mundo y la vida; se está completamente en ella o completamente fuera de ella. No actúa en la vida, pero la vida ha actuado en ella. El mundo ya no le da cabida, porque ella ya ha dado cabida al mundo.
Georg Simmel. El individuo y la libertad.
1. Las orejas son testimonio de la propensión del cuerpo hacia la simetría bilateral. Este dueto orgánico permite detectar las diferencias de la dirección del sonido, y en un sentido general, por ser más de una y ampliar la capacidad y espectro auditivo, no necesariamente constituyen una garantía perceptiva en un mundo bullicioso de actividad.
“Pensar con el oído”, como dice Adorno, respecto de expresiones como “crítico de la cultura”, nos previene de una crítica a la que no necesariamente le sienta la cultura y que se ubica “por encima de la cual se imagina egregiamente levantado”. Las críticas a la crítica instituida como profesión, agentes del tráfico espiritual, son un lugar común –no por eso menos cierto– de la cultura fetichizada y subsumida a las leyes del mercado. “La cultura no es verdadera más que en sentido crítico-implícito y el espíritu, cuando lo olvida, se venga de sí mismo en los críticos que él mismo cría. La crítica es un elemento inalienable de la cultura, en sí misma contradictoria; y con toda su inveracidad es la crítica tan verdadera como la cultura es falaz. La crítica no daña porque disuelva –esto es por el contrario, lo mejor de ella–, sino en la medida en que obedece con las formas de la rebelión”.1
Ahora, en el particular caso de la música –disciplina disolvente que pone en cuestión nuestra relación con respecto a los límites del lenguaje y amplificatoria en tanto nos enfrenta con formas de conceptualización que discurren desde la lógica racional hasta ciertos modos de experiencia interna–, la relación entre lo que puede ser pensado y vivido y lo que puede ser comprendido trasciende, como un misterio insondable, la apreciación pragmática o la comprensión racional.
En este sentido, la idea más idónea sobre la música es musical, y los que crean, lo saben.
“El músico llega a la idea de música mediante la música misma, medio de comunicación que le es propio; sólo allí despliega al máximo su fuerza de convicción, sólo allí es irrefutable. Cuidémonos de olvidar este hecho fundamental; mejor aún coloquémoslo como exergo en toda reflexión ‘escrita’ que tengamos que redactar.
La ‘no significación’ de la música es, irremediablemente, nuestra fuerza específica; no perderemos nunca de vista que el orden del fenómeno sonoro es primordial: vivir este orden es la esencia misma de la música.”2 La música, genuina expresión de la capacidad simbólica de la mente, hiere zonas profundas, nos enmudece y toca fibras que escapan a la lógica del montaje del lenguaje común. Es por eso que –como dice Steiner, en una de sus sugerentes imágenes conceptuales– “cuando habla de música, el lenguaje cojea”.3
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Pensamiento de los confines, n. 18,
Julio
de 2006 / Págs. 53-54.
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