La finalidad literaria
Claudio Canaparo
Aquello que podríamos entender como el pensamiento rioplatense puede caracterizarse como un problema aristotélico por cuanto la noción de fin se entiende con frecuencia con relación a la idea de causa –sea ésta lógica o ideológica. Como se sabe, el vocablo “fin” traduce el griego teloz, que originariamente significaba “cinta”, “venda”, “vendaje” o “ligadura”. Desde entonces, teloz también ha sido entendido como “límite”, como “cumplimiento” y asimismo como “resultado” o “salida”. Cicerón resume esta variedad diciendo que teloz puede ser expresado como extremum (término extremo o final), como ultimum (objeto último u objetivo) y como summun (término supremo). Por último, el “fin” ha sido igualmente entendido en cuanto delimitación y, de cierta manera, en cuanto horizonte (oroz) de algo. Cuando alguien sostiene que el pensamiento rioplatense es un pensamiento literario, es esto último aquello que quiere significar.
Traer a colación entonces esta situación y esta etimología viene a cuento porque
la hipótesis de este escrito es que la idea de literatura que prima en el ámbito
rioplatense puede ser caracterizada en general como un problema de finalidad. La
distinción corriente entre “fin” y “finalidad” –que traduce la distinción entre la
causa final aristotélica y el fin en sí mismo– no es realizable –de acuerdo con nuestra
hipótesis– en la mencionada idea de literatura. De allí que al explorar la noción
local de literatura se presente da capo un problema epistémico: referir lo literario
no es sólo definirlo por relación a un fin sino lucubrar el fin en sí mismo. La indistinción
de eso que podríamos indicar como “lo literario” con relación a diversas
disciplinas, la idea misma de que hay algo “literario” en cada disciplina, constituye
un credo rioplatense que se remite al siglo XIX y a la idea de una República –sea de las Letras como de las Instituciones.
La ficción del folklore local
La teoría acerca de la literatura es presentada en la actualidad como lo literario en
sí mismo –eso que podríamos indicar como literaturidad. Y esta persecución abstracta
y académica de legitimidad sin duda puede ser entendida cuando se observa
que lo literario en cuanto tal no se sostiene ya por sí mismo en sentido conceptual:
el lenguaje ha dejado de ser un problema para aquello que en la actualidad es
presentado por las editoriales como literatura. A diferencia de lo que sucedería
durante el siglo XX, aquello que se entiende en la actualidad de las culturas
dominantes por literatura no es ni lingüístico ni filosófico. La predicción de
Jean-François Lyotard (1924-1998), quien en 1979 postulaba la periodización de
la producción literaria (journalism), en el contexto de una cultura analítica en
declive, es sin duda un hecho que pocos se animarían a cuestionar, aunque muchos
lo ignoren por interés pecuniario. Las desleídas polémicas acerca de la tarea de lo
literario en el ámbito local constituyen una ilustración contundente. Los artificios
mediáticos locales entre Damián Tabarovsky (1967- ) y Guillermo Martínez
(1962- ), así como los disparos en la sombra entre Tomás Eloy Martínez (1934- )
y Ricardo Piglia (1941- ), para no mencionar los patéticos comentarios de varios jubilados de la calle Puán, entre otras manifestaciones, conforman una antología casi perfecta de esta ilustración.
Y hay también otra cuestión respecto de este claim académico: la más generalizada
forma de reivindicar una legitimidad para lo literario es asociarlo con una
teoría de la ficción. Juan José Saer (1937-2005) y el ya mencionado Ricardo Piglia,
entre otros, constituyen acabados ejemplos rioplatenses al respecto. Para decirlo en
breve: definir un concepto de literatura en el Río de la Plata es ab initium plantear
una teoría de la ficción. La imposibilidad de definir lo literario a partir de una práctica
editorial o de una específica función comunitaria –como por ejemplo con eugenismo
cierto solía hacer Borges– se puede explicar, como hemos sugerido, a partir
de la autorreferencialidad que significa en el ámbito local la literatura dentro de la
literatura. La escasa audiencia que la denominada literatura local tiene en el dominio
internacional –cuando menos comparada con otras localidades en donde la producción
literaria es significativamente menor– puede asimismo referirse a este problema
endogámico y paradójico: la legitimidad de lo que se escribe viene de un afuera simbólico (valor cultural) pero que busca autenticarse sólo a partir de un
grupo minoritario de lectores locales (valor institucional). Después de Borges, autores
como M. Puig, A. Posse y C. Aira, entre unos pocos, constituyen sin duda la
excepción a esta cuestión de una audiencia comercial reducida, pero la confirmación
de una lectura autentificable sólo localmente. Los veinte años que Respiración
artificial tardó en tener una minúscula y casi anónima edicion ibérica –por citar
otro ejemplo– constituye una metáfora clara al respecto. Más aún, la difusión
comercial alcanzada por algunos autores como los mencionados se debe en gran
medida al hecho folklórico de constituir “literatura latinoamericana”, cuya proporción
en el mercado debe obviamente ser cubierta. Y he aquí el punto que nos interesa
explorar: aquello que se entiende en la actualidad por literatura se vincula
menos con un texto determinado que con las funciones paratextuales que implica
–o, más concretamente, con las funciones paratextuales que el texto mismo es puesto
a ejercer. Que muchos autores locales tengan ediciones en otras lenguas no castellanas,
por ejemplo, se explica menos por la calidad de una prosa que por las
mañas y artimañas de algunos editores y agentes literarios –además, como ya dijimos,
del aspecto folklórico que ejercen en el mercado no-local.
El contexto cognitivo
Dada la paratextualidad que mencionamos, puede entenderse por qué, a diferencia
de lo que sucede en otras latitudes, en el Río de la Plata lo literario –mejor dicho,
eso que indicaremos como la literaturidad– impregna casi todas las narraciones en
sentido epistémico y sin importar las disciplinas o, mejor dicho, las narraciones
que las disciplinas hacen de sí mismas cuando tienen que definir lo que son o constituyen.
Explicar las condiciones de este conocer local entonces, es comprehender
en gran medida cómo funciona esta literaturidad o, al menos, las condiciones en
que se genera.
La preocupación acerca de una metodología en la producción científica, como
ya ha demostrado Paul Feyerabend (1924-1994), y que también domina las preocupaciones
epistémicas locales, constituye de por sí una perspectiva. La idea en
dicho contexto de una doble metodología –ciencias naturales, ciencias humanas–
atraviesa como es sabido las preocupaciones filosóficas en sentido historiográfico
desde Immanuel Kant (1724-1804) en adelante. Y, al menos luego del primer
Karl Popper (1902-1994), es tal vez Georg von Wright (1916-2003) en Explanation
and Understanding (1971) quien mejor expone y resume esta perspectiva
historiográfica.
La objeción de Feyerabend no se refería sólo al historicismo cierto de una cuestión acerca de algo denominado metodología –legislar sobre métodos, si se excluye el determinismo lógico como posibilidad, necesariamente es referirse a un
sucedido, a algo ya pasado– del conocimiento sino, más relevante aún, al hecho de
que tal distinción carece de relevancia cognitiva en un mundo donde las paradojas
e inconmensurabilidades constituyen la base de las teorías. Aspecto éste que con
gran sutileza Jean-François Lyotard retomará en Le différend (1983). De manera
tal que el discurrir epistémico local se halla atravesado por una gran paradoja: las
teorías constituyen un principio de entendimiento básico, pero la explicación de la
explicación que constituye el objeto de esas teorías es al mismo tiempo otra teoría.
La acepción de Paul Ricoeur (1913-2005) acerca de que la definición de metáfora
está constituida por otra metáfora, parece conformar un paradigma insuperable
del ámbito local.
Esta breve introducción bibliográfica pretende servir entonces para situar la
idea de literatura de la crítica literaria que, en su máxima aspiración local, expone
esta especificidad de corte kantiano como el máximo valor y argumento de legitimación. Y aquello que resulta realmente difícil es, bajo las condiciones de producción
del conocimiento actuales, seguir pensando que existe algo específicamente
literario con el sentido decimonónico que resulta del planteo de los críticos a partir
de la perspectiva epistémica de von Wright. Que tal planteo persista con fuerza
entre editores, periodistas y académicos, que en el mercado se ocupen de aquello
que aún se indica como literatura, responde menos a explicaciones intelectuales que
a estrategias institucionales, como por ejemplo bien señalara Pierre Bourdieu
(1930-2002) al analizar el mundo académico de las Grande École en Francia. Las
perspectivas historicistas en el sentido antes mencionado, como creo resulta evidente,
poseen una relación natural con estrategias y justificaciones institucionales.
Un verdadero estudio “literario” local entonces no debería referirse tanto a tramas escritas en el siglo XIX o XX como a los comportamientos editoriales, comerciales y a las estrategias institucionales de los autores, es decir, al lenguaje que estos actores producen, a sus condiciones y a los cambios a que se hallan sujetos. Y tal vez allí podríamos entonces comenzar a desentrañar la componenda que hace posible, por ejemplo, que una misma persona sea crítico literario en un periódico, agente literario local, editor en el mercado y académico en la universidad.
El mal literario: la literaturidad
La hipótesis de quienes sostienen una teoría de la ficción como fundamento de la
actividad literaria (Saer, Piglia, etc.) es que el concepto de ficción es el más abarcativo
y poderoso desde el punto de vista semántico. Nada más ilusorio. La idea
de ficción está ligada a una forma específica de producción literaria –la novela–,
a una idea específica de autoría –el autor-periodista decimonónico– y a una noción
del hecho literario que se asienta en una naif teoría de la representatividad de lo
real –el naturalismo y el cientificismo filosóficos. Como ya ha sido puntualizado
en otras áreas no literarias de estudio, la noción de ficción en el mundo contemporáneo no significa porque pretende significarlo todo. No hace falta explayarse
acerca de las consecuencias epistémicas analizadas por ejemplo por Jean-François
Lyotard o Paul Ricoeur respecto de la desaparición de los Grandes Relatos.
Bajo similares condiciones se produce un entanglement entre literatura y
periodismo, no sólo por el cierto hecho biográfico de que la inmensa mayoría de
los autores literarios posee credencial –material o imaginaria– de periodista, sino
sobre todo por la común acepción epistémica de considerar a la escritura como una
especie de instrumento invisible, maleable en apariencia a las pretenciones institucionales,
biográficas o científicas de dichos autores. Sea por el extremo de una
ignorancia objetivista o por el extremo de una confesión íntima convertida en
narración, la gran mayoría de los autores literarios locales –narradores y críticos
por igual–, pese a que en algunos casos se asegura lo contrario, considera a la
escritura como un invisible device, es decir, como un instrumento maleable al
ciento por ciento. Esto, como se sabe, ya ha sido comentado por filósofos europeos,
bajo el nombre de journalism o, mejor dicho, de “journalisation" de la literatura.
Y la consecuencia más inmediata de esta condición, como los mismos mencionados
filósofos han puntualizado, es que la idea de que lo que entendemos por
literatura se ha anglosaxonizado: con el precepto de que debe escribirse para ser
entendido, sólo se publica aquello que puede ser estandarizado en términos de media o de lenguaje institucional de una determinada comunidad. Situación que
no deja de tener un giro paradójico en el ámbito local: “escribir en difícil” ya no
es efectivo no tanto porque nadie lo entienda –según creen algunos– como porque
en sentido institucional ya no sirve y, en una estrategia autoral a largo plazo, se
convierte en “una concesión al enemigo”.
La penetración de este modelo anglosajón –por llamarlo de alguna manera– no
ha llevado a los autores locales a escribir en inglés; por el contrario, de manera
paradójica, esta posibilidad es descartada ab initio con más ahínco que en el pasado
y sin embargo escribir para la comunidad de adeptos se ha vuelto la norma de
legitimidad y autenticidad semántica. La gran cantidad de referencias inmediatas
y locales, por ejemplo, que los autores rioplatenses emplean en sus escritos se
explicarían menos por un “compromiso con el presente” –del todo ilusorio a pesar
de los académicos norteamericanos que se ocupan del asunto– que por una estrategia
de contar lo que pasa en donde la escritura ha sido reducida a posición menor
e instrumental.
Escribir “literariamente”, tanto como “críticamente”, se ha convertido en el
Río de la Plata, como nunca antes, en una actividad corporativa y mediática en la
que los resultados simbólicos y pecuniarios deben ser tangibles e inmediatos.
Desde un punto de vista cultural, éstas son las verdaderas “invasiones inglesas”,
por indicarlas de una forma histórica y según su proveniencia. De manera tal que,
cuanto más “literario” se pretende un autor, menos relación con el espacio local
posee y más conectado se halla con la idea del ámbito local como un mercado cultural
periférico. Los variopintos autores literarios que contribuyen con su pluma
en algunos periódicos de la Península Ibérica –cuya tarea principal consiste no por
casualidad en “contar lo que pasa culturalmente en las capitales europeas” a los
indígenas– constituyen un ejemplo interesante de esta situación.
El sentido de literaturidad como lo específico literario, como aquello que
determina la especificidad de lo literario, no constituye ya una teoría o una realización
lingüística, como se supuso durante gran parte del siglo XX, sino la ejecución
lisa y llana de la literalidad, de lo literal en el sentido más estricto. El problema
actual de lo que se llama literatura –y en lo que se iguala como decimos con la
actividad periodística– es de significar lo que se dice o, dicho más sencillamente,
que lo que es –aquello que significa– es lo que se dice. La dificultad o la cuestión
de la interpretación en sentido hermenéutico es algo que ha desaparecido del horizonte
de aquello que en la actualidad se entiende como literario. Y se entiende así
mucho mejor la perspectiva escrituraria antes indicada.
La literatura –y en ello incluimos la llamada crítica literaria, los ensayos literarios
y los debates acerca de la literatura– es una actividad periodística en sentido
estricto: (1) existe semánticamente sólo en el mercado, (2) significar lo que se
dice es su tarea primordial, (3) transmitir información agota el canal de comunicación
con los lectores y, por último, (4) posee un ciclo de vida –de circulación– altamente
limitado.
La literaturidad, en resumidas cuentas –por su carácter periodístico y por su
situación epistémica en el contexto de una teoría actual del conocer–, es aquella
actividad de escritura que adquiere significado a partir del paratexto. La insólita y
efímera disputa acerca de la autenticidad de la trama de la premiada novela de
Martín Caparrós (1957- ) Valfierno (2004) constituye sin duda en este sentido un
caso casi insuperable. Insólita digo porque que dos o varios autores rioplatenses
discutan la legitimidad autoral de contar un evento europeo es algo que sólo puede
suceder en el Río de la Plata. De todas maneras, esto no debería de asombrar cuando,
al observar las revistas literarias o culturales locales, y debido siempre a esta
mencionada literaturidad, uno se encuentra naturalmente en las portadas con más
nombres de autores europeos que locales. La paratextualidad en este sentido es
quien realmente significa y da sentido al objeto cultural en cuestión. Y no es necesario
puntualizar las “libertades” historiográficas –así como hermenéuticas y temporales–
que dicha perspectiva, en un ambiente cultural donde la necrofilia aún
produce muertos bibliográficos antes que biológicos genera.
La finalidad sin fin
El gran desafío cultural que este estancamiento epistémico de lo literario en términos
locales genera, se traduce en una especie de obnubilación analítica por la cual,
si bien en lo inmediato prima un pragmatismo supino guiado por valores simbólicos
o pecuniarios, a largo plazo, por el contrario, el entendimiento es guiado por
una perspectiva ilusoria y sumamente naif acerca de lo que sucede en otras latitudes
y de las posibles conexiones con el ámbito local.
El límite del pensamiento contemporáneo está signado menos por el destino de
instituciones políticas o académicas que por las posibilidades de concebir lo diverso,
el cambio y las alternativas lingüísticas. Todo esto ya fue expuesto con brevedad
y eficacia por Jean-François Lyotard en Le différend (1983). Y todo ello resultaría
un detalle cultural menor en el Río de la Plata si no fuese por el hecho ya
mencionado del entanglement que existe entre una noción de literatura y la acepción
misma de pensamiento, de manera tal que los límites de lo posible en términos
cognitivos se constituyen en inútiles fines literarios. Y si además se tiene en
cuenta la local confusión entre finalidad y fin, se comprehende rápidamente la
relevancia que posee la escritura del presente o, mejor dicho, la escritura de lo
posible como única forma de mencionar, de indicar, la expectativa del porvenir. En
pocas palabras: el presente no existe como tal sino a partir del horizonte de espera de lo que aún no tiene nombre ni locación. Y, claro está, el entendimiento del
presente aparece entonces como la cuestión filosófica principal, sea este presente
actual o un presente que ya fue. Y la producción literaria podría cumplir aquí una
tarea interesante si en lugar de una actividad periodística estuviese planteada como
un problema de escritura y lenguaje. Borges desde la tumba sonríe seguro de sí al
constatar que, aún tantos años después, los autores locales siguen confundiendo la
realidad con el cuerpo 12.
Las “ligaduras” de la diversidad
El estancamiento cultural sobre el que se basan los desarrollos literarios actuales
responde entonces a una forma de concebir el pensamiento en donde se ignoran
los problemas epistémicos que plantea la diversidad que caracteriza todo presente
o, mejor dicho, las cuestiones que plantea todo devenir que no tiene nombre. La
obsesión de aquello que en el Río de la Plata se entiende como literario con contar
lo que pasa no es algo que sea atribuible sólo a un período del siglo XX sino
que atraviesa gran parte de la historiografía.
No deja de ser interesante observar que la complejidad necesaria que se atribuye
a la escritura literaria –el “escribir difícil”– no posee un co-relato epistémico,
puesto que la inmensa mayoría de autores y críticos posee todavía una epistemología
de carácter decimonónico en donde la realidad y la naturaleza, por ejemplo,
siguen siendo entendidas como absolutas y kantianamente inaccesibles. La
gran mayoría de los pactos de lectura o de los léxicos subyacentes –enciclopedias, diccionarios– en la producción narrativa de los autores literarios locales así lo prueba.
Sin embargo, un entendimiento filosófico del presente, como Lyotard ya notara en el mencionado Le différend, afronta tres posibles situaciones: (a) o los desarrollos
y argumentaciones se realizan por analogía o simetría (causalidad, racionalidad,
lógica); (b) o los desarrollos y argumentaciones se llevan a cabo por medio
de paradojas (modernidad, clasificaciones históricas, taxonomías); (c) o los desarrollos
y argumentaciones se establecen por medio de inconmensurabilidades. En
sentido histórico y calendario podría decirse brevemente que el primer planteo
dominó el pensamiento del siglo XIX, el segundo planteo habría caracterizado
mayormente las cuestiones filosóficas del siglo XX y el último definiría la llamada
post-modernidad o post-racionalidad del pensamiento. De todos modos, aquello
que define nuestro tiempo es la contemporaneidad y constante cambio de estas
tres situaciones, ya que, aun cuando diversos períodos históricos pueden ser asociados
a una forma en particular, como ya sugerimos, las restantes no desaparecen
sino que se transforman y perviven.
La hipótesis que aquí presento es que, dadas las condiciones locales ya analizadas, esta situación descripta por Lyotard se halla extremada en ámbitos periféricos
como el rioplatense, y de allí entonces su pertinencia. Más aún, diría que
habría todavía una forma local más que agregar al entendimiento del presente y
que consistiría en (d) una cuarta situación posible donde el entendimiento filosófico
del presente se instrumenta cuando los desarrollos y argumentaciones se realizan por medio de la escritura o a partir de una noción de pensamiento en el sentido
del llamado constructivismo radical (von Glasersfeld, Piaget). Los desarrollos
y cuestiones estarían signados allí por una idea de poética (poiesis) en sentido aristotélico,
es decir, por un hacer creativo.
Y en este contexto es dable recordar que aquello que caracteriza nuestro pensamiento
de la contemporaneidad, siempre según Lyotard, es justamente que estos
tres aspectos –o cuatro si se quiere– funcionan como límite de lo pensable, no
como posibilidad o apertura. Y es aquí donde puede constatarse el malentendido
que existe entre los exegetas locales de lo europeo, cuando invierten sin notar los
planteos de pensadores europeos, presentándolos como pensadores de lo posible
cuando en realidad, en la historiografía filosófica europea, claramente se sitúan
como autores de los límites y las fronteras. Los casos de Jacques Derrida (1930-
2005) y Gilles Deleuze (1925-1995) me parecen los más destacables en los últimos
años.
Y seguramente es ya obvio al lector que la hipótesis final a plantear aquí es que
una actividad literaria consecuente y eficaz debiera ser una escritura que establezca
diversas conexiones (“ligaduras”) entre estas formas epistémicas de construir el
presente como fase fundamental y previa para lucubrar una teoría del conocimiento.
Situación ésta que sin duda caracteriza y distingue culturalmente al Río de la
Plata de otros ámbitos y latitudes. Siendo claro entonces que la situación periférica
de lo que podríamos indicar como la cultura rioplatense no es una cuestión de
autenticidad u originalidad sino de diversidad de lo igual respecto de los centros
culturales dominantes.
La vuelta como fin local
Volvemos entonces, para concluir, al planteo artistotélico inicial: cuando el fin
(causa final) y la finalidad (fin en sí mismo) constituyen una misma cosa, cuando
la noción de fin se confunde con la acepción de causa, más que una cuestión conceptual
tenemos un problema epistémico, por cuanto el lenguaje –o la escritura
que, en este contexto, viene malamente a significar lo mismo– ya no significa lo
que dice. Y por ello es que, hacia fines del siglo XX, no pocos autores locales invirtieron no poco tiempo en tratar de ilustrar este problema en las tramas de sus
libros, aunque siempre quedándose a mitad de camino, como ya fue argumentado.
Predecir bajo estas condiciones un cambio literario, una vuelta al lenguaje y a
la escritura, es tan incierto como sostener que los folkloristas locales que han alcanzado
un cierto suceso de ventas en el mercado internacional van a re-escribir la historia
de la literatura local después de Borges. Es probable sin embargo que las condiciones
del conocer local, la manera en que las ideas y la cultura evolucionan, sean
afrontadas como problema en otras áreas o disciplinas menos comprometidas con
la literaturidad. Por paradójico no deja de ser cierto que quienes se ocupan específicamente
de la cultura y de la evolución de las ideas, a juzgar por la pobreza epistémica
ya mencionada, son los menos indicados para dedicarse al argumento. Es
probable que quienes no estén interesados por dicho argumento en particular sean
quienes a largo plazo realmente generen los cambios más interesantes.
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Pensamiento de los confines, n. 19,
Junio
de 2007 / Págs. 111 - 117
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