Desmond Tutu, Derrida y Carrió
Gregorio Kaminsky
Hace unos años, en Sudáfrica, el Arzobispo Desmond Tutu fue nombrado presidente de la Comisión Verdad y Reconciliación para juzgar los crímenes llamados «políticos» que la devastación racial había producido. Para hacer referencia al arrepentimiento y el perdón que se buscaba, el Arzobispo anglicano Tutu debió traducir los aspectos no cristianos del lenguaje de la comunidad negra a un vocabulario religioso occidental. Su intención era habilitar una justicia de la “amnistía”, una moral de “reconciliación” y la trascendencia de un “perdón”, los discursos del “culpable y de la víctima” dentro de las once lenguas vernáculas. Emplea cierta terminología occidental para la intervención de la Justicia del Estado sudafricano dentro de una comunidad cuya concepción del mundo y lenguaje la desconoce.
Jacques Derrida recuerda que fue el propio Desmond Tutu quien lo expuso públicamente: un día, una mujer negra llega a testimoniar ante la Comisión que presidía el Arzobispo. Fue convocada debido a que su marido había sido asesinado por policías torturadores. La mujer habla en una de esas once lenguas que, por otra parte, fueron reconocidas oficialmente con rango constitucional. Es el propio Arzobispo quien debe oficiar de intérprete de su lengua y la traduce a su idioma anglo-cristiano, anglicano. Aún con la traducción, la mujer se expresa con firmeza: ”ni la Comisión ni un gobierno cualquiera pueden perdonar. Eventualmente, solamente yo podría hacerlo pero todavía no estoy lista, preparada, para hacerlo”. Las atribuciones del perdonar y el reconciliar no corresponden a los poderes del Estado. Ni la cristianización del lenguaje pudo retener la contundencia de sus palabras. Quien goza del derecho de perdonar, dice Derrida, es solamente la víctima y no una institución tercera, mediadora. La víctima ”no está, ni lo estará ” y, para ella, si no está su esposo muerto por las torturas policiales, el perdón y la reconciliación son imposibles. La mujer, parada ante el tribunal, traducidas sus palabras por Desmond Tutu, afirma que él es una víctima “absoluta” y que solamente él podría legítimamente entrever un perdón. "Esencialmente desaparecidos", los llama Derrida, absolutamente ausentes al momento del perdón demandado por las iglesias y tantas otras instituciones del Estado.
Hace poco, Elisa Carrió fue a Sudáfrica a conocer las acciones de esa Comisión Verdad y Reconciliación. Al parecer, le interesaba más conocer los aspectos del modelo Desmond Tutu que los argumentos de la mujer negra y de tantas otras (y otros) víctimas como ella. A su regreso, Carrió oficia de traductora de las víctimas del horror argentino, como una jurista del genocidio en la Argentina, dice: “Empecé a hablar de reconciliación cuando venía el pico del enfrentamiento” (Página 12, 14/10/06). Posiblemente ese “pico” hayan sido los años 78 y 79. Ahora, desde sus cómodas vacaciones, sobreabunda en pronósticos retrospectivos, lee a Derrida y dice, “si todos los lectores de izquierda lo leen, van a entender lo que digo sobre el perdón que es independiente de la Justicia”. Cuando sobreviene la muerte en vida, es decir, lo irremediable de la desaparición, ¿es posible hablar del remedo moral de la reconciliación? ¿cómo hubiera sido posible el perdón en 1978/79 precisamente en el “pico del enfrentamiento”?
Desmond Tutu, Derrida…, es posible que, entre las olas y el viento, la candidata a presidenta prefiera leer al judío Derrida, pensador del genocidio y lo imperdonable, como un filosofo reconciliador de las existencias desgarradas. Lo que es intolerable es que se presente como una mesías conciliadora con la dictadura militar.
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