Cinco temas en busca de un votante
Nicolás
Casullo
Huelgas decididas por asambleas de bases. Juicios a viejos
represores. Protestas de maestros. Fiscales desprolijos que negocian. Asalto y
muerte. Marchas piqueteras en horas pico. Escraches. Denuncias de corrupción
contra funcionarios. Ampliación de obras públicas. Cheques para empresas espectrales. Datos de crecimientos
productivos y de ventas en supermercados. Tensión entre el Ejecutivo y
la Iglesia. Amenaza
de ganaderos furiosos. Entre impactos, titulares y caras de un nuevo tipo de locutores
indignados, tanto el oficialismo como las diversas oposiciones actúan una gran escena electoral
que remite en definitiva a la discusión de cuatro o cinco temas de fondo que se
reiteran, en mi experiencia personal, entre interesados del barrio, alumnos
universitarios, desasosegados, gente de la cultura y “entendidos” de la
política. La pregunta es qué se discute en realidad por debajo de la
espectacularidad de la información diaria, de las campañas sucias y el rosario
de anécdotas.
¿Señales de
época por encima de las fronteras?, ¿Estados de la propia política? En realidad
el 2007 hace presente, en el país y en términos comiciales, también un tiempo
cultural del mundo. Por ejemplo, el enjambre de subjetividades sociales en
tránsito de conductas y valores que no eligen al votado hasta el día del voto.
Una efectiva capacidad de lo mediático como gran constructor de realidades. Una
disolvencia de identificaciones tradicionales, una comunidad con violencias,
confrontaciones, delitos y miedos que resultan epocales y se dan tanto en
México, París o en Moscú, al ritmo de una misma música y con las mismas marcas
de cervezas. Variables frente a las cuales
la Argentina
–como en
muchas otras circunstancias– se piensa única en sus precariedades y dolencias.
Aunque no deja de ser siempre un ejemplo típico: una monografía apropiada sobre
lo que todo teórico europeo venía casualmente pensando: Tony Negri y Paolo
Virno para los cacerolazos del 2001. Alain Touraine por derecha y Chantal
Mouffe por izquierda en cuanto a la defensa de una democracia liberal estrecha o
una democracia transformadora de las correlaciones de fuerzas
Enemistades/consensos
Como telón de fondo y con respecto a
la Argentina
electoral, en
las tenidas de sobremesa se polemiza sobre dos formas actuales y criollas de pensar y hacer presente lo
político. Por una parte, el gobierno de Kirchner que planteó (y obtuvo réditos)
de la política leída como confrontación de intereses. Como exposición bastante
sobreactuada de los conflictos que atraviesan lo nacional, para señalar que
democráticamente hay proyectos y sectores adversarios incompatibles. Que en
toda batalla de poderes que realmente afectan situaciones establecidas debe
aparecer el “nosotros y ellos”, los amigos y enemigos.
Frente a esta
política de tensión, un extendido credo liberal republicano se rehúsa pensar lo
político básicamente desde la concreta densidad social. Rechaza el
enfrentamiento político de intereses como eje de actuación, también la
disparidad fuerte, en tanto plantea la perennidad de la lógica económica
imperante. No compete a la política refundar tal mundo previo al mundo, sino
aplicarse a una buena gobernabilidad
globalizada. Se trata de predicar la necesidad de gestionar adecuadamente el
modelo y alcanzar un consenso donde los actores sociales -dominantes y
dominados, hegemónicos y subalternos- acuerdan un país que conforme a todos sin
modificar el clásico establishment de
los poderes.
Estas diferencias
precipitan día tras días sobre la tonalidad que adquiere el actual sendero
hacia las urnas. Un kirchnerismo acusado de hegemonista, duro, no dialoguista,
autoritario, peleador, montonero, demagógico, setentista, pendenciero y autista
en sus propósitos. Y una oposición tildada de sin perfiles, componedora de
siempre lo mismo, con un elenco de variedades del statu quo, simplemente contrakirchnerista, menjunje
post-ideológico, incapacitado para pensar de otra manera lo nacional
establecido, que licua toda línea divisoria entre izquierda y derecha y carece
de programa alternativo.
Cultura / política
El país “se deshace” todos los días. Se queda “sin
electricidad”, “sin gas”, “sin petróleo”, “sin aviones”, “sin Poder Legislastivo”.
Vuelven los secuestros de los grupos de tareas. Prohíben la soja en el planeta.
No sobrevivirá ni el más cándido inversor foráneo y los hielos antárticos
derretidos taparán hasta la costanera correntina. Se hace evidente el peso cada
vez mayor que juega la dimensión cultural en el proceso de la política. Una
interminable contienda cultural define hoy el destino político de las
sociedades en cuanto a construcción de mundos simbólicos, de reyertas de
representaciones, de gestación de imaginarios circunstanciales, de
enfrentamientos por otorgarle determinadas connotaciones a cosas, actores y
circunstancias.
Esta dimensión
cultural va asumiendo, cada vez más, un perfil autónomo con respecto a la
propia (buena o mala) realidad económico-social de los sujetos. Una imagen, una
escena, la construcción de un verosímil, el armado informativo, la capacidad de
producción inmediata de sentido común, de estados de ánimo tan anonadantes como
breves, de creencias en cualquier posibilidad; son políticas que superan
“anticuados” antecedentes de actuación cívica, biografía de referentes
políticos, estado de los partidos, programáticas escritas y el gris accionar de
diputados y senadores.
El ciudadano va
siendo una pura hechura cultural. Nuestra campaña electoral entre oposición y
gobierno se ve permanentemente armada hoy por estas atmósferas, climas,
campanas humorales como creación ficcional que atañe al “bien público”. “la
seguridad”, “la violencia”, “la corrupción”, “el delito”, “la educación”, “el
orden”, “el aborto”, “el caos”, “la justicia”, “la memoria”: instancias todas
estas que se convirtieron en géneros culturales, en nichos estéticos mediáticos donde la política se ve obligada a
anclar diariamente para hacerse audible.
El político
sueña solamente la pantalla. La agenda pareciera que la maneja una suerte de
niebla massmediática, no las reuniones de los representantes. Y desde esa
lógica que les despertenece, oficialismo y oposición intentan hacer oír su
palabra. Mientras que una política anacronizada sigue pensando a la cultura
como la trilogía de bellas artes, campo intelectual y academia, la cultura ha
devenido el espacio único que le dice a la sociedad cómo debe actuar.
Efectivamente, cómo ser actores. Y en qué lugar del escenario o las butacas
debe sentarse el político.
En el proceso electoral
argentino esto se verifica en tanto son mundos enrarecidos, simbólicos, mitos,
miedos, déjà vu, réplicas y fantasmas
los que deambulan entre nosotros: montoneros, Hitler, Mussolini, Menem,
Ceaucescu, Unión Democrática’, dictaduras, gorilas del 55, Malvinas, 2001, como
acontecimientos no que sucedieron, sino que suceden: que están siempre por suceder(nos).
Cercano/ Lejano
La presente campaña política, siempre un poco más que la
inmediata anterior, apuesta todos sus reales a las encuestas. Todo propietario
de una de estas empresas auscultadotas es hoy Friederic Hegel en 1807 camino
hacia la imprenta para depositar sus originales de La fenomenología del espíritu: es portador del secreto de lo
actual. No poca cosa. Todo, en este mayo del 2007, son rotativas de encuestadoras imprimiendo resultados de consultas que simulan
anticipar el final en varias semanas con ese mal gusto de contar la película.
Sin embargo la
actual sociedad de mercados, públicos, plateas y audiencias –ya no de masas aglutinadas
estilo siglo XX– es hoy una extraña distancia.
Distancia social y de convivencia que se intuyen. Que se olfatean de una vereda
a la otra. Lejanías y cercanías que percibimos desde las perfumadas brumas de
una razón intelectual. Así como indudablemente no hay una sola inflación sino
muchas, altas y bajas, hay distancias entre un restaurante o mercadito de
Palermo o de Los Polvorines y no tiene nada que ver una inflación con la otra,
así también la campaña electoral se desgrana en círculos y más círculos
concéntricos que distancian universos sociales de apreciaciones.
Curiosamente,
esta campaña electoral bajo el signo del gobierno kirchnerista recobra, en
plena “posmodernidad de nuevas sensibilidades y subjetividades locas y
libertarias”, una suerte de recepción de los mensajes políticos socialmente
clasista –al estilo 1950 con el combinado musical y la permanente– donde no se
puede saber muy bien qué piensa el otro distante. O se sabe. El otro es el
otro, para todo interesado de barrios pudientes leyendo todavía con fruición
ese raro objeto llamado diario impreso, y qué piensa sobre qué votará “el
otro”. Al otro casi nunca se lo imagina con precisión. Algunos aventuran que en
el tercer milenio sigue siendo morocho.
La campaña,
sumergida en mediciones, discrepa entonces entre los círculos medios que uno
frecuenta (porque uno es círculo medio) y lo que se extiende como inmenso y
auténtico grueso del país con otro tipo de sabidurías, artes y discernimientos
en cuanto a por qué cosas guiarse para el día de las urnas. De ahí las
permanentes diferencias entre los porcentajes que obtiene Kirchner y la
oposición en aquellas distancias sociales fabuladas y encuestadas, y las que uno obtiene en lo cercano, cuando comparte los
scones del té de las cinco de la tarde con conocidos y pares.
Política/antipolítica
Toda discusión sobre las elecciones en estos días puede
devenir rápidamente en una ceremonia de sacrificio expiatorio: el político
sobre la piedra ritual a punto de ser diseccionado por granuja y malandra. La
campaña electoral vuelve a estar impregnada de una fuerte tendencia silvestre
antipolítica, conjunto social variopinto que igual va y vota. Desde el 2000, se
trata de un ciudadano urbano que fue convirtiendo al comicio en una ventanilla
de pago: experiencia cautiva en la que tiene que hacer cola.
Una
antipolítica que reconoce el alto déficit y la corrupción de diversidad de
representantes de la política argentina.
Pero que en lo profundo e ideológico tiene que ver con otros motivos. En
principio, forma parte de una vasta cultura antipolítica dominante: la de
situar a la política como intrusa, invasora, inconveniente, obstaculizadora del
libre juego económico del mercado, como plantea un neoliberalismo triunfante de
manera rotunda en las últimas tres décadas capitalistas. Ideología que se fue
destilando de mil maneras distintas hasta transformarse en sentido común
pletórico: el político es imprevisible, en realidad estaría de más en una
sociedad compuesta por empleadores y empleados con “una explotación igualitaria” para todos.
La derecha
económica conciente o inconcientemente apuesta a una extinción de la política
inmanejable. La izquierda radical comparte ese embate, en tanto para ella
representa un mundo burgués indiferenciable que simula pelearse entre sí. Mucho
comunicador massmediático con una alta carga de irresponsabilidad lo patrocina
y exacerba cotidianamente en una suerte de apuesta al abismo. El camino al
sufragio 2007 sufre de este síntoma cualunquista, bastante estudiado
últimamente, de claros tintes neofascistas y que remite a
la Italia
de postguerra y a
la Francia
del los años
50’
donde un moralismo patologizado
apuesta a un mundo de orden, de mítica “honestidad” cristiana, de autoridad,
disciplina, sin generadores de conflictos, sin ideologías “ocultas” ni representantes ladrones elegidos por las turbas
clientelísticas. Un recetario que también late en nuestros pantanos telúricos y
hace 25 años que yace extrañamente adormecido.
Derechas e izquierdas
El actual itinerario hacia el voto también contiene otra
discusión fuerte que pude comprobar en charlas en Buenos Aires y en distintas
ciudades del país en estos últimos tiempos. Se postula el anacronismo de hablar,
en relación a los comicios, desde imaginarias derechas e izquierdas, cuando ya
no serían tales ni esa topografía hubiese permanecido. Se dice: el kirchnerismo
regresó al peronismo al centroizquierda del mapa pero con toda su derecha
adentro. Se dice: las derechas defienden lo mismo que el progresismo en su
crítica al gobierno. Todos apuestan a un mitológico “centro” que borraría
cualquier huella de derecha e izquierda. La socialdemocracia es una derecha
disfrazada. El populismo nunca llega a ser izquierda de verdad. Las posturas
radicalizadas de izquierda ya no regresan más políticamente al escenario
histórico del mundo.
También sobre
este tema, presente en el debate sufragista, el muestrario nacional sufre los
avatares de un proceso de época internacionalmente más amplio y abarcador. La
extinción de las derechas e izquierdas proviene de un victorioso tiempo
cultural neoconservador que se gesta desde finales de los años
70’
y promulgó el fin de las
ideologías, luego el fin de las contraculturas protestatarias, también el fin
de la historia, y finalmente el fin de la lógica del conflicto político para
sustentar las democracias republicanas liberales.
Proceso de
matrimonio entre el libre mercado y este haz de ideologías reactivas a toda
transformación social, que se alimenta de la caída de los tétricos stalinismos
y socialismos reales, del giro del PC chino hacia el capitalismo, y de una
lectura de las socialdemocracias intelectuales europeas que con justicia
condenaron la modernidad política del siglo XX en tanto apogeo y ocaso
definitivo de las derechas e izquierdas totalitarias.
Pero de manera
paradojal, la presente escena argentina se encuentra atravesada permanentemente
por posicionamientos de izquierda y derechas casi al desnudo. Mientras se
repite –como una letanía supuestamente “sin dueño”– el fin de las derechas y de
las izquierdas. La campaña electoral vive a diario esta presión atmosférica:
desde una lectura divergente sobre alianzas latinoamericanas, hasta lo
propalado por un simple programa de radio, o la manera de agarrar un tenedor en
la mesa: son actos que en
la
Argentina
exponen una tensión ideológica, política y cultural
que remite claramente a izquierdas y derechas. Frente a una huelga, una marcha,
un paro de transporte, un piquete, en cuanto a si permitirlo, legitimarlo, prohibirlo
o reprimirlo. Un diálogo cotidiano entre argentinos que discrepan duramente.
Frente al
delito social, la seguridad, la intervención policial y judicial, el tratamiento
con la juventud, las políticas de salud reproductiva, las conductas sociales de
la mujer, se respira derecha e izquierda a veces de una forma nauseabunda.
Frente a políticas con respecto a las Fuerzas Armadas, los derechos humanos, el
juicio a los represores, la memoria de la historia contemporánea, el peronismo,
los sectores ganaderos, las privatizadas y sus tarifas, los monopólicos
fijadores de precio,
la Iglesia
de un papado reaccionario, frente a cualquiera de estas cosas el conjunto de la
realidad se agrieta de manera grosera entre derechas e izquierdas ideológicas
nativas. Este sin duda es otro vector fuerte, trascendente, de un territorio
electoral que pisa el sujeto votante y que, muchas veces, las urnas no despejan
ni habilitan del todo como manifestación clara.
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