Las posibilidades de reinvención de la política
Entrevista Nicolás
Casullo*
* (Entrevista realizada por Karina Arellano en
marzo de 2007, miembro del Consejo Editor de la revista Pampa, publicación del Instituto de Estudio e Investigación de
la CTA
dirigido por Claudio
Lozano).
Revista Pampa: Durante diciembre 2001 sostuviste
una posición muy clara respecto al deseo fundante de
las movilizaciones asambleístas. ¿Qué reflexión hacés a cinco años de ese debate y cómo creés que se
reconstituyen las posibilidades de lo político luego del slogan “que se vayan
todos”?
Nicolás Casullo: Respecto al acontecimiento del 2001, en su primera fase que fue
básicamente la caída del gobierno por la rebelión de ciertos sectores populares
y la protesta de los ahorristas, fui bastante escéptico en cuanto a las
posibilidades de que eso fuese una apertura, el nacimiento de algo o el punto político culminante de un proceso
consistente. Por el contrario, pensé y escribí que en muchos aspectos ese era
el punto más bajo de un largo comportamiento social que estallaba de esa manera
frente al hartazgo y el descubrimiento de la estafa del modelo, culminado con
un robo concreto de los ahorros de inmensos sectores medios. Yo polemicé en ese
sentido planteándome que los sectores medios que estaban saliendo a las calles
no anunciaban algo nuevo sino que eran los últimos creyentes dolarizados del
modelo menemista y que esto, en el marco de la
ausencia de otros mundos -como habían
sido, en otras épocas, el mundo de lo sindical, el de la clase obrera, el
universitario concientizado- marcaba una muy
particular y atípica protesta más cercana a ser interpretada en términos de
cultura postmoderna-urbana-masiva. Cerrada en su reclamo, autista, antipolítica, pero a la vez necesaria para re-dibujar una
vieja escena política porteña calcinada ya, de escasa representación en la
ciudad. Luego, en la etapa donde aparece el piqueterismo concentrado y masivo en Capital -las luchas piqueteras tenían ya una historia durante la época menemista en
el interior del país- también fui absolutamente escéptico en cuanto a lo que
podía ser la alianza de estos sectores medios con los piqueteros. Escéptico,
simplemente por conocer la historia de donde venía ese mundo medio que en
Buenos Aires es conservador, básicamente anti-popular,
racista y anti-peronista apenas siente que lo
perturban. Recuerdo perfectamente el desagrado con que esta ciudadanía porteña protestataria, recibió en enero del 2002, al gobierno “peronacho” de Duhalde. Recuerdo
la forma despreciativa con que reaccionó ante el fin del sueño menemista del peronismo liberal “del primer mundo”; cuando
se volvió a encontrar con los morochos en musculosa y con bombos cuando se
había terminado el peronismo de Punta del Este.
En cuanto al “que se vayan todos”, fue una protesta legítima
y a la vez un grito histérico porteño. Estuvo producido por el espacio
capitalino, espacio de la histeria nacional por excelencia, que al mismo
tiempo, como toda histeria, brinda elementos de análisis interesantes en
términos de comportamientos colectivos de significación, pero nunca podrá ir
más allá de ser un grito: un viejo eco antipolítico por derecha. Para generar un
“que se vayan todos” de corte realmente democrático tiene que haber un largo
proceso de flujo y crecimiento de luchas sociales metropolitanas previas, que
en el 2001 no hubo. Después de diez o doce años de luchas sociales, después de
aquello que nos llevó al ‘73, sí pudimos decir “que se vayan todos”. Pero
después de Menem, de la cuota y el crédito, de la
despolitización profunda de la década de los
90’
, del “déme dos”, después
del Barrio Norte exaltado, no se puede construir una práctica del “que se vayan
todos” porque, indudablemente, no hay ningún sustituto ni ninguna creación
popular genuina que pueda alcanzar el carácter de alternativa de corte popular societal. La sociedad porteña no quería esto último y en
las elecciones del 2003 lo reflejó. En
realidad, el “que se vayan todos” fue un
grito de despecho de los que pedían un orden sin políticos (sin los que arruinaron
la utopía del peso igual dólar) como antes, cuando las tantas asonadas
militares, tan bien recibidas siempre por el grueso de la población media.
Mi postura, bastante particular y solitaria en ese entonces,
no fue para nada optimista. No obstante, me daba cuenta de que sí había
sucedido un acontecimiento fuerte que era el desfonde de un país. El desfonde
palpable de las grandes estructuras partidarias, de las grandes identidades que
comenzaban a mostrar el naufragio definitivo de lo que habían sido en términos
históricos. Y, efectivamente, eso se está rompiendo todavía en un lento
hundimiento. Tanto el radicalismo de manera aguda, como el peronismo de manera ralentada, están en un tránsito, una metamorfosis, una
mutación hacia variables que son bastante difíciles de predecir pero que de
distintas formas van adquiriendo los tintes con que el heredero de todo esto,
el gobierno de Kirchner, debe transitar en el
presente.
Este episodio del 2001 fue un acontecimiento del cual Kirchner estuvo muy atento. Lo vivió como el nuevo modelo
de golpe de Estado. Un golpe de Estado de corte contestatario que viene a
reemplazar a los golpes de estado económicos o militares del pasado y le cambia
el signo a la destitución. Al 2001 podríamos denominarlo como un primer golpe societal, por como están dadas las correlaciones de fuerzas
ideológicas y la encrucijada de la protesta, lo que no quiere decir que sea
popular ni de izquierda. A la calle la pueden ocupar los derechos humanos o Blumberg. Kirchner, a partir de
aquello, intenta la reconstitución de un centro izquierda y un centro derecha.
Un mapa nuevo. Así lo dice de entrada. Absurdamente, increíblemente,
asombrosamente, un peronismo que ya había pasado a los “luderes”,
a los “cafieros”, a los “herminios”,
a los “menem” sobre todo, a los “alsogaray”,
que también había dejado atrás el sueño del FREPASO que quiso entrar en una
suerte de neoliberalismo desperonizador de izquierda
ética. Ese peronismo se encuentra, de golpe, con que su presente adquiere ahora
un tinte que se creía absolutamente enterrado en la crisis del
73’
y
74’
. Se trata de una
constitución de un país popular reformista estatal burgués de centro-izquierda.
Un peronismo nacional reformista democrático, y una constitución del país de
centro-derecha al lado y confrontándolo, que es la forma embrionaria con que
sigue gravitando la crisis del 2001, en cuanto a un antes y un después
partidario. Podría decirse que el peronismo vuelve en muchos sentido a la
sobria tesis de un “desarrollismo nacional” en el mar de los sargazos del mundo
del mercado global, tal cual lo pensó Perón en 1973 con otra escena mundial y
no pudo cumplir.
Pampa: En esta etapa de metamorfosis, ¿cuál
es tu opinión sobre las reconstrucciones y transformaciones míticas del
peronismo teniendo en cuenta el grado de des-mitologización que el propio peronismo, en los
70’
o los
90’
,
ya había producido?
Casullo:
Yo creo que en estos momentos se está viviendo un acontecimiento cultural muy
complejo, y no solamente en
la
Argentina. Me
refiero a que estamos viviendo una suerte de
tardo- modernidad o de post-historia que no es el fin de la historia sino la
conclusión de determinados relatos fuertes. Un momento que nos deja situados en
un afuera de película sobre esa misma historia. Es decir, permanentemente
estamos situados en el campo de algo que ya aconteció y que quiere repetirse,
quiere reiterarse, reaparecer. Es lo que hoy algunos teóricos llaman el déjà vu, lo “ya visto”. Por ejemplo, cuando
Chávez habla de socialismo, uno piensa “¿qué socialismo?, ¿aquél que ya vimos?,
¿uno nuevo?, ¿de qué habla?,¿de un cubanismo
posmoderno?, ¿de un populismo radicalizado?, ¿de un antiimperialismo petrolero?,¿de
un escenario popular inédito?, ¿remite a un viejo socialismo o a uno sin
antecedentes?”. Podríamos decir que estamos viviendo sobre un mundo de una alta culturalización de la política donde en realidad todo
es pura disputa cultural. Todo tiene una inmensa sobrecarga cultural acumulada
con las muchas décadas del siglo XX en el desván. Pura disputa de representaciones.
Pura disputa simbólica. Entonces, Chávez dice que vivimos un socialismo
bolivariano y el diario
La Nación
dice que en
la Argentina
estaríamos
viviendo un populismo mussoliniano. Es decir, todo
sería mundos simbólicos que se recuperan y se reponen. Estas variables hablan
de una tardo-historia, de una post-historia donde el pasado pesa de tal manera
que es la única referencia que nos queda para enhebrar los futuros en términos
de inteligibilidad político ideológico.
Respecto al peronismo, podríamos decir que hoy acumula
también toda su historia como forma compleja de seguir siendo. Hoy hay en danza
tres mitologías peronistas. Está la de los
70’
, la militante, comprometida, provocadora.
Está la mitología del peronismo clientelista, del
peronismo que gana las elecciones en el
2003 a
través del pacto de intendencias duhaldistas. Y está el peronismo del
45’
, aquél que podríamos llamar
“industrialista-nacional-desarrollista”, citado permanentemente en la voz
presidencial y en muchos actos bonaerenses. El de la “clase obrera” como
columna vertebral, el de una resucitada “burguesía nacional”, el del trabajo y
la productividad y la presencia sindical en
la Rosada. O
sea, que
tendríamos tres peronismos en danza y un cuarto: los restos del peronismo
liberal menemista. Estos peronismos juegan como
mitológicas, como una suerte de déjà vu, de
ya visto, de ya acontecido, como si saliesen de un altillo y volviesen a posicionarse
en la historia para volver a vivirlos, repetirlos, retomarlos, acusarlos,
evocarlos, condenarlos, llevarlos a una consumación postergada. O, para el gorilismo, convertirse en una pesadilla de la que nadie
puede salir ni despertarse y que hace del gorila un ser cada vez más
desorbitado y patético caminando sobre cualquier cornisa ideológica con tal que
ese ismo que atraviesa medio siglo de proteico protagonismo desaparezca de la faz de la
tierra. Ser gorila es la peor forma de ser peronista, de participar codo a codo
de su historia aguardando su imposible agonía. Permanentemente estamos viviendo
la experiencia de algo que ya aconteció y quiere volver a acontecer. Desde esta
perspectiva, la mitología del peronismo, en este caso, está danzando como nunca.
Desde estas formas, el peronismo sigue siendo el piso de una memoria de
justicia, de dignidad popular mínima, malversada históricamente por el propio
peronismo, y que hace 50 años quiere ser aniquilada por la reacción liberal,
desde el bombardeo masacrador a Plaza de Mayo en 1955,
hasta la acusación de totalitarismo mussoliniano contra Kichner ahora.
La pregunta reside en si esto indica la lozanía y la
vigencia del peronismo. No: esto indica la forma en que el peronismo se va
desarticulando, desagregando, desintegrando. Hay que pensar que las evocaciones
salen al atardecer, en el crepúsculo de las cuestiones. Las evocaciones no
hablan de un vigor peronista sino más bien de un mundo simbólico que se retuerce
sobre sí mismo y en donde es muy difícil pensar de aquí a cinco o diez años
cuál sería la salida peronista. Sí, es fácil decir que el peronismo va a seguir
existiendo, pero no podemos saber la figura que adquirirá o qué significará decir
“soy peronista” o nombrar a Eva Perón en el futuro. Para adelante, el peronismo
se está desarticulando igual que el radicalismo. Es decir, estamos asistiendo a
la muerte del siglo veinte político argentino, a la disolvencia de sus identidades políticas más decisivas.
Desde el punto de vista de lo que se reconstituye después de
esta muerte, no está mal la idea del centro izquierda y el centro derecha que
plantea Kirchner, porque además la sociedad se adapta
claramente a eso. Siempre fue eso desde hace medio siglo: un peronismo como
monstruo amenazante de las “buenas costumbres” liberales que se puede articular
por izquierda cada tanto y mete miedo a la dominación histórica política,
económica y cultural, a un país blanco conservador, antiperonista,
antisindical, que habla de morales y éticas que nunca practicó y que lo que no
soporta es un peronismo de centro-izquierda. No lo soporta desde 1945. Se quedó muda en el ´73 con ese peronismo en
las calles. Es fácil ver que lo que está opuesto a Kirchner -salvo una izquierda marxista eternamente situada en los márgenes de lo que
está pasando, como sin haber conseguido comprar entradas para entrar- es una
política que utiliza todos los argumentos culturales, ideológicos, económicos,
sociales, religiosos, militares que hoy puede tener una derecha desplazada de
algunos de sus poderes. Desde esa perspectiva, esta mítica peronista es en
parte su forma de despedida. Despedida larga o corta de la historia que actuó.
Pero también el peronismo vivió siempre la obsesión de superarse a sí mismo y
dejar atrás una vieja encarnadura propia por otra nueva: un hijo de sus
entrañas. Podríamos rastrearlo hasta en el evitismo de 1950, 1951: una apuesta superadora a partir de un molde original demasiado
limitado en relación al desafío de la circunstancias. Hoy sería lo mismo, a
partir del 2001 y la crisis. En 1973 era la liberación nacional incumplida, que
exigía también un post-peronismo radicalizado. Y hasta el menemismo puede ser pensado así, en ese caso como un alien engangrenado.
Pampa: En este estado de las cosas, donde
vos planteás la totalización del sentido de la
política mediante un proceso de alta culturalización,
por un lado, y la polarización centro-izquierda/centro-derecha por otro, ¿qué
posibilidad tiene una crítica radical que alimente luchas emancipatorias y no esté atravesada por el lenguaje “opositor”?
Casullo: La crítica radical necesita hoy estar situada en el
campo del pensamiento, lugar privilegiado donde uno puede ejercer de manera
político intelectual una crítica a lo que acontece en las distintas esferas de
la política. La crítica radical es como una savia imprescindible, aunque así no
lo parezca. Es retener la idea de otra sociedad posible. Aunque en política uno
se sitúe mucho más condescendientemente.
Hoy, a diferencia de otras épocas, se vive un divorcio, un
abismo que se ensancha entre idea e historia. Y el único que puede saldar esta
crisis es un nuevo sujeto político que inaugure y retenga sentidos perdidos y
propuestos. Pero que haga las dos cosas, no una de las dos. Acontecimiento de
ruptura, y entramado organizativo articulante. Un
sujeto que recupere su experiencia histórica, su idea de otra historia y,
luego, lo corporice en la historia misma. Hoy esto está ausente, está en
tránsito. Estamos en la espera. Vivimos más bien una tensión entre
acontecimientos que aparecen, se producen, suceden, pero con un cierto engaño.
Aquellos que hacen la apología del acontecimiento como si este contuviese un
mundo de significados absolutos, olvidan que el acontecimiento siempre es
codificado por otro que en definitiva dice qué es lo que acontece. En ese
sentido, podríamos decir que no hay un acontecimiento político puro,
incontaminado, cargado de un significado de ruptura casi absoluta, sino que
desde un nuevo acontecimiento, que es estarlo pensando, uno le acota esa
variable de ruptura. Lo bautiza. “Desflora a la doncella”, diría un rey
machista.
Esto tiene una relación directa con lo estético. El arte
siempre pensó desde esa capacidad de re-significar lo que había acontecido con
la propia obra. El obrar, la obra, remite al arte y lo deja atrás. En la política hoy estamos en una situación
similar. Están aquellos que plantean la posibilidad de un acontecimiento en
ruptura total y están aquellos, como por ejemplo, el filósofo Jacques Rancière, que plantean que el acontecimiento en sí, no se
produce nunca. Que en todo caso, hoy, estaríamos viviendo el drama de algo que
no se termina de armar y que no encuentra el equilibrio entre lo que podríamos
llamar el acontecimiento y la organización. La organización es aquello que le
da una continuidad al acontecer, le permite pasar de su estado de
desagregación, de autismo e individualidad. Es decir, la organización vinculada
a una nuevo acontecimiento es lo que podría romper con
esta suerte de parcelamiento o balcanización de los
acontecimientos que se comen a sí mismos. A su vez, la organización sin
acontecimiento teofánico, esto es, que nos muestre
nuevos rostros en lo caduco, también es una cosa estéril, despolitizadora,
domesticadora. Es algo que lo único que hace es sustentarse y agotarse
desesperadamente en sí misma como organización, para poder seguir sin
acontecimiento de ruptura, sin revitalización fuerte, radical.
Hoy podríamos decir que esta relación
acontecimiento-organización no sucede. No solamente por una cuestión teórica
que critica las totalizaciones y a los viejos partidos de izquierda con
tendencias totalitarias. Tampoco está aconteciendo en lo social: hoy la
política aparece claramente fuera de la política. La política de los políticos
des-politiza, y la única forma de recuperarla es cuando aparece fuera de toda
representación política instituida. Pero, así dada, tal politización tiene
infinitas patas cortas. Se desvanece, pierde capacidad de confrontación real.
Sobre todo en una sociedad massmediática que lo que
busca diariamente es el escándalo del “acontecimiento”, del pseudo-acontecimiento,
de “lo nuevo” registrable. Un mundo massmediático que
es profundamente antipolítico, cualunquista, sectorizador porque se maneja por géneros de masas
(mujeres, chicos con paco, violadas, asesinatos, piqueteros, huelga,
ecologistas, seguridad) y que constituye la real derecha política operativa y
actuante. En la sociedad massmediática no hace falta
que los partidos de derecha generen su política; ésta última danza en el aire y
el sentido común televidente.
En este momento podríamos decir que hay un nivel de
acontecimientos sin organización que lo sustente en el tiempo. Por otro lado, existen
organizaciones que desesperan por acontecimientos de ruptura, de reprotagonización de lo social, y no lo logran. Y un mundo
mediático que se ubica allá arriba de todo como el gran padre narrador, y que
es mucho más proclive a emitir, enunciar o trasmitir acontecimientos que a la
tarea de estructuración política que poco le interesa, en su papel de Gran
Hermano mensajero que incluye o expulsa. Es decir, lo mediático nunca va a ir a
la CTA
a hacer
una entrevista sobre cómo está actuando internamente o de qué manera se
organizan cursos, porque no es considerado noticia. Ahora bien, el día que
algunos obreros le tiren diez piedras a la sede Central seguro que va a haber diez
cámaras que van a producir el acontecimiento. Entonces, tiene que deslindarse
una cosa de la otra. Es un problema muy difícil, porque la sociedad mediática
nos contiene a todos, todos los días, desde la actividad o desde la
inactividad; desde la pasividad o desde el protagonismo. En este sentido, la estructura
organizativa sin ruptura, despolitiza. El radicalismo y el peronismo
despolitizan… y lo único que exigen es que te politices el día del comicio. Ese día te politizás y
después te despolítizás totalmente. Lo mediático
también despolitiza porque lo único que quiere es informarte y hacerte ver que
siempre estás afuera viendo lo que le está sucediendo a otros y que “menos mal
que no sos vos”; es decir, que nunca formás parte de eso pero que te enterás.
Te informás de que los maestros están en huelga. Lo
único que podría politizar el asunto es que el acontecimiento se llame
protesta, cuestionamiento, rebeldía, huelga, confrontación o crítica y que
pueda encontrar una organización, vinculación, relación de unas y otras
variables que le quiten su estado de fragmentación y cosa esporádica.
La Argentina
vive permanentemente la cosa esporádica. Los maestros están
en huelga; a los maestros le pagan tal guita y ya
está,
la Argentina
vuelve a la “paz social”, hasta que aparecen los problemas de los trabajadores
del subte, y con ellos las imágenes de los trenes parados y la gente enojada en
los andenes y, después, todo desaparece. Este es un tema muy importante para
la CTA
en el sentido de cómo esto
se puede reconducir. Qué viene de afuera, qué viene de adentro. Los partidos
políticos ya no lo quieren hacer. Ellos tienen asegurado que cada dos años la
propia institución les reúne todo y ellos sólo tienen que poner candidatos,
boletas sobre las mesas. El problema está en las bases sociales y su capacidad
para una nueva invención de la política. Porque a todo esto que estamos
discutiendo, lo sobrevuela la pregunta sobre si la política es plausible de ser
inventada otra vez, o si la política ya llegó a su límite total y más allá de
lo que dio la burguesía y lo que dio el proletariado, hoy en crisis profunda,
no hay ninguna invención política más. Si fuera esta segunda respuesta, nos
esperaría solamente una sociedad del control, sociedad de la domesticación, de
la seguridad, del vacío político, del consumo y nada más. Sociedad policíaca,
como vamos viendo. Desde esa perspectiva, es una época fascinante en cuanto a
discutir lo político, pero sumamente peligrosa porque sucede que siempre la
derecha es “más realista”, más “veraz” en sus consejos, que una izquierda que
sigue pensando cambiar las cosas, cambiar el mundo.
Pampa: Y, para que la política llegara a
ofrecer una apertura a su propia reinvención y al tránsito hacia un nuevo
sujeto que encarne políticas emancipatorias, ¿qué
deben encarnar las comisiones obreras y las organizaciones sociales en la
actualidad?
Casullo:
Lo que está en discusión hoy a nivel político, y que la teoría trata de
percibir, es la cuestión de los sujetos sociales. Este concepto es un molde,
una lógica moderna clásica que se piensa en el XVIII y se asienta
definitivamente en lo político en el siglo XIX. De allí emana aquello que desde
el momento en que se constituye un sujeto, ese sujeto es igual a sí mismo y
permanece. También el sujeto político. Así, el sujeto clase obrera, el sujeto proletariado,
el sujeto revolucionario, era una suerte de figura que una vez que se labraba a
sí misma, nos daba la tranquilidad de lo ya constituido, por lo tanto plausible
de remitir a ello en cualquier circunstancia o problema. Un reaseguro: el hogar
del dilema. La primera pregunta es, ¿se volverá a constituir eso en términos
sociales, en términos culturales, en términos económicos?; ¿existirá la
posibilidad de referir a un sujeto que permanezca y adquiera la profundidad que
tuvo el proletariado para Marx o el campesinado para Mao? Nosotros seguimos trabajando con la idea de sujeto,
pero diciendo que desaparecieron los sujetos de la revolución y que hay que
volver a ver quiénes son los nuevos sujetos del cambio social, de la
transformación social, de la otra historia por hacerse.
Por otro lado, dentro de esta problemática del sujeto,
aparece una cuestión más sutil que es el tema de las subjetividades. Hoy
estamos en una cultura que hace política, más que en una política que hace
cultura o que se dedica a la cultura los viernes a la noche en el salón de
actos. Esto segundo ya no ilumina. Porque el tema que nos atañe a todos es en
realidad un tema cultural: la confrontación ahora es por legitimidades en un
mundo deslegitimado. Es por imaginarios a imponer, por estados de ánimo a
“operar”, por ficcionalizaciones de lo real, y por el
realismo de las ficcionalizaciones. Y refiere a esta
pregunta sobre cuáles son las nuevas subjetividades, cuáles son sus mundos resimbolizados, resignificados.
Cuál es el status de las representaciones que definen los nuevos subjetivos.
Esta es una pregunta de corte estético más que político. Atañe a la
sensibilidad, al yo, a lo privado, a la puesta en escena, al inconciente, a la
imaginación, a la fantasía, a la imagen de las cosas, a la edición de las cosas,
al mito de la individualidad. Es decir, territorio estético. ¿De qué se tratan
las nuevas subjetividades urbanas? Desde la teoría, nosotros siempre estuvimos
diciendo que éste era obrero y ya estaba destinado a ser esa determinada
esencialidad que planteaba la producción industrial. Y el obrero era un mismo
ser en lo sustancial. Era un explotado en la aseveración más concreta y a la
vez más abstracta que se le podía otorgar. Eso éramos todos. Lo que significa
que tampoco sabíamos muy bien qué éramos cada uno. Hoy, en cambio, las
subjetividades juegan a partir de un mundo culturalizado al máximo de una forma distinta. Lo constitutivo de esa subjetividad es
errático, despertenece, deambula de manera nómade en lo urbano, remite a mercado, no retiene mucho
tiempo identidad, pasa fuera de “fábrica” en cuanto a mi relación fundamental
con esa idea de “política” y democracia. Discutir las subjetividades es lo que
acontece en este momento. ¿Qué subjetividades son las que hoy dominan?, ¿cuál
es la subjetividad de una maestra de la provincia de Buenos Aires?, ¿desde qué
se constituye?, ¿cómo se identifica con una determinada política?, ¿de qué
manera se relaciona con la producción?, ¿cómo se vive a ella misma?, ¿cómo vive
a su empleador?, ¿cómo vive el Estado?, ¿cómo vive la noticia?, ¿cómo vive la
inseguridad?, ¿cómo vive la relación que tiene con la sociedad?, ¿cómo vive con
su memoria o desmemoria?, ¿cómo refugia a sus hijos, los suyos y los no suyos?
Entre ella y los mundos del mundo se esparce una maraña de discursividades que tratan de nominarla; desde el gremialista amigo hasta la protagonista
rebelde de un teleteatro, desde su alumno con síntomas de raquitismo hasta la
mujer líder del socialismo francés que ve en un noticiero parisino de
la TV
por cable, desde el libro
con que enseña hasta el libro que le gustaría y no puede comprar. Esa es una
subjetividad que se nos escapa permanentemente, desde el punto de vista de que
hemos perdido la confianza en la lectura meramente socioeconómica a pesar de su
enorme peso, y que era una lectura que antes nos daba definitivamente una
respuesta –equivocada o no-, pero que nos tranquilizaba en el sentido que
podíamos decir: la maestra era parte de los sectores medios. A medida que se
profundizaba la crisis en la sociedad y se pauperizaba, se iban acercando cada vez a la lucha del
proletario porque, finalmente, todos eran trabajadores fraternales en potencia.
Y ese era el punto donde el capitalismo iba a encontrar la oposición máxima, o
sea, en la proletarización de los sectores medios. Las inmensas mayorías
socialistas que dejarían atrás el tradeunionismo, el
reformismo y la limitada “lucha
sindical”. Hoy vemos que no es así. Vemos que una maestra puede pedirle a Blumberg seguridad, rayana y comparable a la que le está pidiendo
una señora del country, que puede ser más feminista que la docente. Esto es, lo
que la determina ideológicamente no es el sueldo sino el rol que debió asumir
en su casa. Su imaginario rompe rotundamente con los esquemas de “clase” que
propone el maniqueísmo marxista. Lo privado es un universo que sobredetermina todo el resto. Y todo esto, al mismo tiempo,
puede no significar una derechización, sino reaperturas de un yo social
permanentemente reactivado por lo cultural. Y a la vez, puede significar lo
contrario: que las nuevas subjetividades se constituyen en lo que yo llamaría
un peligroso cualunquismo fascistoide.
El cualunquismo son esas variables protofascistas que existieron en un momento en
la Italia
o en
la Francia
de posguerra: gente
muy despolitizada, muy antipolítica, muy rechazante de todo lo que sea político, muy pensante de que
lo único que se legitima en la sociedad es, por un lado, el empleador que te da
el trabajo y el jornal, y por otro lado, el empleado que yuga. Somos todos
empleados. No hay clases ni identidades ni agrupaciones. Desde esa perspectiva
se puede producir un cualunquismo de tintes
fascistas. En Argentina hay variantes muy claras de estos tintes fascistoides antipolíticos, alentados por una derecha y por
un neoliberalismo que juega, desde hace muchos años, una batalla cultural que
gana porque establece a la política como una intrusa. Así, la política sindical
es una intrusa. La política universitaria es una intrusa. Los derechos humanos
son intrusos. La política es pura corrupción, robo, algo por afuera del
“empleador y empleado” que signa toda la vida. Una herencia de nuestros abuelos
inmigrantes, para quienes la política era sólo “chanchullos de criollos” que no
querían ir a laburar. Desde esta lógica, la política
es aquello foráneo a una “vida normal”, a un “sentido común”, algo que viene a
interferir una lógica dada básicamente por la relación económica, que es la “verdad
verdadera” frente al diputado parásito. Esto tiene que ver con la corrupción política
que padeció el país en democracia, pero mucho más tiene que ver con la campana
de época cultural liberal que denigra a la política y al Estado como un palo en
la rueda de los apetitos del mercado global. De eso tiene poca conciencia el
argentino medio y la izquierda. Desde esta perspectiva hay que pensar las
subjetividades. Es decir, el peso que tenían en una época las variables
peronistas comunistas, socialistas como identidades políticas que arremetían
contra esta especie de cualunquismo social, contra
esta especie de sentido común reactivo y reaccionario, anticuerpos muy fuertes
que hoy no están. La crisis de la política desampara, lleva a orfandad, a
descreimiento cínico, a recelo absoluto, a ajenidad despreciativa.
Este cualunquismo a la vez trae otro
planteo: toda protesta que se queda en lo suyo, en su isla, es una propuesta en
definitiva reaccionaria. Toda propuesta que no puede hilvanar su protesta con
algo mayor, con un espíritu superior albergante, con
una situación en donde inserte la protesta en un determinado proyecto popular
mediante el cual lea al otro y a lo propio de una manera integral, se
transforma en una propuesta que deviene en simple protesta reactiva, cualunquista. Eso es Cromañón, si
lo pensamos en relación a qué política se inscriben los padres con respecto al
país que quisieran. Lo acotado pasa de supuesta izquierda a derecha instrumentable. Una protesta que puede decir en algún
momento “queremos caños de agua”, “queremos que no haya violadores por el
barrio” “queremos que haya luz eléctrica”, “queremos que pongan una barrera”, o
“saquen un basural”, o “saquen una villa”, o “no nos traigan a villeros”. En un
principio aparecen legítimas, sustentables, están pidiendo aquello de lo que el
Gobierno no se hace adecuadamente cargo. Pero se cierra de una manera extrema,
y aquí aparece nuevamente aquella idea de cómo se re-inventa una política que
permita reponer lo imprescindible para un gradual cambio de las circunstancias
históricas: una reapertura de las nociones de justicia, fraternidad,
solidaridad, identificación, por lo cual se participa de los perjuicios y negatividades de una situación general y no sólo de una,
desagregada.
A lo que voy es a que, desde el momento en que una protesta
o un acontecimiento no tiene una perspectiva que se enlace con algo mayor que
le de sentido en términos de izquierda, la protesta termina alimentando al proto-fascismo de la sociedad. De eso no quepa la menor
duda de que es así, por más que la protesta esté en función de denunciar a una
violada por su padrastro. Ahí, hay mucho más potencial y síntoma de derecha que
de izquierda.
En ese campo, el sindicalismo, la organización social,
tendrá que partir de esa base segura que otorga la organización de
trabajadores, pero reconocer que, sobredeterminado eso, hay un mundo cultural
de 78 canales de televisión que tanto el pobre como el rico ven en el café, en
su casa, en el barrio, y que está reconfigurando una variable de difícil
pronóstico. Las grandes masas urbanas van a tender a irse hacia la derecha en
reacción a los que protestan, a los que quieren un cambio porque la cosa va
mal. Es decir, es la sensación que tengo respecto a aquí, a Francia, donde va a
ganar la derecha, como en España donde Zapatero ya está perdiendo, como en
México donde ha ganado una ultraderecha republicana con Calderón. De hecho,
frente a la no posibilidad de cambio histórico, las grandes masas urbanas, sus
subjetividades, implosionan protestatariamente hacia la derecha. Quieren un cambio, sin duda.
Pampa: ¿Cómo se lee esta derechización
urbana respecto a la estrategia regional latinoamericana?
Casullo: Hoy el cuadro de situación todavía mantiene la preponderancia
del centro izquierda. Y hay que defenderlo. En ese caso, coyunturalmente y a
nivel de gobiernos, soy optimista, en el sentido de que como hay una tendencia
de grandes sectores que se van hacia la derecha porque el cambio histórico no
aparece a la orden del día y cada uno trata de sobrevivir individualmente
plantando otra historia de “seguridades”, también hay causes políticos en
perspectivas contrarias, como la integración regional de los pueblos. La
izquierda argentina se equivoca. A mi me da la sensación de que producto de sus
lecturas del 2001, de una historia larga y de los traumas que generó el
peronismo, hoy podríamos decir que se nota la carencia de un amplio frente de
centro izquierda que tendría que moverse de Kirchner hacia
la izquierda, con una capacidad de lectura verdadera sobre los signos positivos
y negativos que hoy se están dando desde una perspectiva de gobierno. Creo que
la izquierda radical y sus grupos hacen una mala lectura del 2001 y nuevamente
quedan afuera de una historia mucho más grande y
participativa que llevando militantes a
la Plaza
con consignas
incomprensibles al resto de la sociedad. Pero ciertas izquierdas no necesitan
contratar sepultureros. Este es un país post 2001 en el que de casualidad no
volvió a ganar Menem (trampa de Duhalde),
o Duhalde que se baja demasiado de apuro, o Reutemann que era “el candidato de todos”, o De
La Sota
que iba en punta en las
encuestas, o López Murphy que saca muy poquito menos
que Kirchner. Entonces, de no plantear un
articulación de centro izquierda,
la Argentina
sale de un posible fracaso kirchnerista por derecha. Sin duda. Porque así lo quería el
grueso de la sociedad en el 2003, una salida por derecha, y sólo un milagro y
una serie de azares lo impidió.
La única forma de quebrar esta suerte de derechización del
mundo -que yo creo que se va a ir agudizando-, es construir alianzas de
izquierda democrática, estatales, populares potentes, donde cada sector
conserve su postura y la diferencia, pero donde haya “un programa mínimo” de
acuerdo por donde muchas medidas puedan marchar. En este caso me refiero a un
apoyo –crítico– al gobierno de Kirchner. Con respecto
a los núcleos de izquierda radicales, está totalmente ausente. A mi me da la
sensación, de que en Argentina por una tendencia a una crispación, al no
reconocimiento del otro, a la violencia verbal, a cómo ha quedado el 2001en la cabeza
de varios, no aparece claramente esta alternativa, como debiera ser entendido.
El teoricismo, el gorilismo,
el tradicionalismo de un pensar de izquierda, el sectarismo político, impide a
esa izquierda, como en otras grandes coyunturas nacionales, estar con su
identidad y autonomía, donde debiera estar. Afortunadamente este ensamble
también está ausente en la derecha, que también está fragmentada. Y eso hace
que vivamos con menos temor una mala lectura que hace la izquierda en cuanto a
cómo poder reunirse o articularse sin que cada uno pierda su perfil.
Es evidente que cuando en Argentina cuando aparece un
momento popular con cierta capacidad de actuación se produce la traumática y
ridícula unificación de izquierda y derecha, que en último término terminan
coincidiendo en la confrontación en muchas circunstancias. Es una problemática
que debe romperse con el fin de poder llegar a constituirse, frente a esta
suerte de neofascismo de las derechas que avanza con mucha inteligencia
culturalmente, “democráticamente” por parte de la derecha. Es así que hoy, si
hay un tipo tildado de fascista es Kirchner, también
de montonero y guerrillero. No obstante, el neofascismo real se da precisamente
en aquellos que tratan de reconstruir una sociedad generando miedo, generando
seguridad extrema, muros urbanos entre el bien y el mal, orden represivo frente
a la protesta social. Es decir, Blumberg sería para
muchos un pobre padre acongojado que no tendría que hacer política, mientras
que para Lilita Carrió, por ejemplo, Kirchner es fascista. Entonces, cuando se produce esa
torpeza de centro izquierda se merma la posibilidad del avance.
En tal sentido, América Latina y la región está viviendo un
momento excepcionalmente bueno de gobiernos, de proyectos, de perspectivas, de
alianzas. Habría que retroceder a las instancias independentistas del siglo XIX
para un escenario tan amplio. Y nuestro país está inserto de una manera
oportuna en ese proceso, más allá de lo que uno podría quejarse. Sin embargo,
esto que la derecha lee como un avance del populismo puro, autoritario,
temerario, no contiene en
la
Argentina
lecturas ni planteos que la pongan a la altura del
acontecimiento latinoamericano. No estamos a la altura de ese acontecimiento.
Seguramente, si hacés una mesa redonda para hablar
del tema, te vas a encontrar con diez posiciones diferentes, de las cuales
nueve van a aprovechar la situación para acusar al gobierno, en vez de
plantearse qué tales cosas están bien. Y el gobierno, a su vez, hace todo desde
una perspectiva solitaria, autárquica, cerrada en sí misma, desde una
perspectiva soberbia y contradictoria. No admite ni lleva esta discusión hacia
los verdaderos sectores del centro izquierda que deberían estar discutiendo con
él las políticas. En ese sentido, Kirchner fue, hasta
ahora, un hombre de muy buenas ideas y aplicaciones de tales ideas, de
paradigmas y horizontes que comparto claramente, pero es un mal constructor de
la política en los planos de un armado democrático y delegador.
Es decir, no puede salir de sus acuerdos super-estructurales,
chequeo de encuestas y del pequeño círculo decisorio, que lo vuelven
negativamente “irremplazable” llegadas las circunstancias.
Pampa: En tu último ensayo en la revista Confines establecés las condiciones fetichizadoras que actualmente
ahuecan la experiencia política discursiva. ¿Cómo pensás que pueden establecerse nuevas relaciones del lenguaje con la práctica política
que reconstruyan, a la vez, aperturas a nuevas condiciones de lo posible, con
plena conciencia y deseo de intervención histórica?
Casullo: Creo que ahí tiene que haber un nuevo momento de
relación entre teoría y práctica. Evidentemente, acá falta un espacio reflexivo
que plantee de qué manera el lenguaje político habita entre nosotros. Por otro
lado, lo mediático es hegemónico en cuanto a que constituye nuestro lenguaje,
la comprensión de las cosas y los consecuentes posicionamientos frente a esas
mismas cosas. Desde esta perspectiva, como crisis política y crisis ideológica
que atraviesa
la Argentina
-sobre todo desde el 2000-2001 en adelante
pero que viene de antes- se ha desvinculado en gran parte la práctica política
de la práctica de un lenguaje político genuino en su hacer y crear. La práctica
del lenguaje es un ejercicio permanente con sus propios espectros, con su
propio pasado lingüístico. Las palabras tienen eco, resonancia, remembranzas,
simpatías, correspondencias. Hay como una especie de remisión a lo espectral, a
aquello que tiene –en la palabra- una carga simbólica muy fuerte. Y, entonces,
yo te digo: “yo soy pueblo”, “vos sos antipueblo”. Y eso pesa de manera muy fuerte porque está
desvinculada de la verdadera práctica política. Es un juego de set. Es un juego
donde yo puedo decir “salvo Auschwitz, Kirchner es Hitler” o Kirchner puede decir “salvo el kirchnerismo,
son todos antinacionales”. Es decir, al desvincularse la voz de las bases
concretas de un acontecer político, la palabra navega y flota sola. Entonces,
es una utilización del lenguaje ficcional, mediático.
Se puede decir cualquier cosa en cualquier momento y en cualquier lugar cuando
se rompe la frontera entre lo que es real y lo que es ficción, que es a lo que
tiende lo mediático. Así, el político queda habilitado para plantearse
cualquier cosa, porque en realidad son políticos sin estructuras, que flotan en
el aire. Son ellos que remiten a ellos mismos. Estamos viviendo una época muy
particular donde la enunciación política casi tiene un pleno de espectáculo, de
show. Falta una apertura hacia la sociedad -sobre todo la sociedad media- que
reponga lenguaje y política en estado de relación genuino. La derecha ha
acusado a Kirchner desde subversivo a nazi, a partir
precisamente de desligarse del lenguaje de la política cierta, donde todo es
trabajo comunicativo, producción de set, defasaje entre voz y realidad, entre palabra
y mundo. La propia crisis de la política hace que las palabras pierdan
pertenencia, historia, memoria, identidad, enlace con las cosas concretas.
Entonces Castells puede coincidir con Macri, Patricia Walsh con Patricia Bullrich,
Lilita Carrió decir que Nilda Garré agravia a las Fuerzas Armadas, o que los ganaderos son perseguidos
injustamente, o que la actual Iglesia es atacada sin razón. El lenguaje
político no ancla en nada, es un simple estado de ánimo diario, una frase
estridente, algo sobre el cual nadie va a pedir cuenta mañana porque todos
estamos en el mismo juego aparencial y da lo mismo que algo sea dicho o que no
sea dicho. La palabra pertenece al “fenómeno comunicacional de masas”, a su lógica de impacto, no a los políticos, partidos o sindicatos y
sus “grises” (y sin rating) proyectos para el bien
común.
Pampa: En el sentido de desprendimiento de
la idea más esencialista que comprendían la
definición de sujeto social del marxismo ortodoxo. ¿Cómo se articula la exterioricidad de las nuevas relaciones con el concepto de
nuevas subjetividades?
Casullo: El problema está en que las nuevas subjetividades sólo
son apreciables si renunciamos a una pura lectura política. Porque la lectura
política es reductora permanentemente. Cuando yo digo que hay que recurrir al
plano de lo estético no lo digo porque haya que recurrir al arte sino por el
acercamiento que lo estético propone hacia los enigmas sociales de la
sensibilidad. Hacia lo todavía no catalogado, no situado, no codificado, no
reconocido. Es decir, en este momento, lo que te da más la posibilidad de
emprender un trabajo político o una elaboración de las nuevas subjetividades
son todos aquellos elementos pre-políticos, o desplazados o salvados de la política
establecida. Salvados de la política, porque la política no los alcanzó con su
capacidad despolitizadora. Con esa despolitización de
la política que te dice: “usted va a hacer política cada dos años solamente, los
días de comicio, y luego va a sentarse en la ventana
a ver como los políticos hacen política y usted se queda mirando”. Hoy la
política de la democracia bajo cúneo liberal, la democracia sin cambio, la
democracia de la institucionalidad hueca, la democracia de las moralinas, de la
pura retórica, es una política despolitizadora. Frente
a esto, hay muchos elementos y factores de lo social y de lo cultural que
aparecen ya de plano fuera de lo político. En ese sentido esto se confunde con
cultura popular, cultura de masas, cultura mediática y hay que desenredar esa
cuestión. Pero podríamos decir que hoy está mucho más capacitada una lectura
estético-político para entender de qué manera se pueden constituir las nuevas
subjetividades. No solamente desde la relación del sujeto con la producción,
sino, básicamente, de qué manera el sujeto es todavía político, porque está
fuera de la política. De qué manera el
sujeto se despolitiza cuando entra en la esfera política establecida. Rancière los llamaría “aquellos que luchan porque no tienen
parte”, otros autores dirían “aquellos que quedan fuera de la representación”.
O sea, que hoy para plantearte la política vos mismo tenés que construir la representación. Lo primero que vas a negar es la
representación que quiere plantearte la política ahuecada. Vos sos de un barrio donde hay cinco chicas violadas en los últimos
tres meses. Vos planteás la variable desde la
politización absoluta, en tanto vos no estás para hacer política y sin embargo
la empezás a hacer, en tanto vos sos un representado que deviene representante del problema, porque no querés que ninguna representación política te sitúe. Inaugurás, habilitás, abrís el
cause con los vecinos, con los padres, con todos aquellos que no se sienten
parte, que no tienen parte en la política, aquellos que tienen prohibido hacer
política, que no tienen tiempo para hacer política, que no son profesionales. A
partir de esa variable vos construís política. Ahora, esa política es en parte
trágica de entrada, porque es una política que tiene que negar toda política
para politizarse. Porque en su desplazamiento hacia la política se distancia de
la política visible, reconocida. Porque en ese juego de
despolitización-politización se corren riesgos ideológicos y culturales de no
entender qué es la política, como trabajar la política, como producir política
y no una simple indignación, un simple parche, una simple bronca, una semana
excepcional en tu vida, que se prendió y se apagó. Esto es lo que no está
totalmente resuelto en este tránsito entre la muerte de muchas dimensiones políticas
y su esforzada reinvención. Si ante el problema de las violaciones aparece un
diputado y dice, “déjenlo en mis manos”, ahí el sujeto se despolitiza y espera.
La condición es trágica porque si vos sos un
democrático, sos un republicano, sos un tipo que respeta a las instituciones, o sea, un tipo que actúa en términos
democráticos, estás totalmente despolitizado. Y si te politizás, dejás de creer en la política de los políticos, que
es la que contiene poderes viabilizadores, de
resistencia real, de cambio posible más allá de lo circunscripto que te pasa. Porque evidentemente aquello que te está cubriendo te está
despolitizando en términos concretos. Y, si por otro lado, rompés con todo esto, vas a generar una intervención política concreta: tuya; será una
política de patas cortas porque, en Núñez donde había violaciones ahora
pusieron diez policías, luz, y dos garitas de vigilancia. Listo, se acabó. Volvés a tu casa y en ningún momento reconstituiste la idea
de que esto se pudiese juntar con algo mayor. Es más, corrés el peligro de que ese mismo barrio o sector social salga autistamente pensando
que todas las cosas se solucionan con diez policías: para el lado de la
derecha. Pero hoy las problemáticas mayores pasan por afuera de las
organizaciones instituidas, y por eso son problemas: son intemperie, son zonas
desprovistas. Es tu vida, la de muchos, las de los que no tienen parte en la
política. En un mundo que te crea diariamente miles de mundos posibles o
imposibles, logrados o solamente deseados, pero fuera de tu lugar de trabajo,
la política entonces desaparece y reaparece en ese afuera de tu lugar, de tu
puesto y función. Y se despliega en “otros lugares, puestos y funciones”
desguarnecidos de política, o anestesiados por la política
En ese plano, el de las nuevas subjetividades, hay que estudiar muy acabadamente el mundo de
la sensibilidad, el mundo de lo privado, de tu relación individual o grupal e
incompleta con el mundo. Que es una cosa que a la izquierda le cuesta muchísimo
poder pensar. Es decir, la legitimidad de lo individual todavía sufre enormes
descalificaciones en el pensamiento de izquierda y el mundo individual puede
ser percibido desde el ser obrero, ser campesino, desde las identidades ya
constituidas que evidentemente existen, pero no desde lo que le ocurre a ese
obrero en su relación sensible y compleja con el mundo. Desde lo particular
intransferible. Sí, las identidades existen, pero evidentemente están
atravesadas por algo que se nos escapa totalmente desde la política a secas, y
más viviendo en Capital Federal o en el conurbano. Lo que pasa es que la
política se sostiene porque ha sabido edificar claramente la institución del comicio, la institución electoral. La ha sabido edificar de
tal manera que cuando llega el ritual la sociedad va y vota, vota y obedece.
Por mas que al día siguiente diga que el que votó es un hijo de puta. No
importa, lo votó. Ahora, la subjetividad real no es totalmente la que va al comicio. La subjetividad real es la que al día siguiente
comienza a circunscribir el comicio. Así aparece una
cadena de subjetividades donde uno se pregunta dónde se pone la política para
que no sea sólo el voto ni sólo el grito destemplado y ciego.
Hay que buscar la subjetividad como una variable desde lo
sensible político que rompa las configuraciones ya dadas, la mirada del otro
que ya te ubica, te sitúa y cristaliza, y que reabra la posibilidad de otras
variables. La nueva politización es conciencia de una carencia muy grande.
Porque vos les preguntás “cómo unificas la lucha tuya
con la de las compañeras que están a favor del aborto” y la tipa de Núñez que
se movilizó por las violaciones te dice: “andá a la
mierda vos con el aborto”. Porque no hay la posibilidad de volver a relacionar
palabra e historia y mundo deseado como la hubo en un momento. El partido comunista
o el partido peronista lo reunían pero finalmente lo reunían mal. Todo esto ya
está en revisión, ya está en crítica, es cierto, pero lo reunían. Hoy no
podríamos reunirlo, entonces, las subjetividades flotan y lo que priva por un
lado es la exterioridad que te dibuja un ser desustancializado de todo. Pero por otro lado es la interioridad que vuelve a necesitar
comunidad, colectividad. Es decir, “yo soy irrepresentable” eso es lo que
piensa cada sujeto social que sale a la pelea: “aquel que quiera venir a
representarme, es un ladrón o un tipo de dudosa calaña”.
Pampa: Desde esta configuración cultural
extrema ¿no corremos el riesgo de exacerbar una posición cínica frente a la
política?
Casullo:
Creo que el cinismo ya está dado como una situación de época que hay que
revertir. Por eso yo aclaraba que existe una posición radical que es una
crítica político intelectual y, por otro lado, una crítica que es la que te
permite la política democrática instituida como ningún otro modelo político por
ahora. Yo puedo estar diciéndote todo esto y al mismo tiempo estar sosteniendo
que voy a votar a Kirchner. Digo, “ya que la sociedad
nos encarcela, permitámonos el pensamiento crítico radical”. Ahora, en términos
políticos concretos estoy mucho mas situado en lo que fue la historia
argentina, en el avance de la derecha, y en el cómo hay que confrontar tratando
de reunir fuerzas en un momento de crisis política donde va muriendo el
radicalismo y el peronismo. Y, en ese sentido, soy mucho menos radical, soy más
bien alguien que se pregunta “¿quién me permite a mí un pensamiento radical
acompañando un tránsito de época?” Alguien como Kirchner,
que está haciendo política apuntando a un pos-peronismo. Con dificultad, con
altibajos, pero intentando un cierre de época difícil: dejar atrás la maraña de
un peronismo que como tal fracasó en la historia, y además prohijó demasiada
mierda. Si yo le dejo a él eso, con todas sus equivocaciones, con todas sus variables,
yo puedo permitirme la crítica y una necesaria distancia para pensar como se
reinventan las cosas y a partir de qué estado de las cosas se las reinventa.
Sería absurdo que yo piense igual que un presidente, porque entonces mi tarea
sería totalmente en vano, y sería absurdo que él piense como yo porque él está
en la casa de gobierno y nosotros estamos en un bar. Desde esa perspectiva yo
trato de articular esas dos cosas. Y es una discusión que tengo siempre en el
sentido de cómo construir política con lecturas de apoyo crítico y posturas armonizables con lo mejor en la encrucijada histórica.
Yo hablo con vos así porque el medio, esta revista, el
sitio, el mensaje, admite esta trayectoria de la entrevista y sus posibles
receptores de una letra escrita que da un tiempo particular del pensar. Pero si
estoy invitado a un programa de televisión no voy a hablar en cuatro minutos
así, porque lo que está en debate ahí es qué políticas posibles se pueden
llegar a hacer, y no plantear un país imaginario. Yo, en ese sentido, creo que
el modelo sindical donde vos estás situada atraviesa un gran momento para
pensar las circunstancias porque supuestamente ya instituyó su historia, es un
sindicalismo de tránsito hacia una dimensión a articular con otras políticas, y
está por verse si efectivamente aporta a la constitución de otra escena histórica
o no puede, no ya por determinada persona ni incapacidad institucional, sino
porque es muy brutal la forma económica, política y cultural con que el sistema nos avasalla, nos
aterroriza, nos vulnera, nos confunde. Pero hay que hacer pie inteligentemente.
Y cinchar juntos.
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