¿Qué hay de viejo viejo?
Invocaciones consumistas de la nostalgia
Alejandro
Kaufman
En la cultura retro no se pone en escena la nostalgia, sino el
sentimiento separado, los signos, los objetos metonímicos que la connotan. No remite
al dolor vivido por la pérdida o la ausencia sino a una simulación de objetos
perdidos. Es un trámite que imagina la recuperación de esos objetos para hacerlos
parte del presente. Lo pasado perdido se convierte en yacimiento, fuente de
recursos caducos captados por una resurrección fetichista.
La denominada
“cultura retro” alimenta la producción y circulación de mercancías en el rubro
de mercancías vencidas, intercambiadas en tiempos pasados y actualmente
recicladas. Las modas pasadas pueden ser puestas nuevamente en circulación en
tanto contienen un valor agregado del cual carece lo “nuevo”. Porque no son nuevas, sino conocidas,
vividas y memorables. Suscitan el sentimiento de la nostalgia como relevo
metonímico. Presumen de narrar memorias a través de los objetos que las
representan.
La cultura de
la obsolescencia de los signos y las experiencias es una cultura del
aburrimiento, en la que se procuran “tendencias”, modalidades experienciales, subjetividades, algo distinto que comer y
que beber en un contexto de cambio e innovación permanentes. El agotamiento de
un conjunto de parámetros recurrentes conduce a la búsqueda de un nuevo grupo
de categorías. El compromiso con la novedad permanente tuvo su lapso de
existencia funcional, y cuando encontró sus límites, cuando las variedades se
mostraron como pertenecientes a un circuito finito, la apertura de la compuerta
del pasado pareció haber aportado un respiro.
Por otra parte,
la cultura del consumo está orientada alrededor de los objetos en un círculo de
materialización de lo inmaterial e inmaterialización de lo material. Los fantasmas (el pasado, lo obsoleto, las memorias, los
sentimientos, las sensaciones, lo imaginario) se condensan en representaciones
susceptibles de intercambiarse en forma objetual, se
envasan, etiquetan, clasifican y reproducen en magnitudes masivas. El pasado provee
memorias, ruinas, restos. Provee fantasmas y huellas tangibles. La cultura
retro organiza esos recursos para ofrecernos nuevas posibilidades abiertas a la
identificación deseante.
La cultura
retro se inscribe en el proceso general de industrialización y consumo de
recursos de toda índole. La búsqueda se orienta al pasado reciente, como
también al lejano, a la historia cultural, pero también a la arqueología, a la
paleontología y a la cosmología. Todos resultan territorios apropiados para el
turismo mediático. El paradigma informacional contiene su utopía y relevo virtual: todo lo imaginable podría ser accesible a
los sentidos si supiéramos cómo re-producirlo. El código genético y la
estructura íntima de la materia se convierten así en insumo para algoritmos que
permitirían –imaginariamente- diseñar y reciclar el ambiente en el que vivimos,
sin otro límite que la capacidad de la tecnociencia para modelar la sustancia.
Suele discutirse el carácter ficcional de lo real en
relación con las culturas mediáticas. Pero la cultura retro es una de las
modalidades que nos señalan una tendencia inversa y complementaria: lo
fantasmal e imaginario se convierte en “real”. Los dinosaurios dejaron de
existir hace mucho tiempo, pero quisiéramos verlos corretear por los
zoológicos. Si sabemos cómo estaban hechos, ¿no podremos re-producirlos? Y así.
Donde hay deseo, habrá algo que producir y vender. El pasado no queda exento de
la disposición mercantil. Para el capitalismo, donde estaba el ello estará el retail.
* Una versión más breve del presente texto fue
publicada en Debate N° 223, Agosto 2007.
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