Políticas y reyertas en tiempo mutantes
Nicolás
Casullo
Lo llamativo
Hagamos un rodeo para llegar pronto. No deja de ser curioso
cómo se fue gestando en estos últimos años una atmósfera interpretativa – que
agudiza el presente electoral – cada vez más tensa, crispada, entre lo que
podría denominarse provisoriamente un mirar peronista de las cosas y un mirar
antiperonista de las mismas cosas. Una circunstancia de la patria que parecía
más bien disuelta luego del magma provocado por las experiencias menemista y
frepasista de los
90’
,
las cuales cada una por su camino (conservadurismo liberal y progresismo
liberal) se habían encabalgado sobre lo que se consideró el nuevo ideograma o
destino inexorable para
la
Argentina
contemporánea.
También es bastante notable en estos
últimos años cómo se vuelve cada vez más áspera la convivencia entre ideas de
izquierda e ideas de derecha en las más insospechadas conversaciones, en
relación a innumerables aspectos, cuestiones, “detalles y menudencias” que le
dicen, sobre lo comunitario. Extraña contradictio sin duda, en un tiempo donde las usinas más enjundiosas del neoliberalismo
reiteran lo anacrónico de seguir “pensando en izquierdas y derechas” para una
historia que desde los salmos del mercado habría sepultado vetustas ideologías
del siglo XX.
Asimismo es palpable en el aire, no
tanto el aroma a menta sino a viejas e “impresentables” distancias y diferendos
de clases en tanto experiencias socioculturales que atraviesan de manera
equidistante cuerpos y subjetividades. A tal punto que ciertos mundos de la
vida se abisman y encierran en sí mismo como nunca antes, en relación a otros
mundos sociales de la vida. ¿Qué democracia para esos dos cosmos tan distantes?
En igual sentido, resulta curioso que
en pleno apogeo de una programática republicana sobre el bello consenso (entre “todos”) en lugar del agreste conflicto (entre intereses), no haya hoy
tema, problema, hecho o enunciación en el país que no exponga de manera cada
vez más cruda y rotunda los conflictos al desnudo, y los modelos más bien
opuestos en cuanto a qué país se quiere para los benditos “hijos de uno”. Curiosas
entonces las infinitas violentaciones que habitan la sociedad, por debajo del
simulacro idílico de acuerdos gerenciadores de una “única república liberal
para todos”.
Lo cierto es
que las discrepancias ideológicas, existenciales y espirituales que hoy son
activadas tanto por una nueva derecha conservadora como por gobiernos de raíz
populista con apoyo de mayorías sociales en el continente (como el actual caso
argentino), plantean como nunca antes - a la ciudadanía y electores - climas culturales de fuertes desencuentros. Postidentidades y traumáticos
tránsitos de sensibilidades con respecto a juicios y gustos societales. Fricción
de mundos simbólicos. Distintas memorias enemistadas entre sí. Interpretaciones
inconciliables, vidriosas, prejuiciosas. En fin, un container cultural (de una
modernidad tardía, post) que se erige como decisivo y enrarecido cuerpo político más o menos discernible.
Un conglomerado nacional de signos, hechizos, ecos, déjà vu,
herencias, sombras y artefactos de conciencia que hoy es objeto de disputa y
voto, tanto o más que los clásicos datos políticos explícitos como pueden ser
las críticas gubernamentales a la prensa, las denuncias de corrupción
administrativa, las oposiciones tildadas de mentirosas o las culpabilizaciones
por la crisis energética.
¿Qué se disputa? (I)
El filósofo Jacques Rancière analiza el estado actual de la
política en relación a democracias paralizadas frente al mercado: “cuando el
partido de los ricos y el de los pobres dicen aparentemente lo mismo –
modernización – cuando se dice que no queda más que escoger la imagen publicitaria
mejor diseñada en relación a una empresa que es casi la misma, lo que se
manifiesta patentemente no es el consenso, sino la exclusión. El reunir para excluir (…) lo que aparece
dominando la escena no es lo que se esperaba – el triunfo de la modernidad sin
prejuicio – sino el retorno de lo más arcaico, lo que precede a todo juicio, el
odio desnudo hacia al otro”.
Para nuestro
teórico - que no coincide con tantos politicólogos saltando de set en set
televisivo -las nuevas ideo-lógicas del consenso, las de la “alegre alternancia entre derechas e izquierdas” para
Latinoamérica, las de la modernización de las representaciones, abren la
posibilidad de un mundo de inédito odio social disfrazado. Odio maquillado, que
desde el lenguaje del orden, la moral inquisidora, la privatización de la
política, el individualismo, la modernización ciudadana naïf, la prevención y mucho cualunquismo periodístico, ofertan la
posibilidad de comprar un “todo” ya sin adversarios sociales ciertos. Una
paquete “institucional” donde todo es equivalente a todo, fetichistamente
tranquilizado, aunque siempre “amenazado” de alteración o provocaciones
indeseables, sociales, “clientelísticas”.
El “bien
democrático”, ese disponible hoy en vidriera, elimina culturalmente de antemano
lo que debe quedar políticamente afuera,
para recién después abrirse a la comprensión de la exclusiva institucionalidad legitimada
que quedó. Se postula un mundo sin confrontaciones sociales genuinas ni
problemas irresolubles, porque lo que ha sido erradicado es precisamente ese
mal: el mal del otro. El enemigo -más
publicitado que nunca ahora– se lo nombre como se lo nombre ha quedado afuera
de todas las consideraciones, afuera del predio “democrático” comprado a cuotas
de mercado: afuera de la única historia que se contabiliza.
El consenso
que las nuevas derechas buscan imponer republicanamente expulsa cualquier otra historia o sujeto
político otro, con respecto a una única lógica democrática, lógica que hoy se
ofrece como reaseguro de un mundo sitiado por demasiados “extranjeros” o
deportados de ese propio mundo de “calidad institucional” guardada en un
country. El modelo de la república liberal tardomoderna permite entonces
excluir, ilegitimar, destituir (odiar sin culpa, odiar con o sin conciencia,
odiar desde una “neoinocencia” política) lo que debería ser admitido en cambio
como un enfrentamiento de intereses nacionales y de clases en un escenario
histórico de permanentes litigios sociales.
Por lo tanto
bajo este molde de “consenso” expulsante (reductor de los conflictos) en
realidad regresaría oscuramente lo arcaico, lo mítico, lo prepolítico, según el
filósofo. Una violencia ideológica reactiva de autoconservación
tardocapitalista, tan re-habilitada como solapada con sus aullidos espectrales.
Un aborrecimiento social como conciencia media, legalizada por un nuevo orden
democrático global dominante en tanto institucionalidad hueca sin contenidos
sociales, actores de una cultura ni horizontes históricos.
Lo ideológico
reprimido regresa así como lo esperpéntico de las nuevas democracias encorsetadas
por el reinado del credo neoliberal: vuelve en términos de derechas políticas
“sin partido”, vuelve por debajo de
los mundos simbólicos administrados ahora por un mercado mediático que le sigue
sustrayendo diariamente a la política lo medular de su autonomía y de sus
identidades cuasi canceladas.
El pensador
francés piensa en las acumulaciones de patologías, miedos, racismos y
fascistización que aglomeran las napas, los sótanos sociales, los mundos
inconcientes o manifiestos de un reaccionarismo poseedor que se articula políticamente
en España, en Italia, en Francia, en Europa del Este, en los Estados Unidos de
la guerra. Y al describir tal cosa, a lo mejor sin percatarse del todo alude
también a cierta actualidad de Brasil o
la Argentina
, en cuanto a asistir a una época de constitución
de un nuevo tipo de conservadurismo exclusor: pos-partido clásico, cocido a
hechura de información para las masas,
como lo denomina el teórico. Una derecha moralizadora abstracta, fiscalizadora
y “virtuosa”, alentadora de un orden democrático cerrado y en definitiva
antipolítico, “inevitablemente” policíaco, respaldado por un revitalizado
reaccionarismo religioso y portador de un realismo cínico que se disfraza de
soluciones expeditivas, mágicas, persuasivas, contra “los enemigos de las
instituciones”.
Con la
emergencia de tal conservadurismo reactivo, en el contexto de esta edad
capitalista, se asiste entonces a muchos fenómenos subyacentes - tensantes,
exasperadores - en cuanto a formas de vivir, entender y votar. Este proceso
sería lo que realmente se dirime política (y calladamente) en muchos comicios
del mundo de hoy. Proceso que también nos acontece en el seno profundo de lo
comunitario nacional desde la tecno-actuación de muchos poderes: un tejido de
discrepancias invisibles, de disputas sordas, de colisiones efectivas pero sin
nombre, que no aparecen de manera explícita, todavía, en ninguna publicidad
programática.
¿Qué se disputa? (II)
A primera vista, nunca un peronismo desperonizó tanto su fisonomía
como el del gobierno de Kirchner, en cuanto a abandonar sus clásicas y gastadas
fraseologías, su folklore movimientista, sus rituales y emblemas rutinarios
malversados. A primera vista nunca una oposición aparecería tan disgregada, sin
perfiles propios. A primera vista, pocas veces un planteo gubernamental cumplió
las iniciales estaciones de una recuperación capitalista verificables en las moderadas
pero visibles mejorías de los estratos populares y medios. A primera vista,
resulta inédito en un cuarto siglo de democracia recuperada, una oposición tan
raquítica en ideas.
Y no
obstante estas “primeras vistas” que darían para un paisaje apacible de las
cosas, existe - como se exponía al principio- un clima de profunda irascibilidad
en las lecturas que se hacen sobre el presente. De intolerancia en cuanto a la
valorización de las identidades políticas. De extremismo en las apreciaciones
de lo que ocurre. De agresividad en las mutuas calificaciones entre oficialismo
y oposición, entre opiniones que apoyan o descalifican al gobierno. De
ideologización acentuada de las posiciones asumidas. De retorno nunca vistos de
antiguos climas de viejas historias políticas. De crispación social politizable
de manera artera, que sobre todo la ciudad capital riega sobre el país ¿Qué es,
entonces, lo que se está confrontando tan duramente en estos tiempos entre
gobierno y oposición?
Más allá de las ninguneos
oficialistas y de los agorerismos opositores que pueblan nuestro presente,
aparece un trasfondo de dificultosa enunciación. Una trastienda de la
actualidad que concentraría ese exceso de tensión y virulencia en una escena
democrática argentina que se pregunta, un poco desorientada, por lo que
realmente está en disputa con tanta exasperación.
La emergencia de un peronismo de
centro izquierda irrumpió en el 2003 como una instancia bastante a contrapelo
de la época nativa y mundial de dictadura implacable de los mercados. Aparición
política superestructural, que en su presencia supera su propia y simple caracterización
económica (desarrollismo capitalista de intenciones productivistas/trabajadoras)
para plantear de manera fuertemente simbólica un dato inesperado con respecto a
un proceso histórico que para ese entonces ya había largamente desnacionalizado
y autodesintegrado sus dos partidos nacionales (a través del menemismo y la
Alianza).
El kirchnerismo (por sobre sus
actuales logros, fallas, autismos, buenos índices laborales y productivos,
débil republicanismo y pactos burocráticos) estableció una operatoria intensa
para la sociedad en el campo de la valorización de la historia. Del valor del
pasado en un mundo etéreo, ingrávido, coloidal en sus legados. Pasó de un
reconocimiento de la caducidad de los ornatos justicialistas, a la intención de
poner en escena, a cambio, una sustancialidad sociopolítica del propio
peronismo extraviada al menos desde 1974. Procuró reinscribir su condición
histórica medular, cosa que se volvió de pronto, 30 años después, significativa
por lo abrupta y anacrónica en relación al presente y los cálculos de
previsibilidad. Y que en mayor o menor medida sacudió culturalmente a una
sociedad surcada por demasiados mandatos exculpatorios, “modernizadores”,
siempre en ciega fuga hacia adelante.
En este clima el kirchnerismo trazó
por el contrario una extensa parabólica que reivindicó al peronismo nacional-industrialista
del
45’
, y
al político generacional de los
70’
,
con una propuesta de juicio definitivo al tiempo dictatorial y su sociedad
testigo. Ambas citas sobre aquellas dos coyunturas del pasado justicialista se
indispusieron con los patronazgos impertérritos del país y sus lobbies económicos y culturales. Citas
por ende temerarias, si se las mide desde la fragilidad de los 22% de votos
conseguidos (contra 50% obtenido por las derechas en ese mismo 2003). La que
remitía a un octubre lejano, puede interpretarse como fondo coral para un nuevo
dibujo social de inclusión. La de los
70’
del genocidio, como una nueva horma para
leer quienes en realidad estaban “dentro” y quienes “fuera” de la ley en el
sistema político democrático.
Esta suerte de exabrupto no previsto
obligó al resto político (ya sea que lo haya silenciado o dicho) a ir
desnudando ideológicamente poco a poco la historia de lo realmente sucedido en
la crónica del país: a destapar posiciones personales y colectivas aprisionadas,
o que se creían “superadas”, o ya no interpelables, o indecibles para siempre.
Cada uno volvió a lo que era. Un camino confesional imperdonable para gran
parte de los poderes y actores de un país ladino en sus enunciaciones,
reciclajes y procedimientos constituidos. Lo cierto es que el kirchnerismo
corrió hacia la derecha del escenario (a peronistas y no peronistas que hoy se
asumen como derecha) lo que en lo
90’
era
la Argentina
“normal”, “moderna”, liberal, la única, la obedecida: la “de todos”.
Sabiéndolo o sin saberlo, el gobierno
reintrodujo, para eso, pedazos del peronismo originario a secas. Esto es: aquel
comandado por su centroizquierda en el marco de sus agudas e insoportables contradicciones
y oportunismos. Desde esta perspectiva política (recobrada de su antaño) el
peronismo volvió a hacerse presente entonces en muchas de sus facetas
socioculturales como aquel conocido parte aguas de la escena política vernácula.
El peronismo de centroizquierda
siempre alteró al país bienpensante como chirridos de puerta vieja en el
silencio de la noche y la sana lectura. En realidad hereda un dato tan realista
como trágico del propio Perón, que en su sueño de edificar “la nación del
pueblo”, la partió de manera indefectible social y culturalmente en dos:
peronistas y antiperonistas (cruel paradoja que analizó Horacio González en un
excelente texto escrito durante su exilio).
Podría decirse que estos argumentos
de fondo -más que la crítica al autoritarismo o “soberanismo” presidencial–
condensan, hoy por hoy, el núcleo de las mayores razones e intolerancias liberales
antiperonistas de diverso cúneo, en una actualidad donde la sociedad no sabe
cómo regular sus fantasmas y mitos flamantes o desperezados.
Pero lo cierto es que las batallas en
el terreno electoral, aquí y en otras partes, asumen subrepticiamente los
nuevos contornos ideológicos, mentalidades e imaginarios soterrados que
adquieren las derechas y las izquierdas democráticas en proceso de fuerte mutación
civilizatoria y de crisis políticas, experiencias que ya llevan tres o cuatro
décadas de operar sobre las masas. También sobre lo global y lo nacional en
reyerta.
Izquierdas y derechas democráticas
apuntan, ambas, a un centro político que no es el mismo “centro” desde una perspectiva que desde la otra. En este
sentido en muchas ocasiones, y en muchos niveles, se lidia y se extreman las
sensibilidades por cosas que los distintos sectores sociales asumen sin tener
demasiado claras las visiones que se ven obligadas a protagonizar: sin
discernir del todo los retazos y marcas, antiguas y nuevas, de una cultura
política nacional y mundial insertas en especiales metamorfosis.
Sin embargo la singularidad de lo
colectivo social, cuando asume la voz, se reabre a cada paso. A cada instante.
Es siempre un retrato incompleto, por hacerse, un hecho situado en la
inminencia, que intenta su historia y rompe los relatos establecidos.
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