Tonos culturales de una nueva derecha política
Nicolás
Casullo
En México, Francia, España, Chile, nuestro país o Italia un fuerte debate intelectual discute hoy la índole que adquiere la nueva derecha política. Las características de su presencia en el contexto de una larga crisis de identidades partidarias y en relación a clásicos armados conservadores.
Llamada así, nueva derecha, el triunfo electoral del francés Nicolás Sarkozy y sus primeros tiempos de gobierno confirman una tendencia que pareciera reunir renovación evidente del impasse político, junto con posturas reaccionarias en el orden de la vida ciudadana. Capacidad de ruptura, promesa y superación de un statu quo de crisis, a la par que promueve banderas de preservación de valores y conductas de vida ranciamente dominantes.
Lo que se discute en realidad es una reciente torsión de estas derechas creciendo en marcos democráticos, y que parecen volver anacrónicos los modelos de George Bush, Silvio Berlusconi y José María Aznar, teñidos respectivamente por la baja calidad intelectual, la corrupción empresarial o una inadecuada agresividad anti socialdemócrata.
Por el contrario, la nueva derecha emerge hoy como el gran discurso de índole moral intelectual. De despiadada crítica a todas las políticas malversadoras frente a los mandatos que exige una dura modernización capitalista. Pertrechada de programáticas supuestamente “no ideológicas”: que no reconocen más la existencia de intereses de derechas y de izquierdas, y donde pueden ser invitados simultaneamente exponentes de un neoliberalismo duro y hombres del viejo socialismo, como lo puso en práctica Sarkozy .
Para la filosofa Marilena Chauí una de las fundadoras del Partido de los Trabajadores brasileño, esta nueva derecha instaura la ideología de que manda solo el que tiene conocimiento técnico, que sabe y gerencia la realidad solo el especialista. Lo que genera una cotidianidad despolitizada, de delegación de compromisos. Tal moral privada ancla en una inmensa sociedad media presa de inéditos miedos y de infinitos resentimientos, por la extrema dificultad o imposibilidad de un ascenso social en un sistema que lo único que reclama es eso: desde su pura oferta, desde el goce a obtener, desde el consumo a apropiarse. Lo que da como resultado que se viva la política como “aquel otro mundo” de ascenso inmoral que victimiza al conjunto, y donde la palabra corrupción mágicamente dota de una ética reactiva con que vestirse. Un evidente neo cualunquismo político.
Si se pretende una genealogía de esta nueva derecha habría que remontarse a los tiempos de la revolución neoconservadora que protagonizaron Ronald Reagan y Margaret Teacher a principios de los 80’, donde se inicia la avanzada de una batalla a escala de Occidente con su crítica al Estado de Bienestar y la necesidad de fijar límites claros a un exceso democratizador de lo social que habían dado las luchas trabajadoras en un siglo.
Mucho se avanzó desde entonces. Lo importante de esta escalada que ya lleva casi tres décadas es la impronta cultural que la anima como seña de vanguardia. De vigor, de inventiva e innovación de la derecha en el campo de los mundos simbólicos e imaginarios sociales. El conservadurismo asumió el liderazgo cultural sobre la vacancia que dejó - luego de casi un siglo de hegemonizar la “historia del progreso y la igualdad” - la crisis de las izquierdas tanto revolucionarias como reformistas.
Esta batalla cultural fue ganada en lo sustancial y se verifica en la presente instalación de un determinado sentido común “natural” en el mundo de la comunidad urbana. La vida ha perdido sentido histórico colectivo a moldear (de acuerdo a proyectos sociales diversos), para transformarse en una única escena de equivalencias poblada solo de empleadores y empleados en competencia. Lo que sumaría esta nueva derecha es su capacidad para cuestionar un repertorio de moldes políticos a los que siente perimidos: tanto liberales e izquierdistas disolutivos de valores, populistas nacionalistas confrontadores, como idearios fascistas pensados a la antigua usanza.
Dos son los elementos fuertes a destacar en el debate sobre esta nueva dinámica política. Uno, su capacidad anticipadora en cuanto a que las batallas definitivamente hoy se ganan o se pierden en la dimensión cultural: quien impone la narración en sociedades massmediatizadas de manera extrema. Dos, una nueva lógica en el teatro político de ofensivas y defensivas. El que impone la campana cultural de época está siempre a la ofensiva, aunque retroceda. El que se opone o resiste - aunque asuma la ofensiva – solo se está defendiendo.
|