Ricardo Forster:
“A algunos sectores, este gobierno les resulta insoportable” *
Néstor Leone
Es uno de los promotores de la “Carta Abierta en defensa del gobierno democrático amenazado”, a la que ya adhirieron más de mil referentes de la cultura y las ciencias de todo el país. En esta entrevista habla del carácter “destituyente” que se está gestando a partir de la protesta del “campo”, de los desafíos del gobierno y del rol de los intelectuales en esta coyuntura.
—¿Cómo surgió la idea de elaborar esta Carta Abierta?
—Esto nació en el momento más álgido y complicado del primer lock-out de las corporaciones del campo, cuando un pequeño grupito de intelectuales nos juntamos, convencidos de que debíamos decir algo y buscar canales de participación. El signo común era la preocupación, pero también la percepción de que no era un conflicto más, sino que estaba en juego la legitimación de un gobierno electo cuatro meses atrás. Y, en verdad, nos sorprendió la adhesión, porque ya llevamos más de mil firmas de artistas, científicos y académicos con la misma preocupación y la misma voluntad de participar; de manera autónoma y con pensamiento crítico, pero también con responsabilidad.
—¿Qué lecturas hacen del conflicto en sí?
—Consideramos que hay un gesto destituyente cada vez más evidente. Si la palabra golpismo le queda un poco grande, porque tiene poco que ver con las prácticas golpistas del pasado, sí vemos que hay un ejercicio de prueba para generar de a poco condiciones que minen la estabilidad. Y esto es peligroso. Pero también nos parece un momento interesante, porque lo político empieza a cobrar otra dimensión. La política ya no es, como en los noventa, algo secundario, deslegitimado, sino que ahora aparece como un espacio de debates de cuestiones que hasta hace poco estaban fuera de la agenda de lo discutible. Y me refiero al rol que debe ocupar el Estado, a la necesidad de redistribuir la riqueza.
—¿Dónde buscaría las raíces de esto que ustedes señalan? Por ejemplo, ¿cuánto de este clima se da como respuesta subrepticia a la política de derechos humanos del gobierno y cuánto tiene de puja distributiva?
—Está claro que a algunos sectores este gobierno les resulta, por ciertas actitudes, ciertas medidas, insoportable. Les resulta insoportable la recurrencia a reflexionar sobre el pasado dictatorial y, por lo tanto, la política de juzgamiento. Les resulta insoportable que se vuelva a introducir, como en otros países de América Latina, un debate en torno del rol del Estado y que en ese debate reaparezcan palabras o conceptos olvidados. Les resulta insoportable la recuperación de la política como un espacio en el que el conflicto es parte vital de la democracia. Les resulta insoportable que la política ya no sea el símil de una mesa de Mirtha Legrand donde todos consensuamos, nos damos las manos y somos amigos. Y todo esto, más allá de si el gobierno hizo bien o mal las cosas en tal o cual coyuntura o si, incluso, el modelo del gobierno no resulte todavía demasiado claro.
—Siguiendo esta lógica, ¿en qué salida política cree que están pensando estos sectores? ¿Condicionar al gobierno para que dé un giro en su política? ¿Ven la respuesta en la oposición?
—No lo sé exactamente. Creo que es parte de un proceso que viene de antes y que encontró en el lock-out, en parte también por las torpezas del gobierno, un punto de inflexión. Son como líneas lanzadas. Con el campo, con los cacerolazos “espontáneos”, con la cuestión de si el dólar se dispara, si se vuelve al corralito, con la reaparición de ciertos gurúes nefastos, con la desmesura de algunos medios prueban a ver si pueden generar un clima equivalente a la destitución del 2001. Ponerse la escarapela, apelar a la patria, constituirse como reserva moral: son cosas que tienen su historia. Son gestos, actitudes, procesos capilares, en algunos casos, y, en otros, muchos más fuertes y evidentes. No sé si lo miden en términos de semanas, meses o años. Experimentan; son pruebas de acierto y error. Pero lo que me parece que está claro es que, si hay espacio, la derecha y las corporaciones económicas están dispuestas a ir a fondo y romper la legalidad democrática. Insisto: no en términos de un golpe tradicional, sino al modo del 2001. Pero, para mí, más importante que imaginar cuál es el imaginario que este gesto destituyente está planteando, es ver cuál es el escenario que el gobierno necesita para crear las condiciones que contribuyan a consolidar su propia legitimidad.
—¿Cuáles serían?
—Para eso es fundamental profundizar las políticas efectivas de redistribución de la riqueza, avanzar sobre políticas que le mejoren la vida a los sectores más postergados de la sociedad. Y me interesa saber hasta dónde el gobierno es capaz de reinventarse, de recuperar lo mejor que ha hecho hasta ahora y salirse de aquellos modos que ya no son convenientes. Si no lo hace, si no profundiza en este sentido, es más probable que estos gestos destituyentes tengan mayor terreno para avanzar.
—No sé si “gestos destituyentes”, pero sí parecería que parte de esa atmósfera ya penetró varios segmentos sociales.
—Evidentemente, hay una decisión de generar un clima adverso que se va magnificando. Y una reproducción preocupante en el lenguaje de las clases medias de mecanismos de prejuicios, de intolerancia, de brutalidad antidemocrática que son devastadores. Además, existe una enorme porción de las clases medias en un estado de imbecilidad moral preocupante. Hace unos años a Kirchner se lo criticaba por hegemonista. ¿Qué es la hegemonía? En política, casi como un abecé. Se lo criticaba por coartar la libertad de prensa. Si vemos la escena mediática, salvo un puñado de medios chicos, el resto son radicalmente opositores. Antes de la asunción de Cristina se planteaba que iba a tener un gobierno más moderado, que iba a romper con Hugo Chávez, que esto, que lo otro, cuando en realidad se le estaba fijando la agenda. Al no darse lo que estos sectores exigían, ahora se dice que Cristina no gobierna, que es un personaje pintado, que lo único que le interesa son las carteras. Ése es otro mecanismo de deslegitimación. No es sencillo, porque vivimos un tiempo de la cultura dominada por una lógica massmediática, de brutalización, de simplificación extrema, de maniqueísmo, de construcción de la noche a la mañana de personajes insólitos… El personaje de Gualeguaychú (se refiere a Alfredo De Angeli) es una invención que solamente bajo las condiciones de los medios audiovisuales alcanza la relevancia que hoy tiene. Por lo tanto, estamos frente a una batalla complicada. La discusión sobre la necesidad de una nueva Ley de Radiodifusión para abrir nuevos espacios de participación me parece importante. Pero no alcanza. Dar una batalla cultural significa también abrir el espacio de la reflexión crítica a otros actores sociales y políticos, tender puentes con sectores que no tienen un espacio de representación, escucharlos, aprender de ellos. Pero, sobre todo, me parece que en determinadas circunstancias históricas, el intelectual tiene que asumir su responsabilidad como tal y tratar de superar la tendencia anti-intelectualista del mundo político. Hay que retejer una relación entre el mundo de las ideas y el mundo político. Si esto es posible o si se cristalizará en algo importante, no lo sé. Pero es nuestra intención, al menos.
La nueva “gente del campo”
—¿Qué análisis hace de los actores de la protesta? Sorprende cierta radicalidad en las formas y el poco margen que se deja para negociar. Horacio González hablaba en estos días del “jacobinismo neoliberal” de los ruralistas.
—Sí, se han mezclado ciertas cosas que llaman la atención. Que la Sociedad Rural y la Federación Agraria sean parte de un frente que ha llevado el conflicto a lugares de contradicción y de agudeza extremas, para cualquiera que haya tenido cierta experiencia con la historia política argentina, no deja de llamar la atención. Sin embargo, me parece que la cuestión de la renta agraria ha modificado el lugar de los actores económicos y sociales del mundo agropecuario.
—¿En qué sentido?
—La destrucción de cientos de miles de pequeños productores, entre el final de los ochenta y los años noventa, ha convertido a la Federación Agraria en una cosa distinta de lo que era. Ya no defiende el viejo imaginario del gringo inmigrante que venía a lucharla, sino que defiende una renta caudalosa y un valor de la tierra significativo. Esto no quita que mañana esta alianza pueda romperse, porque los intereses de un pequeño productor, por más que tenga 100 hectáreas y sea patrimonialmente rico, no son exactamente iguales a los de un pool sojero, a los de Monsanto o a los de Luciano Miguens. Pero hoy son aliados que, evidentemente, se llevan muy bien.
—También, con el modelo sojero y la siembra directa, cambió la cultura de trabajo en el sector.
—Por supuesto, eso es evidente. Y relacionado con esto, otra cosa que me parece importante pensar son los giros semánticos, el uso de las palabras. Las palabras generan las condiciones de recepción e interpretación de lo que está pasando en la escena de lo real. Así, hablamos de abstracciones como la “gente del campo” y no pensamos que adentro de eso hay también trabajadores rurales, peones, explotación. Y hay también cambios tecnológicos importantes que han transformado los imaginarios culturales. Los medios de comunicación, por ejemplo, han entrado violentamente en la escena agraria y han modificado la visión del mundo de los chacareros. El chacarero del 2008 no ve el mundo de la misma manera que lo veían sus padres o sus abuelos. Hoy aspira a la riqueza como único valor posible y tiene una visión absolutamente neoliberal del mundo, que es otro fenómeno clave del triunfo cultural ya ni siquiera del viejo liberalismo sino del neoliberalismo de época, del mercado. De ahí que no sea raro que hoy se priorice la búsqueda absoluta del bien propio como única actitud posible, que se prioricen los intereses corporativos, el rechazo a cualquier posibilidad de imaginar un Estado que regule o que tome medidas racionales que se aplican en otros países. El triunfo cultural de la derecha ha sido muy grande.
“El gobierno tiene una lógica encriptada”
—¿Cómo analiza el papel del gobierno en el conflicto? Hasta aquí jugó al desgaste de su contendiente, quizás sin percibir que el mayor perjuicio corre por su cuenta.
—Sí, en un punto sí. Uno de los puntos deficitarios o críticos respecto a la manera de gestar política es su lógica encriptada: un decisionismo entre pocos, casi encerrado y enigmático. Así les fue bien durante muchos años en su provincia, les ha ido bien hasta ahora en el gobierno nacional, pero no quiere decir que les siga yendo bien de aquí en más. De repente, estalla una situación nueva que los sorprende y que, de alguna manera, redefine los modos de hacer política, y parecen desorientados. Por eso, creo que se trata de ir hacia otros lugares: ampliar la base de sustentación social, escuchar voces que no sean meras aprobaciones, abrirse más a la discusión. Ojo, no estoy diciendo, como la mayoría de los medios hoy exigen, que haya que buscar consensos o acuerdos lavados, porque el verdadero consenso sólo se construye a partir de acuerdos que no signifiquen una renuncia a proyectos de transformación.
—Muchas veces detrás de la palabra consenso lo que se pide es claudicación.
—Sí, es eso. Lo que me parece es que el gobierno está frente a un par de opciones, para mi gusto, centrales. Una de ellas es: o se mantiene en esa práctica encriptada, o comienza a comprender que es fundamental salir de su reduccionismo economicista. La macroeconomía anda maravillosa, los números cierran todos, el crecimiento es del ocho por ciento anual, bajó la desocupación, subió el consumo…Y, ¿entonces? ¿Qué pasa que, más allá del conflicto generado por el campo y magnificado por los medios de comunicación, estamos frente a una escena compleja, frente a un desgaste político, frente a un pasaje significativo de amplios sectores medios hacia una oposición absolutamente destemplada?
—¿Qué pasa?
—Pasa que hay que leer la economía políticamente y hacer un pasaje a un tipo de construcción que sea capaz de gestar interlocutores, de generar interrelación entre mundos sociales y proyectos gubernamentales. Pero también hay que poner las cosas en su lugar. Este es un gobierno que aspira, en el mejor de los casos, a un capitalismo bienestarista. No es un gobierno socialista ni estamos esperando que construya el socialismo en la Argentina. Por eso me da risa cuando se corre al gobierno por izquierda: por qué no hace eso, por qué no hace lo otro. ¿Cómo? ¿Con quién? Si tocarles al ruralismo un poco de una renta gigantesca ya genera una situación intolerable, imaginemos si las medidas fueran mucho más fuertes: qué estarían dispuestos a hacer para impedirlas. Mientras esto no se entiende, la derecha avanza.
*Entrevista publicada el sábado 17 de mayo de 2008 en la revista Debate.
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