Carta abierta a (todos) los firmantes de la Carta Abierta/1
Vicente Palermo
Debería ser obvio; escribo esta carta porque los respeto. Porque considero valioso y políticamente promisorio discutir con ustedes. No me interesa discutir con Mariano Grondona. No me atrae hacer la vivisección de Alfredo De Angeli, a quien conozco de naranjo por haber seguido sus pasos no menos desatinados que los que da ahora como protestador rural, cuando era uno de los principales activistas de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú, asamblea que el gobierno nacional respaldó sin cortapisas en sus objetivos absurdos, diagnósticos tremendistas y metodologías “iliberales” (cría cuervos que te sacarán los ojos). Y no los respeto a ustedes solamente por las trayectorias en parte comunes que tengo con muchos de ustedes. También los respeto porque convocan a la discusión, del mismo modo en que lo estamos haciendo unos cuantos otros en estos mismos y amargos días. Quien convoca necesita y se supone que quien convoca (como ustedes lo hacen) a la política plural y al debate necesita debatir. Quien escribe y dice lo que quiere ha de leer y escuchar quizás lo que no quiere.
Ustedes dicen que desde el 2003 la política ha vuelto a ocupar un lugar central en la Argentina. Personalmente creo que hay aquí un aspecto importante con el que coincido. Pero quiero precisar. No coincido con las visiones que sostienen que la política se allanó, en América del Sur en general, y hasta la nueva ola de gobiernos que ustedes mencionan, a la voluntad de los “discursos hegemónicos”, el “pensamiento único” y el poder de los mercados. Por ejemplo, en modo alguno se podría ver al gobierno de Menem bajo esta óptica. Tampoco a muchos de los gobiernos de la región en los 90, que ustedes parecen colocar (al menos implícitamente) en la misma bolsa oscura del pasado “neoliberal”. No creo que esas simplificaciones sirvan para comprender muchas de las experiencias de nuestra región, como, por caso, el gobierno de FHC en Brasil. Creo que, emblemáticamente, la experiencia que se podría leer en la Argentina como la defección trágica de la política es el gobierno de la Alianza. Puedo darles de barato que así haya sido, lo que de paso me facilita las cosas para una primera crítica a mis propias posiciones pasadas, ya que acompañé al Frepaso y a la Alianza mucho más que la mayoría de ustedes. Y en ese sentido a ustedes no les falta razón: en efecto la gestión K (aunque, vaya uno a saber por qué, omiten ustedes a otros protagonistas de este mismo cambio, como Duhalde y el entonces ministro Lavagna) representa una cierta restitución del lugar de lo político. Y no solamente en política económica, Kirchner tomó la política en sus propias manos (como, me permito decirles, y si lo encuentran escandaloso sería bueno que argumentaran para explicar por qué no fue así, lo hizo también otro peronista de intachables credenciales, Carlos Menem). Observación esta que me permite una segunda (y última, por esta vez) crítica a mí mismo (no utilizo el vocablo “autocrítica” porque me evoca cosas sumamente desagradables, supongo que las mismas o bastante parecidas que las que les evoca a ustedes, o al menos a algunos): tras la debacle de la convertibilidad y el derrumbe económico, social y político, yo me encontraba tan abrumado por el fracaso de las experiencia de la Alianza que mi diagnóstico acerca de lo posible no incluía algunas de las decisiones más importantes que en materia político-económica tomaron Duhalde/Lavagna y Kirchner/Lavagna. Hubo en esas decisiones política, y política acertada (por más cierto que sea que, luego del colapso, se habían ampliado enormemente los grados de libertad para los gobiernos, si comparados con los preexistentes, cuando la bomba de tiempo de la convertibilidad no había estallado aún). Este es un mérito conspicuo y hay que reconocerlo.
Hasta aquí lo que puedo, hoy, acordar con ustedes. El problema es que la voluntad política, o la restitución para la política del lugar que le corresponde, se ha convertido, casi desde un principio de las gestiones K, en el triunfo de la voluntad. Estoy utilizando, con todo propósito, el título de un documental importante en la historia del siglo XX, como ninguno de ustedes ignora; aunque, por qué no, la expresión podría evocar asimismo literatura argentina mucho más reciente destinada a consagrar relatos del pasado con los que, ciertamente, discrepo.
El triunfo de la voluntad consiste en una concepción de la política que no puedo compartir y, debo decirles, me parece asombroso que ustedes hagan silencio sobre ella. En extrema concisión, diría que esa concepción define un talante para encarar la política, consistente en la más absurda exaltación de la voluntad y la más ciega fe en “nuestra” capacidad de usar de modo virtuoso el poder. Según este talante la voluntad política es condición necesaria y suficiente para todo cuanto importa. Y la virtud se da por descontada. Tengo que recordarles que la historia es un cementerio de experiencias en las que triunfos iniciales de la voluntad son seguidos por derrotas y desastres catastróficos. Yo creo que este, y no otro, es el núcleo duro del así llamado “setentismo”. Y es esto lo que permite entender que sea, al menos verosímil, que el ex presidente Kirchner haya considerado en estos días, cosas tales como que “lo que siempre criticamos del Perón del 55 es que no fue a fondo frente a la Libertadora, a nosotros no nos va a pasar”.
Me pregunto si alguno de ustedes estaría dispuesto a suscribir semejante disparate, y eso es lo que me preocupa. Con voluntad política todo se puede: se puede hacer una política macroeconómica inconsistente, se puede mantener un comportamiento de compadrito en el contexto internacional, se puede decidir que la Argentina precisa un tren bala, se puede disponer que los agentes económicos se avengan a ser desplumados sin chistar. Claro, para todo esto hace falta dinero, pero no solamente, ni principalmente, dinero. Hace falta, por encima de todo, populismo político. Y la mayoría de ustedes lo sabe tan bien como yo. Y me resulta curioso leer y releer una carta abierta en la que no puedo evitar tener la impresión de que se hacen los distraídos. Se precisa tanto populismo como el necesario para cubrir la diferencia entre la voluntad política triunfal en acción y los resultados de esa acción. Se precisa tanto populismo como rebeldes sean los precios, los intereses, y otros malvados de la vida. Cuanto más rechina y cruje la maquinaria de la voluntad política en acción más, mucho más populismo es necesario.
Y esto, después de todo, ¿qué tiene de inconveniente? Para los K parecería que nada, ellos me dan la impresión de que no entendieron mal, sino demasiado bien, a Ernesto Laclau. ¿Qué tiene de inconveniente que el choque de la voluntad política triunfante con los malvados de la vida nos obligue a denunciar a los malvados de la vida por oligarcas, golpistas, antidemocráticos, desestabilizadores, destituyentes? Ese es el tipo de conflicto político del que el peronismo tarde o temprano no se sabe sustraer: un conflicto moral, entre buenos y malos, pueblo y anti-pueblo, nación y anti-nación. Y la voluntad política triunfal en acción no es menos torva, en su populismo, a la hora de la “conciliación”. La hora de la conciliación, lo sabemos todos, es aquella en la que – o témpora, o mores! – se denuncian las “falsas o artificiales divisiones en el pueblo” y se recuerda que los enfrentamientos “sólo han servido para dividir al pueblo y para que nuestro país se llenara de fracasos y frustraciones”.
Pero, no se trata de que el conflicto constituido en términos populistas sea artificial, porque ningún conflicto lo es. Se trata en cambio de que la voluntad política triunfante precisa inevitablemente (pero con la convicción de que precisa de ello para, justamente, acabar por triunfar de una buena vez y para siempre) re-constituir en términos populistas conflictos de intereses que son, como en cualquier país del mundo, hechos malvados de la vida. Y que podrían ser procesados políticamente de muy diferentes maneras. Es notable la forma con que comienzan ustedes su carta abierta: “asistimos en nuestro país a una dura confrontación entre sectores... históricamente dominantes y un gobierno democrático...”. No creo abusar del texto si afirmo lo siguiente: la alegría se les escapa entrelíneas.
“Por fin!”, me parece leer allí, “el tipo de conflictos por los que la lucha política vale la pena”. Pero, me pregunto y les pregunto: ¿“se ha instalado un clima destituyente”? Si se ha instalado (no estoy nada seguro), a quién le cabe la principal responsabilidad por ello? ¿Quién hizo todo lo necesario para “dar lugar a alianzas que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre... y agitaron cuestionamientos hacia el derecho y el poder político constitucional...”? Mi respuesta es: el propio gobierno con el que ustedes se alinean. Y ¿por qué lo hizo? ¿porque el gobierno “intenta determinadas reformas en la distribución de la renta y estrategias de intervención en la economía”? Creo que cualquier examen serio de los acontecimientos refuta esta interpretación vuestra palmariamente. Si el gobierno se ve hoy frente a este cuadro, no es en razón de sus buenas intenciones redistributivas e intervencionistas sino, o bien por sus graves errores, o bien por decisiones de productividad política populista que mal podrían considerarse errores sino resultados de sus convicciones políticas y normativas.
Lo peor de todo esto es que estamos retrocediendo nuevamente, a pasos agigantados, en el camino que nos lleve, para usar vuestras palabras, “hacia horizontes de más justicia y mayor equidad”. O sea que otra vez los platos rotos del desastre no los van a pagar los malvados de la vida ni los buenos del triunfo de la voluntad. Agregan ustedes que “en la actual confrontación (...) juegan un papel fundamental los medios masivos de comunicación más concentrados...”. No voy a defender a los medios cualquiera sea su grado de concentración, y ciertamente en muchos casos hubo “distorsión”, “prejuicio”, “racismo”, etc. Pero parecería que ustedes escriben su carta abierta para lectores que no han vivido en la Argentina en estos tiempos, si nos atenemos a lo que todos hemos atestiguado desde que se desató el conflicto hasta hoy: la explicación de que los medios concentrados han tenido un papel determinante en la configuración de los términos del conflicto (como ustedes lo definen en el primer párrafo) es a mi modesto pero leal entender fantasiosa, conspiracionista, y hasta paranoica. No dudo de que la reacción de los grandes medios ante la actividad de un observatorio será siempre dura (y el documento del observatorio universitario tiene, a mi entender, algunos aciertos muy meritorios). Tampoco dudo de que la discusión pública, abierta, plural, y alejada del oficialismo, del papel de los medios, sea necesaria. Es ciertamente indispensable. Pero la historia de un gobierno que movido por un valiente impulso de llevar a cabo reformas distributivas y por mejorar los modos de intervención estatal en la esfera pública (va una chicana: ¿a qué se refieren?, ¿al INDEC?, ¿al modo de hacer política tributaria?, ¿de manejar los recursos fiscales?, ¿a las formas de mimar sectores económicos también muy concentrados, a las políticas de regulación que beneficiaron a los grandes medios de comunicación masiva y que ustedes conocen muy bien?), sufre, en virtud de ello, la dura confrontación de los sectores históricamente dominantes. Confrontación en la que a su vez juegan un papel fundamental los medios de comunicación más concentrados, es un relato que parece extraído de un vetusto manual de historia del peronismo histórico, y no una explicación verosímil de los acontecimientos.
En todo caso, no parecen ustedes haberse esforzado demasiado para diseñar o mejorar los fundamentos de una estrategia política responsable. Quiero decir, una estrategia que permita avanzar hacia “horizontes de más justicia y equidad” en lugar de arremeter hacia fracasos tras los cuales ni ustedes ni yo estaremos entre los principales perjudicados – i.e., los pobres y los excluidos.
En todo caso, ustedes no me parecen muy coherentes esta vez. Dicen que es necesario “discutir y participar en la lenta constitución de un nuevo y complejo sujeto político popular”. Muy bien; pero, ¿adónde están la lentitud, la perplejidad, la prudencia, la mesura, el temple necesarios? Yo lo que veo en vuestras líneas es otra cosa: es un entusiasmo algo rabioso por el re-advenimiento de un tiempo más o menos épico. Es más, se trata, para ustedes, de introducir premura: “uno de los puntos débiles de los gobiernos latinoamericanos, incluido el de Cristina Fernández, es que no asumen la urgente tarea de construir una política a la altura de los desafíos de esta época, que tenga como horizonte lo político emancipatorio”; y “creemos indispensable señalar los límites y retrasos del gobierno en aplicar políticas redistributivas de clara reforma social” (¡ah! Bueno. Me parece que se han hecho un embrollo – ahora ven un gobierno retrasado en aquello que, antes nos dijeron, habría sido el disparador de la, según ustedes, más gigantesca coalición reactiva de la que se tenga memoria en Argentina desde las vísperas del 24 de marzo de 1976).
En todo caso, me tomo las recomendaciones de política de ustedes en serio, y me imagino en los zapatos de Cristina Fernández, o de Lula, asumiendo esa “urgente tarea” y al menos con esas instrucciones no me veo nada bien equipado. Pero ustedes aclaran (es un decir) de inmediato que no se trata de “proponer un giro de precisión académica a los problemas” sino de “pasaje a la política”. Creía que, según ustedes, los K ya habían “pasado a la política”. Para mí al menos, sí que pasaron; y luego pasaron de largo.
En todo caso, critican ustedes “las políticas definidas sin la conveniente y necesaria participación de los ciudadanos”. Curioso; el caso del conflicto que nos ocupa sería un buen ejemplo ¿no les parece? Pero antes habían aludido a lo mismo hablando de “derechos [del Ejecutivo] y poder político constitucional [del Ejecutivo] para efectivizar sus programas de acción” (constitucional... ¿están completamente seguros? Inconstitucional tal vez no sea, pero me parece un pelín alevoso referirse a la definición de una política tributaria de primer orden nacional, a través de una simple resolución ministerial, posibilitada por el otorgamiento de facultades extraordinariamente extraordinarias al Poder Ejecutivo por el Congreso, en una materia en el que la constitución dice taxativamente que el Ejecutivo no puede legislar ni siquiera bajo aducidos imperativos de necesidad y urgencia).
En todo caso, me pregunto qué tipo de conflicto o conflictos se habrían suscitado (porque sin duda se habrían suscitado) y qué tipo de actores en conflicto se habrían constituido o re-constituido si, en lugar de anunciar el gobierno su resolución ministerial por las retenciones móviles con su perlita del 95% por encima de... (lo que resultó, haciendo más nítido aún el carácter político-simbólico del enfrentamiento, una exacción meramente virtual, ya que los precios no alcanzaron ese nivel), hubiera anunciado (sin remover de inmediato la política hasta entonces existente, o sea, reteniendo en sus manos las riendas fiscales) su voluntad de enviar al Parlamento un proyecto de ley de renta potencial de la tierra que permitiera reemplazar gradualmente (y no totalmente, estimo) las retenciones, junto a un programa de coparticipación impositiva que estableciera para los sectores productivos medianos y pequeños la esperanza de que una parte importante de los impuestos que pagan contribuya a mejorar la productividad sistémica de sus regiones y de la economía argentina en general.
En todo caso, no ha sido por “instalar tales cuestiones redistributivas como núcleo de los debates y de la acción política” que los sectores concentrados han logrado el respaldo activo de actores sociales que hasta hace poco resultaba impensable que lograra y que el gobierno ve desfondarse su popularidad.
Cierran vuestra carta abierta con un llamado a la creación de un espacio político plural de debate que reúna y permita actuar colectivamente. Asumo de buena fe que el espacio político plural en el que están pensando incluye la controversia franca y abierta y no (como ha ocurrido tan frecuentemente) el silencio.
Buenos Aires, 15 de mayo de 2008
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