La carta robada*
Nicolás Casullo
1. Las cartas han vuelto a escribirse, parece. Varios grupos las han redactado con dispar suerte en el recrudecimiento del debate y el conflicto político. Buscan ser leídas, vistas. Pero voy a plantear un contracaso.
En el cuento “La carta robada” de Poe, lo más intrincado de percibir es lo que nunca dejó de estar delante de los ojos de todos. Una carta. El lugar de la carta, en realidad, debía saltar de inmediato a la vista, siempre que se pensase contra las políticas explicativas que desorientaban la mirada sobre su paradero. Políticas explicativas digo: mundos discursivos que escondían la carta, y lograban –como dice Dupin, el protagonista– que lo más expuesto sin embargo “escapase a la observación por demasiado evidente”. Pero la carta siempre estuvo ahí. Desde el principio de esa historia. En el tarjetero sobre la repisa de la chimenea. La narración de la propia pesquisa borraba la visibilidad de ese hecho esencial.
El actual problema sojero fogoneado desde una intrincada información diaria que hace gala de números, toneladas, curvas gráficas, hectáreas y porcentajes, terminó siendo también una política discursiva desorientadora (por cierto para una escena argentina inesperada, nueva, a repensar profundamente). “La tonelada” es la voz política que impera, siempre con ese “peso de las cifras concretas” y corporativas, para esconder la carta, perdón, para esconder lo que en realidad está en juego en la política nacional. Para no ver la carta. Para seguir despolitizando la política, la memoria, las secuencias, el fondo del país actual, su pasado próximo.
En definitiva: la carta tachada, bastante invisible hoy sobre el estante, nos puede permitir pensar qué relación se establece entre política, Estado y destino comunitario. Muy pocos señalan este lugar de las políticas, hoy en disputa. Ese lugar de lo político como conflicto pleno, actuante ahora y escamoteado de la vista por el grueso de los mundos partidarios, y sobre todo, por periodistas y comunicadores. No obstante que los trazos de la carta, perdón, de nuestra historia, son bien cercanos. Siguen intactos en esa repisa que no se mira.
2. Sobre el actual y prolongado dilema que disparan los distintos empresariados agrarios, se cuece como otras veces antes (1945, 1955, 1958, 1962, 1966, 1973, 1976, 1989, 2003) la lucha entre un establishment empresarial liberal, predominantemente agroexportador, especulativo rentista, dueño “testamentario” de la nación-negocio, falazmente democrático, contra las debilidades y contradicciones de proyectos reformistas de justicia social, de Estados obligados progresivamente a profundizar lo nacional, y con distintos apoyos de votos populares. Los tiempos y sujetos sociales permanecen o mutan poco o mucho. Pero la clave de bóveda, el objeto de la búsqueda, persiste con esas biografías y sus metamorfosis.
En el caso más reciente de nuestra crónica, la carta a ubicar, que no se ve, siempre estuvo ahí, en el estante: desde el 2000. Como dice el cuento de Poe, “quizás el misterio es demasiado sencillo” y entonces se olvidan sus rastros: “escapan a la observación por demasiado evidentes”.
3. Pienso en el inicio de la Argentina siglo XXI: crecimiento de la miseria, poderes históricos confundidos, dominaciones económicas con sus bancos en Miami, partidos tumorales, estrategias mediáticas, crisis y penuria estatal, desventuras de la democracia de un tiempo próximo. Pero una muy amplia sociedad favorecida y gestora de opinión pública desemboca del modelo del menemato justicialista en el 2001, no queriendo salir del mismo. Esta carta está ahí, aunque “no se la ve”.
La sociedad termina aquél tiempo de la mano de una Alianza comandada por el radicalismo que concluyó en desgobierno, corrupción, 31 asesinados en manos de las fuerzas represivas, y un frepasismo aliado que había congregado un neoprogresismo que inauguró: a) la video política gobernando la “nueva política”. Videofaena que premia, estelariza, castiga y borra referentes: esto es, que “reinstitucionaliza” y dirige la actividad política; b) un progresismo que ya no disputa lo social obrero popular, el peronismo, como lo había hecho la izquierda (peronista o no) desde 1956 a 1975; c) una identidad testimonial de “ciudadanos votantes” con argumentos mediáticos morales contra las formas antidemocráticas del populismo en tanto cultura leída como casi “anti-institucional”.
En 1999 el electorado había votado entre un centroderecha radical y un centroderecha duhaldista, ambos bien dispuestos con el libre mercado, con el desguace, con el indulto y con una progresía convencida en la necesaria separación entre “el viejo ser social” (demasiado complicado), un Estado (simple gestor) y una “calidad democrática” a reconquistar por exclusiva virtud salvacionista burguesa. ¿Qué se abre en el 2002 con el fracaso de ese bello proyecto? Digo: ¿adónde está la carta?
Una protesta hegemonizada por ahorristas de dólares, arteramente expropiados por el capitalismo como hecho inédito. Un tiempo de asambleas que, como escribí en enero de aquel año en este diario, significó la gran salida (primera) de una derecha capitalina más bien cerril y antipolítica a las calles. Bronca muy mal entendida por una izquierda intelectual que no escuchó jamás el final silencioso de la famosa frase “que se vayan todos” (los que arruinaron el modelo de los ’90), más restos de frepasistas culposos, y una izquierda trotzkista que leyó en los “soviets de Almagro” un Argentinazo capitalino como si fuese un Cordobazo bis (y no todo lo contrario), pero que afortunadamente con sus mociones a votar sirvió para desalentar el 70 por ciento de esas asambleas de “la gente” más camiones de exteriores de poderosos canales privados. Mientras tanto las izquierdas sociales, gremiales, no quisieron o no pudieron volver a entender “ese país” conservadurizado y activo en las calles de las urbes.
4. ¿Y esta carta en la repisa de la chimenea? ¿Quién la está viendo? Año 2002. Grupos de presión, lobbies sobre el Ministerio de Economía, menemato escondido en Internet, mesas duhaldistas-eclesiásticas “concertadoras”, poderes internacionales y militares activos, y chacareros reutemanistas. Todos piensan una salida para ese país-negocio arruinado, país de millones de nuevos miserables piqueteros. Se piensan candidatos. En primer lugar el Duhalde posmenemista que asume el gobierno en pleno crac y renuncia a la opción. Luego el menemista De la Sota que cae en las encuestas y se le suelta la mano. Hasta que llega “el candidato de todos” según la gran prensa del establishment: Carlos Reutemann. Mucho más confiable que la derecha folklórica de Rodríguez Saá, y por encima del mayor referente de la derecha radical, López Murphy. El panorama es un 75 por ciento de oferta electoral de centro hacia una derecha lisa y llana. Parado al lado de este museo de cera, de esta ruina del consenso de Washington, un Kirchner ignoto cinchando con el aparato del peronismo bonaerense que le prestan por dos meses: inicialmente menemista (luego crítico), un santacruceño privilegiado por la privatización energética, y que no había tenido, como político, intervención en ninguna cuestión ni ideario nacional relevante.
Pero además, otro dato: el que triunfa primero, como salida de la era de vergüenza menemista, de la bárbara ley de mercado, del Estado vaciado, de la Argentina a precio de costo, del fin de las fraternidades, es Menem. Recién después, Kirchner resulta el increíble presidente del 22 por ciento, desafiado hasta por un periodista de La Nación, Claudio Escribano, que en realidad con su “petitorio de advertencia” contra políticas de derechos humanos, contra el juicio a genocidas, contra todo latinoamericanismo popular, a favor de la Corte de Justicia menemista y por una severa seguridad social represiva, no sólo asienta el golpismo antes de la propia instalación del gobierno (a la manera de Aramburu y Rojas en 1958), sino que se precia vocero de ese país de los últimos tres lustros obscenos: con sectores importantes de una población conservadora, frente al largo silencio de otra mayoría social esquilmada (y diferente a la criada en los pastizales del neoliberalismo).
5. ¿Quién ve esta carta sobre la repisa, vivita y coleando? Es en este punto neurálgico donde los diversos progresismos, deben poder leer ahora dicha carta. Entender el significado de estos cinco años de gobierno que elevan al kirchnerismo al 45 por ciento del electorado, en relación a aquella Argentina 2003 descripta entre el patético festín de las derechas y un progresismo abdicador, políticamente no popular como sensibilidad “ética” de clase media.
Las contradicciones, acuerdos y socios cuestionables con el establishment son datos hoy menores de un kirchnerismo, comparado al decisivo hecho de haber regresado luego de 30 años a un Estado democrático protagónico con sus políticas actuantes y autónomas, frente a la vieja “normalidad” de la jefatura de los lobbies económicos, mediáticos, eclesiásticos, jurídicos, militares y culturales que siempre mandan (fin de un Estado como alfombra roja para tales patrones del país, alfombra como hoy lo representaría todo el espectro de partidos políticos opositores, sin excepción, incluida por cierto la sempiterna derecha peronista).
Ese 45 por ciento de votos fue la reaparición, en concreto, de la posibilidad de instalar base política para un Estado nacional modificador y democrático cierto, priorizador de la justicia social, centrado en los derechos humanos, sin claudicar frente a las bestiales campañas mediáticas de descrédito, con preocupación redistributiva de la renta, integrador del marginado, al que hay que presionar para que genere y profundice mucho más variables de reforma social y recuperación de lo nacional, frente a las claras y cada vez más evidentes políticas desestabilizadoras del conservadurismo neoliberal de la pura avidez capitalista, que ve en la conducta de la Casa Rosada “el zurdismo de los setenta montoneros” con “actualizaciones chavistas”.
La carta está entonces sobre la chimenea. ¿Se la ve? Una carta que dice de dónde se viene recientemente. Tan reciente, que esa derecha que no pudo y lo tenía todo servido en el 2003, es la que persiste hoy contra “la soberbia”, “el autoritarismo” y “la terquedad” del “oficialismo”, desde un bloque bien conocido: Duhalde, Reutemann, De la Sota, Rodríguez Saá, Barrionuevo, el empresariado agrario, la Iglesia, el radicalismo del 2001, y la moralina elitista y antipolítica del cualunquismo de Carrió. La carta –robada a los ojos, a la conciencia– es la historia que vale contar, nos dice el gran Edgard Allan Poe. En nuestro caso, si no se la ve, no se entiende lo que está pasando en otro momento crucial de la Argentina.
*Publicado el domingo 13 de julio de 2008 en Página/12
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