Los 70’, el “peronismo de la
liberación”: una edad atragantada.
Nicolás
Casullo
Jeringoza
¿Qué fueron en realidad los primeros 70’? ¿Qué contuvo el
73’? La revisión de esos años necesitan ahora un debate más arduo que lo
testimonial, lo denunciativo o la información sobre sus violencias organizadas.
Representa una época cultural y mítica mucho más telarañosa, dentro del
argentino de estos días, que el repetido dato de Firmenich, López Rega, Videla
y las balas. Nos muestra un tiempo carente de ensayos que analicen los
imaginarios sociales que su sola mención todavía activa. Esos iniciales 70’
reptan en nuestras almas.
Si a vuelo de
pájaro uno toma nota de lo que lee y escucha en la actualidad, detecta ese
latido de lo aún no situado: de qué forma tenaz resuenan esos años en el
presente. Para el ex presidente Menem los 70’ son hoy su reaparición como el
comunismo siempre disfrazado. Para la extrema izquierda son la retórica
gubernamental evocante de una política engañosa. Para el intendente Patti
resultan el regreso victorioso de los derrotados. De acuerdo al presidente
Kirchner representan en parte un fondo histórico para una política nacional pacífica y
democrática. Según una derecha expresa como la de Mariano Grondona, los 70’
significan el montonerismo otra vez, ahora en términos de farsa. Para la
investigación académica pasaron a ser una sumatoria de datos de la que casi
siempre se fuga la clave secreta. Para el negocio editorial son una cantera de
escrituras que rinde beneficios. Para la moral de Carrió exponen la cuota
revivida de provocación populista contra la iglesia, los militares y los
agroexportadores objeto de “retenciones”. Para el diario La Nación personifican el populismo en sus rasgos más potencialmente totalitarios. Para
los sectores de la izquierda nacional radiografían el peronismo más genuino.
Para el progresismo antiperonista, los 70’ representan lo insoportable de tener
que volver a vivir un tiempo de “izquierda peronista autoritaria”. Para los
transversales constituyen el retomar un proceso, tergiversado otrora por el
vanguardismo militarista.
Historia y tragedia
En el debatir nuestros 70´ durante estos últimos dos años y
medio se puso de manifiesto, desde la primera evocación fuerte hecha por el
presidente Kirchner antes de asumir, que en aquel pasado nacional de hace tres
décadas quedó, mal acumulada, la mayor carga de sentido histórico que
planteó la biografía de la Argentina moderna.
Ese cúmulo de
significación no solo se expresó en las muertes cuantiosas, en la experiencia
de una edad aciaga. Tal desdicha dibujó sin duda el drama mayor del siglo
pasado. Aunque probablemente también este dato de lo infausto obligó a que los
70´ fueran hablados sobremanera como denuncia de unos y cinismo de otros,
demasiado en las figuras del guerrillero, el torturador y el desaparecido, para
dejar todavía desguarnecida la real comprensión de esa Argentina - de nuestra
historia en sí - y dentro de ella la dimensión del peronismo y de la cultura
política general de la sociedad.
Tiempo pasado sin
embargo que aún está ahí, se lo acepte o rechace: tanteado en la penumbra de lo
que nos pasa. Tiempos que yace en su furia y dolor como una presencia en
claroscuro, callada, en un rincón de la misma habitación donde ahora ejercemos
nuestras discusiones y retóricas: algo que no alcanza a discernirse todavía con
el rango de figura dibujada.
El proceso
militar, la democracia alfonsinista, la escuálida renovación del PJ, el extenso
menemato y la fallida Alianza son períodos complejos pero hablados, y por ende
bastante saldados interpretativamente por el imaginario social. En cambio aquel
corto 73-76 del “peronismo de la liberación”, el de los últimos años de Perón,
el del auge de las vanguardias de izquierda – aquel país que quedaría como una
oscura cifra situado antes y después entre dictaduras - permanece en la
ambigüedad interpretativa, en la indecibilidad de lo que configura
filosóficamente un destino. Entendiendo por esto último: el mutismo con que se
reviste a veces lo que signa.
Destino. ¿Qué se
busca decir? El camino de lo que contradictoriamente hace y deshace una
historia social, en este caso la argentina. El acontecer como verdad y a la vez
como enigma de esa misma historia. Como huella indeleble y a la vez desmemoria
recurrente. Como punto ciego - la guerra - y a la vez como clave de bóveda -
mundo fuerte de ideas - en un único y mismo rostro. Esto es, el sentido de lo
humano en tanto redención y a la vez catástrofe. Tal cual sabía enunciarlo de
manera incomparable y por vía poética el pueblo griego: lo efectivamente
trágico en tanto punto cumbre para pensar y preguntarse por la condición
del hombre y su comunidad.
Trágico sería: la
visión, según el filosofar del alemán Friedrich Schelling, de la trama de una
historia en el momento del conflicto que jamás se resolverá tal cual lo sueñan
las voluntades en acción. ¿Qué interpretación sobre lo cultural y los mundos
colectivos - más apta aún que la crítica materialista o moralista - que
entender los 70’ desde la idea de un tiempo de liberación mutado y concluido en
opresión extrema como el Prometeo Encadenado de Esquilo? O desde
la búsqueda de un bien común, que obliga al mal, al ritual de la violencia como
en Agamenón. O el proyecto de un país pensado en términos de mancomunión
y justicia, que en realidad quiebra en profundis las comuniones como en
la Tebas de Penteo. O un itinerario que busca poner fin a los velos y mentiras
de una historia, y termina cegando las miradas igual que en Edipo.
El reconocimiento
de la tragicidad no es un juicio negativo, una descalificación historiográfica
ni una mitificación a la memoria de los 70’. Sino el fondo indeleble que expone
una determinada escena nacional. En esa escena los hombres, amigos y enemigos,
están a la altura del ephos, de la pasión identitaria que los enviste
como tales, pero las fuerzas provenientes y las desatadas desintegran a los
propios protagonistas.
Trágica es la
conciencia de la condición trágica de la historia desde la temeridad de los
hombres. Es el poeta Hölderlin, cuando
su héroe Hiperión rememora el fracaso de su lucha por la libertad griega,
debido a los desbordes de la misma historia desaforada. El recuerdo neblinoso
de Hiperión descifra lo diáfano y lo fúnebre en las mismas imágenes.
La gimnasia de sepultar un tiempo
Las argumentaciones que produce hoy el fuerte reaparecer de
los años 70 no tiene que ver solo con la sangre y la muerte. Sino con una marca
profunda de la memoria en lo que hace a una época que expuso lo nacional
indeleble: una dramática viga maestra que explicaría nuestras claves históricas,
entonces y ahora.
Un país, aquel,
más desnudo que nunca en su confrontación entre intereses en pugna. La actualización
discursiva de la veracidad que expuso aquella historia, remite hoy a
todos los fantasmas del lenguaje que portamos. Es que no hay nada más drástico,
inclemente, a veces intolerable, que aquello que impide instrumentar las
ideologías conciliadoras, que quiebra el mito o baba del diablo de la supuesta
unanimidad de intereses sociales.
En la primera
mitad de los 70´ no primaron tales dispositivos mediadores, consoladores, a cargo
de una dominación simbolizadora de las cuestiones: de un poder liberal que por
último siempre se reservó definir “el todo” argentino. Por el contrario, lo que
se litigó y confrontó en aquel entonces fueron, precisamente, las representaciones
del mundo nacional. También las del pasado, y las de la propia cultura
argumentativa en cuanto a legítimo/ilegítimo, legal/ilegal, democrático/ no
democrático, bajo la hipótesis de una lucha que adquiría para sus actores la
dimensión de “histórica”. Es por eso que en realidad aquel tiempo, en su
sonoridad y violento derrumbe sigue sin ser hablado hoy. Apenas
fantasmáticamente aludido.
Como un fetiche
entonces que esconde su propia biografía, ese tiempo hasta el 76´ sería, desde
esta perspectiva, años argentinos que componen una estructura profunda de la
memoria social colectiva: una suerte de sociedad transparentada y en
drástico litigio. Y a la vez, esos
años resultan la narración peronismo/antiperonismo por largos años obturada. Un
relato que por la dramaticidad del fracaso “de la liberación”, expuso luego los
mayores disfraces, eufemismos, hipocresías y máscaras lingüísticas - desde uno y otro bando - en cuanto a
de qué se trataron y tratan las cosas nacionales, la violencia y las calidades
institucionales.
Distintos lemas y
paradigmas que impregnaron los años posteriores a esa escena de los primeros
70’, buscaron de manera diversa dejar atrás aquella Argentina setentera con su disputa
de clases sociales, desgarrada entre un proyecto popular con su caudillo y
plagado de esperpentos, y una tradicional dominación cívico-militar del país,
disfrazada de palabras altisonantes y antipopulistas por derecha y por
izquierda marxista.
En esas secuencias
posteriores se tienen: la promesa de la dictadura militar de un orden
higienizado con “nuevos” partidos. La democracia que daría de comer junto con
el preámbulos de la constitución y el equivoco histórico padecido, slogans del gobierno radical triunfante. El menemato como peronismo en sus despojos,
tránsfuga, entusiastamente delictivo y comprado por la edad de las mieses
neoliberales del primer mundo. Luego la fallida “moralización del modelo” del
uno a uno a cargo de la Alianza. Y la protesta de cacerolas defraudadas y
piqueteros rebeldes desde diciembre del 2001 clamando por una intempestiva
renovación de todos los políticos.
Estos horizontes
propositivos desde el 76’ para acá pueden ser leídos - en relación a lo que nos
preocupa pensar – como napas recientes que se agolparon, que hundieron y
distanciaron, en cada ocasión, aquel relato vertebral que habían protagonizado
los 70’ como resolución de una áspera modernidad capitalista del país. Fueron
renovados y sucesivos horizontes ideológicos y políticos que en su intención
abarcadora de una nueva verdad explicativa de lo nacional, alejaban de aquellos
fallidos 70’. Apartaban de aquella escena incandescente y violenta protagonizada
por la sociedad, que en su querer consumar popularmente un largo período inscripto
en la inteligibilidad de nuestro siglo XX (con sus actores, versiones y tiempos
progresivamente enfrentados), habían por el contrario concluido con la muerte
de su líder histórico, con feroces luchas internas peronistas, con el delirio
del izquierdismo guerrillero y el cálculo exterminador de las fuerzas armadas
poniéndole fin a una Argentina histórica.
La lejana cercanía
Pero ninguna de estas divisas epocales de nuestra crónica
reciente, que ejercieron ya sea la demonización de aquellas posiciones
irreconciliable, luego la abstracción democrática, la promesa del fin de las
corporaciones, el “derrame inversor para todos”, el privilegio del país
privatizado, la “autonomía de la política” con respecto al dato social en
crudo, el fin de las ideologías, el republicanismo de mercado, en definitiva
ningún armado de esta serie durante tres décadas logró sin embargo instalar una
nueva lógica substituta que quebrase el fondo de la escena de los 70’. Que
disolviese lo esencial de aquella escena sobreviviente en nuestros imaginarios
y mentalidades. Sobreviviente en credos, reacciones, tipologías, antinomias,
inconscientes, mundos simbólicos pre-políticos, memorias ancladas en archivos
ideológicos, simbologías del “otro”. Escena sobreviviente en lo que hace a
ideas claramente divergentes con respecto a lo democrático, a las nociones de
poder, de pueblo, de justicia, de sociedad nacional: sin lograr disolver por lo
tanto aquellas formas en disputa - que se heredan a si mismas – sobre las posibles y enemistadas historias a
postular para el país.
De ahí la
intensidad de sesgos que provoca hoy, en los ríos subterráneos de la sociedad
argentina media, el regreso de esos 70’ en tanto cita y referencia fuerte desde
el gobierno y las oposiciones. Tensión manifiesta no en términos de reacción
contra algo que ya estaría superado, y retornaría desde la lejanía como
criatura intrusa y “extranjera”. No en tanto rechazo a una violencia
guerrillera por renacer, porque tal tesis no tiene asideros en el presente. No
por recelo a aquellas banderas “socialistas” (como muerto viviente resucitado)
porque tal objetivo no está en el orden del día de ninguna agenda. Por cierto,
en el presente la disparidad ideológica y política se vuelve más áspera y
virulenta en sus enunciaciones no por la ajenidad que aparta a una y otra época,
sino por lo contrario: por lo que permanece inscripto hoy de aquellos 70’ en la
narración sobre y en nosotros mismos, como sociedad siempre descuajada y
renacida.
En la comprensión
de nuestra actualidad con sus disputas políticas diarias, se debe reconocer lo
que se decía al principio del texto: la condición de tragicidad en que quedó
anidada la crónica argentina desde aquellos años duros. Esto es, tragedia que
expone una verdad ambivalente, abierta, incierta, incompleta, fracasada, y que
por eso mismo toca las identificaciones más hondas de un ser comunitario. Nos
obliga a un logos nacional que desafía las simplificaciones, los esquematismos,
el blanco o negro, la simple condena o el panegírico de aquellos años.
Desde este ensayístico
punto de vista, nuestros 70’ no son buenos o malos. No deberían llevar a
melancolía o satanización. No han muerto ni volverán. Remiten al humus societal
cuando riega y abreva lo trágico: al entusiasmo y el duelo de las causas
humanas llevadas a cultura. Razón y mito en cruce: las narraciones que siguen
calladamente hablando.
Constelación 70’: cinco aproximaciones
La primera mitad de los 70’ fija varios puntos cardinales como
dimensiones contradictorias, ambiguas, de encontrados valores en lo social, y
que se esparcen hoy por detrás de las tan mentadas figuras de la violencia, la
mesa de tortura y la muerte. En principio, el peronismo emergió entonces con el
máximo punto de autoconciencia de su propia biografía en tanto proyecto movimientista-frentista-populista,
y como la amenaza más concreta de todo el siglo XX a la dominación económica e
ideológica liberal histórica. Esto es, en el 73’ una contradictoria
izquierda real de masas populares adquiere su fisonomía y triunfa
democráticamente en el marco de una sociedad de inclinación en buena medida
conservadora.
Segundo, el
peronismo suma en aquella encrucijada al campo intelectual, universitario,
estético y de juventud burguesa de origen marxista, cristiano, nacionalista,
humanista, campo que le había sido siempre adverso, el cual se hace cargo de
algo decisivo y ausente en 1955: de otra lectura y comprensión de la índole de
lo argentino. Por lo que, a la tradicional disputa en fábricas se agrega la
otra gran disputa decisiva para la legitimidad de gobierno de un bloque
histórico democrático: la cultural, dentro de la pluralidad del universo de
libros, textos, ideas, valores, medios de masas, docentes, comunicadores y mentores.
En los 70’ puede decirse se instituye el debate político-intelectual,
informativo-mediático y teórico-conceptual que redefine y encauza la
comprensión de las cosas del país. Queda trazado un surco profundo de lectura
desde lo nacional, aún por encima de posteriores gestiones, gobiernos y
programas y de las propias defecciones peronistas.
Tercero: el costo
de aquella nueva articulación socio-ideológica en el peronismo setentero
devendrá en un estigma que sobrevuela y legan los 70’: descomposición
identitaria del movimiento, contradicciones intestinas violentas, habilitación
de intereses y políticas golpistas, indefensión, derrota, caída y fracaso.
Desde el 73’ el peronismo hace notorio que precisa, cuando domina en su
cuadrante el centro-izquierda, “desclasar” la composición de sus bases,
ampliarse políticamente, redesplegarse y coherentizarse con la propia escena política
histórica trastornada. En aquel 73’ remociona, dinamiza y hegemoniza de manera frentista un embrionario post-peronismo que conmueve al
campo político, que altera al propio
justicialismo, y que actualizó la discusión sobre qué es “progresismo” en el
país.
En cuarto lugar: la
secuencia nacional que desemboca en aquellos 70’, ratificó de manera elocuente
que el eje cultural y político de enfrentamiento peronismo/antiperonismo es el
que le da forma, cuerpo y voz genuina a la crónica de los conflictos argentinos
contemporáneos. Básicamente cuando dicha crónica se vuelve realmente
confrontativa a partir de determinados lapsos políticos de un peronismo corrido
a izquierda. En tales circunstancias dicho eje de discordia emerge de manera
natural, espontánea, atávica, ciega, ideologizando desde esta oposición de
manera negativa, inconveniente y hasta inoportuna el conjunto de la escena
social. Esto es: esencialmente el eje de tensión peronismo/antiperonismo hace
legible todos los trasfondos societales y culturales en sus distintos tiempos
históricos, más allá de las máscaras, lenguajes o ropajes políticos que
pretendan suplantarlo.
Finalmente,
también los años del 70’ al 76’, en las ambiciones transformadoras que el
movimiento popular contuvo y en el categórico naufragio que protagonizó,
confirmaron de manera traumática que el plexo de “la cuestión nacional”
efectivamente a resolver, y la representación popular de ser el piso o
termómetro de justicia social intransferible, son dos temas cruciales en
claras manos de la capacidad o incapacidad del peronismo ayer y hoy. Temas,
ambos, que el justicialismo expresó, llevó a corrupción o abandono, y que
invariablemente busca reponer como extraña memoria de si mismo en situaciones
de crisis o esperanza nacional. De esto se puede deducir, desde los 70’, una
suerte de permanente suma cero en la historia larga de un movimiento popular
con una indefinición política permanente, donde lo que no logra solucionar en
dichos planos fundamentales se convierten en el gran alimento de su propia
sobrevivencia y nuevas apuestas.
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