La Revolución Cubana en los discursos de Fidel Castro:
construcción de un mito político
Silvia E. Giraudo
“Sombra es el hombre, y su palabra como espuma, y la idea la única realidad.”
José Martí.
Los mitos y las figuras arquetípicas son algunas de las formas o estructuras –narrativas o descriptivas– que el ser humano utiliza para expresar y explicar su percepción de la realidad y mediante las cuales le asigna un significado a los hechos del pasado, actúa sobre el presente y proyecta el futuro.
En este ensayo, nos proponemos analizar los modos en que Fidel Castro elabora discursivamente uno de los mitos políticos más controvertidos de la historiografía actual, el de la revolución (1). Basta una lectura superficial de los textos del Comandante para advertir que en ellos el concepto está reificado y adquiere entidad propia: la revolución cubana hace, pide, educa, protege, ordena. Intentaremos, pues, inferir las causas y las consecuencias de esta simbolización, que marca, desde hace más de cincuenta años, la vida política de Cuba.
Algunos conceptos claves
Entendemos por mito una narración de hechos sucedidos en un
tiempo y un espacio sagrados o sacralizados, ontológicamente diferentes del
tiempo y el espacio profanos –éstos últimos, lineales, cuantificables y no
reiterables–; protagonizados por dioses o héroes, referidos habitualmente a
situaciones límite; en este sentido, los mitos nos obligan a ir más allá de
nuestra experiencia cotidiana. Cumplen una función, a la vez, cosmogónica y
pedagógica: al tiempo que ordenan el caos y fundan un cosmos, un modo de
ser-en-el-mundo, nos enseñan cómo se debe ser y hacer, colocándonos en la
postura espiritual o psicológica correcta para la acción apropiada. De esta
manera, el mito ayuda a las personas a hacer frente a los conflictos y a
encontrar su verdadera orientación.
En el lenguaje corriente, suele
asociarse a la noción de mito la de ficción o fábula. Sin embargo, a pesar de
que ya en la filosofía griega clásica encontramos la distinción entre mythos, como pensamiento prelógico –y, en consecuencia, de menor envergadura–, y logos, o lo que nosotros llamaríamos hoy pensamiento pragmático, racional o
científico, no es ése el significado más profundo del término ni, ciertamente,
el que le asignamos en este estudio. Tal como lo señala Mircea Eliade, el
pensamiento mítico es consustancial al ser humano y “revela ciertos aspectos de
la realidad –los más profundos– que se niegan a cualquier otro medio de
conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la
psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las
modalidades más secretas del ser” (1974: 12). Más allá de su ropaje
significante, un mito es cierto porque es eficaz; no porque proporcione una
información objetiva, sino porque permite comprender mejor el significado de la
vida. “Si funciona”, dice Karen Armstrong, “es decir, si nos hace
cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita
a vivir de una forma más plena, el mito es válido” (2005: 19).
Fuera del marco histórico que lo
contiene, el mito carece de sentido: su funcionalidad y su actualización
dependen de aquél. Al mismo tiempo, un hecho histórico no puede convertirse en
fuente de inspiración a menos que se lo transforme en un mito. Un suceso
necesita ser “liberado” de las circunstancias históricas específicas, pues de
lo contrario seguiría siendo un episodio puntual e irrepetible.
Consecuentemente, el mito se revive y se reactualiza en el rito, el espacio por
excelencia para la transmisión del conocimiento sagrado que contiene el mito. El
rito implica asimismo la ruptura del tiempo profano, lineal, para adentrarse en
la realidad última, que no puede ser interpretada sino a través de los mitos y
de los símbolos.
Hijos, al fin, del positivismo
occidental decimonónico, así como equivocadamente asociamos, por lo general, el
mito a la invención o a la mentira, también solemos relegarlo al mundo de las
sociedades arcaicas o etnográficas. Sin embargo, las sociedades contemporáneas
y sus actores sociales siguen creando mitos, puesto que éstos constituyen una
de las matrices más fecundas del pensamiento humano. Naturalmente, los mitos
modernos plantean algunas diferencias: despojados de elementos sobrenaturales o
divinos, ya no son protagonizados por seres ultraterrenales, sino por héroes de
carne y hueso, y adquieren ribetes de racionalidad que enmascaran, con
frecuencia, su verdadera naturaleza.
Hechas estas consideraciones generales, precisemos aún más
los conceptos que estamos analizando, puesto que en este ensayo nos referimos a
un tipo particular de mito, el mito político. El adjetivo alude al papel que el
ser humano desempeña en tanto ciudadano, y a sus relaciones con sus pares y con
el Estado. Éstas –como todas las
relaciones humanas, por otra parte– están marcadas por el poder, físico o simbólico,
ejercido jerárquicamente por una de las partes sobre la otra y entendido como
la capacidad de tomar decisiones que obliguen a otros. En el caso de las
naciones occidentales contemporáneas, el Estado designa la forma
institucionalizada del poder, ejercida en el seno de una sociedad; cohesiona al
grupo, establece condiciones de supervivencia y asegura derechos y garantías.
Los mitos políticos, por
consiguiente, son aquellas construcciones discursivas aceptadas socialmente y
destinadas a explicar y planificar la naturaleza de las relaciones de los
hombres dentro de la polis y con la autoridad legítimamente constituida.
Dice Baczko: “Los mitos políticos encierran y transmiten representaciones
simbólicas del Poder, legitiman relaciones de fuerza existentes o postuladas en
el campo político, (son) mitos cuya base está conformada por la representación
de la autonomía de lo social y de lo político” (2005: 103).
El segundo eje
isotópico de este análisis es el de revolución, concepto que suele utilizarse habitualmente
en los discursos historiográfico, político, sociológico, etcétera, sin que haya
terminado nunca de definírselo claramente y con una gran diversidad de
significados, incluso contradictorios, aunque, en general, se lo considere
suficientemente inteligible (2).
Finley propone una solución amplia:
“El historiador tiene libertad para definir el término ‘revolución’ como lo
desee (dentro de unos límites). La cuestión es si la definición que ha elegido
nos ayuda a comprender el tema que está
analizando” (Finley, M.I.: La revolución en la antigüedad. En Porter y
Teich 1990:71). La opción de Finley nos parece cómoda pero insuficiente, puesto
que, como él mismo señala, el espectro de significados posibles va desde
sinónimo de “cambio” hasta la definición de raigambre marxista, según la cual
el término ha de limitarse a aquellos momentos en la historia de la lucha de
clases durante los cuales se produce un cambio radical y violento en la clase
fundamental de la estructura política.
Eric Hobsbawm, por su parte,
describe a las revoluciones como “puntos
de ruptura” en sistemas sometidos a una tensión creciente, incluyendo en ellas
las consecuencias de tales rupturas. Es decir, se trata de “incidentes en el
cambio macrohistórico” (La revolución. En Porter y Teich 1990: 19).
Ahora bien, las tensiones internas a largo plazo dentro de un sistema ofrecen posibilidades de estallido
revolucionario, pero no lo aseguran: las “situaciones revolucionarias”, dice el
mismo autor, se mueven en el ámbito de las posibilidades y su análisis no
resulta profético.
Hobsbawm destaca asimismo la
descripción que hace Vladimir I. Lenin de los rasgos característicos de dichas
situaciones: en primer lugar, la crisis en la política de las clases
dirigentes, que produce fisuras a través de las cuales aparece el descontento y
la indignación de las clases oprimidas; en segundo lugar, la agudización del
descontento de las clases inferiores y, en tercer lugar, un incremento
considerable de la actividad de las masas (op.cit., 36). A ellos añade Hobsbawm
“las circunstancias internacionales e históricas del mundo”, que “constituyen
un componente esencial de la situación, con frecuencia el más decisivo (…)
aunque la omnipresencia de una situación internacional no ha de llevarnos a
concluir que siempre es decisiva, incluso en las grandes revoluciones”.
Si aplicamos esta definición al caso
de la revolución cubana, puede decirse que el cambio macrohistórico al que se
refiere este historiador está constituido por el proceso latinoamericano de
descolonización e independencia, que viene prolongándose desde hace casi
doscientos años. Basta recordar que la conquista y colonización ibéricas fueron
seguidas, tras las guerras de independencia que tuvieron lugar en el siglo XIX,
por el sometimiento político y, sobre todo, económico de las naciones del
continente a Estados Unidos. En ese marco, la revolución encabezada por Fidel
Castro en la isla caribeña constituye un punto de ruptura sobresaliente.
Hobsbawm considera, además, que las definiciones más
útiles son las descriptivas o sintéticas, por lo cual toma la de Griewank,
quien destaca respecto de toda revolución: primero, que se trata de un proceso
violento que implica una ruptura o derrocamiento, especialmente en lo que
concierne a las instituciones estatales y jurídicas; segundo, que es un
movimiento masivo; tercero, que tiene objetivos ideológicos que apuntan a un
mayor desarrollo del grupo social (op.cit., 22). Con respecto a la segunda de
estas características, Hobsbawm le da a Lenin la razón en cuanto éste sostenía
que uno de los rasgos de las situaciones revolucionarias es la intensa
participación de las masas en la vida pública. En consecuencia, el cambio
social que una revolución propone nunca es unidireccional, puesto que una
transformación auténtica no puede imponerse simplemente desde arriba, ni
producirse sólo desde abajo. Luego, al ponerse en marcha fuerzas de sentidos
opuestos, rara vez es posible, como señala el mismo Lenin, predecir el curso de
los acontecimientos: el logro de un régimen revolucionario consiste en
aprovechar en beneficio propio una situación cambiante.
Por otra parte, nuestro objeto de
estudio nos plantea un aspecto problemático adicional: la revolución de la que
Fidel Castro habla ya dura más de cincuenta años. Entre 1953, en que se produce
el primer estallido revolucionario con el asalto al Moncada, hasta 1959, cuando
la entrada triunfal de los combatientes al mando de Fidel Castro en La Habana
marca oficialmente el triunfo de la que hoy conocemos como “revolución cubana”,
es posible distinguir con claridad los rasgos que antes señalábamos como
pertinentes a cualquier contexto prerrevolucionario: la corrupción y la
sumisión al gobierno de Estados Unidos de la clase política, personificada por
el dictador Fulgencio Batista y sus seguidores; el descontento de las clases
media y baja cubanas, oprimidas por el hambre, la desocupación y la falta de
oportunidades; la movilización de las masas, parte de las cuales se van sumando
progresivamente a los guerrilleros de la Sierra Maestra, o los apoyan directa o
indirectamente; para culminar con el derrocamiento del gobierno ilegítimo de
Batista y la toma del poder por parte del Movimiento 26 de Julio, cuyos
objetivos, ya señalados en La Historia me absolverá (3), pueden
sintetizarse claramente en un cambio radical de las condiciones políticas,
económicas y sociales de la vida cubana.
Los objetivos y logros alcanzados
por la revolución no son de ninguna manera nuevos: tal como ya lo hiciera en La
Historia me absolverá, Fidel Castro traza una línea de continuidad entre
las guerras de la Independencia y la revolución cubana, la que triunfó en 1959
y la que sigue produciéndose hoy. Los revolucionarios del Movimiento 26 de
julio y el pueblo cubano todo no son sino continuadores de la obra de Maceo,
Céspedes, Martí:
“Los que reanudamos
el 26 de julio de 1953 la lucha por la independencia, iniciada el 10 de octubre
de 1868 precisamente cuando se cumplían cien años del nacimiento de Martí, de
él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales
no puede siquiera concebirse una revolución” (XL)
Cuando Ignacio Ramonet le preguntó si “se
puede decir que aquel 26 de julio de 1953 empezaba la revolución cubana”, la
respuesta del Comandante fue contundente: “No sería absolutamente justo, porque
la revolución cubana comenzó con la primera guerra de Independencia en 1868”
(Ramonet 2006: 23). Por lo tanto, podría entenderse que, a su criterio, se
trata de una y misma revolución, iniciada a fines del siglo XIX y aún no
finalizada. Si bien es claro que los tiempos históricos no son comparables a
los tiempos mensurables en la duración de una vida humana, ¿es posible en este
caso hablar de un suceso acaecido en un “momento”?
Creemos que una respuesta adecuada
para este interrogante es la de Eric Hobsbawm:
“No se puede afirmar que las revoluciones
`hayan concluido` hasta que el régimen revolucionario ha sido derrocado o ha
superado por completo el peligro de serlo. En ocasiones, es difícil saber
cuándo ha llegado ese momento. Podemos afirmar casi con total certeza que la
revolución cubana de 1959 se vio a salvo de peligros internos desde el
comienzo, pero aunque la Bahía de los Cochinos (4) -1961- lo confirmó,
difícilmente nos hubiera permitido suponer que los Estados Unidos no realizarían
intentos serios de derrotarla por la fuerza durante el siguiente cuarto de
siglo”.
(Op.cit.:
43)
Veremos más adelante, además, que en
el discurso de Castro la revolución es un proceso de cambio social profundo que
está en marcha y que no concluirá hasta que el país no sólo haya superado los
peligros externos, sino que haya alcanzado un ejercicio de su soberanía, un
equilibrio político y económico y una
justicia social plenos; desde la perspectiva marxista, hasta que la sociedad
cubana haya llegado al comunismo.
En tanto “punto de ruptura”, una
revolución implica un retorno al caos para fundar un mundo distinto, esto es,
para recrear el cosmos: la vida recomienza sobre nuevos principios. Es allí
donde aquélla adquiere matices míticos: en el centro del imaginario
revolucionario “está instalada la representación de la ruptura del tiempo,
de su corte entre tiempo antiguo y tiempo nuevo” (5) (Baczko 2005: 96). Una
revolución implica una profunda conmoción de las estructuras políticas y
sociales de un país, como así también de los sistemas de valores y creencias,
que deben ser modificados o sustituidos por otros. Estos cambios, por otra
parte, necesitan ser legitimados, con lo cual deben generarse nuevas
significaciones a los acontecimientos que se aceleran, produciéndose así un
nuevo imaginario social revolucionario. El mundo que se inicia con promesas de
libertad y de felicidad, especialmente para los más desposeídos, aparece como
una enorme obra en construcción donde tienen al fin lugar los mejores sueños
colectivos.
Todo lo antedicho abre el camino a
la producción de nuevos símbolos, emblemas y ritos revolucionarios, signos que
cristalizan y traducen sueños y esperanzas compartidos y sustentan la identidad
social recientemente creada, cuya alteridad reside en sus principios
fundadores. De esta manera, la revolución se expresa tanto en una praxis como
en un conjunto de signos: Desde el punto de vista de la imagen física, Castro
acostumbra a hablar en plazas públicas: la más frecuente, la Plaza de la Revolución
de La Habana, al pie del monumento a José Martí: éste pareciera operar como una
suerte de sombra protectora sobre el líder.
Por lo general, viste el uniforme
militar de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias:
simbólicamente, Castro representa en su ropa una revolución que está en marcha
y que demanda permanentemente una actitud dispuesta y combativa. Sólo en muy
pocas ocasiones, y esto si se encuentra en el extranjero participando de alguna
actividad oficial o en Cuba, en alguna oportunidad especial, viste un traje
civil. Por su parte, le atribuye
sencillamente a la comodidad y a la costumbre el uso del uniforme:
“Bueno, es, ante todo,
por una cuestión práctica, porque con el uniforme no necesito ponerme una
corbata todos los días… (…) Pero este uniforme que tuve siempre, desde la
Sierra, es mi ropa habitual, me he acostumbrado a él y me siento perfectamente
cómodo en él.”
(Ramonet
2006: 521)
Su clásica barba cumple una función
identificatoria similar, que él mismo se ha encargado de explicitar:
“La historia de la
barba es muy sencilla: eso surgió de las condiciones difíciles que vivíamos en
la guerrilla. No teníamos cuchillas de afeitar, ni navajas. Cuando nos vimos en
el corazón del monte, a todo el mundo le creció la barba y la melena, y al final eso se transformó en una especie de identificación. (…) Así la barba
servía como elemento de identificación y de protección, hasta que terminó
transformándose en un símbolo de los guerrilleros. Después, con la victoria de
la Revolución, conservamos la barba para preservar el símbolo.”
(Ramonet
2006: 179)
Lo más corriente es que tenga ante
sí un atril, ubicado sobre una tarima o escenario cuya función no es poner
distancia con su público, sino permitir que sea visto por la mayoría de la
inmensa cantidad de personas que acuden a estos actos. Sobre ese atril, algunos
papeles en los que están consignados algunos datos y fechas referentes al tema
que lo ocupa en el momento; por lo demás, el Comandante no lee sus discursos,
sino que los estructura y pronuncia verbalmente en el mismo momento.
Añadimos a estas figuras icónicas
también la fórmula con la que el Comandante acostumbra a terminar sus
discursos: “Patria o muerte. ¡Venceremos!”(6).
Otra imagen central, en este
universo de representaciones que es el imaginario revolucionario cubano, es el
Pueblo, figura que funda soberanamente la nueva legitimidad, como máxima
referencia del modelo socialista. “Pueblo”, dice Baczko, “un concepto
descriptivo que se refiere a las realidades empíricas, diversas y en
movimiento, pero también un potente símbolo unificador de todos los valores en
los que se reconoce la Revolución” (2005:44). Fernández Retamar, por su parte, sintetiza estos valores en el carácter
martiano, popular y socialista de la revolución cubana: “La revolución de
Martí, la revolución del 26 de julio, la revolución de los “pobres de la
tierra”, era ya la revolución socialista que no podía dejar de ser” (2006: 65).
Naturalmente, el mito revolucionario
no funciona, en ningún caso, aisladamente, sino que debe encuadrarse en
estructuras más amplias, como una ideología y un proyecto político: la
revolución cubana no puede ser comprendida si la desprendemos de la doctrina
marxista-leninista y del proyecto de construcción del socialismo.
La revolución cubana en los discursos de Castro:
A riesgo de habernos
extendido demasiado en lo que podríamos
llamar el marco teórico de este trabajo, nos pareció sin embargo conveniente puntualizar con alguna
precisión los conceptos que sustentan el análisis de la construcción discursiva
que Fidel Castro hace de la revolución cubana, a la que él mismo define como
basada en “concepciones marxistas-leninistas” (X) (7).
Dijimos al comenzar que, en los
discursos del Comandante (como en el imaginario social cubano en general), la
revolución se reifica y adquiere entidad propia: “…hoy nuestra Revolución
conoce mucho más acerca de los problemas humanos y cómo contribuir a aliviarlos
o a resolverlos” (37).
En algunos textos, Castro usa el término como
un sinónimo del Estado (cubano), como si uno fuera interpretante del otro: “El
Estado y la Revolución (8) deben ocuparse de cada una de las 48.000 (personas
con algún grado de invalidez o incapacidad que habitan en La Habana)” (VIII).
En otros, Cuba es la revolución y ésta es Cuba: “Yo no entiendo qué quiso decir
él (9) con eso, como si la República de Cuba pudiera separarse o apartarse de
la Revolución. No hay separación posible (…)” (IX).
De las palabras de Castro se infiere
que Cuba llegó a ser, en el sentido más pleno del verbo, por y gracias a la
revolución; sin ella, no sería Cuba, esto es, un país libre y soberano, sino
que continuaría siendo un satélite de Estados Unidos. Es, pues, la revolución
la que le dio al país entidad e identidad. En otro discurso, en el que, una vez
más, vuelve a responder a propósito del entredicho con el gobierno mexicano
(10) y particularmente a ciertas manifestaciones públicas del canciller
Castañeda, Castro alude a “la extraña frase del Canciller que desde ese momento
las relaciones con la Revolución Cubana se habían roto y que en lo adelante
habría relaciones con la República de Cuba”. Y destaca categóricamente:
“Yo hice alguna
reflexión. Cómo pudieran separarse, porque existe república verdadera aquí
desde que existe Revolución. Aquella caricatura de república, cómo se podía
llamar república. La república en Cuba es inseparable de nuestras luchas y de
las luchas de nuestros mambises durante tanto tiempo en el siglo pasado y las
proezas de nuestro pueblo durante más de cuarenta años, que no tienen paralelo
en la historia, por su capacidad de resistir y de hacer cosas que nos han
situado ya por encima de cualquier otro país del mundo y disponer hoy de las
condiciones para hacer lo que con más fuerza, más intensidad y más convicción
que nunca estamos haciendo ahora. ¿Cómo se puede separar eso de la Revolución?”
(XI).
La revolución es la marca
identitaria del país, la que ha configurado a Cuba tal como es hoy y la que,
sumándose a las virtudes históricas del pueblo cubano, le ha aportado los
valores que hoy lo distinguen de los demás:
“Las gloriosas
tradiciones de rebeldía y lucha patriótica de nuestro pueblo, a las que se unen
hoy un cabal y profundo concepto de la libertad, la igualdad y la dignidad del
ser humano, los sentimientos de solidaridad, espíritu internacionalista,
confianza en sí mismo, conducta heroica, 43 años de lucha tenaz e infatigable
contra el poderoso imperio, amplia y sólida cultura política y extraordinario
humanismo –obra de la Revolución en su conjunto-, han hecho de Cuba un país
diferente” (XVII).
La Revolución, la República, Cuba,
la lucha histórica, el pueblo: juntos, forman un todo indisoluble, una cadena
de semiosis ilimitada donde cada término, para definirse y justificarse, remite al otro siempre y necesariamente.
Sobre todo, porque el factor que los nuclea es el consenso popular: de los
discursos de Castro se infiere que la Revolución no fue un proceso impuesto por
un grupo de visionarios ni, mucho menos, por agentes externos, sino la
consecuencia lógica de la voluntad mayoritaria de un pueblo convencido:
“El proceso
revolucionario se basa en la más estrecha unidad y cooperación de todo el
pueblo, un consenso sin precedente en ningún otro lugar, imposible de
concebirse y ni siquiera imaginarse en una sociedad de explotadores y
explotados. Un pueblo culto, rebelde, de valientes y héroes, como el pueblo
cubano, no podría ser gobernado por la fuerza ni habría fuerza con que
gobernarlo, porque él es la fuerza. Jamás se sublevaría contra sí mismo, porque
él es la revolución, él es el gobierno, él es el poder” (XVII).
El Comandante insistirá en este
punto más de una vez, reafirmando siempre que la vigencia y los logros de la
revolución son méritos pura y exclusivamente del pueblo cubano: “El pueblo ha
apoyado en masa siempre las actividades de la Revolución” (XLVIIII). Ésa es la
razón, además, por la cual la revolución cubana ha podido resistir los
bloqueos, amenazas y agresiones de la potencia del Norte a lo largo de casi
cincuenta años: “¿Por qué resistimos? Porque la Revolución contó siempre,
cuenta y contará cada vez más con el apoyo del pueblo” (XLVIIII). Y, como ya lo
había afirmado en La Historia me absolverá, “ningún arma, ninguna fuerza
es capaz de vencer a un pueblo que se decide a luchar por sus derechos” (Castro
1995: 51). Por ello, “destruir esta Revolución defendida por este pueblo es un
imposible” (XIV).
La revolución fue posible y
sobrevive, según Castro, gracias a un pueblo excepcional, pero éste, a su vez,
ha sido creado por ella. En el acto de inauguración de las obras del nuevo
programa de salud puesto en marcha, en abril de 2003, destaca que éste “es
posible únicamente por el enorme capital
humano creado por la Revolución cubana a lo largo de más de cuatro décadas”
(XLVI). Y en otro momento: “¡Viva la Revolución socialista de Cuba! Porque sin
ella no seríamos hoy lo que somos” (XIV).
Así, pues, una y otro se nutren y se
sostienen mutuamente. Allí radica la fuerza misma de la Revolución: en que
todos sus esfuerzos están centrados en el ser humano:
“No se progresa sólo produciendo automóviles,
se progresa desarrollando inteligencias, impartiendo conocimientos, creando
cultura, atendiendo a los seres humanos como deben ser atendidos, que es el
secreto de la enorme fuerza de nuestra Revolución” (I).
Al describir el concepto de “mito”
que estamos utilizando, dijimos que las sociedades contemporáneas también han
creado los propios, con algunas diferencias en relación a los mitos arcaicos o
tradicionales. Una de ellas es el carácter de sus protagonistas: ya no se trata
de dioses o semidioses, sino de personas corrientes, devenidas héroes.
En el caso del mito revolucionario
cubano, tal como lo construye Fidel Castro en sus discursos, el héroe es el
pueblo: él es quien ha hecho el viaje mitológico prescrito, que Joseph Campbell
sintetiza en la fórmula separación-iniciación-retorno (1992:35): como Ulises,
el héroe deja su casa, su mundo, su vida personal, para emprender un largo
viaje lleno de peligros y amenazas. Si triunfa, regresará a su hogar con el
premio o el tesoro deseado, que compartirá con los suyos. Así, el pueblo cubano se apartó –y, en cierta
medida, continúa haciéndolo– de su vida cotidiana, de la comodidad y la
seguridad de una existencia vivida sin más objetivos que los individuales, para
enfrentar, cincuenta años atrás, la tiranía de Batista; hoy, las amenazas del
capitalismo y del imperio estadounidense. El premio a obtener es la libertad,
la dignidad y la justicia para todos los ciudadanos de ese país. El sacrificio
es enorme, por eso “heroico” es uno de los calificativos que Castro aplica con
más frecuencia a su pueblo.
Los objetivos de la revolución
cubana, según los discursos del jefe de gobierno, son de carácter profundamente humanista: “El
cese de la explotación de los seres humanos y la lucha por la verdadera
igualdad y justicia, es y será el objetivo de una revolución que no dejará de
serlo nunca” (XXI) Apuntan, por eso mismo y sobre todo, a una educación y una
salud integrales. Es en estas áreas donde Castro propone la mayor revolución.
Con respecto a la primera, tiene siempre presente la vieja consigna
martiana (que ya había subrayado en La Historia me absolverá): “Sin cultura
no hay libertad posible” (XXIV). Más
todavía, revolución equivale a educación:
Constituye un hecho
verdaderamente simbólico y prácticamente una definición de lo que es una
revolución, que aquí, de donde salieron golpes de Estado, y de donde salieron
tantas fuerzas que tanto oprimieron a todo el país, haya hoy un complejo con 18
centros docentes y un total de 14.030 estudiantes” (VIII).
Por eso insiste una y otra vez es
redoblar los esfuerzos para revolucionar la educación y la cultura: “…un pueblo
que está revolucionándose en todos los campos y especialmente en el campo del conocimiento
y de la cultura” (XIV). En uno de los países con mayor tasa de alfabetización y
menor índice de deserción escolar, no sólo de América Latina, sino del mundo,
su jefe de Estado manifiesta, como si la tarea apenas hubiera comenzado:
”Concientes de la inmensa
obra que nos espera en todo el país para alcanzar un salto de calidad en
nuestros servicios educacionales y una verdadera revolución en ese campo con un
mínimo de gastos y apelando fundamentalmente a nuestro capital humano, nuestra
confianza y seguridad se fortalecen” (XXVIII).
Eventualmente, sus palabras con
respecto a este tema se vuelven incluso apremiantes:
“…se proclama con fuerza la necesidad de
llevar adelante hasta sus últimas consecuencias la revolución educacional
profunda y sin precedentes en que estamos envueltos. Más allá de un elemental
deber de humanidad y justicia social, es también para nuestro pueblo un
imperativo de nuestra época y nuestro futuro” (XXXIII).
Como es natural, los beneficios de
esa revolución en la educación deben extenderse a todos:
“Mientras en el mundo se escuchan los tambores
de guerra o se dilapidan recursos para fabricar armas cada vez más sofisticadas
y destructivas, en Cuba revolucionamos la educación para multiplicar los
conocimientos de las nuevas generaciones, universalizamos el acceso a los
centros superiores de enseñanza, llevamos las escuelas de arte a todo el país y
proyectamos crear las condiciones para que el disfrute y el placer de sus
maravillosas creaciones alcance a todos” (XXXIV).
De manera similar, la revolución
debe producirse en el área de la salud. Cuando, en abril de 2003, inaugura
obras del nuevo programa de salud que incluyen, entre otras cosas, 31 servicios
de ultrasonidos en policlínicos de La Habana, 26 en los de otras provincias y cursos
de perfeccionamiento médico que permitirán a los graduados alcanzar títulos
como el de máster o doctor en Ciencias, Castro señala: “Ésta será la base
fundamental de la revolución que nos proponemos en el campo de la salud” (XLVI).
Es decir que, en un país que ha obtenido logros en esta área, de vital
importancia para cualquier sociedad, que la inmensa mayoría de los países de la
región aún ven como inalcanzables, el jefe de Estado pone la revolución en el
futuro. Lo más llamativo es que los objetivos se apartan de la atención
primaria y la medicina curativa, que es hoy casi lo máximo a lo que pueden
aspirar las naciones en vías de desarrollo, para apuntar a la medicina
preventiva y el mejoramiento de la calidad de vida: “Elevar la calidad de vida
de las personas de todas las edades constituye un objetivo fundamental de
nuestro programa de salud” (XLVI).
Castro ha declarado repetidas veces que,
ideológicamente, él es antes que nada martiano; luego, marxista-leninista.
Recordemos que ya en La Historia me absolverá le había adjudicado al
héroe de la Independencia la autoría intelectual del asalto al Moncada. En
consecuencia, la estructura de pensamiento que vertebró el Moncada y vertebra
hoy la revolución y la política cubanas son, pues, de cuño martiano:
“El Escambray, Girón, la Crisis de Octubre (…), las decenas de miles de médicos, de maestros y
de otros profesionales que durante cuarenta años prestaron sus servicios a
pueblos hermanos pobres, los miles que aún en período especial lo continúan
haciendo, son victorias inspiradas en la misma filosofía que nos guió aquel 2
de diciembre, hace 45 años (11)” (VII).
Ya Martí había señalado la necesidad
de trascender las fronteras nacionales para poner la mirada y los esfuerzos en
“nuestra América”. Si bien este concepto subyace en los discursos de Castro,
resulta posible advertir también la influencia leninista en su insistencia en
la necesidad de internacionalizar la revolución:
“Envidiamos a cada uno
de ustedes la lucha que tienen por delante hoy con objetivos mucho más
trascendentes: defender y desarrollar lo que hemos alcanzado y hacer por la
humanidad, en la medida de nuestras fuerzas, lo que nosotros creemos haber
hecho por la patria” (VII).
La finalidad de esta tarea es tanto
humanitaria como política; o, tal vez debería decirse, es política porque es
humanitaria:
“Decenas de miles de
médicos cubanos han prestado servicios internacionalistas en los lugares más
apartados e inhóspitos. Un día dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos
nunca ataques preventivos y sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo;
pero que, en cambio, nuestro país era capaz de enviar los médicos que se
necesiten a los más oscuros rincones del mundo (12)” (XLIX)
Coherente con el carácter
marxista-leninista de su pensamiento, Castro está convencido de que, más
temprano que tarde, todos los pueblos deberán alcanzar la liberación y la
justicia social. Sin embargo, al mismo tiempo considera también que cada uno
debe hallar su propio camino, en tanto las condiciones objetivas y subjetivas
que posibilitan una revolución son distintas en cada caso. Por ello, en la
entrevista que le hiciera Ignacio Ramonet señaló: “Yo sostengo, además, que la
Revolución no puede ser exportada, porque nadie puede exportar las condiciones
que hacen posible una revolución” (Ramonet 2006: 261).
“Una revolución basada en ideas”:
Habitualmente, al concepto de “revolución” se asocia la idea
de violencia, particularmente el de violencia física: no es de ninguna manera
motivo de extrañeza el que una revolución vaya acompañada de derramamiento de
sangre.
En el caso de la revolución cubana,
de hecho fue así, no sólo en el asalto a los cuarteles militares de Santiago de
Cuba y Bayamo, en 1953, sino también en los años de lucha en la Sierra Maestra,
hasta el triunfo oficial de la revolución, en enero de 1959. Los
combatientes del Movimiento 26 de Julio
que acompañaban a Fidel Castro enfrentaron repetidas veces al ejército de
Batista y si bien, según las palabras de su líder, evitaron en lo posible que
los soldados del régimen sufrieran daños personales, fue inevitable que hubiera
muertos y heridos de ambos bandos.
Pero la revolución más importante, a
juicio del Comandante, y aquélla por la que viene bregando desde hace ya muchos
años, es la revolución o, para utilizar la misma frase de José Martí, de quien
toma el concepto, la “batalla de ideas”. Y él mismo explica la expresión:
“Batalla de ideas no significa sólo principios, teoría, conocimientos, cultura,
argumentos, réplica y contrarréplica, destruir mentiras y sembrar verdades;
significa hechos y realizaciones concretas” (XV). Así, por ejemplo, señala
Castro: “Quiso el azar que en estos días se convirtiesen en realidad,
simultáneamente, cuatro importantes programas (13)
de la Revolución, fruto de la gran batalla de ideas que estamos librando” (XIV).
También fue fruto de la batalla de
ideas la victoria del gobierno cubano en el conocido caso del niño Elián
González: (14) “Fueron grandes esfuerzos que se hicieron en este período de la
batalla de ideas, en este período de lucha iniciado hace más de 21 meses con el
secuestro del niño Elián González” (I)
Ya desde La Historia me absolverá,
y a lo largo de todos sus discursos, Castro insistirá una y otra vez en que una
revolución no se hace por los fusiles, sino cuando ello es inevitable: las
verdaderas armas son las ideas, los argumentos, las discusiones; en última
instancia, la razón. Una revolución –dirá este discípulo dilecto de Martí– no
debe apelar al uso de la fuerza sino cuando todo otro camino ha sido agotado y,
sobre todo, debe estar fundada en sólidos principios éticos, sin los cuales
pierde toda razón de ser: “…de él (Martí) habíamos recibido, por encima de
todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución” (XLI).
En consecuencia, define a la
revolución cubana como “una Revolución que se basa en ideas, en la persuasión y
no en la fuerza” (I), porque “el pensamiento y la conciencia pueden más que el
terror y la muerte” (V).
Eventualmente, si la vida y la
libertad de una nación está en juego, y se han usado ya infructuosamente todas
las vías diplomáticas, es posible que la apelación a la violencia, sobre todo
en ejercicio de un derecho a la legítima defensa, sea la única opción a seguir;
sin embargo, reiterará que su elección debe resultar claramente inevitable.
Frente a las permanentes amenazas y agresiones del gobierno de los Estados
Unidos, manifiesta con toda claridad:
“No deseamos que la
sangre de cubanos y norteamericanos sea derramada en una guerra; no deseamos
que un incalculable número de vidas de personas que pueden ser amistosas se
pierdan en una contienda. Pero jamás un pueblo tuvo cosas tan sagradas que
defender, ni convicciones tan profundas por las cuales luchar, de tal modo que
prefiere desaparecer de la faz de la tierra antes que renunciar a la obra noble
y generosa por la cual muchas generaciones de cubanos han pagado el elevado
costo de muchas vidas de sus mejores hijos. Nos acompaña la convicción más
profunda de que las ideas pueden más que las armas por sofisticadas y poderosas
que éstas sean” (XLVIIII).
Por ello es que Fidel Castro se ha
convertido, en los últimos años, en uno de los mayores detractores de la
política exterior estadounidense, cuyo uso y abuso del poderío económico y
militar para someter a aquellos países que no responden de inmediato a los
intereses del imperio ha denunciado en reiteradas oportunidades. Cuba pareciera ser uno de los pocos países en
el mundo que se atreve a no bajar los ojos ante el gigante. Una isla pequeña,
de apenas once millones de habitantes y parte integrante del grupo de países
eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo”, resiste y enfrenta al que muchos
historiadores y analistas políticos consideran el imperio más fuerte de la
historia. Según las palabras de su Presidente, no tiene Cuba armas nucleares,
químicas o bacteriológicas, “porque de la fuerza que dan las ideas, que da la
verdad y que da una causa justa es que los pueblos se vuelven invencibles” (XLIX).
Es ésa y no otra la razón por la cual Cuba ha podido resistir a cuarenta años
de embargo económico, atentados y amenazas: “Nuestro país se mantiene sobre la
base de ideas, de lo contrario, no habríamos podido luchar contra ese
monstruo” (L).
Su confianza en el poder de las
ideas es una de las razones de su optimismo, a pesar de que los enfrentamientos
se multiplican en el mundo y la hegemonía estadounidense no conoce límites:
“Son las ideas, son
las ideas las que iluminan al mundo, son las ideas, y cuando hablo de ideas
sólo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que
pueden poner solución a los graves peligros de la guerra, o las que pueden
poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la batalla de ideas” (XLIX).
Cuba es la revolución, la revolución es Cuba:
El imaginario social de cada pueblo o nación construye su
propia identidad, a partir de una estructura ideológica, de una cosmovisión
compartida. Mucho le aportan la historia vivida o, debiéramos decir mejor, la
percepción que el colectivo ha elaborado de esa historia, así como las
expectativas puestas en lo porvenir.
En el caso de la Cuba contemporánea,
tal como se infiere de los discursos de su jefe de Estado, su identidad está
vertebrada por el mito revolucionario: Cuba es la Revolución. El mito
explica sus orígenes, sus luchas, sus
sufrimientos; ordena y da sentido a sus vivencias; marca las pautas para el
futuro. Cuba no sólo le debe a la revolución su libertad y su dignidad, sino su
existencia misma como nación soberana. Ella es, para el pueblo cubano, el
espacio vital donde respira, se mueve y crece.
1-El corpus analizado está integrado por 53 discursos,
pronunciados por el Comandante Fidel Castro entre el 11 de septiembre de 2001 y
el 26 de julio de 2003. A fin de simplificar el sistema de referencias, los
mismos están citados de acuerdo a la numeración indicada al final de este
trabajo.
2-“Revolución deriva de volvere, dar la vuelta,
más re-, un prefijo que combina los significados de atrás y otra
vez. Difiere de volver o retroceder al expresar la idea de que el
movimiento hacia delante continúa al dar la vuelta, de aquí que dar vuelta como
un círculo es revolverse. Ya en 1600 se usó para significar el
derrocamiento completo de un gobierno establecido” (Parker, William: Las
revoluciones agraria e industrial. En Porter y Teich 1990: 220).
3-El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes rebeldes
encabezados por un abogado de sólo 26 años, Fidel Castro, intentó tomar los
cuarteles militares Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de
Céspedes, de Bayamo. El golpe fracasó; muchos de los combatientes fueron
asesinados allí mismo o en los días que siguieron; algunos fueron apresados y
llevados a juicio, entre ellos, el propio Fidel Castro, quien solicitó ejercer
su propia defensa. El 16 de septiembre de ese mismo año, en la penúltima sesión
del juicio, pronunció su alegato final, que pasaría a la historia de los
discursos políticos contemporáneos con un nombre tomado de su última frase:
“Condenadme, no importa…La Historia me absolverá”.
4-Hobsbawm alude al desembarco de fuerzas
estadounidenses en Playa Girón (Bahía de los Cochinos) el 17 de abril de 1961,
realizado con el propósito de derrocar el régimen cubano, y que fue rápidamente
rechazado.
5-El subrayado es del autor citado.
6-El 5 de marzo de 1960, Fidel Castro afirmó que no existía otra alternativa que la de
Patria o Muerte, advertencia surgida ante la tumba de los obreros y soldados
muertos en día anterior, víctimas del sabotaje estadounidense al vapor La
Coubre. Meses después, el 8 de junio, en la clausura del Primer Congreso
Revolucionario de Barberías y Peluquerías, el Comandante pronunció un discurso que concluyó diciendo: “Para cada
uno de nosotros la consigna es individualmente Patria o Muerte, pero para el
pueblo, que a la larga saldrá victorioso, la consigna es Venceremos”. Desde
entonces, la fórmula completa, “Patria o Muerte. ¡Venceremos!”, constituye una
suerte de juramento ritual para los cubanos, expresión de lucha y de victoria.
7-La Constitución Nacional de Cuba incluye el carácter
irrevocablemente socialista de la Revolución.
8-En las páginas y documentos oficiales de Cuba, la palabra revolución aparece siempre escrita
con mayúscula
9- Se refiere a Jorge Castañeda, Ministro de
Relaciones Exteriores de México en la fecha del discurso citado.
10-A principios de 2002, tuvo lugar en la ciudad de
Monterrey la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el
Desarrollo, convocada por las Naciones Unidas. Unos días antes, el Presidente
de México telefoneó a Castro para pedirle que no se quedara en México después
de haber pronunciado su conferencia, a fin de no encontrarse con el Presidente
Bush, a lo cual Castro accedió cortésmente. Posteriormente, el gobierno mexicano
negó que hubiera existido la conversación telefónica, lo que provocó una
situación de tensión entre ambos gobiernos.
11-Fecha del desembarco de los expedicionarios del Granma.
12-Castro alude aquí a expresiones vertidas por el
Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, sobre que su país estaba
dispuesto a realizar “ataques preventivos y sorpresivos” en “cualquier oscuro
rincón del mundo”, a fin de combatir el terrorismo.
13-La puesta en marcha de la Escuela de Artes
Plásticas de Manzanillo; el programa de formación integral de jóvenes; el
programa de instalación de salas de video a base de energía solar, en poblados rurales carentes de electricidad;
el programa de la instalación de laboratorios y máquinas de computación para la
enseñanza de la computación en el nivel medio superior, en las secundarias
básicas y en todas las primarias.
14-En noviembre de 1999, el niño Elián González fue
sacado ilegalmente de Cuba en una balsa por su madre, que murió ahogada en la
travesía hacia Florida. Rescatado por unos pescadores, el niño permaneció en
los Estados Unidos, mientras su padre reclamaba que le fuera devuelto. Eso dio
lugar a una crisis diplomática entre los gobiernos de ambos países, que terminó
cuando, en junio de 2002, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos decidió que
el niño debía regresar a su país de origen.
BIBLIOGRAFIA
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Discursos
del Presidente Fidel Castro analizados en este trabajo:
I.Discurso pronunciado con motivo del atentado contra las Torres Gemelas. 11 de septiembre de 2001.
II.Tribuna Abierta de la Revolución en San Antonio de los Baños, La Habana. 22 de septiembre de 2001.
III.Tribuna Abierta de la Revolución en Ciego de Avila. 29 de setiembre de 2001.
IV.Tribuna Abierta de la Revolución, en conmemoración del aniversario 25 del crimen de Barbados. 6 de octubre de 2001.
V.Comparecencia del Presidente Castro en la televisión cubana, sobre la actual situación internacional, la crisis económica y mundial y la forma en que puede afectar a Cuba. 2 de noviembre de 2001.
VI.Tribuna Antiimperialista “José Martí”. 27 de noviembre de 2001.
VII.Acto para conmemorar el aniversario 45 del desembarco de los expedicionarios del Granma y el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la plaza “Antonio Maceo” de Santiago de Cuba. 2 de diciembre de 2001.
VIII.Inauguración de la escuela especial para niños autistas “Dora Alonso” en Ciudad Escolar Libertad. 4 de enero de 2002.
IX.Entrevista concedida a la prensa nacional y extranjera en la inauguración de la XI Feria Internacional del Libro de La Habana. 7 de febrero de 2002.
X.Clausura del IV Encuentro Internacional de Economistas, Palacio de las Convenciones, La Habana. 15 de febrero de 2002.
XI.Mesa redonda informativa sobre los sucesos en la Embajada de México en los estudios de la Televisión Cubana. 5 de marzo de 2002.
XII.Acto solemne de condecoración a las madres y esposas de los cinco héroes de la República de Cuba prisioneros del Imperio, Teatro “Karl Marx”. 8 de marzo de 2002.
XIII.Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, ciudad de Monterrey, México. 21 de marzo de 2002.
XIV. Tribuna Abierta de la Revolución, Buey Arriba, provincia Granma. 30 de marzo de 2002
XV.Acto central por el aniversario 40 de la Unión de Jóvenes Comunistas, Teatro ”Karl Marx”. 4 de abril de 2002.
XVI.Declaración política del Presidente Castro en referencia a lo ocurrido en la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo. 22 de abril de 2002.
XVII.Conmemoración por el Día Internacional de los Trabajadores, Plaza de la Revolución, La Habana. 1 de mayo de 2002.
XVIII.Recibimiento al ex presidente norteamericano James Carter en el aeropuerto internacional “José Martí”. 12 de mayo de 2002.
XIX.Visita del ex presidente James Carter a la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, La Habana. 13 de Mayo de 2002.
XX.Tribuna Abierta de la Revolución, “Plaza Los Olivos”, Sancti Spiritus. 25 de mayo de 2002.
XXI.Tribuna Abierta de la Revolución, Plaza Mayor “General Calixto García”, Holguín. 1 de junio de 2002.
XXII.Tribuna Abierta en la Plaza de la Revolución “Antonio Maceo”, Santiago de Cuba. 8 de junio de 2002.
XXIII.Comparecencia televisiva y radial. 13 de junio de 2002.
XXIV.Acto solemne en homenaje a los natalicios de Antonio Maceo y Ernesto Che Guevara, en el Cacahual, La Habana. 15 de junio de 2002.
XXV.Sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Palacio de las Convenciones, La Habana. 26 de junio de 2002.
XXVI.Acto de inauguración de las 402 escuelas reparadas en La Habana. 29 de junio de 2002.
XXVII.Aniversario 49 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Tribuna Abierta en la Plaza de la Revolución “Abel Santamaría Cuadrado”, Ciego de Avila. 26 de julio de 2002.
XXVIII.Acto de entrega de 254 escuelas de La Habana reconstruidas o construidas, Teatro Astral. 13 de agosto de 2002.
XXIX.Acto inaugural de todo el programa de reparación, ampliación y construcción de las 779 escuelas primarias y secundarias de La Habana, Guanabo, Habana del Este. 30 de agosto de 2002.
XXX.Acto de graduación de las Escuelas Emergentes de Maestros de la Enseñanza Primaria, Teatro “Karl Marx”, La Habana. 2 de septiembre de 2002.
XXXI.Acto de inauguración de la escuela experimental “José Martí”, La Habana Vieja. 6 de septiembre de 2002.
XXXII.Acto de inauguración del Curso de Formación Emergente de Profesores Integrales de Secundaria Básica, Teatro “Karl Marx”. 9 de septiembre de 2002.
XXXIII.Acto de inauguración oficial del curso escolar 2002-2003, Plaza de la Revolución, La Habana. 16 de septiembre de 2002.
XXXIV.Inauguración del XVIII Festival Internacional de Ballet de La Habana. 19 de octubre de 2002.
XXXV.Acto inaugural de la Primera Olimpíada Nacional del Deporte Cubano, Plaza de la Revolución, La Habana. 26 de noviembre de 2002.
XXXVI:Ceremonia de inauguración de la Capilla del Hombre, Quito, República del Ecuador. 29 de noviembre de 2002.
XXXVII.Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, La Habana. 3 de diciembre de 2002.
XVIII.Clausura de la Primera Olimpíada Nacional del Deporte Cubano, Ciudad Deportiva. 8 de diciembre de 2002.
XXXIX.Inauguración del hotel 5 estrellas “Playa Pesquero” y del polo turístico de Holguín. 21 de enero de 2003.
XL.Clausura de la Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo. 29 de enero de 2003.
XLI.Clausura del V Encuentro sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, Palacio de las Convenciones, La Habana. 14 de febrero de 2003.
XLII.Clausura de la XIII Conferencia de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, Kuala Lumpur, Malasia. 25 de febrero de 2003.
XLIII. XIII Conferencia de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, Kuala Lumpur, Malasia. 25 de febrero de 2003.
XLIV.Toma de posesión de su cargo, La Habana. 6 de marzo de 2003.
XLV.Inauguración del Convento de la Orden del Santísimo Salvador, de Santa Brígida, La Habana. 8 de marzo de 2003.
XLVI.Acto de inauguración del programa de salud, Teatro Astral, La Habana. 7 de abril de 2003.
XLVII.Comparecencia en Mesa Redonda televisiva. 25 de abril de 2003.
XLVIIII.Acto por el Día Internacional de los Trabajadores, Plaza de la Revolución, La Habana. 1 de mayo de 2003.
XLIX.Facultad de derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina. 26 de mayo de 2003.
L.Entrevista concedida al Diario Clarín, Buenos Aires. 26 de mayo de 2003.
LI.Mensaje al Presidente de la República bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. 20 de junio de 2003.
LII.Mensaje a los Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Comunidad del Caribe. 2 de julio de 2003.
LIII.50 Aniversario del Moncada. 26 de julio de 2003. |