Panorama actual de las librerķas y la lectura*
Ricardo Nudelman

¿No es verdad que sentimos una agradable sensación cuando entramos a una librería en donde nos sentimos cómodos y animados a encontrar el libro buscado, o a mirar al azar para ver si descubrimos algo nuevo, o simplemente si llegamos a encontrar alguno nuevo e inesperado?
      No creo que una librería deba tener  ciertas dimensiones, ni que deba estar pintada con ciertos colores, ni que tenga aire acondicionado ni algún servicio en particular. Me voy a referir a las librerías, grandes o pequeñas, con o sin servicios, con o sin tecnología de punta incorporada, pero que nos acoge con ternura, nos abre a sus tesoros, nos permite violar su intimidad y hasta entrometernos en sus secretos.
      Puede ser una librería de libros viejos o usados, o puede ser una moderna y con comodidades. Lo importante es que sirva a nuestro propósito principal: apoderarnos de ese libro que ansiamos, atesorarlo en nuestra propia biblioteca y poder usarlo a nuestro antojo sin limitación alguna.
      Nosotros, lectores, o usuarios como se nos denomina últimamente, nos apoderamos de una librería. Una vez que la encontramos, es nuestra, porque cumple con nuestras expectativas, sirve para nuestro propósito. Lo demás, va por añadidura. El librero, entonces, debe preparar su librería para el cliente potencial hacia el cual está enfocado. Porque el primer paso para la instalación de una librería es la definición de su perfil, de acuerdo con el público al que ese librero quiere llegar.
      Por supuesto, personalmente también me gustan las librerías bien presentadas, ordenadas, tecnológicamente puestas al día, con espacios para lectura y una oferta diversa. No me gustan los lujos ni agregados artificiales que no tienen que ver con el libro, la lectura y el entretenimiento. Me gustan las librerías que permiten dentro de lo posible que el cliente vea desde la entrada toda, o casi toda, la superficie del local, con la menor interferencia a su visión de columnas, letreros, etc. Y que pueda distinguir, como en los supermercados (aprendamos de donde podamos) las secciones principales, el área infantil, el espacio de diccionarios y referencias, etc. conveniente-mente señalizados con letras llamativas y fáciles de distinguir. Lo que quiero decir es que si las librerías imponen temor a mucha gente, y les impide entrar porque representan “templos de la cultura” a la que sólo asisten los elegidos o iniciados, no seamos nosotros, los libreros, los que agreguemos dificultades adicionales a la apropiación del local que debe hacer el cliente.
      Recuerdo con particular interés una librería Barnes & Noble de la ciudad de Boston, que incluyó en el medio del piso de ventas una especie de parque, con bancos como los que se ven en los parques, con una fuentecita de agua fresca y plantas que hacían más agradable el punto de encuentro. La gente se sentaba a leer allí con placer, aunque también supongo que podríamos sentir esa misma sensación si nos sentáramos en el rincón de una librería en el que solo hubiera unas sillas y una lámpara, con la tranquilidad necesaria para un rato de lectura.
      También me viene a la memoria un pequeño local en la ciudad de Los Angeles, de no más de 100 metros cuadrados, que alberga una librería especializada en ópera. Obviamente, hay una gran cantidad de libros dedicados al estudio de la ópera, pero también hay fotos, posters de representaciones de cantantes famosos, objetos usados por dichos artistas, partituras, etc. Todo lo que usted quería saber sobre la ópera, en un pequeño espacio de una enorme ciudad de 16 millones de personas, en donde habrá unos cuantos miles de aficionados a esa actividad musical. Pero, podría decirlo casi con toda seguridad, todos ellos clientes habituales de la librería en cuestión.
      En Buenos Aires, ciudad lectora desde que tengo memoria, la nueva librería de El Ateneo, marca de una antigua y prestigiosa librería que desde hace más de 150 años está ubicada en la calle Florida, ahora también usa ese nombre para otra que instaló hace unos años en la avenida Santa Fe. Era un viejo y hermoso cine, construido en 1919, en el que vi muchas  películas inolvidables y muchas prescindibles, con una arquitectura falsamente art noveau pero con un techo adornado por unos hermosos murales del italiano Nazareno Orlandi (a la manera de Raúl Soldi), que recuerda los del techo del Teatro Colón. Los arquitectos que participaron en la reconstrucción del viejo cine para instalar la librería recuperaron la estructura del cine, remozaron sus balcones y molduras, y tuvieron la buena idea de instalar la cafetería en donde originalmente estaba el escenario y la pantalla del viejo cine. El resultado es un hermoso recinto, muy bien iluminado pero por luz artificial, grato para pasar largos ratos mirando libros, aunque la selección no sea demasiado exquisita. Recientemente, fue reconocida como la segunda más hermosa librería del mundo por un periódico inglés.
      Nada tiene que envidiar a estas pocas que mencioné la librería del Fondo de Cultura Económica inaugurada en abril de 2006 en el barrio de la Condesa, en la Ciudad de México. El Centro Cultural Bella Época reúne en sus 5.800 metros cuadrados construidos una gran librería, un cine que sirve a la vez como auditorio de usos múltiples, una galería de arte, una cafetería y un estacionamiento. Como solamente se pudo la hermosa marquesina y la torre que fue emblema de la zona de un viejo cine que funcionaba desde los años 40, el espacio de la librería gana mucho con la inexistencia de columnas que obstaculicen la vista de todo el espacio dedicado a los libros, logrando que el visitante se sienta cómodo en los amplios pasillos y las salas de lectura instalados en el piso de venta.
      Y ahora tendría que agregar el bellísimo edificio construido por Rogelio Salmona en la zona histórica de la ciudad de Bogotá, donde el Fondo de Cultura Económica acaba de inaugurar el Centro Cultural Gabriel García Márquez, de 10.000 mtrs² de hermosos espacios abiertos en donde el público se pasea por rampas circulares que llegan hasta las partes más altas del edificio. Y cuenta con una librería de 1.500 mtrs², con cine, auditorio, venta de CDs y DVDs, auditorio infantil, restaurante, cafetería y galería de arte, entre otros servicios.
      Podría seguir relatando modelos diversos que pude tener oportunidad de ver en librerías de distintos países del mundo. Pero creo que estas pocas menciones explican el punto al que quiero llegar: la librería la hace, en parte, el lector que encuentra en ella lo que busca.
      Y en esta definición, además de la parte física, arquitectural, entra también el surtido que alberga la librería. Una vieja frase, que no por vieja deja de tener una cuota de verdad, dice que una buena librería es la que tiene el libro que el lector busca en ese momento. Y esto nos replantea el tema de si no será necesario tener todos los libros existentes para complacer el pedido de cada uno de los clientes que se presenten. Si tenemos presente que solamente en castellano existen, según leí en alguna parte,  casi 3 millones de títulos, nuestra capacidad de imaginación tendrá que ser muy grande para el inmenso espacio que se necesitaría para contener esa cantidad de libros. No podemos, lamentablemente, tener todos los libros en nuestras librerías. Deberemos elegir algunos, los que nos parezcan los necesarios para nuestro público dentro de la capacidad de nuestro local. Y aquí, entonces, se presenta el otro problema del librero: ¿cuáles son los libros que elegimos? Una pregunta tan difícil de contestar como aquella que nos impone definir cuál es el libro que nos gustaría tener si naufragamos en una isla desierta. ¿No podrían ser dos, o media docena? ¿Qué resultaría más útil, un libro que enseñe a sobrevivir en situaciones extremas u otro de camping, o uno de filosofía existencial? ¿Por qué en nuestra librería no podemos tener los que nos explican el mundo, o los que nos dicen por qué no podemos explicarnos el mundo, o los de niños, o los de cocina, o las novelas contemporáneas pero también los autores del siglo de oro español, y no dejemos de lado a los maravillosos libros de arte, o los que nos permiten viajar con la imaginación, o los clásicos de la novela negra norteamericana, o las biografías que enriquecen al que lee, o… todos los otros libros que nos gustan, hasta sumar 3 millones de títulos? Pues no, no se puede. A un naufragio hay que llevar un sólo libro, así como hay que llevar un sólo par de calcetines, pues de lo contrario no seríamos náufragos sino turistas.
      Parecería que la respuesta adecuada a estas angustias podría ser el modelo paradigmático de librería virtual impuesto por Amazon.com unos años atrás. Una librería que tiene todos los libros disponibles (aunque en la realidad no es así, pero que cumpliría el sueño de Borges) y que se pueden surtir rápidamente, cargando el costo del flete al comprador sin que éste proteste por el alto precio final. Hoy ya existen varias librerías virtuales en diversos países de América Latina, cada una de ellas “la más grande en idioma español”. Entren a sus páginas web y comprueben que lo que digo no es un chiste. En realidad, sí son páginas de librerías reales, pero su oferta no es más que la base de datos de esa librería. Es decir, de los libros que tuvieron o tienen en esa librería. Como siempre, si abrimos los ojos lo suficiente, nos daremos cuenta de que no somos ni Estados Unidos, ni Francia ni Alemania. ¿Qué nos falta para hacer un Amazon.com de libros en español? En primer lugar, nos falta el mercado, porque para sostener una estructura informática, un almacén y una infraestructura logística como la de Amazon.com se requiere algo más que lo que somos. En segundo lugar, nos falta la información, porque no todos los editores latinoamericanos incluyen en su información la descripción catalográfica que sirve para ubicar los libros por temas o palabras claves en una base de datos. En tercer lugar, nos hace falta un correo que funcione y que funcione rápido y seguro, además de barato. Como dice el minicuento de Tito Monterroso: “cuando me desperté, el dinosaurio todavía estaba allí”. Pero no quiero quedarme en el puro escepticismo. Las librerías virtuales son, sin duda alguna, la herramienta que permitiría resolver muchos de los problemas planteados, y es mejor que sigamos por el camino del esfuerzo por construirlas, aunque las condiciones de nuestros países no nos permitan vislumbrar un crecimiento demasiado rápido.
      La otra pregunta que nos carcome siempre es: ¿elegimos los libros que nos parecen serios, o hay que hacer concesiones a la apetencia “best-sellerista” de una enorme porción del público que lee? Si elegimos la primera opción, la de poner solamente libros serios, confundiríamos la librería con la biblioteca de un intelectual y venderíamos poco. Si en cambio nos quedamos con la segunda opción, tal vez podríamos vender mucho, pero nuestro público no sería el público fiel que tal vez buscamos. Sería un público en tránsito, porque el libro que busca lo podría encontrar en cualquier otra librería. Tendremos, entonces, que hacer una sabia mezcla que nos permita pagar nuestros gastos y tener una pequeña ganancia, a la vez que mantenernos fiel a la clientela que supimos ganar a costa de esfuerzos por conseguir libros diferentes, al gusto de quienes aprecian la buena literatura, o prefieren adentrarse en el pensamiento que inquieta o sobresalta.
      Quisiera ahora hacer algunos comentarios sobre el oficio de librero, hoy. En primer lugar, todos reconocemos que los principales desafíos del sector editorial y librero se encuentran en dos temas centrales:

  1. el estancamiento o disminución en el número de lectores, y
  2. la falta de profesionalización del sector.

      No quisiera detenerme en el análisis de la grave amenaza que significa el creciente número de novedades lanzadas al mercado de habla castellana anualmente, por conveniencias financieras o publicitarias, o por cualquier otra razón, pero que obstaculizan cada vez más la difusión del libro, con el cuidado y la atención que debe ponerse en estas actividades. Pero no podría de dejar de señalar algo que me parece esencial.
      100.000 o más nuevos títulos en español cada año lanzados al mercado. Los libros deberían hacerse para ser leídos. Ni el editor ni el distribuidor ni el librero quieren tener libros en su depósito, o en el piso de venta, que no se desplacen con cierta rapidez, de manera de poder recuperar la inversión hecha y volver lo producido al circuito productivo. La inversión en una bodega o depósito no es rentable para ninguno de los actores de la cadena del libro.  Por eso, los editores prefieren que toda su producción esté ocupando la mayor parte del espacio de las librerías, en tanto que los libreros quisieran que los editores sean sus bodegueros, y que solo les envíen los libros que necesitan en las cantidades que puedan vender.
      Ninguna afirmación me parece más verdadera que aquella que dice que el tamaño del depósito es inversamente proporcional a la eficiencia del aparato de comercialización de un editor. Y a la que hay que agregar la que sostiene que, en el caso del librero, el mejor depósito del librero  es el depósito del editor.
      Frente a la enorme cantidad de novedades que se producen al año en idioma castellano (más de 100.000), es fácil comprender estas aspiraciones tan contrapuestas. Nadie quiere perder dinero, y para eso tratan de trasladar el riesgo al siguiente en la cadena. Pero la supuesta víctima se resiste, y a su vez intenta que el riesgo lo asuma quien lo antecede. Hagamos una cuenta sencilla: de los 100.000 libros nuevos que se lanzan al mercado cada año, pensamos que ningún librero trabajará todos los temas que son tocados en esa cantidad de títulos nuevos. Vamos a suponer que solamente le interesa trabajar un 50% de ellos. Además, digamos que otra parte son libros de texto escolar, que se venden dos meses al año solamente. Esto reduciría, aproximadamente, a 40.000 lo títulos ofrecidos. De todas formas, 40.000 títulos significan 4.000 por mes (excluyendo agosto y diciembre o, como en los países del sur, enero y febrero, meses en los que tradicionalmente no se lanzan muchas al mercado novedades). Lo que es igual a 182 diarios (pensando que, tanto en el sur como en el norte, los sábados y domingos los agentes de venta descansan). ¿Qué librero tiene la disponibilidad de tiempo, personal, recursos, etc. como para revisar 182 títulos diarios y decidir cuál de ellos merece ser comprado para ofertarlos en su local? Y suponiendo que está dispuesto a comprar la mitad de ellos, es decir 91 títulos, y adquiere un promedio de 3 ejemplares de cada título, estará incorporando 273 ejemplares diarios a su stock que, acomodados de lomo le quitarán unos 10 metros lineales de estantería. En un local de 100 mtrs² de superficie, con 7 líneas de estanterías en cada pared, que es igual a 280 mtrs. lineales de estanterías, en poco más de un mes ese librero debería haber vendido todos los libros que tenía o los que compró, o deberá habilitar otro local para incorporar esos pedidos. Un nuevo local por mes.
      Hoy en España el 33% de los libros que se lanzan al mercado son devueltos sin vender por los puntos de venta. Un libro de cada tres. No sé cuáles serán los números en la Argentina, pero les aseguro que en México no son demasiado diferentes. Los libros descansan tranquilos en los depósitos o bodegas del editor original. Sin embargo, para muchos libreros, la panacea de hacer grandes pedidos a cambio de grandes descuentos, respaldados en la garantía de devoluciones de hasta el 50% o más, los vuelve ciegos a las consecuencias financieras que esto tiene. En realidad, los cálculos demuestran que es mucho más productivo y rentable hacer muchos pedidos pequeños con menos devoluciones (porque el costo administrativo de las devoluciones suele ser muy alto) que la política seguida hasta ahora.
      Recordemos que más inventario es igual a menor eficiencia en las ventas, y que el editor y el librero siempre deben tener un ojo puesto en la rotación del inventario, que es en realidad la clave del proceso de venta del libro.
      Una persona con la que trabajé durante muchos años en una cadena de librerías, y que por cierto tenía una gran intuición para el comercio de libros, nunca llegó a entender que el manejo de los inventarios y la rotación del mismo es una clave para el desarrollo de nuestra actividad. Cuando supuestamente analizaba el estado de resultados de la empresa, lo único que le interesaba era el capítulo de las ventas. Nunca accedió a mis ruegos de ver esa columna comparada con la de egresos. Creo que hasta el final de sus días siguió sin entender por qué es necesario mantener un equilibrio entre lo que vendíamos y lo que gastábamos para realizar esa venta. Tampoco se preocupaba por darle el lugar fundamental de la actividad a la compra y, por lo tanto, en invertir recursos en capacitación de los libreros y en utilización de nuevas tecnologías. Mucho menos, entonces, podía pedírsele que pusiera la atención en la rotación de los inventarios en lugar de exprimir al editor o distribuidor para obtener grandes descuentos, a cambio de llenar los depósitos con material que luego se demostraría como invendible, por lo menos en esas cantidades.
      Otro de los graves problemas que tenemos en América Latina (y también en España), es que no tenemos estadísticas confiables sobre el número de lectores, hasta donde conozco. Pero se polemiza mucho acerca de si se lee poco o si se lee mal. El escritor mexicano Gabriel Zaid escribió una vez que en México: “el problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir”.
      Existen esfuerzos muy bien intencionados, que se están realizando, dirigidos a conocer más nuestro mercado, a investigar en los hábitos de lectura. Pero en realidad no sabemos cuántas personas leen nuestros libros, y difícilmente podamos tener esa información por el momento. Seguiremos actuando un poco a ciegas, o con investigaciones parciales, o guiados por el resultado de nuestras ventas, aunque estos no sean criterios científicos para evaluar si estamos haciendo los libros que se necesitan, o si estamos creando una demanda ficticia a través de la promoción de los autores como si estos fueran estrellas de cine o “todólogos”que guían a las masas con sus análisis políticos, sociales o artísticos. La comunidad autor-editor-periodista cultural se considera cada vez más depositaria de la dura tarea de esclarecer sobre la realidad del mundo y sus alrededores, mucho más que los politólogos, sociólogos, educadores o políticos profesionales (en el buen sentido de la palabra).
      Y aunque no tenemos esos datos que podrían orientar nuestra producción editorial en el sentido que nos interesa a cada uno de los editores y libreros, y sin desmerecer a ninguno, sea que publique o venda ciencia, o historia o novelas de entretenimiento, nuestra percepción es que en América Latina y España,  si bien puede no haber disminuido el número de lectores, por lo menos está estancado desde hace tiempo. Y si esto es así, entonces hay que tomar medidas drásticas para resolver el problema: 1) reducir el número de novedades anuales publicadas, tratando de aumentar los tirajes a través de una buena segmentación del mercado, 2) alentar a través de correctas políticas estatales el fomento a la lectura y la difusión de las bibliotecas públicas, 3) destrabar la circulación de los libros en la región y 4) apoyar el establecimiento de nuevas librerías mediante ayudas fiscales.
      Conociendo y comprendiendo todas las dificultades que atraviesan los países latinoamericanos, algunos más que otros, creemos que la indicación de la UNESCO en el sentido de que los presupuestos nacionales dediquen el 8% del PIB a la educación y un 2% a  la cultura es una de las más sensatas recomendaciones hechas por un organismo internacional mirando al futuro. Gastar el dinero en esto es invertir en el desarrollo del país, es pensarse como integrado al mundo, es pensar en cómo queremos ser dentro de diez, veinte o cincuenta años. Y creo que razonar de esta manera no es una especie de romántica declaración de principios. La cultura tiene valor y puede generar utilidades. Y para confirmarlo, les comento solamente las cifras que extraje de un trabajo publicado hace poco tiempo en México, en el que se estudió el valor de las industrias protegidas por el derecho de autor, medido en puntos porcentuales del PBI.

En EEUU: 7,70 %
En Europa: 5,00 %
En América Latina: 3,80 %

En México: 6,70
Solamente la industria editorial: 1,3%

(Del libro ¿Cuánto vale la cultura? Contribución económica de las industrias protegidas por el derecho de autor en México, Ernesto Piedras Feria (coordinador), CONACULTA, SOGEM, CANIEM,  México 2004)

      Tenemos esperanzas. Basta con que los gobiernos se sensibilicen un poco, y tengan fe en que los estímulos fiscales ayudarán a la apertura de nuevas librerías, en abrir más bibliotecas en todos los rincones de nuestros países, en promover programas de fomento a la lectura y muchas otras medidas posibles de adoptar, que ayudarán a transformar el triste escenario que se vislumbra para el futuro inmediato.
      ¿Quién se asusta porque el Estado subsidie la cultura y otorgue estímulos fiscales para las actividades culturales? En todo el mundo, incluyendo los países más ricos y desarrollados, la cultura es subsidiada. Aún en España, modelo paradigmático de la economía capitalista que tanto admiran nuestros economistas y financieros a cargo de los ministerios y secretarías de estado, subsidia a su industria editorial, la cuarta más grande del mundo.
      El Estado español subsidia de diferentes maneras a la industria editorial privada, con el objetivo de que ésta mejore su posición competitiva en los mercados exteriores y se convierta en el proveedor de libros de América Latina. Según fuentes españolas (el Informe sobre Comercio Exterior, publicado por la Federación de Cámaras del Libro), en 2006 por cada euro que Latinoamérica le vendió a España, España vendió a América Latina 169 euros. Y por eso las instituciones oficiales vinculadas a la educación, la cultura y el libro financian los viajes de delegaciones de editores, libreros, distribuidores y escritores, para que puedan promocionar el libro español en nuestros países. U otorgan beneficios a la exportación de libros.
      La industria editorial española ya inició su desembarco en el mercado de habla castellana de los Estados Unidos. En el periódico El País del 4 de abril de 2005 se anunció que el Instituto de Comercio Exterior y la Federación de Gremios de Editores Españoles se han lanzado para ganar una cuota importante de los 350 millones de dólares (unos 270 millones de euros) que mueve el sector editorial hispano en Estados Unidos, de los que 300 millones de dólares corresponden a importaciones. Según las proyecciones presentadas en el estudio correspondiente, que tiene la pomposa denominación de Plan del Libro Español en Estados Unidos, este mercado crecerá el doble de lo que representa hoy, es decir, del 3 al 6%. Como lo que atrae es el dinero propuesto para el programa, el ICEX proporcionará 600.000 euros anualmente a quienes se arriesguen a entrar en el proyecto, comenzando por la promoción en las bibliotecas públicas y universitarias.
      Otro aspecto que coloca a los editores latinoamericanos en desventaja frente a los editores españoles es el apoyo que el Estado español  brinda a las organizaciones gremiales de editores, libreros y bibliotecarios. Veamos algunos ejemplos de lo que afirmamos:

  1. el Estado español subsidia estudios realizados por la Federación de Gremios de Editores de España u otras organizaciones gremiales y profesionales, destinados a conocer las condiciones en que se desarrolla el comercio interior del libro, y también del comercio exterior, o de los problemas de la distribución, etc. Es lo que denominan “subvenciones nominativas”.

  2. ayuda a la promoción del libro español en América, que en el año 2004 llegó a la suma de 120.200 euros, y que con el programa para entrar en el mercado norteamericano llegará al millón de euros anuales.

  3.  ayuda para incentivar la difusión, comercialización y distribución del libro español, cuyo presupuesto en 2004 fue de 300.510 euros.

  4. ayuda para la realización de ferias del libro dentro y fuera de España.

  5. programas de promoción de la lectura realizados por los gremios y financiados por diversos organizamos gubernamentales.

  6.  y, como ya señalamos más arriba, apoya financieramente las giras promocionales de editores españoles a América Latina, subvencionadas por organismos estatales como el Ministerio de Educación, de Cultura, de Comercio, etc., o regionales, como el gobierno de la Comunidad de Madrid, de Cataluña, de Andalucía, etc.

(Los datos que estamos aquí transcribiendo son los que figuran en la ponencia del Director Nacional del Libro, don Rogelio Blanco Martínez, ante el Quinto Congreso de Editores realizado en Santiago de Compostela, el 14 de mayo de 2004.)

      Después de esta digresión, si logramos convencer a algún legislador o ministro de cultura con estos argumentos y el Estado nos ayuda a establecer nuevas librerías, habrá que definir otras cuestiones:

  1. ¿librerías de libros “serios”, de “los que hacen pensar”, aunque sean más difíciles de vender o que se venden en cantidades reducidas? o

  2. ¿librerías de libros “fáciles”, de “calidad flexible”, aptos para públicos que no quieren cuestionarse sino distraerse?

  3.  ¿librerías para los que ya compran libros, porque como dicen los alemanes “quien tiene diez libros es más fácil que compre otro que quien no tiene ninguno”? o

  4.  ¿librerías “con sentido social”, que terminan llenando sus espacios con saldos o libros para iluminar, pero con precios muy bajos como para que cualquiera pueda compra
      El listado de preguntas puede ser más amplio que este, pero no parece que podamos contestar fácilmente diciendo que “un poquito de cada cosa”, aunque esa respuesta nos podría dar la receta ideal. Creo que la cuestión es mucho más complicada, y que cada respuesta podría crear argumentos contrarios, tan válidos unos como otros. Pero, sin duda, sin políticas estatales sólidas y de largo plazo para fomentar la lectura en las escuelas, y sin libreros calificados como para poder establecer un número que triplique por lo menos el actual en los próximos cinco años, no tendremos un crecimiento cultural armónico. No bastarán los centenares de miles de ejemplares editados por las universidades y centros de educación superior que quedan en las bodegas y depósitos sin distribuir y se pongan realmente al alcance del público que los demanda, ni bastará con que los autores y editores sigan reuniéndose en serios seminarios o coloquios para discutir el futuro de la cultura universal, ni alcanzará con que los saldos del excedente de la producción española se coloquen en México o en Argentina o en Colombia a precios equivalentes a los 0.50 centavos de dólar o a 1 dólar por unidad.
      Las librerías tienen que crecer, profesionalizarse y multiplicarse. Tiene que existir un criterio empresarial moderno para gestionarlas. Deben coordinar con los editores planes de lanzamiento de los libros con anticipación, de manera de producir el efecto de venta deseado. Deben conocer su mercado, establecer relaciones con sus clientes que vayan más allá de la compra ocasional, vincularse con su zona, con su ciudad, con su región. Y deben aceptar y adoptar las tecnologías actuales para operar con eficiencia un comercio que se apoya, fundamentalmente, en el servicio. Y para ello, podemos hacer sin demasiadas dificultades y bajos costos, que la operación de venta nos permita identificar al cliente, sus preferencias, su nivel de gasto, como para poder ir creando una base de datos que nos posibilite el registro y la fidelización de los clientes por medio de tarjetas de fidelidad con las que hagamos el seguimiento de sus compras y podamos adelantarnos después a sus necesidades y deseos. Porque la oferta también es creadora de demanda.
      Para los editores, debe quedar claro que los libreros son su complemento necesario. Como se ha dicho muchas veces, si editar es una tarea importantísima, vender lo producido es vital. Ocupar espacios en una librería no puede significar para el editor una batalla contra los otros editores, a costa de su utilidad razonable y del mantenimiento de la calidad de su producto. Visto desde el otro lado, para los libreros, conceder espacios a los diferentes editores no debe ser equivalente a una rapiña de descuentos, ni el desvanecimiento del perfil que decidió darle a su librería.
      Sin lugar a dudas, para un importante sector de la industria editorial en idioma castellano a fin de obtener rentas altas en el negocio editorial es necesaria una rápida rotación, y la alta rotación requiere de best-sellers. Además, la avalancha de novedades y reimpresiones mensuales que ofrecen las editoriales para su comercialización, no hay espacio físico en cualquier librería que pueda abarcarlas. Ni los más grandes megastores norteamericanos o europeos podrán, en algún momento, tener todos los libros que salen al mercado. Deberán seleccionar o, peor aún, devolver a los depósitos y almacenes del editor esos títulos cuando aún no hayan cumplido unas pocas semanas de exhibición en las mesas y vitrinas. Como señalamos antes, la devolución promedio en España es del 33% de los libros publicados. Siguiendo el razonamiento, en las librerías (grandes o pequeñas) sólo podrá haber un número limitado de libros ofertados, en tanto la enorme mayoría de los títulos publicados dormirán su sueño rara vez interrumpido en los anaqueles de las editoriales o pasarán por las máquinas de reciclado de papel. Esto es una realidad hoy, y será una pesadilla para el mundo editorial en muy poco tiempo.
      El modelo tradicional de librería general vigente todavía en muchos países de América Latina está siendo desplazado y reemplazado rápidamente. Fue en la década de los 60 cuando las librerías generales rompieron el molde de las librerías de mostrador, en las que el cliente era atendido por un empleado que recibía su solicitud, e iba al interior del local para buscar el libro solicitado. El marketing comenzó a mostrar su importancia y la aparición de muebles que permiten una exhibición más atractiva, así como una mejor iluminación y presentación, son las características distintivas de un local de librería actual.
      ¿Cuáles son las características de la megalibrerías que se multiplican hoy por el mundo? En primer lugar, son librerías que solamente (o en su mayor parte) venden libros de alta rotación. Es decir, las novedades literarias de los autores famosos, los libros de escándalos políticos coyunturales, los de autoayuda y superación personal, los de negocios, y otros por el estilo.
      ¿Qué pasa entonces con los libros de pensamiento, con los que tienen un desplazamiento más lento, con aquellos que apuntan a segmentos especializados de la población lectora?  Esos se van arrinconando en secciones cada vez más pequeñas de las librerías, o serán encargados como “special orders” que en Estados Unidos o en Europa se consiguen en 48 o 72 horas. Nuestras librerías latinoamericanas, por la ineficiencia de los sistemas de distribución de nuestros editores y distribuidores, el libro no se ubica, o la librería demora en surtirlo, hasta que el cliente desaparece, o simplemente la orden es ignorada.
      La segunda consecuencia, que está estrechamente vinculada con la primera, es la lenta pero paulatina desaparición del librero profesional. Sin entrar a considerar el papel de consejero o de amigo del lector, el librero profesional pierde su razón de ser en la medida en que es reemplazado por un sistema informático que registra la existencia o no del libro buscado, e indica al empleado en qué sección y hasta en qué estante puede encontrarlo. Por lo tanto, no pida consejo, porque no se lo darán. No pregunte por el estilo del autor, o la tendencia de una escuela de pensamiento, porque la máquina no lo tendrá registrado. El libro estará o no estará, y el cliente decidirá si lo lleva o no.
      La tercera consecuencia será que el nivel cultural general descenderá. Más libros –porque la ruleta financiera así lo exige- para un público cada vez menos exigente, que se venderán en locales especialmente acondicionados para una venta rápida y fácil, y una compra condicionada por la inteligencia del marketing. O peor aún, se venderán en los supermercados, junto a las lechugas y frente a los detergentes. Heidegger y los pepinos japoneses. ¿Llegaremos a ver eso?

      Hace algunos años, Jason Epstein, un famoso editor retirado que publicó algunos textos importantes sobre el futuro del libro, trató de convencernos de que siempre habrá el que desee tener su libro de papel, tocarlo y olerlo, comprado en una librería real, y no quisiera contradecirlo aquí. Pero me parece que el deseo de Epstein tiene que ver con que utiliza su cabeza de hombre del siglo XX y de las generaciones de la cultura del libro de papel, sin imaginar lo que pensarán los lectores del siglo XXI, los que todavía son infantes o los que ni siquiera han nacido todavía y que, seguramente, no podrán imaginar que alguna vez existió un mundo sin computadoras.
      Unas palabras finales sobre la capacitación de los libreros. Existe en estos momentos una pequeña oferta de capacitación, que seguramente se incrementará en un futuro próximo, junto con otras que promoverán algunos institutos de enseñanza superior. Salvo honrosas excepciones, como esta que organizó la Feria del Libro de Buenos Aires o como los cursos que organiza el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) y algunas otras, las demás tuvieron como objetivo ampliar los conocimientos de gerentes y directivos de editoriales y librerías. Se trata de licenciaturas o de maestrías, para los cuales se requiere, en el segundo caso, un grado académico previo, además de pagar importantes cuotas para poder cursarlos. Desde hace mucho tiempo sostengo que quienes necesitan imperiosamente ser capacitados son los niveles inferiores de las librerías, editoriales y distribuidoras. En realidad, necesitamos libreros formados técnica y culturalmente, aunque no sean maestros en historia del arte y de la literatura. Necesitamos técnicos que puedan formar a nuestro personal contable y administrativo en materias específicas del manejo de las librerías o en el de las editoriales. Técnicos y especialistas en el manejo de bodegas y almacenes, y en el manejo adecuado de los inventarios. Técnicos en sistemas, en procesos de reproducción gráfica, en diseño, etc. La tendencia a dedicar los esfuerzos hacia la capacitación de los directivos y gerentes, sin negar la necesidad de hacerlo para actualizar en forma permanente sus conocimientos, revela también la subestimación que creo que el sector tiene respecto de la gente de los niveles inferiores. Esto es muy claro en el caso de las librerías porque, como clientes, cualquiera de nosotros tiene que poner la mejor buena voluntad para poder comprar cuando la gente que está en el piso de venta para vender no sabe hacerlo, porque no conoce el producto que vende y porque no maneja las técnicas del servicio al cliente que, hoy, se han vuelto inevitables.
      Necesitamos escuelas de libreros y editores, con programas de capacitación permanente, al estilo de las que existen en Francia y en España, patrocinadas por las organizaciones gremiales de editores y libreros y con aportes públicos y privados, para resolver los desafíos de las librerías del presente si es que queremos que esas librerías tengan verdaderamente un futuro.
      Y también necesitamos imperiosamente unir todas las fuerzas posibles para poder encarar estas tareas con posibilidades de éxito. Me refiero a las asociaciones, uniones o como quieran llamarse, de los libreros, así como existen las de editores. Todos ustedes conocen el sistema de organización gremial de España, que tiene su Federación de Editores de España, la Confederación General de Libreros (CEGAL), y la Federación de Asociaciones Nacionales de Distribuidores de Ediciones (FANDE), todos las cuales están representados en la Federación Española de Cámaras del Libro (FEDECALI). O saben del poder que llegó a tener la American Booksellers Association (ABA), hasta que tuvo que ceder frente al avance de las cadenas libreras, como Borders o Barnes & Noble. O el ejemplo del Sindicato de Libreros franceses. Y otros más. Todos ellos son poderosos porque pueden negociar con la representación del conjunto de los libreros, y por eso pudieron apoyar y hacer aprobar leyes del libro que beneficiaron al sector y a la cultura de sus países. Creo que deberíamos reflexionar seriamente acerca de esto.
      Nosotros entendemos a las librerías como espacios culturales, y no simples comercios en los que se compran y venden libros. Cuando decimos que la competencia de las librerías de hoy, cuando en la mayoría de los países existen leyes que ordenan el precio único y fijo, no será una competencia por el precio sino por los servicios que brindemos, estamos diciendo que en nuestras librerías se hacen presentaciones de libros y autores, se organizan funciones para que los niños se interesen en la lectura, se instalan una o varias salas de lectura, se organizan sesiones de lectura de poesía o de cuentos, o cualquiera de las otras mil formas de transformar esa librería en eso que llamamos un espacio cultural.
      En momentos de crisis como el que vivimos, acechados por la incomprensión sobre la necesidad del desarrollo permanente y creciente de la actividad educativa y cultural de nuestros países latinoamericanos, capacitarnos y capacitar al sector sería la demostración más evidente de que queremos ocupar el lugar que nos corresponde en el desarrollo colectivo de nuestras sociedades.

(*) Intervención en un seminario de la Feria del Libro, Buenos Aires, abril 2008