Réquiem para el hombre de barro
Juan Pablo Ringelheim
I
“Entonces Yavé Dios formó al hombre
con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y
existió el hombre con aliento y vida”, así habló la lengua del Antiguo
Testamento. El hombre de barro respiró desde entonces el aliento de Dios. Un
aliento que provendría del aire, del espacio abierto entre cielo y tierra. Un
aliento que no podría ser tomado del agua, como lo harían algunas bestias. Pues
en el agua, el cuerpo de barro se desharía. “No respirarás del agua”: ese fue
el interdicto orgánico de Dios. Desde entonces los niños tapan sus narices
cuando se sumergen en el agua, para no disolverse, para retener y contener en
su interior el aliento de Dios.
“¡Oh!... ¡Que esta sólida,
excesivamente sólida, carne pudiera derretirse, deshacerse y disolverse en
rocío!... ¡O que no hubiese fijado el Eterno su ley contra el suicidio!”. Ha
llegado el tiempo en que ese mañanero sueño de Hamlet se haga realidad. El
milenario hombre de barro creado por el Padre se deshace ahora en un océano. Un
océano informático. No se trata de un suicidio, sino de una definitiva
metamorfosis.
II
“El hombre de barro se deshará con
el terror del universo contenido en un grano de arena, quebrándose en el Sahara”.
La profecía de André Breton se cumple en silencio. No hay alarmas que anuncien
la metamorfosis. Y sin embargo, la evolución se produce en un clima de terror.
No podría ser de otro modo. Se trata de abandonar un cuerpo, una antigua morada,
y sufrir una mudanza.
El Ambulocetus
sintió primero cómo sus patas se quebraban lentamente, y caían polvorizadas en
la arena. Luego, casi ahogado en la orilla, sintió cómo se cortaba su piel y crecía
una aleta caudal. Al fin se sumergió en el mar, siendo ahora una ballena. Tales
cambios no se viven sin dolor: hasta el día de hoy puede escucharse el lamento
del Ambulocetus en el canto de las ballenas.
III
Tobi, el niño con alas, equivocó el
rumbo: el destino de la humanidad no estaba en el cielo sino en el agua. Tal
como se lo enseñó a Ícaro el sol.
En estos tiempos el hombre disuelve su identidad
de barro en fluidos perfiles informáticos. Deshace su único nombre en múltiples nicks. Su sexualidad deviene en
identificación provisoria con emoticones mutantes. Y cuando el punto G se pulsa
en un joystick, en la pantalla explota
extasiado un ser que no es ni hombre ni mujer. El retrato se disgrega en granos
de Photoshop hasta ser otro, y luego
otro, en constante devenir. La nación es el sitio, y el hombre fluye de
migración en migración. El hombre de barro se deshace en el océano informático
y deviene así en hombre líquido.
La navegación fue cosa de argonautas,
de Colón y Barba Negra. Estos hombres de barro flotaban en barcos sobre el agua. Nadie navega en la
actualidad. Un sitio, un libro digital, un video en You Tube, una universidad virtual están hechos de información, y
son programables. El hombre de barro no fue programable sino modelable y
disciplinable. El hombre líquido es una combinación de genes, de unidades de
información que se pueden reemplazar, manipular, inseminar, en una palabra:
programar. El cuerpo que es información no navega sobre información: es información en información. Océano y hombre son al fin una unidad
autoprogramable.
IV
Estos son tiempos de belleza y
terror.
El hombre de barro fue cocido al calor
del sol de verdad. Un sol que abrió dos grietas en su carne, por las cuales
penetró. A tales grietas se las llamó ojos, y los ojos fueron hechos a imagen y
semejanza del sol. Con los ojos el hombre de barro amó y dio calor. Con los
ojos el hombre demarcó formas y diferenció cosas. Y el hombre reconoció la
verdad, y la distinguió de la ficción. Se vio a sí mismo como un ser
individual, distinto del mundo abierto ante su vista. Y supo reconocer la
belleza.
La belleza del mundo era tanta que el
hombre cayó de rodillas. Arrodillado comenzó a diseccionarla, clasificarla,
acorralarla y, al fin, petrificarla. La contemplación del cuerpo de la mujer,
la escultura, la pintura, la arquitectura, el paisaje, fueron las formas con
que el ojo petrificó la belleza. Así la encontró contenida y asegurada. Y con
esto el hombre de barro se calmó y puso de pie. Pero a costa de aniquilar la
belleza en su constante devenir. La belleza en devenir es belleza y también
terror. Antiquísimas dos caras de la belleza: labios vaginales derramando
sangre espesa entre las piernas, lamidas por un ángel sin dientes. Pero el
hombre de barro, ante tal experiencia, satanizó a drácula y santificó el
algodón.
La
belleza petrificada es linda, como
una chica bajo el sol, pero ha dejado de ser belleza. Una torre también puede
ser linda. Y una torre incendiada y derretida en su acero es ya bella. Pero dos
torres cayendo con la gravedad de un avión son belleza y terror. El hombre de
barro, ante la belleza desatada, imploró seguridad.
Ahora la belleza petrificada, la imagen linda, es para el hombre líquido
una antigüedad de otros tiempos. Una forma estática y abandonada: la cara de
cristo dibujada por el polvo en la pantalla de un monitor apagado. El hombre
líquido está constantemente encendido y adora la belleza en devenir. Ver en You Tube la cabeza rodando del hombre
decapitado en medio oriente, y rebobinar hasta ponerla nuevamente en su lugar,
para dejarla caer otra vez. Eternamente muere y renace, y la sangre de ese cristo
fluye por tubos de cable coaxil.
V
¿Pero cuál fue el elemento que
anunció primeramente el cambio climático que obligaría al hombre a evolucionar
del barro al líquido? El dinero, antes que la información, fue la sustancia que
erosionó el mundo sólido y estático, y propulsó la metamorfosis humana. El
primero en notarlo fue Karl Marx. En sus Manuscritos
de Economía y filosofía describió el nuevo tránsito evolutivo: “Lo que
puedo pagar, eso soy yo. Soy feo,
pero puedo comprarme la mujer más bella. Luego no soy feo, pues el efecto de fealdad, su fuerza ahuyentadora, es
aniquilada por el dinero”. Así fue que Marx observó que la evolución humana no
se había detenido. El feo podía evolucionar hacia la belleza. Podía trocar en
el mercado sexual fealdad por belleza mediante el dinero. Lo que el dinero
liquidaba era al individuo estático e idéntico a sí mismo.
Liquidar algo ha sido en nuestro lenguaje tanto destruirlo como convertirlo en dinero.
Los economistas refieren a las reservas de dinero con el término “liquidez”.
Pero lo que se hunde en lo líquido se transforma en otra cosa. Una casa
liquidada puede devenir luego en otra casa, susceptible de ser liquidada
también. Y cuando no es convertida en dinero permanece como un objeto material
estable y habitable. El mundo de Marx era un mundo que todavía oscilaba entre
lo material y lo líquido. Pero ahora el hombre líquido no es nunca un objeto estable en el mundo. Es una corriente dentro del océano. Fealdad y
belleza no son estados distinguibles. Son variaciones de una misma
programación.
VI
Un cambio climático siempre es
acompañado de una nueva alimentación. Una alimentación que equilibra al
organismo para sobrevivir y disponerse a la evolución. Fue 1980 un año
revolucionario en la gastronomía humana, fue el año de la creación del Pac Man. El Pac Man educó a la humanidad mucho más que la escuela, las ciencias
o el psicoanálisis. Frente a los terrores fantasmales y existenciales propios
de un próximo cambio de medio ambiente, el Pac
Man enseñó que era necesario comer pastillas. Una tras otra y, cada tanto,
alguna sana fruta. Pastillas mediante las cuales sería posible aniquilar los
fantasmas, engulléndolos. Destruir al terror, con pastilla y pastilla, entre música
electrónica. Los psicofármacos nacieron de una vez. Y las pastillas comunes que
sumaban puntos serían otro tipo de equilibradores: vitaminas, excitantes, zinc,
biopúritas. Y luego, otro psicofármaco para los fantasmas. Hasta ganar una vida.
Para que cada hombre de barro asimile
su próxima metamorfosis acuática son necesarios equilibradores corporales-anímicos
que hagan tolerable la evolución. A tales equilibradores emocionales se los
llama psicofármacos. Cafeína plus, cocaína, energizantes, anfetaminas,
clonazepan, olanzapina, antioxidantes, marihuana, venlafaxina, rejuvenecedores,
lamotrigina: estos son algunos de los actuales psicofármacos que hacen
tolerable la evolución. Los psicotrópicos, los ansiolíticos, los
antidepresivos, las sustancias que prometen un cuerpo puro y transparente, son
formas de hacer soportable el sufrimiento que es inevitable ante la
metamorfosis. Los psicofármacos mantienen el organismo en equilibrio frente al
cambio climático. Aun vivimos la transición orgánica hacia lo líquido, y siguen
siendo estos unos tiempos de terror.
VII
La tala de árboles en el Amazonas,
el deshielo de los glaciares, el calentamiento global, el agotamiento de la
capa de ozono, la extinción de los osos panda y otros juguetes de Greenpeace; el desierto que crece, el
retiro de la metafísica, la muerte de Dios, las mujeres cada vez más infieles,
nada de esto acabará con la humanidad. El verdadero cambio climático ocurre en
la noche.
Noche es el estado actual del mundo
para el cual son necesarias tecnologías que ayuden a mirar: las luces
eléctricas, las terminales de fibra óptica, el televisor, el monitor de la
computadora, los carteles publicitarios, los rayos lumínicos en los boliches.
Éstas son tecnologías de la noche que abren la mirada, aunque a veces lo hagan
“de día”. La noche es el estado del mundo actual. El sol ha dejado de ser hace
ya mucho tiempo la luz que da forma al mundo. Vivimos en una noche constante,
iluminados por luces artificiales que abren un mundo sin lugar para las sombras.
En estos tiempos nocturnos el mundo se
nos abre explosivamente. Los rayos catódicos que paralizan al cuerpo en el sofá
y lo destripan en la pantalla, los píxeles que liquidan a carcajadas formas heredadas
durante milenios, los fríos neones de las crisálidas camas solares, las
intermitentes luces bailables que facetan cuerpos que jamás se ven enteros, los
carteles publicitarios que pronto serán simples espejos que ofertarán nuestra
propia imagen: no son meridianas formas de la luz. Son más bien explosivos
puestos en los cimientos emocionales del individuo de barro.
El modo en que la noche abre al mundo es
el terrorismo emocional. Y es raro
que aun el ojo no haya estallado como un grano de sal en el interior de un
reactor nuclear. El terrorismo emocional presiona las emociones hasta el
extremo de convulsionarlas. Y esta sobreestimulación de la noche fuerza al
hombre a una nueva adaptación.
El terrorismo emocional es sólo un
momento del cambio climático que producirá la extinción del individuo. Las
emociones son objeto del terrorismo porque aún responden a un tipo de
subjetividad individual. Una vez
deshecho totalmente el individuo en el océano informático ya no sufrirá los
efectos explosivos de la noche. El desacople entre clima y humanidad es la
causa de que el individuo se sienta desamparado y aterrorizado. En poco tiempo
se adaptará, y no será ya individuo. Habrá creado, al fin, un nuevo día
submarino. Con un sol artificial.
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